Emilio (En la playa)

Al llegar a la playa, vio a Santiago con sus amigos, que estaban sentados en la arena y protegidos del sol por una sombrilla bastante grande.

No es que hiciera frío, pero apetecía meterse en la cama; y se fueron a la pensión a dormir.

A las 6:30 sonó el despertador de Tobías. Se levantó y se metió en la ducha.

Emilio, se despertó y estirándose le miró con una leve sonrisa y cara de sueño.

-¿Que hora es?

  • Todavía no son las siete

  • ¡Bff!... ¿ya nos vamos?

  • Tengo que estar en Motril a las 11:30

Se levantó; y se metió el pantalón del chándal, que realzaba su culo, aún más que el vaquero del día anterior.

Tobías le miró y no pudo evitarlo

  • ¡Emi, me vuelves loco tío!. ¡Me gustas más que mi mujer!. Me va a costar mucho no pensar en ti.

  • Pues aprovecha ¡joder!... que aquí me tienes…

Y se acercó y le dio un besazo. Luego, le empujó para que cayera en la cama.

-Estás muy bueno, cabrón y te voy a follar a saco…

Empezó a revolcarse con él en la cama, tocándole y besándole apasionadamente... y casi se caen.

  • Joder, que nos caemos ¡coño!…

Luego, se lanzó a comerle la polla y a disfrutar de ese culo.

  • ¡Me encantas, tío!

Pero, de repente, se levantó y se fue a la ducha.

Emilio, sorprendido, se quedó mirándole

  • ¿Ya?. ¿Ese es el polvo que me ibas a echar?

  • Si es que, en Motril me espera Conchi... y, hoy tengo que cumplir. .. me toca.

  • ¿Conchi?

  • Si. Mi mujer. Vivo en Motril.

Salieron de la pensión a las 7:30 y se pusieron rumbo a Granada.

Pero antes de entrar en la ciudad, en la ultima zona de descanso, Tobías debía dejar a Emilio para despedirse de él.

  • A ver si hay suerte y vuelvo a verte.

  • ¡Ha sido un placer, Tobías! y le alargó la mano.

Luego, se sentó en un banco. Necesitaba pensar.

Entró en la cafetería y pidió un café bien cargado; y sentado en un taburete se quedó en la barra mirando la calle.

Una señora, no muy mayor, le mirara insistentemente. Estaba sentada junto a la cristalera y aunque no la podía ver bien, por el contraluz, tuvo la impresión de que era a una mujer muy hermosa.

La casualidad hizo que salieran casi al mismo tiempo. Y nada mas situarse en la carretera, para hacer autoestop, paro un descapotable blanco, absolutamente impecable que conducía ella.

  • ¿Donde vas?

  • A San José. Almería.

  • Si. Lo conozco. Hoy no puedo dejarte allí, pero puedo dejarte en la estación de autobuses. Yo también voy a Almería.

Cogió la mochila y se sentó en el sitio del copiloto.

  • Me llamo Dora. ¿Y tu?

  • Emilio...

¡Muchas gracias, señora!

  • No me llames señora, que me haces sentir mayor, ¡por favor!. Simplemente, Dora.

Mantuvieron una conversación muy amena, pero llena de insinuaciones que Emilio sabía esquivar como todo un maestro. No en vano, sufría el acoso de muchas mujeres de su barrio, desde que se convirtió en un adolescente.

Ella no corría. Volaba. Y, a la hora y pico ya estaban entrando en Almería. Le acercó a la estación de autobuses y...

  • ¡Ha sido un placer, joven Emilio!

  • Para mi también Dora. Eres una mujer espléndida y encantadora. ¡Gracias!

Se acordó de que tenía que llamar a Dolores, la mujer de su abuelo; para que supieran que estaba en Almería.

  • ¿Dolores?

  • Si, Digame. ¿Quién es?

  • Soy, yo. Emilio. Que he venido a veros...

  • ¿Emilín?, ¿eres, Emilin?. ¿El nieto de Marcos?.

  • Si, Dolores. Soy yo.

