Emma y Juan (II)

De cómo continua la historia entre Emma y Juan y se acaba yendo todo a tomar por culo.

El suelo de la cocina de Emma tenía las huellas de la batalla que se acababa de librar: gotas de semen, saliva y orina sumado a un olor penetrante de fluidos, el olor del sexo recién horneado. Hasta el aire de la cocina parecía enrarecido y pesado, como si estuviera cargado de la tensión sexual que ahí se había liberado. El orden, en cambio, brillaba por su ausencia: objetos caídos de la encimera se amontonaban por el piso y una abundante cantidad de frutas y hortalizas parecían se habían estropeado por la caída. Entre los restos de comida se fijó en una zanahoria que le llamó la atención y que decidió guardarse para después, procurando no apartarla de la vista de Juan que se estaba liando un cigarrillo.

Todavía estaba recordando lo bien que había empezado la noche, en la que había hecho una de las mamadas más forzadas y profundas de su vida y en la que había conseguido correrse cuando su amo (le asombraba la facilidad con la que había adoptado ese sobrenombre) se descargó en su boca. Su polla tenía un sabor especialmente salado y bastante fuerte, que en un primer lugar causaba cierto rechazo, pero que se volvía adictivo conforme ibas descubriendo sus matices. Su tamaño y proporciones eran perfectas, las apropiadas para poder divertirse con las mamadas, con unos cojones gordos y peludos que tenían toda la pinta de llevar sudados desde hacía horas. La primera vez que deslizó la punta de su lengua por la base de sus huevos, el intenso sabor a concentrado de hombre le provocó un escalofrío de placer. En líneas generales, le recordaba a la de don Antonio, pero la desbocada vitalidad de la juventud de Juan le añadía un plus a su nueva relación como sumisa.

Te diré lo que vamos a hacer. Vas a darte una ducha rápida para quitarte ese repugnante olor a puta barata —le ordenó Juan. Ella misma lo olía, pues en su cuerpo se mezclaban los efluvios de las corridas, el olor del tequila derramado y el sudor provocado por la fiesta y la brutal follada de boca. Eso la hacía sentirse sucia y excitada, pero no quería contrariar a su amo, no tan pronto por lo menos—Ah, y cuando te duches no te olvides de lavar tu culito, te lo reventaré nada más vuelvas de la ducha. Vístete con algo sexy y búscame en el salón. ¿Lo has entendido,

putita

?

Sí...—respondió con apenas un resquicio de voz pero devolviendole la sonrisa.

¿Sí, qué?

Sí, amo

. —

y acompañó lo dicho hundiendo la mirada en sus pies.

Así me gusta. Ahora vete y no tardes —le espetó, acompañando la frase con una cachetada que hizo que se moviera enseguida.

Este nuevo amo le gustaba y mucho. Se le notaba la poca experiencia pero no había tardado mucho en esclavizarla y en marcarla con su abundante y caliente meada. El sabor de su refrescante orina se le había quedado grabado en sus dientes y encía, disfrutando cada vez que con su lengua saboreaba los restos. Realmente sabía mandar. Además su tono de voz distaba mucho del acostumbrado: era autoritario y seguro, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo; ya no quedaba nada de ese compañero de clase que la calentaba en secreto

. Emma se complacía pensando en eso, mientras chupaba la zanahoria como si fiera chupachús. Cuando Juan le clavó un dedo en su culo no se inmutó ya que distaba mucho de ser virgen por ese agujero (el otro sí lo estaba guardando para una ocasión especial). Su antiguo amo tuvo el privilegio de poder destrozarlo por primera vez y le había descubierto los placeres de la práctica sadomasoquista y del exhibicionismo. Ese mismo día había acabado su contrato de seis meses con él, que le redactó él mismo, según sus palabras, "porque era un delito no compartir mi cuerpo". Fue un trauma para ella verse desprotegida de la satisfacción que le producía verse sometida a un profesor, pero tuvo que aceptar que debería salir a buscar rabos más frescos. Juan se presentó en el momento oportuno y no tuvo otro remedio que arrojarse encima el tequila para atraparle.

