Emilio (Tarde-Noche)

Sin que Emilio se lo propusiera, había llegado puntual a la cita nocturna.

Al terminar de comer, salieron al porche y se sentaron en la mesita de mimbre.

Marcos rebosaba de alegría viendo a su nieto hecho todo un galán; no podía dejar de mirarle mientras se tomaban el café que les había servido Dolores.

Pero, procuró no estar mucho tiempo; no fuera que su nieto se diera cuenta de que lo miraba demasiado. Y se disculpó con él, pretextando que estaba muy cansado.

Cuando Dolores terminó de arreglar la cocina, salió al porche

  • ¿Y Marcos?

  • Ha ido a echarse, tata. Estaba cansado

  • ¿Sii?… ¡que raro!. Normalmente se queda dormido en la hamaca.

  • Yo también estoy cansado, tata... y creo que me voy a echar.

  • Claro, hijo. Anda y ve a tu habitación a descansar.

Entró en la habitación y se quitó los pantalones. Los colocó en la silla que había junto al armario y, en calzoncillos, se dejó caer sobre la cama. Se cubrió con la sábana, de mala manera, y se dio la vuelta.

No tardó mucho en quedarse dormido.

Al rato. Completamente perturbado por el deseo que sentía por su nieto y meándose, Marcos salió de la habitación y se dirigió al cuarto de baño. Pero, al pasar frente a la habitación de Emilio, sintió la tentación de entrar. Y se atrevió a abrir la puerta.

Se quedó hipnotizado Junto a la puerta, mirándole sin parpadear. Recordando el momento en que le había visto completamente desnudo; poniéndose los calzoncillos, antes de ponerse los pantalones cortos para ir a comer.

Se acercó con mucho sigilo y siguió mirando esos calzoncillos, que se dejaban ver entre las sabanas. No se atrevió a sentarse en la cama, no fuera que se despertara.

Mucho mas cerca, lo miró detenidamente. Y creyó que si se le tocaba suavemente no se enteraría.

Apartó un poco mas la sábana y posó la mano sobre los calzoncillos; y luego, lo observó y esperó.

Poco a poco, se las arregló para que Emilio abriera un poco las piernas. Así le gustaba mas..

No podía, ni imaginarse, que Emilio estaba dispuesto a dejarle llegar hasta donde quisiera.

Estaba excitadísimo.

Hacía mucho tiempo que no se le ponía así, y no quería saber si lo que estaba haciendo estaba bien, o, mal. Solo quería seguir ahí, admirando el cuerpo de su nieto.

Trató de introducir una mano bajo la tela de los calzoncillos. Pero, Emilio, decidió despertarse.

  • ¡Hola, abuelo!.

  • ¡Hola hijo!...

Me gusta verte dormir ¿sabes?. Se te ve tan dulce… y tan guapo.

Emilio esbozó una sonrisa y se acercó a besarle en la mejilla.

  • ¿Que hora es?

Marcos, salió a la puerta y miró el reloj de pared

  • ¡Van a ser las cinco!...

  • No sé si levantarme o seguir durmiendo abuelo ¿que hago?. Es que, no sé…

En ese momento llegó Dolores

  • ¡Ah!, ¿estáis aquí?...

¡Pos, tu deberías estar preparándote ya!, le dijo a Marcos. ¡Que, ya sabes que a las seis y media tenemos que estar en casa de mi hermana!.

Y se fue a la cocina.

  • Es que, es el cumpleaños de Nuria, la nieta mas pequeña de Mercedes; y vamos a ir a Almería, a celebrarlo en el restaurante que tienen allí. Así que, no nos verás hasta esta noche ¡eh!. ¿Si quieres venirte?...

Emilio se levantó y buscó en la mochila su cepillo de dientes y la crema dental.

  • ¡No, abuelo! prefiero quedarme... ¡Si no os importa, claro!

  • ¡No, hijo!, ¡que nos va a importar!

Luego, salió al patio a coger la toalla que había dejado tendida y entró en el cuarto de baño.

