Emma y Juan

De cómo en una fiesta universitaria un joven acaba dominando a su compañera Erasmus.

—Te digo que le medía 25 centímetros, ¿vale? Intentó metérmela entera y pensé que me ahogaba con mis propias babas.

—Chica, qué cerda eres. Parece mentira que seas la alumna modelo de la clase.

—¡Habló la santurrona! ¿Cuántos profesores llevas ya? Estás celosa porque me eligió a mi y no a ti.

—Tía, no exageres tanto, anda. A las dos nos gusta perder un poco la cabeza, pero hay un límite. No puedes chupársela a cada conductor de Uber que pillemos. Si será por dinero, tía. Además, fuiste tú la que se lanzó.

—Calla, calla, que ya lo sé. Si es que no he podido resistirme, tía, ya sabes lo que me gustan los maduritos...

—Y mientras tanto tu amiga despechada esperándote.

—Y cuando he ido a pagarle, sin querer he rozado su polla y la he notado palpitar. ¡Te lo juro! ¿Qué querías que hiciera? ¡Lo siento, Leticia!

—Bueno, no pasa nada, pero la próxima vez en vez de dejarme tirada, compartimos el rabo.

—Tía, eres mi sister , ¿vale? Nosotras compartimos todo. Pero es que este me gustaba de verdad y quería estar con él yo sola, sabes que odio esperar mi turno en las mamadas.

—Pff, te pones histérica. Bueno, venga, no te ralles. ¿Y Así sin más lo has hecho? ¿Se ha corrido dentro?

—Hasta la última gota. Más bien me ha follado la boca. Yo estaba tan cachonda que no hacía otra cosa que restregar mi culo contra el asiento, pero ni siquiera me ha tocado. Sólo me agarraba del pelo y me presionaba para que se la mamara entera, hasta que he conseguido chocar su barriga con mi frente. ¡Menuda polla!

—Chica, otra cosa no, pero las pollas son tu especialidad. Pero sigo sin creerme lo de los 25 centímetros.

—Así que eso te cuento, yo le he hecho el servicio pero él me ha dejado con todas las putas ganas.

—Pues mira, luego vamos al bar de los maduritos que nos gusta y nos elegimos un par para nosotras solas. La última vez que lo hicimos me encontré a mi antiguo director de instituto, ¿te acuerdas? Aunque fuiste tú la que acabaste recibiendo su leche...

—No sé, tía, me apetece ponerme hasta el culo y bailar hasta que me canse— y se puso a bailar un sensual perreo, acorde con la música latina de la fiesta al aire libre en la que estaban. Esa era Inés Rivera, la reina del perreo y famosísima por sus mamadass, que junto a su amiga Leticia, una gallega de unas tetas desorbitantes, era la chica más popular (para los maduritos la más accesible) de toda la Universidad. Con el pelo sedoso y castaño que le llegaba hasta el culo y un bonito color de piel caramelo, calzaba unas piernas largúisimas que realzaban su magnífico culo, firme y redondo—. Y luego igual me pido un uber.

A su lado estaba nuestro protagonista, Juan, escuchando furtivamente la conversación y empalmándose cada vez que hablaban explícitamente de sexo. No creáis que era algo raro en ese sitio, lugar donde la juventud había crecido sin ningún tipo de restricción moral . Él sólo había tenido un encuentro con Leticia, quien después de chupársela le pidió como recompensar un reloj nuevo, como si mereciera un premio por haber estado con él. Éste estaba en medio de una relación complicada y quiso alejarse de la calientapollas gallega que utilizaba la voluptuosidad de sus tetas para recibir favores a cabio Por eso no había tenido nada más con ella ni con su intocable amiga que mediante extorsión tenían cogidos por los huevos a buena parte del claustro y del alumnado de la universidad

Así que, rodeado de estudiantes salidos con el único propósito de celebrar fin de exámenes y mojar todo lo posible, se encontraba Juan trantando de disimular un calentón que tantas chiquillas le estaban produciendo. Daba igual donde mirase pues su mirada se dirigía como un imán hacia los cientos de escotes y culos prominentes. Él había perdido a sus amigos caundo volvía de mear, momento en el que se topó con Inés y Leticia, que al tiempo se fueron a por más bebida, y de repente se vio solo entre la multitud, cachonda por el alcohol y la música electrolatina.