Pensando en todo esto seguía chupando la zanahoria, hasta que se dio por satisfecha y la sacó reluciente y pringosa de su cavidad. Metiéndose en la ducha, aprovechó para azotarse los pezones con su hortaliza, que desde que Juan la aprisionara contra la encimera estaban dolorosamente hinchados y excitados. Tanto era así que reaccionaron enseguida al placentero castigo que estaban sufriendo. Mientras tanto, utilizó el chorro más fuerte para limpiarse el vientre, el ano y el coño a conciencia, frotando a su vez con una esponja.

Por mucho que prefiriera portar las marcas de su amo en su cuerpo, un recordatorio de lo buena esclava que había sido, limpiarse de la suciedad le hacía rememorar los instantes que acababa de vivir, que se cruzaban en su cabeza como flashes, dominados por una imagen: un primer plano de la polla de su amo, tan cerca de su cara que ocupaba toda su mente. De ahí pasó a restregarse la zanahoria entre sus labios y su ano, con caricias lentas y con suaves incursiones en su agujerito. Después de 5 minutos, estaba lo suficientemente cachonda como para introducírselo, forzándose a sí misma para tragárselo lo más posible.

"Desde luego, los chicos son unos ilusos. Les encanta reventar culos pero no tienen paciencia. Ahora saldré con el agujero dilatado y mi nuevo amo ni se dará cuenta del trabajo previo, como si su simple presencia nos dilatara enteras. Si los hombres no tuvieran polla, la fuente de mis deseos, nunca estaría con ellos. Quizá cuando le cuente que no soy virgen me reviente de verdad, pero no será nada que no me haya hecho don Antonio antes".

Al salir de la ducha, se secó rápidamente, ajustándose una toalla al pelo mientras elegía algo sexy. Le gustaba vestir medias de todo tipo y tenía un par perfecto para la ocasión. Eran de una rejilla muy amplia que dejaba ver todo y que llegaba hasta la cadera. Encima de eso eligió una de sus faldas de cuadros, al estilo colegiala, y una camisa blanca. No le daba tiempo a hacerse otra vez las trenzas, así que se recogió el pelo en una coleta. Sólo le faltaba la pieza esencial: unos tacones negros de aguja de diez centímetros. No podía estar más satisfecha con su atuendo entre niña colegiala y putón. De esa guisa se dirigió al salón, donde sabía que le esperaba Juan, mientras comía desenfadadamente la zanahoria que tanto servicio le había prestado. Estaba claro que su punto débil eran las hortalizas.

Muy bien, espero que hayas hecho todo lo que te he pedido. Siéntate conmigo mientras preparo un porro y hablamos un poco. Sabes que estás entrando en una relación BDSM, ¿no? ¿Sabes lo que eso significa? —le preguntó Juan, comiéndosela con la mirada y asintiendo con satisfacción. Había acertado de pleno con el look de colegiala.

Sí, amo, yo soy tu putita y tengo que cumplir todos sus deseos —la palabra putita le hacía sonreír por dentro. Juan se empeñaba en utilizar diminutivos para referirse a sus partes que contrastaban notoriamente con la firmeza de su trato. Eso a ella le hacía sentirse como a una niña pequeña rebelde que hace travesuras.

Es cierto, pero eso no es todo. También tendrás que hacer cosas que no te gustan, solo por complacerme. ¿Fumas?

De vez en cuando con mi compañera de piso, pero no siempre me sienta bien... La mayoría de las veces me hace estar cachonda todo el día y nunca consigo quitarme la calentura.

Para eso fuma la gente,

putita

. Hoy lo harás conmigo, pero en adelante me tendrás que pedir permiso para hacerlo —y dicho esto, se prendió el canuto dándole unas profundas caladas. —¿Y con tu compañera que haces después de fumar?

Nos liamos y esas cosas. A veces la dejo que me coma el culo y hasta a intentado meterme cosas... Pero prefiero estrenarlo con una buena polla

dijo ella, colocándose a horcajadas sobre el sillón en el que estaba Juan y colocando sus pies en mi paquete. Él, por su parte, le quitó los zapatos de tacón y se puso a jugeterar con sus deditos, acariciándolos y masajeándolas. Sabía perfectamente cómo presionar y manosear sus pies para no hacerla cosquillas y provocarla relampagueos de placer. Sin pretenderlo, se empezó a lubricar y algunos regueros de fluidos le empezaron a bajar por los muslos.