Al apartar la cortina de la ducha vio una esponja para exfoliar completamente nueva junto a la botella del gel de ducha.

Y llamó a Marcos

  • ¡ABUELO!, ¡VEN UN MOMENTO!…

Marcos entró en el cuarto de baño...

  • ¡Es solo un momento!, abuelo. Pero, necesito que me hagas un favor.

Échale bastante gel y frótame bien en la espalda ¿vale?

Con la esponja en la mano, Marcos se quedó quieto sin saber a que atenerse. Tenía a su nieto completamente desnudo delante de él.

  • Fuerte ¡eh!, abuelo. Y luego, me pasas la mano a ver que tal ha quedado ¿vale?

  • ¡Vale, hijo!…

Emilio exhibía un cuerpazo tremendo. Se le había pegado un poco el sol, por la mañana, y tenía el culo un poco mas blanco que el resto del cuerpo, pero esa marca aumentaba su atractivo.

Por eso, Marcos se puso un poco nervioso; aunque estaba encantado ¡eh!. Volcó la botella de gel en la esponja y empezó a restregarle la espalda...

Primero los hombros, claro. Le parecía lo mas lógico. Pero, fue bajando, hasta llegar al nacimiento del culo que, ahora, podía mirar con detenimiento, sin levantar sospechas. Y ganas le daban de enjabonarlo, también, pero se contenía...

Frotaba con fuerza, como su nieto le había pedido; y restregaba, una y otra vez. Luego, con las manos sobre la piel recorría la espalda, comprobando si el trabajo estaba bien hecho y seguía frotando.

Miraba ese cuerpo, que ahora tenía entre sus manos y sentía un gran placer.

Emilio, por su parte, se enjabonaba las axilas sin prestarle atención; y, metiéndose las manos entre las piernas se frotaba los huevos...

  • ¡Oye!, abuelo, estoy pensando que... estoy seguro de que tu lo vas a hacer mucho mejor que yo. ¿Te importaría frotarme todo el cuerpo?..., o, ¿te da vergüenza?

  • ¡Que va!… ¡para nada, hijo!. Si tu quieres...

Volvieron a oír a Dolores metiéndole prisa para que se vistiera. Pero Marcos siguió enjabonando el pecho de su nieto con la esponja llena de espuma y con las manos sobre su piel comprobaba como iba quedando todo. Disfrutaba del calor que despedía y daba rienda suelta a su deseo de tocarlo abiertamente.

Tenía entre sus manos ese maravilloso cuerpo que se le ofrecía de manera tan fortuita.

Inspeccionaba los huecos mas recónditos de la anatomía de su nieto y se daba cuenta del placer que sentían los dos ejecutando este pequeño ritual.

Estaba descubriendo a su nieto, como un cómplice perfecto para satisfacer el deseo que había despertado en él.

De mala gana, empezó a aclararlo; y, poco a poco, tuvo que terminar. El tiempo apremiaba y Dolores no dejaba de vocear desde su habitación.

  • ¡Bueno!, creo que ya está ¿no?. ¿Voy a vestirme?

  • ¡Claro, abuelo!

A las seis y cuarto se despidió de ellos...

  • Pasadlo bien ¡eh!... y no penséis en mi. No tengáis prisa en volver, tata.

Dolores le dio las llaves de casa para que no tuviera que despertar a nadie cuando regresara de madrugada; y se pusieron a andar calle abajo. Antes de dar la vuelta a la esquina se volvieron para despedirse, agitando la mano; y Emilio, que había salido con ellos, respondió a su saludo y se dio la vuelta para entrar en casa.

Se tumbó en la cama, y durante un buen rato estuvo dándole vueltas a todo, pero el tiempo pasaba y debía ir a la farmacia a por algunas cosillas, así que se puso una camiseta; y en bañador, se metió las chanclas de goma para salir. La farmacia estaba muy cerca; y, allí, hablando de todo un poco con la farmacéutica, que le había visto con los amigos de su abuelo en la playa, se enteró de donde vivía Pepe.