Este tipo de música tenía muchos detractores, inexplicablemente de acuerdo con el protagonista, dado que era la música más sensual y abiertamente sexual que existía. Las mujeres que sabían perrear como Dios manda. La que más relucía para nuestro don Juan particular, actualmente sortero, era Emma, una alumna de Erasmus de Inglaterra que acudía a su mismo curso y que corría como una loca hambrienta de experiencias, dejando a su paso un reguero de miradas babeantes centradas en los vuelos de su falda.

Adentrándose en el gentío y sudoroso por las horas de fiesta continuada y el calor, se dispuso a encontrarse con la erasmus, a quien creía haber visto antes lo más cerca del escenario de Dj's. Sabía que a partir de ahora ya no iba a poder escuchar ninguna conversación salida de tono, práctica que solía realizar cuando salía a cazar coñitos, como él los llamaba, pero la expectativa de ver el culo de Emma superó su reticencia. Sabía que le gustaba de verdad una chica cuando la acompañaba a las fiestas más ruidosas, que a él le provocaban dolor de cabeza, a no ser, claro está, que creyera tener oportunidades con alguna chiquilla. Al encontrarla, se acercó con la intención de calentar el ya de por sí sofocante ambiente, ocultando unos intereses que él creía solo suyos:

—¿Te lo estás pasando bien en esta fiesta? —preguntó con una sonrisa bobalicona que él creía muy astuta—. Joder qué borrachera llevo.

—¡¡Sí, fiesta!! ¡ I really love shots! Quieres beber shots ? ¿Conmigo?

—Solo si me das un beso a cambio —terminó diciendo—. Only for a kiss, you and me.

La insaciable Erasmus, que tenía una fama muy merecida de buscona e incluso se rumoreaba que también salía con chicas, inexplicamente accedió, pegando un grito y contoneándose con unos saltitos jugetones. Para Juan era como una de esas conejitas de Playboy: extremadamente sexy, con su aire de putilla, pero con un comportamiento pueril e inocente propio de una niña que está entrando en la madurez. Disimulando nuevamente una erección, se recolocó la polla, que empezaba a soltar precum como anticipando lo que iba a pasar después. No tuvo más remedio que sujetarla firmemente con el cinturón, de modo que el glande asomaba un poco por encima del pantalón, pero como él no solía bailar no tuvo miedo de que le descubrieran.

No tenía precisamente un pollón de esos relatos tan rocambolescos, más bien unos 18 centímetros bien puestos, suficientes para crear una vistosa tienda de campaña en sus pantalones si se descuidada. Los pechos de la inglesita, en cambio, amenazaban con escapar de su cárcel sin que la erasmus pusiera remedio a la situación. Aunque era guapa de una manera convencional, su mayor atractivo era su carácter modoso pero a la vez completamente insinuante, combinando los modales de una perfecta adolescente inglesa de 19 años con una picardía exhuberante recién adquirida. Después de todo venía de Londres, así que perfectamente esta aventura internacional debía ser su primera toma de contacto con el mundo. Y, aunque él solo lo intuyera entonces, sin duda lo era.

Llegados a este punto, compete pararnos para dibujar a Emma en unas líneas: era rubia, de un platino casi ceniciento en forma de trenzas que se posaban en sus tetas, con una cara siempre sonriente y unos ojos bailarines que jugaban con la luz, cambiando de color con su movimiento; en cuanto a su cuerpo, era de estatura baja, con una figura ligeramente rellenita pero definida, en el que destacaba su culo que de vez en cuando asomaba por su falda y sus tetas, grandes y lechosas, en consonancia con el blanco nuclear de la guiri.