¿Cuándo tuviste tu primera polla? —la preguntó. Emma, con la primera calada del porro estaba empezando a sentir cómo volvía a deshinibirse ante él de nuevo gracias a su experto masaje de pies y al humo de la marihuana.

A los catorce años en el internado en el que estuve.

Father Charles

, mi profesor de latín, se enfadaba tanto conmigo que al final empezó a considerarme por imposible. Un día me dijo que era una puta barata que solo servía para yfollar. Yo no sabía que era eso. Las chicas hablaban mucho y decían que todos los hombres tienen una segunda lengua en el vientre que las mujeres cuando se casan pueden besar. A mí me parecía una tontería que los hombres tuvieran dos lenguas y no entendía la función de la segunda, aunque bien visto ella tenía dos tetas y no hacían más que crecer.

»

En realidad, tenía curiosidad por ver esa lengua, y cuando le levanté su sotana de imprevisto pegué un gritito de admiración. ¿Lengua? Sí, de fuego por lo caliente; de metal por lo duro. Al principio no sabía muy bien cómo podía besar ese monstruo y solo me la restregaba por los labios, aspirando su envolvente aroma. Cuando vi que estaba empezando a soltar líquido, decidí metérmela en la boca para saborearlo. Estuve cerca de dos minutos succionando todo su sabor, hasta que el cura me tiró de las trengas obligándome a metérmela entera. Fue una sensación maravillosa, aunque por poco se me saltan las lágrimas. La polla estaba sucia, con restos de corridas de varios días acumulados y con un olor penetrante, pero para mí era deliciosa. Se la comí entera y cuando acabó sobre mi boca, se la volví a limpiar, contenta como nunca antes. Se corrío tanto que me atraganté y manché todo el uniforme.

»

Más tarde se volvió costumbre que se la chupara todas las semanas, y con el tiempo, lo empecé a hacer todos los días. Desde nuestro primer encuentro no he dejado de pensar en él. Sí que era bastante misógino y asqueroso, pero me descubrió el placer por el sometimiento sexual. Todavía me hago algún dedo pensando en las tardes en su despacho cuando me colaba por debajo de su sotana y se la chupaba a oscuras, mientras él me apoyaba la mano en la cabeza como bendiciéndome. No paraba de decir que era su deber como hijo de Dios el de enseñarme mi papel en la sociedad: postrarme ante los machos.

Antes no me equivocaba cuando he visto la sumisa que hay en ti. Así que te pasaste toda tu estancia en el internado siendo emputecida por tu profesor de latín ¿no es eso? —él cada vez estaba más caliente con el tono de la conversación y con la mezcla de relajación y excitación que provoca de la marihuana

No creas, me parece que era la única que tenía relaciones con algún cura. Entre nosotras nos besábamos a escondidas, pero nunca llegamos a hacer nada más que manosearnos. Algunas de las mayores habían sido antiguas pupilas de Father Charles , pero ninguna de mi generación se atrevió con él y el cura nunca pedía sexo, decía que para él estaba vetado, que solo les podía dar la comunión en forma de leche y polla. Era virgen hasta que llegué a España, menos por mi culo.

¿Tu culito? ¿Te lo acabó follando

Father Charles

?

Sí y no. El monje solía golpearme el culo con un rosario, encantado de ver cómo se formaban las marcas rojas en mi piel lechosa. Una vez cuando me empleaba a fondo con su verga, dirigió uno de los palos del crucifijo hacia mi entrada, forzándola con violencia y consiguiendo meter un par de centrímetros. No lo volvió a intentar nunca, pero yo me masturbaba todas las noches acompañada de ese crucifijo, sintiéndome muy sucia y muy puta, imaginándome que me violaba sobre su mesa. Mi sometimiento hacia él era tan fuerte que nunca intenté llegar a cruzar sus límites y me dediqué por entero a complacerle.

No entiendo cómo consigues expresarte con tanta naturalidad y corrección Antes no hablabas casi nada, como si no entendieras bien el español, y ahora apenas notaría que eres extranjera si no fuera por tu acento mexicano. Dime la verdad: ¿estás engañando a todo el mundo?