Volvió a la casa; y después de prepararse para la fiesta, se puso sus calzoncillos favoritos, el pantalón corto, una camisa estampada que parecía de camuflaje y unas sandalias. Y salió a pasear.

Después de haber recorrido varias calles admirando algunas casas y alguna que otra cosa mas, se encontró frente a un chiringuito, donde vio que algunas personas sentadas en la terraza disfrutaban de un bocata de jamón, con una chorreada de aceite y unas rodajas de tomate.

Enseguida se le abrió el apetito; y se le antojó uno de esos. Se sentó en la barra y se quedó mirando la puesta de sol.

  • ¿No eres de aquí, verdad?, le dijo el camarero

  • No. He llegado esta mañana.

  • ¿De Madrid?

  • Si, de Madrid

  • ¡Yo también soy de Madrid!…

Y le ofreció la mano

  • ¿Que va a ser?

  • Ponme un bocata de esos, de jamón con aceite y tomate... y una jarra de cerveza.

Al camarero le había caído bien; y trató de hablar con él. Pero estaba muy ocupado atendiendo a la gente que estaba empezando a llegar. La terraza se llenó en poco tiempo y Emilio empezó a sentirse observado.

Esas mujeres. No dejaban de mirarle…

pero, de repente, uno de los señores que estaban con ellas, se dio la vuelta y le miró saludándole.

¡Coño!, pero si son Álvaro y Santiago, se dijo a si mismo; y se dirigió hacia ellos.

  • ¡Buenas tardes!

  • ¡Hola, niño!, dijo Santiago; que se levantó y le presentó a las mujeres.

  • Esta es Rosa, la mujer de Álvaro y esta otra es Ascen, mi mujer

  • ¡Encantada!

  • ¡Mucho gusto!

  • Este muchacho es nieto de Marcos y Dolores, que ha llegáo esta mañana de Madrid, dijo Santiago.

  • ¡Un placer!.

  • Y esos dos diablillos, que andan por ahí correteando, son mi nieta y su nieto, que son de la misma edad y siempre que nos juntamos se la pasan pipa.

  • Si quieres sentarte un ratito con nosotros...

  • ¡Rosa!, dijo Álvaro. Deja que haga lo que quiera, que seguro que tiene plan ¿verdá?

  • Bueno, he salido a pasear un rato. Todavía no conozco a mucha gente aquí. Pero sí, le tomo la palabra y me siento con Vds. mientras me como el bocata que he pedido... ¿les parece?.

  • ¡Claro, hijo!

El camarero se dio cuenta que se había sentado con ellos y le llevó el bocata y la jarra de cerveza, tomó nota de lo que iban a tomar los señores y regresó a la barra.

Ese camarero era una belleza, estaba claro. Y el también se quedó mirándolo.

Álvaro se dio cuenta; y bajando la voz, mientras las mujeres se entretenían con Clara, la nieta de Rosa, que se había caído y estaba llorando…

Le dijo...

  • Vive en Madrid, como tú. Se llama Cesar y viene a atender el chiringuito de su hermano casi tos los años. Creo que tiene 31 ...

¿Cuantos tienes tu?

  • 23, contestó...

Santiago escuchaba, no decía nada; y procuraba que las mujeres siguieran distraídas… pero, llegó el pedido; y Cesar colocó la fuente de pescaítos fritos y los refrescos en la mesa. Luego, regresó a la barra a por servilletas, que se le habían olvidado. Y Entonces, Emilio, que ya se había comido el bocata, aprovechó el momento y se despidió de ellos.

-

Bueno, creo que voy a seguir con mi paseo. ¡Que la pasen bien,

señoras

!

  • ¡Venga!, que te diviertas, dijo Santiago

  • ¡Adios!

  • ¡Adios!

  • ¡Hasta luego, niño!, dijo Álvaro

Ya había oscurecido y empezó a subir por una calle estrecha y llena de curvas.

Al llegar a cierta altura, la luna le llamó la atención.

Era una hermosa luna llena. Espléndida.