No era un bellezón clásico ni tampoco su tipo, pues él siempre había preferido el color de piel caramelo de las latinas; pero con su 1. 55 cm. y sus 19 añitos había revolucionado el arte de chupar pollas en la pequeña ciudad. No obstante, se rumoreaba que su sexo estaba vetado, por lo que era el coñito más famoso de la facultad de Economía y fuente de las pajas de buena parte de su alumnado, contando al propio Juan de esta historia. Solo en contadas ocasiones, había frecuentado los labios de alguna afortunada compañera, o eso contaban la leyenda.

Lo cierto es que por lo menos veinte conocidos suyos de clase habían recibido sus artes mamatorios en los baños de alguna discoteca o en el coche de imprevisto, pero ninguno bebió las mieles de su probablemente (o eso pensaba el protagonista cuando se lo imaginaba en sus pajas matutinas) rosado coñito. Él, por su parte, acababa de salir de una relación de casi medio año con otra compañera de clase, con la que intentó hacer sus fantasías realidad hasta que desistió ante sus negativas de pasar a una relación de amo-sumisa. Ni siquiera le dejó probar su culo, quizá la parte de la anatomía femenina con la que más disfrutaba Juan.

No sería justo decir que nuestro protagonistas fuera un ser machista de esos que pintan por la tele y acaban matando a toda su progenie, sino simplemente deseaba sentir la adrenalina que genera el poder, el saber que su pareja se postraba desnuda de todo y deseosa de cumplir sus más impredecibles mandatos, con una actitud sumisa y devota. En cuanto a esto, la inglesita tenía muchas papeletas para acabar siendo su conejillo de indias, y aunque intuía que había una buena posible sumisa en ella, lo que más iba a discifrutar era minar todas sus defensas y conseguir lo que nadie había hecho: poseerla por completo. Con todo, estos pensamientos del protagonista eran apenas unas ilusas —y ansiosas— elucubraciones, sin llegar a saber en ese momento que eso mismo era lo que ella estaba buscando en una relación.

De modo que le señaló una botella de Tequila, acercando dos vasos de plástico para tomar los chupitos. En ese momento, con un movimiento desganado y en apariencia involuntario, Emma dejó deslizar la botella sobre su escote calándose todo el pecho, fingiendo vagamente como si fuera un descuido ante la desconcertada mirada de nuestro protagonista que solo tenia ojos para los pezones que se dibujaban en la ajustada camiseta blanca. Emma, musitando unas excusas apenas inaudibles con el ruido de la música, se alejó de sus amigos haciéndome señas para que me juntara a ella, pues quería decirme algo al oído.

Fue, entre la multitud extasiada por la fiesta, el alcohol y la música incansable, cuando ella proclamó a su oído la frase que cambiaría su noche: "¿Me acompañas a mi casa?", mientras, sutilmente, rodeaba su cadera con su brazo, rozando inesperadamente la punta de su miembro que ya estaba empezando a dolerme y que parecía a punto de explotar. No cabía duda de dos cosas:

  1. Ese movimiento no había sido involuntario, no podía serlo.

  2. Intentaría hacerla mi esclava sexual.

Luego de esncontronazo, se fueron de la fiesta pasando desapercibidos por una multitud que casi ni se podía encontrar a sí misma, sin dirigirse la palabra. Juan le preguntó, una vez llegamos a una zona más tranquila, que si su casa estaba cerca, procurando utilizar un vocabulario muy escogido pues sabía que su compañera de viaje tenía muchas dificultades con el español, que hablaba con un gracioso acento mexicano. Ella le contestó que vivía a 5 minutos, en un piso compartido con unas compañeras que ahora estaban en la fiesta y que además quería que subiera con ella para que la aconsejase con el cambio de ropa. Él poco le escuchaba, sabiendo que tenía alguna oportunidad con ella y perdido, como era de esperar, en la contemplación de su culo perfectamente moldeado. Cuando llegaron al portal, entraron en el ascensor y se decidió a poner una mano en el culo que le estaba empezando ya a volver loco, cosa que al poco tiempo Emma le correspondió con un acalorado beso con lengua, muy morboso, interrumpido por la llegada a su piso.