Cuando llegué a España me vi rodeada de chicos jóvenes por primera vez en mi vida y estaba ansiosa de probar sus vergas, tras la monotonía del internado. Me resultaba más fácil hacerme la tontita inglesa para darme el gusto de sus rabos calientes y que luego me dejaran en paz. Alguno quiso follarme la concha, pero ninguno se atrevió con el culo así que nunca pasé de las mamadas. Tú eres el primero al que se lo ofrezco. Mi padre es mexicano, por eso hablo y entiendo tan bien el español y me llevo tan bien con Alejandra —y tras esta revelación acabó la frase con un tímido amo , como recordando súbitamente quién era él y qué le estaba a punto de hacer.

Sabía que ocultabas muchas cosas, putita. ¿Entonces cuantas pollas has estado desde que viniste? ¿Alguna vez has compartido alguna con tu compañera?

Unas cincuenta, no sabría decir el número. Casi todas las de los chicos monos del grado. Solo con unos pocos he repetidos. En una ocasión Alejandra y yo intentamos una mamada a dos bocas en los baños de la Facultad, pero no pudo aguantar la presión. Dice que está harta de los rabos y que ya no le excita nada más que las vaginas.

¿Y quién era el afortunado que recibió la mamada en el baño de la Facultad? Alguien conocido.

Carlos, de Historia. Se me insinuó en su despacho y me pidió que le hiciera una paja con los pies. Él mismo me los limpió cuando acabó y los devoró con verdadera hambre. Varias veces después se la he chupado en el baño de chicos. Intentó desflorar mi coñito, pero nunca accedí. A él también le gustaba escupirme en la cara.

Eso me gusta, eres una putita hambrienta de hombres pero has esperado a encontrar la polla perfecta a la que regalar tu virginidad

sentenció apagando el porro en un cenicero de la mesa. —Ahora quiero comprobar que me has obedecido. Ponte de espaldas contra mí abriendo tus nalgas con las manos. Déjame ver ese culo que tantos rosarios ha alojado. Quién sabe, quizá algún día te lleve a misa para recordar viejos tiempos.

Emma se arrodilló de espaldas a él, irguiendo su culo y separándose las nalgas, valiéndose de sus manos para abrir su culito. La zanahoria había surgido su función, mas lo que de verdad la dilataba era el efecto del porro. Siempre tenía el anillo del culo inquieto y palpitante después de fumar marihuana. Al oír el rasgón de la tela de las medias, rompiéndose por el centro de su culo, se indignó momentáneamente. Por una parte, le gustaba la rudeza de su macho. Por otra, eran unas medias muy caras. Se consoló pensando que sería más práctico para futuras veces.

Al tiempo que le daba un par de cachetadas en cada nalga, Juan le escupió en el agujerito, recogiendo la saliva con el pulgar que hundió sin contemplación en su entrada. Ella lo recibió con un gemido de invitación, a lo que él lo saco para introducir no un dedo, sino la aguja del tacón de sus zapatos. Los diez centímetros se deslizaron poco a poco hasta tocar con la suela, con una facilidad pasmosa. Cuando empezó a girar lentamente el tacón dentro de su culo, moviéndolo en varias direcciones, Emma suspiró de placer arrugando los deditos de los pies. Juan, que lo contempló todo desde arriba, le agarró una de sus extremidades y se la escupió. Parecía nunca se quedaba seco de saliva.

Con el tacón no jugó mucho más, sin duda del ansia por desflorarla. Le retiró el tacón, acercándoselo a su boca, señal que ella captó enseguida, aprovechando para rozar la punta con sus durísimos pezones. De repente, Juan sacó una botella de vodka que ella tenía guardada en la nevera y la derramó sobre su culo, empapando su agujero y resbalando sobre el piso.

La costumbre de beber chupitos por el ano se había difundido como el fuego por la juventud, ya que servía como potenciador sexual y también como lavativa. Él lo había aprendido de su primer amor, una francesa de intercambio con la que vivió dos semanas tórridas y extenuantes en un pueblo cerca de París. Emma se estremeció ante la frescura del alcohol y agradeció cuando Juan le empezó a realizar un delicado beso negro, sorbiendo la bebida y pasando su lengua por cada centímetro de su zona más erógena. Después de realizar el proceso dos veces más, vertido de vodka y limpada a conciencia, Juan se vio listo para penetrarla el ojete.