  • ¡Ay, que alegría le va a dar a tu abuelo!. ¿Donde estás?

  • Estoy aquí, en la estación de autobuses.

  • ¡No se te vaya a ocurrir gastarte el dinero en venir hasta aquí!, que ahora le digo a tu abuelo que se acerque a recogerte con Santiago y le tienes ahí en menos de veinte minutos.

¡MARCOS!. TU NIETO ESTÁ AQUÍ. EN ALMERÍA. AVISA A SANTIAGO Y OS VAIS A RECOGERLO, QUE ESTÁ EN LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES.

  • ¡Oye, Emilin! ¡Que ya van pa allá!. Espéralos, hijo.

  • Vale, Dolores. Aquí estaré… ¡un beso!.

Cuando Marcos vio a su nieto sentado en un banco. Tuvo que sacar un pañuelo del bolsillo y secarse las lágrimas. Miro a Santiago y le dijo

  • ¿Se me nota mucho?

  • Tranquilo Marcos, que tós sabemos que eres mu duro.

Se acercaron a él, que estaba de espaldas; y Santiago le tocó en el hombro.

  • ¡Abuelo! Y se abrazó a él, conteniéndose.

Luego se separó un poco y le miro a cara. ¿Como estas?

  • Yo, mu bien, hijo… ¿y tu?. ¿Como es que has venío?. No pasará na ¿verdad?

  • No abuelo. Es que tenía muchas ganas de veros; y como esta semana no tengo partido, pues he venido a estar con vosotros unos días ¿te parece?

  • ¡Claro!, hijo. No sabes la alegría que me da tenerte aquí. ¿Has visto que hombretón tengo en la familia, Santi?

  • Y con mu güena planta, Marcos; y alargó la mano para dársela a Emilio. ¡Encantao! Que tu agüelo ma habláo mu bien de ti; y pa mi que sa quedáo corto.

  • ¡Encantado!

Marcos cogió a su nieto del brazo y acompañado de Santiago, fueron a buscar el coche.

Dolores era la mujer de su abuelo, pero no era su abuela; aunque le quería como si lo fuera porque lo tuvo que criar ella cuando estaba recién nacido. Era una mujer excepcional.

Se le comía a besos

  • ¿Cuantos días te vas a quedar?

  • Los que tu quieras, tata

En seguida le llevó a su habitación, que daba al sur; y le puso sábanas limpias, para que pudiera echarse un ratito.

Pero, eran las doce y cuarto; y Emilio quería darse un baño en la pequeña playa.

Se cambió y cogió una toalla de baño.

  • ¿Te vas a la playa?, le dijo Dolores

  • Es que, llevo todo el día pensando en ella, tata. Tengo ganas de verla y de mojarme un poco.

Pues mira, seguro que tu abuelo no va a estar, porque tenía que ir al médico. Pero Santiago me ha dicho que había quedáo con Pepe y con Álvaro en la playa. Así que, a lo mejor te los encuentras allí

Entonces me voy ya, que quiero darme un baño antes de comer.

A los dos y media ¿no?

  • Ni un minuto más ¡eh!

  • ¡Vale, tata!

Al llegar a la playa, vio a Santiago con sus amigos, que estaban sentados en la arena y protegidos del sol por una sombrilla bastante grande. Levantó la mano y lo saludó.

  • ¡VENTE PA ACÀ! QUE AQUI TENEMOS SOMBRA, NIÑO…

  • ¡Buenos días!

  • ¡Buenos diás!

  • Este es el nieto de Marcos, dijo Santiago. Y enseguida, se levantaron Pepe y Álvaro para darle la mano

  • ¡Encantáo! Emilín. Ya teníamos ganas de conocerte, dijo Pepe. Que este de aquí, dijo señalando a Santiago, no hace mas que hablar de ti desde que te ha conocío... ¡jajaja!

  • ¡Encantáo! , dijo Álvaro, con una sonrisa en la boca. ¿Que? tienes ganas de darte un chapuzón ¿no?

