Emmanuel
De un boylover a otro boylover y desde cordoba argentina al resto del mundo.
EMMANUEL
En mi profesión como docente he tenido el privilegio de poder observar con detenimiento los bellos cuerpos adolescentes: el objeto de mi afecto y hoy, a mis treinta y cuatro años, casi treinta y cinco he decidido asumir sin culpas dos cosas: una mi homosexualidad y otra mi tendencia. Si, me considero un boylover.
Cuando uno hace frente a estas cosas hay que tomarlas con mucho cuidado porque aquel que no entiende su significado, puede tomar como que lo único que sos es un viejo pervertido que le gusta desvirgar niños. Este no es mi caso. Me apasionan los púberes y adolescentes, desde los 12, con sus despertares sexuales y confusiones sobre el cuerpo hasta los de 17, con su cabeza algo clara y sus objetivos bien precisos, dedicados a una sola cosa: la satisfacción de sus deseos y la experimentación del propio placer.
Pero, como en todo, debo marchar con cuidado porque la docencia es la fuente de mis ingresos y el fruto de mi pasión por la enseñanza, además, como aditamento nada despreciable, en Argentina, más precisamente en Córdoba, donde resido, se debe andar con pies de plomo, esto es, con mucho cuidado porque hoy los padres y la policía está muy al tanto de esto.
En los meses que coinciden con las vacaciones de invierno y verano, me dedico a dar clases particulares en el área de Ciencias Sociales. Así es que mi casa se ve poblada por adolescentes desde los 13 hasta los 16 para que los ayude a rendir las materias que deben.
En uno de los casos, cae a mi poder Emmanuel. 16 años, pelo negro enrulado, buena contextura física y excelentes cola y bulto. Era diciembre y los exámenes previos se avecinaban. Uno tiene ya de por sí cierto poder extrasensorial que le permite darse cuenta de las posibilidades que tal muchacho puede o no ofrecer. Emmanuel, a primera vista y con el transcurrir de los días me daba la pauta de que algo podría conseguir de este bello muchacho.
Como siempre, comencé a indagar por su autoestima y situación familiar ya que las mejores experiencias que tuve fueron con chicos con familias algo conflictuadas, numerosas y con poca autoestima.
De allí a quebrarlo y a tratar de pasar como adulto comprensible, hubo un paso. Inmediatamente comencé a preguntar por si estaba satisfecho con su cuerpo, si había tenido relaciones sexuales y cosas por el estilo. El resultado, muy alentador, dio que no estaba conforme con su pecho y caja torácica, que se admiraba por tener un pene grande y largo y que sólo había tenido relaciones sexuales apuradas con una ex compañera de curso. No le había practicado sexo oral así que esa era una de sus mejores fantasías.
A todo esto, era ya tardecita y una lluvia le había imposibilitado irse así que estaba casi recluido en mi casa hasta que el agua cesara.
Comencé a trabajar ahora el hecho de que confiara en mí y en mi experiencia, por lo que se mostró interesado en saber cómo poder tener acceso a una mujer y que le cumpliera los deseos. Lo primero que le indiqué era que tenía que adoptar una pose sexy.
La mirada atónita de Emmanuel fue la confirmación que necesitaba. Le pedí que se levantara de la silla y que se acomodara el pene hacia un costado, para que su bulto se notara, arguiendo que las mujeres también se fijan en los bultos masculinos.
Le solicité que se pusiera de espaldas y comencé a tocar su cola con la excusa de acomodarle el pantalón. Sus glúteos duros y parados me empezaban a hacer perder el control. Me contuve. Sabía que si le erraba en ese momento, lo perdía para siempre.
A continuación le pregunté por la clase de ropa interior que vestía. Él me respondió que sólo slips, que los bóxers le molestaban por el tamaño de su pene. Yo transpiraba. Le sugerí que debería probarse algunos y les ofrecí los míos.
Ante su consentimiento, les presté tres y le pedí que se los probara en el baño. Que se quitara toda la ropa y que me llamara cuando estuviera listo.