Vas a sentir un fuerte dolor, una polla no es como los dedos de tu amiga. Sufrirás los primeros minutos, es importante que lo hagas, así apreciarás el verdadero placer del sufrimiento anal. Luego desearás que te lo haga todos los días y no querrás hacerlo de otro modo, te lo aseguro.

Fóllame, amo, mi culo es tuyo.

Por supuesto que es mío —y hundió su miembro hasta las profundidades de su agujero, de una rápida y dolorosa estocada. Emma no se esperaba para nada esa brutalidad y no pudo evitar cerrar los ojos de dolor. No era su primera vez, aunque Juan lo desconociera, pero al principio siempre duele. Cuando abrió los ojos se topó con la mirada vacilona de Juan que le estaba agarrando el pelo para girarle la cara y burlarse de su dolor.

Duele, ¿eh? ¿Sientes cómo palpita dentro de ti? Dentro de poco te acostumbrarás a su tamaño y empezaré un suave meceo. De momento puedes tocarte para relajarte. —a lo que inmediatamente Emma empezó a masturbarse con rapidez.

¡Ahora, cabrón, fóllame ahora! ¡No esperes!

¿Cabrón? ¡Eres mi esclava y yo te digo a ti lo que tienes que hacer!

Esas pequeñas muestras de rebeldía le molestaban, suponían pequeños resquicios de independencia que él quería erradicar. Emma lo sabía perfectamente y por eso le picaba; no quería perder el tiempo y desde que se había follado a sí misma con la zanahoria, andaba más que caliente. La estocada había estado a punto de partirla, pero una vez dentro, deseaba que le follara salvajamente. Juan tenía la misma intención. Agarrándole ambas nalgas y separándolas lo máximo, comenzó una brutal follada en la que ensartaba a la inglesita a una velocidad inhumana. Ésta se masturbaba frenéticamente y daba gracias al cielo por un macho tan duro, entre tantos niños pijos.

¿TE GUSTA, PUTITA? —le gritó Juan al oído, tirándole del pelo para encorvar su cuerpo y ponerla a su altura.

¡SÍ! ¡SÍ! ¡ OMG! ¡FUUUUCK! —exclamaba la inglesita, dejándose llevar y sin molestarse por los vecinos. ¡DAME VERGA, PENDEJO! ¡REVIENTA A TU HEMBRA!

¡TE VOY A REVENTAR EL CULO! —proclamó, penetrándola con tanta intensidad que Emma se cayó hacia adelante, con el culo empompa en el que destacaba un agujero más que dilatado. Un minuto estuvo disfrutando de la última acometida hasta que se dio cuenta de que se había caído, tal era el efecto que le provocaba que le abrieran bien el culo.

Deja de tocarte y separa tus nalgas con los dedos Te voy a echar vodka y no quiero que se desperdicie nada —derramando una vez más la botella sobre su ojete. Sin embargo, no la limpió con la lengua como antes, sino que le hundió nuevamente el rabo. El alcohol se precipitó a lo más profundo de sus entrañas, que junto con las otras dosis, estaba empezando a embotar su cabeza.

¡Qué putita más obediente! —suspiró, casi sin resuello, una vez que, polla y chupito de vodka, se sumergieron en su cuelo.

Tras un rato de fuerte bombeo en una posición realmente incómoda para ella, pues se encontraba con la cara pegada al suelo y rodeada de su propia saliva que le nacía de las comisuras de su boca desfallecida, notó cómo la levantaban y la apoyándola boca arriba sobre la mesa del salón. La visión de su macho de frente la provocó otro escalofrío de placer, pues era la imagen perfecta de hombre que a ella la gustaba: fornido, peludo, moreno y con una polla siempre dura, siempre cerca, siempre lista.

Juan, que parecía que no se había olvidado de la botella, vertío poco a poco todo su contenido encima de la muchachita, desde la boca hasta los labios de su coño, que restregó suavemente con el cuello de cristal de la botella. Emma, definitivamente borracha, se dejó lamer por su amo, que se estaba entregando a sorber todo el alcohol de sus pechos que había caído en sus pechos. Los vapores del alcohol y las mordeduras que le dejaba su nuevo dueño le volvían loca, pero echaba en falta sentir su culo lleno y satisfecho. De hecho, no dejaba de abrirse y cerrarse, delatando que iba a pasar un tiempo hasta que recuperara su forma original.