  • Si señor. Que llevo toda la mañana pensando en la playa.

  • Pues venga. Ahí la tienes, dijo Santiago.

Colócala aquí, le dijo Pepe, cuando vio que iba a dejar la toalla. Ahora da el sol, pero dentro de un rato le va a dar la sombra; y señaló al peñasco que tenían a su derecha.

Entró corriendo en el agua; y se tiró hacia delante para nadar un buen trecho. Llegó hasta la boya. Dio unas vueltas a su alrededor y regresó sin ninguna prisa.

Cuando llegó a la playa y vio la arena tan cerca, se tumbó en ella y se abandonó, un rato, para sentir como le bañaba el pequeño oleaje que le llegaba hasta el culo.

Cuando abrió los ojos. Vio que Pepe estaba junto a él. De pie. Mirándole

  • No te quedes mucho rato ¡eh!; que ahora pega fuerte.

Y volvió con los demás.

Se levantó y fue a tumbarse debajo de la sombrilla; y cerró los ojos procurando relajarse. Pero, al rato, se dio cuenta de que los tres se había colocado a sus pies. Muy cerca de él. Y miraban su entrepierna de vez en cuando, con disimulo.

Supo que querían ver lo que había dentro, porque miraban el hueco que dejaba la pernera de su bañador.

Y, como el que no quiere la cosa, disimulando y con los ojos entornados, subió un poco las rodillas y abrió las piernas en un gesto de cierto abandono. Sabía que así podrían ver mejor lo que ellos querían ver...

y de vez en cuando movía las piernas de un lado a otro... muy lentamente, para que disfrutaran...

  • ¡Ah!, que a gusto me he quedado. ¡Que ganas tenía!, dijo, mirándolos como si fuera su hijo.

Me gustaría tomar el sol un rato, a ver si cojo un poco de bronce. ¿Os habéis traído la crema protectora, por casualidad?

  • Si. Yo tengo en la bolsa, dijo Álvaro

  • Yo también, dijo Santiago

Se dio la vuelta y se puso boca abajo

  • ¡Un voluntario!... ¡por fa!…

Nadie dijo nada…

... pero, enseguida notó como unas manos se posaban en su espalda y empezaban a extenderle la crema desde los hombros hacia abajo.

  • ¡Uhm! que gustito... y que fresquita está, dijo Emilio

  • Las piernas también hay que protegerlas del sol; dijo Pepe, como si le regañara a Santiago, que era el que le estaba dando la crema.

  • ¡Bueno!, pues no te quedes paráo y dale tu también Pepe, que yo solo tengo dos manos.

Y Pepe se tiró de cabeza a darle crema en las piernas.

Álvaro solo miraba.

Sintió el placer de saber que esos viejitos disfrutarían tocándole; y no iba a ser él quién iba a impedirlo.

Ellos se miraban entre si, mientras le extendían la crema, como si se retaran para ver quién era el mas atrevido...

y Pepe no estaba dispuesto a ser menos que Santiago.

Con las dos manos llenas de crema, se deslizó a través de una pierna y subió desde los tobillos, hasta casi tocar el pernil del bañador. Pero, en el siguiente pase, se atrevió a más; y metió la mano bajo la tela hasta llegar al glúteo. Y miró a Santiago desafiante.

Álvaro, creyendo que Emilio se había relajado profundamente y apenas se daba cuenta de nada, se colocó frente a Pepe, dispuesto a darle crema, el también, en la otra pierna.

Se miraron entre si. Y como veían, que la poca gente que había en la playa estaba recogiendo para irse a comer, cambiaron la orientación de la sombrilla para quedar a salvo de mirones. Ahora estaban bien resguardados y a la sombra de ese peñasco que tenían a la derecha.

Emilio esperaba pacientemente a que se confiaran y se lanzaran...