Con la idea de follársela a toda costa, o al menos de recibir una buena mamada, le acompañó hasta la cocina de su casa donde la cogió en volandas y se puso a liarse con ella durante un rato que pareció eterno. Apoyándola en la encimera, deslizó una mano entre su falda para descubrir que la inglesita era más viciosa de lo que esperaba, pues se topó directamente con su coño perlado por el sudor, que le calentó aún más pues se figuró que no llevaba ropa interior por lo menos desde hace unas cuantas horas. De primeras, la leyenda de que su coño era inviolable estaba empezando a demontarse en mi cabeza.

Su concha, como ella la llamaría más adelante, era perfecta, sonrosada y fina, sin pelo a la vista más allá de una delgada línea que nacía del pubis. Aunque estuviera sudada por la fiesta, despedía un aroma floral y le daban unas ganas increíbles de comérselo. Así como estaba, se puse a chupárselo con voracidad, al principio con largos y profundos lametones, y luego con frenéticos lametazos que hacían que el culito de la erasmus se moviera inquietamente impulsado por el placer. En uno de esos movimientos, tiró buena parte del contenido de la encimera, a lo que se aferró a mi cabeza tirándome del pelo y empujándola más aún hasta su sagrado coño. Él tenía una lengua larga que aprovechaba para alojar en su finita, estirándola todo lo posible mientras penetraba su cavidad, provocando en la inglesita unos grititos de placer que mezcabala en español y en inglés.

Cuando la empezó a penetrar con los dedos, al principio con el índice suavemente y luego con tres dedos de forma salvaje, ayudándose del pulgar para frotar su clítoris, le regaló un orgasmo sensacional que se notó en cada fibra de su cuerpo, acompañado del grito de ¡Papito! con el que se tuvieron que quedar los vecinos. Por lo pringosa que estaba su mano, de la que manaban los efluvios de su impresionante corrida, y por la facilidad de la penetración, supuso que la inglesita llevaba caliente desde hace rato. Hacía tiempo que no se veía en esta situación, con una despampanante mujer desnuda y expuesta ante él, por lo que decidió aprovecharse en su beneficio hundiendo sus dedos mojados en su boca y espetándole que quería una de sus famosas mamadas de putita. Emma, que le estaba empezando a parecer mucho más inteligente de lo que parecía, le respondió con una sonrisa jugetona, introduciéndose los dedos de su mano hasta sacarlos relucientes.

Y hete aquí, que frente a todo pronóstico, tenía a la mujer de mis sueños y de innumerables pajas de rodillas ante mí, esperando paciéntemente a que liberara el ya por entonces monstruoso bulto de mis calzoncillos, a lo que ella se lanzó a atraparlo la boca y hundírselo hasta tocar la garganta. Juan sabía que se estaba ahogando pero era ella misma la que estaba ejerciendo presión sobre su miembro, haciendo acopio por llegar a la base de su rabo. Cuando lo consiguió, se la sacó de golpe y escupió en el glande, volviendo a introducírsela en la boca para succionar la punta.

Cuando se dió por satisfecha, inició una serie de mamadas profundas a las que imprimía cada vez mayor velocidad. Al acabar esa imparable racha, le apretó los huevos mientras prolongaba la última mamada, haciéndole algo de daño pero disfrutando de los 18 centímetros de su rabo palpitando en su boquita. Hazto seguido, se dedicó a lamer con la punta de la lengua cada parte de la piel de su polla, haciendo especialmente atención al glande y a los huevos y llegando a quedarse muy cerca del agujero de su culo. En poco más de 30 minutos, sin saber muy bien cómo, había conseguido que la chica de sus sueños le hiciera la mejor mamada de su vida.