¡Amo...! ¡Ah...! ¡Por favor... mi culo! ¡Está muy vacío!

Te dije que me acabarías pidiendo que te reventara.

La postura que habían adoptado era perfecta para las penetraciones profundas. Ella, boca arriba sobre la mesa, encogiendo las piernas; él, sobre ella, haciéndo una bola con su cuerpo para acercar su respingón culo a su caliente y palpitante miembro. La estocada no se hizo esperar, y fue limpia y directa, como la primera de la noche. Emma creía que su polla le iba a traspasar el estómago, la sentía en lo más profundo de su ser. Apoyando los pies en sus hombros, se dejó llevar en un largo orgasmo que le salpicó entero. Ni siquiera tuvo que frotarse su coño. Después de tanto tiempo ofreciendo solo el culo había perfeccionado el placer de los orgasmos anales. Él aprovechó para volver a jugar con sus pies, metiéndolos en la boca y derovándolos como un manjar. No había nada, ningún gesto, ninguna palabra, que no le dejara de recordar que Juan era su ama y que ella era de su propiedad. Siempre había albergado en secreto su pasión por el erotismo de los pies, y desde su primera vez con don Antonio, los consideraba una de sus partes más erógenas.

El orgasmo de su macho, tras veinte minutos de intenso martilleo, tampoco se hizo esperar. Culminó abundantemente en su interior, con tanta potencia que varios trallazos fueron directos hacia dentro, pero los últimos amenazaban con salir del bebedero de semen particular que había hecho de su culo. No era de extrañar ,ya que había dejado un agujero de tamaño considerable. Con la punta del pene le recogió los restos, volviéndoselos a meter en culito y clavándole su polla hasta el fondo para repartirlos por su interior. Emma, desde que él se corriera, no había reaccionado, puesto que era tal placer el que le recorría por sentir el flujo de su corrida en su culo, que apenas podía moverse. Por sus ojos entrecerrados se filtraba el blanco purísimo del placer.

¡Putita! —gritó Juan, despertando a Emma de su sueño. —Tienes trabajo: a limpiar.

La inglesita se arrodilló frente a él, obediente, empleando su lengua para lavar los restos de toda la suciedad que se había formado: manchas de su corrida, del contenido de su culo y hasta de su propia sangre, provocada en alguna de las embestidas. Se prodigó especialmente en los cojones que apestaban a alcohol y a sudor y se tomó su tiempo para dejarlo, a su gusto, completamente limpio. Cuando acabó volvió a su posición de sumisa, ofreciendo su boca a la consabida meada final. Juan ni siquiera tuvo que hacer nada y él apreció sin duda la iniciativa mostrada.

Aprendes rápido. Esta vez será diferente. No quiero que te tragues nada, deja que mi orina te recorra todo el cuerpo. No te preocupes por el suelo, luego lo podrás limpiar.

Los chorros de su orina le cayeron directamente en la cara, inundando sus mejillas y resbalando por su lengua ávida, que pese a su mandato, hacia acopio por tragar algo de aquel líquido. Esta lluvia amarilla fue como una ducha revitalizadora para Emma. Le ponía tan cachonda pensar que su amo se estaba descargando encima de ella que comenzó a pellizcarse los pezones y a manosearse las tetas, por las que fluían regueros amarillos que llegaban hasta sus blancos y diminutos pies. Poca gente comprende el placer de la lluvia amarilla, que ella había experimentado ya con don Antonio . Para ella era la muestra de su completa sumisión, la constancia de su esencia de guarra. La perfecta sumisa debía mostrarse ante todo momento dispuesta a todo ante su hombre.

Ya vale de remolonear, venga a limpiar otra vez —las pautas que le marcaba Juan estaban empezando a calar en ella: mamada, limpiada; meada, limpiada; limpiada, mamada, limpiada, meada, limpiada... Por mucho que una sea guarra, debe mantener a su hombre limpio lo consideraba un aliciente a su sumisión.

No sé por qué me estás mintiendo, pero eres demasiado complaciente para ser nueva en esto. Dime, ¿quién estuvo antes que yo en tu ano? Y no me digas que tu amiga la bollera —la conversación, de repente, había cobrado un cariz inquisitivo.