Se sentó en uno de los polletes que bordeaban la calle y se quedó mirándola tranquilamente. Hacía buena noche. Casi, hacía calor; y estuvo en un tris de quitarse la camisa. Pero no lo hizo, porque tenía que volver sobre sus propios pasos. Sabía que pasadas las doce le esperaban en el chalet de Pepe.

Callejeó durante un buen rato hasta llegar a la zona en la que le habían dicho que vivía y, enseguida, dio con la casa. Tenía la luz de la puerta encendida; y en el buzón del correo podía leerse el nombre de los propietarios.

No llegó a llamar, porque se dio cuenta de que la puerta de la verja estaba entornada. Así que, entró en el pequeño jardín y subió los tres escalones hasta llegar a la entrada en la vivienda. Ahora, si apretó el botón para que sonara el timbre…

Pepe no tardó mucho en abrir

  • ¡Hombre!, Emilín...¡pasa, pasa!…

...¡que puntual!

Efectivamente. Sin que Emilio se lo propusiera, había llegado puntual a la cita nocturna.

Le hizo pasar hasta el fondo del salón, y salieron a la piscina...

A la derecha, Pepe se había hecho una pequeña barra de bar, de madera, y la tenía iluminada con un foco amarillo y otro verde. La acompañaban cuatro taburetes.

  • Creo que me voy a poner un gin tonic, dijo Pepe... ¿tu quieres algo?

  • ¡Bueno, ponme otro!, pero con muy poca ginebra ¡eh!. ¡Por cierto!, ¿que ginebra tienes?

Pepe miró en el estante de abajo

-

¡

Larios,

Tanqueray

y Beefeater!

-

Que sea Beefeater

  • La tónica es Schweppes, ¿te vale?

  • ¡Perfecto!

Luego, encendió las luces de la piscina; y, de repente, el agua se iluminó y mostró el fondo azul y los escalones de acceso, blancos.

Los focos situados en las paredes laterales, a unos treinta centímetros del fondo, conseguían un efecto tal, que el agua invitaba a meterse.

Sin embargo, la zona con césped era escasa; y quedaba atrás, junto a la tapia, sin apenas iluminación.

  • ¡Como me gustaría darme un baño!, dijo Emilio..

  • ¡Pues hazlo, chiquillo!. ¡Que es toda tuya!...

Se quitó la ropa y en calzoncillos, se dispuso a meterse en el agua

  • No he traído bañador, ¡eh!

  • Y ¿que?, dijo Pepe…

Se acercó al bordillo y se tiró de cabeza…

Los calzoncillos se deslizaron hacia atrás y Pepe pudo ver ese magnifico culo.

  • ¡Uff!, que cosa!, ¡madre!, pensó…

y se acercó a la barra a por el móvil, para grabarlo.

Supuso que no se daría cuenta.

El constante desplazamiento, de estos, hacia abajo le fastidiaba mucho y terminó quitándoselos.

Entonces sonó el timbre de la puerta...

  • ¡VOY A ABRIR!... ¿VALE?

Emilio, le oyó; a pesar de estar haciéndose unos largos

Era seguro que habían llegado Álvaro Y Santiago. Pero siguió nadando.

Charlando, animadamente, se dirigieron a la barra, sin percatarse de que Emilio estaba nadando en la piscina completamente desnudo. Pero cuando vieron la preciosidad que había en el agua, fueron a sentarse sobre las dos tumbonas que había en una de las orillas; a ver el espectáculo.

Cansado de hacer largos; y viendo que tenía a su público muy atento, se acercó al bordillo; y tomando impulso con las manos, salió del agua.

  • ¡Ufff!, que rica está... ¿no os animáis?. Hace una noche perfecta.

Fue a la barra y cogió su gin tonic, le dio un trago y...

. Supongo que este es el mío ¿no, Pepe?

  • ¡Claro, niño! Estos dos, entavía no man pedío ná. ¡A ver!, ¿que os pongo?

  • ¡A mi, ponme lo mismo!

  • ¡Y a mi, también!