Creo que fueron los minutos más largos de mi vida hasta que se escuchó mi nombre. Abrió la puerta y lo vi. Dios mío, era tal y cual lo había imaginado. Tenía un bulto enorme y en estado de semi erección. Se sintió un poco cohibido y me explicó que el boxer siempre le provocaba eso. A mi, a esa altura, no me importaba. Con tal sólo poder ver semejante ejemplar me empezaba a doler la cabeza y ni les cuento las otras partes de mi cuerpo.
Así comenzó el "desfile de modelos". Cada tipo de boxer era de dimensiones diferentes y por sobre todo el último, blanco y flojo en los elásticos, me daba una visión encantadora. Como noté que su pene estaba casi erecto, le pregunté si le molestaría que lo viera y allí, sin dejar que lo pensara dos veces, estaba yo abriendo el cinturón elástico y dejando escapar a la bestia.
Completamente circuncidado y lampiño salvo una mata tímida de pelos negros como sus cabellos, coronado el tronco, era una foto imperdible. Traté de admirar su orgullo y noté como se ponía cada vez más contento.
Le dije que su pene era más grande y largo que el mío. No quiso creerlo, entonces le ofrecí mostrar mis atributos. Volvió a acceder y entonces lo saqué y lo coloqué a su lado. Pene con pene, era una situación insostenible.
Lo llevé hasta mi habitación y se recostó en la cama, le expliqué que iba a darle unas cuantas lecciones de masturbación. Emmanuel estaba encantado. Ante cada indicación mía, respondía como si se tratara de algo totalmente nuevo.
Flexionó las piernas y las abrió mostrándome su ano virgen y rosado. Con pliegues y vellos negros pequeños. Se fue tocando con una mano sus testículos y su tronco. Al llegar al glande, le pedí que con la otra mano, se tocara sus tetillas y bajara hasta su ano. "Cerrá tus ojos", le pedí y él hacía todo, con suma exactitud.
Le pedí que se diera vueltas y me ofreció su cola hermosa, lampiña, con las piernas abiertas y luego se arrodilló como perrito. Yo me acerqué y comencé a lamer su ano. Emmanuel abrió los ojos pero no dijo nada. El silencio nos ganó. Lo tomé por las caderas y comencé a lamer, a lamer y a lamer.
Emmanuel se contorsionaba de gusto y sorpresa. Tomé sus testículos y lo incliné más abajo, cabeza contra el colchón y pasé a lamer sus testículos y pene. Luego le pedí que se diera vuelta y comencé a chupar su pene, tal como le había contado antes de comenzar, cuando él relataba sus deseos y fantasías sexuales.
Apoyó, por iniciativa propia, sus piernas en mis hombros y estiró los brazos hacia ambos lados de la cama. Los ojos cerrados, una mordida en su labio inferior.
Estuve practicándole sexo oral por minutos que eran eternos y cálidos y bellos y dulces y tiernos y...
Me desnudé, y me dilaté el ano mientras continuaba con la faena oral, luego me abrí de piernas y me senté sobre él. Vi las estrellas. No podía recibir tanta carne, no parecía encontrar tope. Me incliné y cayó sobre mí en una voltereta que todavía no termino de entender.
Me cogió despacio, lentamente, como saboreando cada momento del entrar, permanecer y salir. En un momento, sentí sus convulsiones y un chorro de leche me inundó por completo.
Se dejó caer sobre mí hasta que su pene fláccido se soltó y salió por completo. Lo coloqué boca arriba y limpié cada una de las gotas que quedaban sobre su ombligo, pubis y pene. Luego le pedí que se vistiera. La lluvia había cesado.
Emmanuel, desde ese momento, estudiaba cada vez más porque sabía que a mejor lección, mejor premio le tocaría. Aprobó su materia y desapareció de mi vista.
El veinticuatro de diciembre a la noche me llamó para desearme feliz navidad. Me comentó que tenía que rendir biología en febrero y quería que yo lo prepara, de todas las maneras que sabía.
Ustedes, ¿se negarían?
CUEVA33