Él no sabía entonces que ella llevaba tiempo queriendo comerle la polla y que solía espiarle en clase y en las fiestas, buscando descubrir el tamaño de su polla con lo que revelaban los pantalones. Se ve que estaba en la gloria, pues no aminoraba el ritmo de succión, forzándose ella misma a tragar aún más centímetros de polla. Al principio le costaba llegar hasta el final, pero con la práctica consiguió alojarla entera varias veces sin dificultad. Lo que más le gustaba era sacársela entera de la boca para volverla a tragar con fruición, repitiendo la operación hasta que se sentía ahogar.

Debido a toda esta locura desenfrenada, él no pudo evitar abrirle la boca con las manos para tirarle un sonoro escupitajo que cayó en su lengua y que la salpicó en el labio. Por un momento pensó que se había pasado, una cosa era que le hiciera una garganta profunda y otra pasar al sexo sucio. Sin embargo, vio cómo ella se quitaba la poca ropa que la quedaba, su camisa blanca manchada por el tequila y su sujetador de encaje, al tiempo que le habría la boca enseñándole que se había tragado todo el contenido de su saliva. La volvió a escupir, esta vez impactando en su liberado pecho, a lo que ella recogió los restos para embadurnarse los pezones. Eran de un tamaño considerable y rosado y parecía que llevaban empitonados mucho tiempo.

Con todo este festín de carne y encontrándose en el cielo, Juan se dio cuenta de que la inglesita estaba disfrutando de lo lindo mamándola como si solo eso le bastase para darle placer, pues alternaba profundas y violentas mamadas con un suave ritmo de pajeo mientras le miraba a los ojos y le susurraba palabras como Mmm... Your cock! oPapito, mamita quiere verga. Por aquél momento no entendía nada acerca de esta extraña mezcla de idiomas, ni falta que hacía, pero posteriormente descubriría que estas palabras las había adoptado de su compañera de piso mexicana, Alejandra, chica a la que tenía fichada por su gigantesco culo color chocolate. A pesar de que a partir de esta noche descubriría nuevos placeres en el terreno sexual por la mano de la deshinibida Emma, ella estaría a punto de conocer su carácter domninante con el que le gustaba, incontestablemente, tratar a sus parejas y a sus ocasionales ligues.

Agarrándola del pelo, le imprimió una serie de estocadas con la pollaque hacían chocar su frente contra mi tripa, que solo interrumpía para sacarla por completo y restrégarsela por toda la cara. Verla disfrutando con su polla y con su saliva le había puesto a cien, por lo que decidió relajárse golpeando la lengua y las mejillas de la chiquilla con su miembro, deleitándose con el ruido de los pollazos. Después de estar diez minutos follándole intensa y desquiciadamente su dulce boquita, en la que el pintalabios rojo apenas se veía por la cara congestionada y llena de saliva de la inglesita, decidió jugarse la última carta que le quedaba por sacar:

—¡Joder, dios, qué putita, me pasaría horas follándote tu boquita de buscona! Pero antes quiero que me escuches lo que te voy a decir: yo soy por naturaleza y siempre busco a putitas sumisas. Si quieres que esto vaya a más, tienes que prometer obedecerme en todo, pues de ahora en adelante mi polla será tu mundo. Te aseguro que no te arrepentiras si accedes y tu coñito estará más satisfecho que nunca. ¿Qué me dices? —pregunté, en parte para cerciorarme de que me estaba entiendo. —Mira, te lo pongo fácil. Tu sucia boquita no deja de tirar babas y me has manchado los zapatos. Quiero que me descalces y que me lamas los pies, que los huelas y que los adores como hace poco hacías con mi polla. Si lo haces bien, te regalaré una corrida de leche en la cara; si no, me iré y no volveré a verte. ¿Lo haces o no, putita?