Tan solo Pepe

había cambiado de parecer; y se puso un

White Horse

Le miraban con deseo y con mucho descaro; y eso era algo que le gustaba.

Por eso, aprovechó para dejarse ver un buen rato.

¿Porque no os metéis en el agua?, de verdad que esta riquísima ¡eh!

Se acercó al borde y saltó (haciendo una carpa).

  • ¡Que bonito!. ¿Habéis visto que bien?, dijo Álvaro.

  • Pues yo también voy meterme, dijo Pepe; que fue quitándose la camisa hasta llegar a la escalera metálica que daba salida al césped. Dejo las chanclas en el borde y, poco a poco, fue entrando en el agua

  • ¡Ojuhh, que rica!. ¡Está calentita, eh!...

Emilio se acercó a él y le invitó a que se apoyara en sus hombros para ir hasta la otra orilla

  • ¡Venga!, que te llevó...

Empezaron a ir y venir, de un lado a otro, sin dejar de gastarse bromas.

Jugueteaban y procuraban salpicarse todo lo que podían. Pero, cuando Pepe notó que ya se había ganado su confianza, empezó a toquetearle con cierta picardía. No podía evitar que se le fueran las manos.

Lo acorraló en uno de los laterales y empezó a tocarle, sin ningún disimulo; y Emilio se quedó quieto, como paralizado, disfrutando de esas manos tan atrevidas.

Abandonándose a las apetencias de Pepe, decidió relajarse. Pero, no pudo evitar que su cuerpo empezara a salir a flote; dejando al descubierto, esa rica mamada y esa mano inquieta, que no dejaba de acariciarle entre las nalgas.

Álvaro y Santiago, por fin, dejaron las tumbonas; y se metieron en el agua para acercarse a ellos. Le echaron mano al culo y lo colocaron, de manera que ese ojete quedara a la vista; y mientras Pepe seguía con la golosina en la boca, Álvaro, que le metía la lengua entre las nalgas, casi se ahoga, lamiéndole el ojete.

Santiago le mordía los pezones con delicadeza y trataba de meterle los dedos en la boca. Esos labios le volvían loco.

Así estuvieron unos minutos, dándose un festín y confiados, totalmente, en su locura de poseer a esa belleza. Y, claro, se sorprendieron cuando el chico se revolvió y dando unas brazadas, llegó hasta la escalera metálica y empezó a subir, como si quisiera salir del agua. Pero, se quedó quieto en el tercer escalón... les miró, sacando el culo; y en un gesto de clara invitación les situó en un nuevo escenario para continuar con la fiesta.

Ahora, era Santiago el que le daba lengua en ese culazo, mientras Álvaro, que se había colado por debajo, se había metido entre sus piernas y le comía la polla.

El, estaba muy caliente y deseaba que se lo follaran sin más preámbulos.

Salió de la piscina y pidió una toalla. Y cuando se secó, se tumbó en el césped; abandonándose a lo que quisieran hacer con él. Se acercaron; y lo vieron tan entregado que se lo fajaron a fondo. Con alevosía. Le dieron por todos lados; y así lo tuvieron, hasta las 3:30. Mantuvieron ese culo bien lleno; y, a él, chorreando de baba.

Luego, empezaron a retirarse.

Santiago, que se había escapado a dar una vuelta con Álvaro; ahora tendría que justificarse ante su mujer. ¿Que inventaría?

Álvaro se quedó y ratito más, porque no podía despegarse del chico. Le gustaba demasiado...

pero tuvo que dejarlo cuando vio la hora que era. Su mujer no se acostaría hasta que llegara.

Pepe, que ya se había corrido un para de veces, no creía que pudiera hacerlo otra vez; pero empujaba con ahínco hasta el fondo, a ver si salía algo, porque ese culo le volvía loco.

Y, al final lo consiguió. Otra vez se corrió dentro del chico. Menos mal que siempre usaban preservativos.

La sacó y, quitándoselo, lo tiró en una pequeña bolsa de plástico que tenían para eso; y se limpió restregándose con el césped. ¡Que guarro!