Yo no... Nunca he... Solo alguna vez he jugado con zanahorias... Y siempre con Alejandra... Y bueno, está don Antonio... le gustaba decir que me iba a dar por donde amargan los pepinos... Era una broma que teníamos... Pero un día... Sabes, no estuvo mucho. —Emma, entre fumada y borracha, no conseguía dar con una respuesta coherente y estaba hablando más de la cuenta.

¿Don Antonio? ¿Acaso tienes otro amo? No serás mía si no te entregas por comleto.

Sí... bueno, no... Ayer mismo terminamos. Se nos acabó el contrato que teníamos y el me rechazó diciendo que me había entrenado bien... Él era dominante pero en todo este tiempo sólo me folló el culo una docena de veces... Me dejó porque dijo que era justo que me disfrutara otro de él...

¿Una docena? —l

a cara de Juan mostraba un rictus amenazador, con una expresión que parecía calcular la clase de castigo que quería infligirla. Olvidando las excusas de la inglesita, decidió que esta vez sería mucho más duro: le iba a aplicar un correctivo que no olvidaría.

Vete a la cocina y traeme uno de esos pepinos de los que hablabas. También coge mantequilla y el cinturón que encontrarás con el resto de mi ropa. Y te advierto: tienes que satisfacerme con la elección del pepino.

Cuando ella hubo vuelto con las cosas, le ordenó que se pusiera en posición de a cuatro y comenzó a explicarle su resolución:

Te voy a castigar con 50 azotes, quiero que conforme te los dé los vayas contando en voz alta. Si en algún momento te equivocas, volveremos a empezar. ¡Y no te atrevas a desafiarme!

¡Chhssst! El chasquido del cinturón resonó por toda la habitación, marcando su culo con una línea roja. Pasados unos breves instantes, le espetó dos cinturonazos seguidos.

Empezamos bien. Te aseguro que estaré toda la noche hasta que aprendas la lección. ¿Te has vuelto muda? ¡CUENTA-EN-VOZ-ALTA!

"¡Uno!", "¡dos!", "¡tres"... "¡veinte"... ¡"treinta" y así hasta cincuenta azotes soportó la inglesita con tenacidad, mordiéndose los labios cada vez que impactaba el cinturón. "Esto no es como los golpes del rosario", pensaba. "Me arde todo el culo y no puedo dejar de llorar". Se consolaba pensando en el gran placer que había tenido antes, pero le horrorizaba la perspectiva de pensar qué podría hacer él con la hortaliza y la mantequilla, aunque tenía sus sospechas. Había elegido un pepino del tamaño que en alguna ocasión le había metido Alejandra, pero no estaba segura de complacerle.

Eso es, has aguantado como una perfecta esclava. Sin embargo, tu elección del pepino es muy decepcionante. ¡Si mi rabo es mucho más grande!. Tráeme alguno decente, y que sea grueso.

Cuando se fue a levantar, con un temblor en las piernas terrible, la cruzó el pecho de un golpe con el cinturón. No pensaba dejarle escapar ninguna hasta domarla.

¡Al suelo! ¡Las putitas mentirosas no pueden andar como los demás! Tú irás a gatas como mi buena perrita que eres y me traerás el pepino con tu boca. ¿EN-TEN-DI-DO? —y acompañó cada sílaba de una sonora palmada en el culo, que ardía en carne viva tras el contacto con el cinturón.

¡Quiero que me respondas! ¿Lo has entendido o no? —le inquirió volviendo a estallar el cinturón contra su culo.

Sí, amo, perdona, amo. Yo no quería... —musitó, arrodillándose contra sus pies y pidiendo perdón con sus faltas. Juan le retiró los pies como si fuera un perro, agarrándola de la cabeza para escupirle en medio de toda la cara y saltarle:

No hay excusas. Ahora ve a hacer tu tarea.

Sí, amo...

Emma, humillada en grado sumo, gateó como pudo hasta la cocina, donde cogió el pepino más grande de todos. Ni siquiera razonaba bien por entonces y solo tenía en mente que se aliviara el sufrimiento de su culo. Disfrutaba del dolor, pero eso era puro sadismo, no entendía como él pudiera hacerla pasar por ese calvario. Dispuesta a aguantar hasta el final, cueste lo que cueste, se dirigió hacia su amo con el rabo entre las piernas, o más bien con el pepino entre sus labios.