Pepe, que subía y baja por la pierna extendiendo la crema protectora, no dejaba de avanzar bajo la tela del bañador. Con naturalidad le remangó de la pernera y descubrió la nalga. El chico, ni se movió, ni dijo nada. Entonces, Álvaro se animó y procedió de la misma manera. Santiago miraba para arriba, inquieto por si alguien miraba desde lo alto del peñasco. Pero Pepe y Álvaro ya estaban lanzados. Se echaron mas crema en las manos y siguieron frotando las piernas, pero eso sí, ahora llegaban hasta las nalgas y frotaban peligrosamente, según Santiago; que miraba a Emilio, esperando algún exabrupto, de su parte, en cualquier momento.

Pero, empezó a dar muestras de deseo, cuando vio esas nalgas, siendo manoseadas por Pepe y Álvaro, sin ningún pudor... y a Emilio tumbado plácidamente, sin dar la mas mínima muestra de rechazo.

Se atrevió a meterle los dedos dentro, forzando la cinturilla. Pero Pepe le miraba, incitándole a que le metiera toda la mano.

En una de estas, Pepe tiró del bañador, cogiendo de la parte que tenía metida en la raja, para destapar el ojete; y viendo que Emilio continuaba tranquilo, se tiraron los tres en picado.

Santiago, por fin, se decidió a meterle la mano para tocarle el culo; y se lo acarició, pasándole los dedos por el ojete, en una “peleá” con Pepe y Álvaro, que también querían lo mismo.

Se miraban con cara de viciosos y le tocaban el culo con maestría. Se relamían de gusto. Pero Emilio, se dio la vuelta y siguió dormitando y tranquilo, como antes.

  • ¡Uff!

Se sobresaltaron…

... pero, respiraron profundamente y volvieron a la carga; atreviéndose a sacárle el rabo por la pernera y chupárselo, hasta que Álvaro dijo que había que irse.

Ahora, si. Ya sabían que el chico se dejaba hacer; y se atrevieron a invitarle a pasar por casa de Pepe, por la noche; para tomarse una copa.

  • Pero, no le digas a tu abuelo ¡eh!.

A partir de las doce te esperamos en casa de Pepe, que está solo. Y además, tiene piscina; por si quieres darte un baño.

Ya eran las dos y pico y Emilio se despidió de ellos.

  • ¡Nos vemos esta noche en casa de Pepe! ¿Ok?

  • Ok,... ¡Te esperamos!

Llegó a casa justo a las 14.28

Y Dolores le miró sonriendo.

  • ¿Que? ¿te has bañáo mucho?

  • Si, tata. He llegado hasta la boya y luego he estado con los amigos del abuelo. Son muy simpáticos.

  • Si. Mu simpáticos. Pero unos fichajes ¡eh!

  • ¡Jajaja!

  • ¿Que quieres decir, tata?

  • ¡Ná!, que te cuente tu agüelo cuando llegue, que también es buen fichaje...

¡No has visto!... entavía no ha llegáo.

En ese momento apareció Marcos por la puerta.

  • ¿Quién, no ha llegáo entavía?

  • Nadie, dijo Dolores, que se metió en la cocina.

  • TATA, ME DA TIEMPO A DUCHARME, ¡QUE ESTOY LLENO DE ARENA!

  • SI, HIJO. DUCHATE. PERO NO TARDES MUCHO ¡EH!, QUE LA COMIDA YA ESTÁ.

Emilio se metió en la ducha y se quitó la arena que tenía en el cuerpo. Se envolvió en la pequeña toalla que encontró en el baño y salió otra vez. Pero no vio a nadie y entró en su habitación a cambiarse.

Su abuelo Marcos, le miraba atentamente mientras se cambiaba para salir a comer. Desde la puerta de la calle le veía perfectamente, con la puerta de la habitación abierta.

Entró y le dijo, no hace falta que te pongas mucho, niño. Que aquí la gente anda en bañador casi todo el día y estamos acostumbrados.

Pero lo que quería Marcos, era disfrutar de ese espléndido cuerpo mientras comían.

  • ¡Que guapo eres, niño!, le dijo Dolores, cuando le vio sentado a la mesa, esperando esas migas con pimientos y melón que había preparado para comer. ¿Quieres un huevo, o dos?, le preguntó...