  • ¡Ojuh, chiquillo! ¡Que a gusto mé quedáo!

Emilio, también lo había pasado bien; y dio unas cuantas vueltas sobre si mismo en el césped... se estiró y le pidió a Pepe que se la chupara.

Quería correrse antes de volver a casa.

Pepe encantado se la metió en la boca y uso sus mejores artes para que el chico se corriera; y mientras tanto, le metió dos dedos en el culo, que empujaba nerviosamente para ayudarse un poco.

Por fin, Emilio pudo correrse...

  • ¡Ahhh!...¡Ahhh!. ¡Ay, que a gusto!... ¡Ahy!

  • Bueno, ¿que?. ¿Te las pasáo bién?, le preguntó Pepe

  • ¡Por supuesto!… sois la hostia, Pepe!, ¡de verdad!. ¿Y tu?…. ¿y Álvaro y Santiago?... ¿crees que se lo habrán pasado bien, Pepe?

  • ¡De puta madre, quillo!. Lo hemos pasáo de puta madre.

  • Avisadme cuando queráis... ¿vale?, pero que no se entere mi abuelo.

Se vistió y se despidió de Pepe, dándole un beso en la boca

  • ¡MMMmmmmmm, que rico estás!

Y Pepe se echó a reir

  • ¡Adiós, sin vergúenza!

  • ¡Hasta mañana!, precioso...

Y se alejó rumbo a la casa de sus abuelos.

No tardó mas de veinte minutos en llegar; y enseguida se echó mano al bolsillo del pantalón.

  • ¡Uf!, ¡menos mal!, pensó.

Por suerte las llaves seguían ahí. Abrió la puerta y entró con sigilo. No quería despertarlos.

Pero a Marcos no le iba a despertar. Estaba esperándole. Acostado con Dolores, pero esperándole. Y, ¡claro que oyó la puerta cuando entró!. Tenía los cinco sentidos puestos en ello. Así que esperó un ratito. Nada. Cinco minutos; y salió de la habitación a mear.

Entró en el servicio; y se encontró con él, metido en la ducha.

  • ¡Ah, pero ¿ya estás aquí?

  • ¡Acabo de llegar!... Y me gusta acostarme fresquito, abuelo. Pero enseguida salgo ¿vale?

  • ¡Vale, hijo!. Es que me estoy meando y no puedo aguantar…

Salió y se secó delante de su abuelo, haciéndose el remolón, para que pudiera verle bien.

Y, por eso, Marcos tardó un poquito mas en terminar; porque viendo a su nieto desnudo se le había puesto dura y no podía hacerlo plácidamente.

Emilio se dio cuenta y salió del cuarto de baño completamente desnudo, dejó la puerta de la habitación abierta de par en par y se tumbó encima de la cama boca abajo; asegurándose de que su abuelo lo vería al salir.

Así fue. Marcos entró en la habitación y se sentó junto a él, se acercó y le dio un beso en el culo; y poco a poco metió la mano entre sus piernas y la fue subiendo hasta llegar a tocarle los huevos. Entonces, Emilio separó las piernas y le dejó hacer.

Marcos llenó sus pulmones y pletórico, le separó las nalgas para descubrir ese precioso ojete. Lo miró detenidamente, abriendo y cerrando esa hendidura; y lleno de placer, por creer que podría poseer a su nieto en ese momento, metió la nariz entre esas nalgas y snifó todo lo que pudo, sin tiempo; mientras paseaba sus manos por donde se le antojaba y oía su respiración tranquila y llena de placenteros gemidos.

Le tocó en los hombros y le dio un pequeño azote en el culo. Pero el chico no reaccionó.

Se puso el dedo sobre los labios y…

  • ¡Chsssss!, procura no hacer mucho ruido y ven conmigo, le dijo en voz muy baja

Pero, Emilio no le oyó; se había quedado dormido.

Marcos se quedó mirándolo. Otra vez hipnotizado. Durante un buen rato.

Le cubrió con la sábana… y volvió a la cama, con Dolores.