Eso está mucho mejor. Quiero que veas este pepino, que lo admires, que dirigidas tu mirada viciosa sobre sus ásperas irregularidades. Este pepino va a pasar toda la noche alojado en tu culo. Y ya que lo has llenado de babas, sería buena hora de que lo lubricaras. Eso es lo único que te voy a conceder.

Embadurnándose los dedos de mantequilla, Juan le penetró el anillo del culo, primero con tres y luego con cuatro falanges, hundiendo el índice, el corazón y el anular simultáneamente. Su intención a priori era conseguir un fisting, pero pensó que sería mejor violentar su culo directamente con el pepino. Emma, sin ser consciente de lo que le iba a suceder, se dedicaba en cuerpo y alma a lubricar el pepino como por acto reflejo, como si de ahora en adelante esa fuera la única función de su boca. Solo reaccionaba ante el ocasional roce de las manos de Juan en sus nalgas, todavía doloridas. Cuando sintió un pedazo de mantequilla derretirse en la entrada de su culo, sabía que le había llegado la hora:

Quiero que recuerdes muy bien lo que va a suceder. Eres mi puta y siempre lo serás. Nosotros no vamos a tener contrato. Tu lugar es el suelo y estarás de rodillas o a cuatro patas a no ser que te diga lo contrario. Tampoco podrás andar como las personas normales. Te he follado la boca, me he corrido en tu culo y has recibido mi meado. Voy a abusar de ti hasta que se te quede grabada esta noche —sabiendo el dolor que soportaban las rojiblancas nalgas doloridas, le plantó dos crueles palmadas, esta vez más rápidas. —Todavía no lo sabes bien, pero estás empezando a comprender que a mí no se me desafía.

Con gran presión, intentó introducírselo en su dilatadísimo agujero, pero falló en el intento. Era imposible que algo tan monstruoso cupiera dentro. Poco a poco, sin embargo, fue forzando su entrada, hundiéndole apenas dos centrímetros en sus entrañas. Juan estaba como loco intentando hacer deprisa algo que, en condiciones normales, llevaba su tiempo; pero es verdad que obtenía sus resultados. El culo cada vez dilataba más y más: cinco centímetros dentro de su culo amenazaban con dar entrada a los restantes 25 centímetros del penino. Juan le pusó los pies contra su culo, de modo que los talones se apoyaron en su encharcado coño.

No estaba cómoda, pero tampoco podía moverse. Juan la aprisionaba con sus propias manos. Hasta entonces no había calculado que pudiera ser tan fuerte. Con una mano le introducía el pepino con agresividad y con la otra le sujetaba los pies que había empezado a follarse por las plantas. Era la primera vez que alguien le follaba así los pies. Con esa posición empezó a disfrutar, pues su polla chocaba en su coñito mientras le frotaba los pies. Eso provocó que ella se excitara involuntariamente, dilatando más su ano y acogiendo más de la mitad del pepino, que le hacía sentirse cada vez más llena.

Para Juan, esto era lo mejor de toda la sesión de sexo, tanto que no pudo aguantarse más la corrida, y era la tercera de la noche. "TOMA, INGLESITA PUTITA", gritó, mientras explotaba en los pies blanquísimos de la eramus, al mismo tiempo que hundía repentinamente la mitad que faltaba del pepino en su culo. Fue tan feroz la estocada que Emma se desmayó, cayendo hacia abajo como una muñeca de trapo. Juan, como le había prometido, le dejó el pepino donde estaba, incrustado en su santísimo culo y le dirigió una mirada condescendiente y satisfecha.

La habitación estaba hecha una cuadra, llena de fluidos, meados y hasta algún resto sangre. Destacaba la figura de la inglesita, desmayada y despatarrada contra el suelo, desnuda menos por la falda medio levantada ofreciendo la visión de un culo malherido violado por el vegetal. Sus medias de rejilla habían acabado destrozadas en la parte que cubre el culo y exhibían las destrozadas nalgas de la erasmus, que en contraste con la blancura de su piel estaban prendidas de rojo por los azotes. Con una sonrisa de satisfacción, Juan decidió buscar el cuarto de Emma con el fin de dormir. Lo último que pensó antes de caer rendido en la cama fue que no le había dicho a Emma que le gustaba que le despertasen con una buena mamada mañanera.

Continuará...