Cuando agachó la cabeza para mirarle a los pies supo que no sólo tendría éxito esta noche, sino que había conseguido a una perrita de una obediencia ciega. Ella desatendiendo su orden, empezó a besarle las zapatillas y a recorrer la suela con su lengua, a lo que pasó a descalzarle y devorarle los dedos y la planta, chupando y sorbiendo fuertemente con gran entusiasmo, como si verdaderamente fuera fetichista de pies. Eso sí que fue un acierto fortuito, pues cuando la ordenó esto no se imaginaba que estuviera con una persona que disfrutara tanto siendo follada por un par de pies sudados. Las vistas eran inmejorables: el bellezón inglés, con la cara zondando el suelo y con el culo tieso, estaba saboreando los dedos de sus pies, en un acto de pura sumisión, sin dejar de gemir extasiada. Se forzaba a sí misma a introducirse todos los dedos del pie hasta que no podía respirar y alternaba estos movimientos con suaves besitos de adoración.

Después de un rato admirándose de su trabajo, le levantó la cabeza dirigiéndola hacia su polla, mientras la introducía y le aclaraba que me iba a correr dentro de su boca y que debia tratar de tragarse todo, o habría un castigo. Tras varios minutos de intensa y forzada mamada, se corrió abundantemente en su boca de putita, gozando de la presión que hacía con su lengua y sus labios, con la mala suerte de que al sacar su polla cayeron algunas gotas de semen sobre sus tetas y sobre el suelo. Emma se dio cuenta de las que cayeron en su pecho, a lo que comenzó a estirárselas para lograr meterselas con la boca y succionarlas, mirándome a los ojos en busca de aprobación. De nuevo le sorprendió lo guarra que podía llegar a ser, limpiándose ella misma las tetas con la boca como si fuera lo más normal del mundo Esa muestra de devoción le devolvió instantaneamente el calentón, pues sabía que ya no quedaría nada que no le dejara hacerle a su precioso cuerpo.

Por más que la evolución de Emma de buscona a putita sumisa fuera un sueño cumplido para él, tenía que marcar una posición dominante, por lo que le señaló con desaprobación las gotas que había en el suelo con un gesto de fingido enfado. Ella reaccionó de forma inmediata apoyando la cara contra el suelo para lamer todos los restos y Juan aprovechó a apoyar con fuerza su pie en su cabeza, limitando sus movimientos. A la par, comenzó a darle unos contundentes azotes en su culo, marcándole en seguida con rojo su preciosa piel blanca, que finalizó con un sonoro cachetazo que dejó una marca de mano pefecta. Todos y cada uno de los azotes fueron acompañados por un gemido de su parte, excepto con el último, con el que notó que las piernas le temblaban como si sea acabara de correr. Junto con ese último azote, escupió en su pequeñito e inexplorado ano, metiendo hazto seguido todo el dedo corazón hasta chocar su entrada con los nudillos. Ella pegó un respingón pero no dijo nada, adoptando una posición de sumisión que me volvió a poner aún más cachondo.

—Sólo queda la última cosa y ya serás mi putita. ¿Te suena la yellow rain ? Vas abrir esa boquita que ya me pertenece y te vas a beber todo mi meado, sin olvidarte de limpiarme la polla cuando acabe. Si haces esto, te prometo que tendrás esta polla siempre que quieras. —Conforme avanzaba la noche, cogía cada vez más seguridad y era más contundente con sus palabras sabiendo que había encontrado a una putita que sabía que debía contentar cualquier deseo de mi polla.

Colocando si glande en la entrada de su boca y una mano en su nuca, corrí a mearme dentro, maravillándome de que no hacía falta sujetar su cabeza pues no rechazaba nada mi caliente orina, sino que tragaba a medida que lo iba soltando. Cuando terminé, me retorcí del gusto, pues había conseguido mi objetivo: tener a una bonita cachonda a mis pies relamiéndose después de haberme ofrecido su boquita, limpiando cada gota suelta que quedaba del meado que gustosamente se había bebido.

—¿Eso es todo, papito ? ¿Cuando vas a follarme? —Se podía notar por su tono de voz que la lluvia amarilla no había hecho más que excitarla y que se estaba muriendo de que la empalara con su rabo. Su chochito, por lo menos, no paraba de chorrear como pidiendolo a gritos.

—No, ni mucho menos. Ahora tengo que pedirte unas cosas.

Continuará...