Embrujo gitano
Una mujer casada mantiene relaciones con un gitano mientras su marido la observa
Ahora entendía perfectamente lo que la niña gitana había venido a decir a mi mujer. No quería pedirle nada como al principio había creído. Sólo era una mensajera que había venido con una propuesta de una cita entre su joven padre y mi esposa, y misteriosamente, ella había aceptado.
Mientras miraba a través del cristal de aquella caseta no dejaba de preguntarme por qué había aceptado. Qué había hecho mal para que su mujer estuviera aceptando a aquel hombre de esa manera tan extraña. Porque no había habido pasión en el recibimiento, más al contrario, parecía que habían ido a cerrar un trato que sólo ellos conocían. No hubo un beso inicial. Él sólo la abrazó nada más verla, luego la separó un poco, paso su mano por sus senos por en cima de la ropa, hizo un gesto de asentimiento y su esposa se clocó junto a la mesa de espaldas al gitano que empujó suavemente su cabeza para que se reclinara sobre ella.
Ciertamente estaba atónito. Por su comportamiento y por el mío, que seguía mirando aquello sin decir ni hacer nada. Mi única reacción fue ponerme a sudar seguro de lo que iba a pasar a continuación, aunque aquella extraña pareja aún iban a se capaz de sorprenderme más El gitano se reclinó un poco sobre ella y le susurró algo al oído. Era evidente que la trataba con dulzura. Luego desapareció un instante de mi campo de visión. Oí que daba una voz hacia otro lugar de la casa, posiblemente la cocina. No quería que le molestase nadie. Al fin oí cómo se cerraba la puerta de la sala. Todo ese momento mi mujer se mantuvo inmóvil recostada sobre la mesa. Ya debía estar todo preparado entonces porque el gitano se dirigió hacia mi mujer, y le levantó la falda con cuidado. Volvió a susurrarle algo y con suma delicadeza le bajó la braga hasta las rodillas y con mano experta empezó a masajear la entrepierna en busca de la máxima excitación de mi esposa. No se si lo escuché realmente o no, pero me pareció oír un gemido que me era familiar. Luego el gitano se preparó para tomar a mi esposa y, aun sin saberlo, hundirme en la máxima humillación. Se introdujo en ella con suma facilidad sin desvestirse. Yo estaba a su espalda y no veía un centímetro de su piel. Sólo la flojedad de sus pantalones y el firme movimiento adelante y hacia atrás permitiría adivinar a quien no hubiera visto antes nada lo que estaba haciendo.
Me retiré de la ventana para recuperar el ritmo respiratorio y tranquilizarme un poco. Tenía además una sensación extraña por haber seguido a mi mujer y haberla espiado. Era increíble que me sintiera culpable, pero sentía un sordo remordimiento que aceleraba mi viaje hacia la locura.
Esperé un poco antes de asomarme de nuevo con la esperanza de que todo hubiera acabado, pero no era así. Ahora ya oía con claridad los gemidos de mi mujer que no reprimía su gozo mientras yo luchaba conmigo mismo, debatiéndome entre seguir espiando o huir a mi casa.
Finalmente decidí asomarme de nuevo en clara actitud masoquista. Habían cambiado un poco la posición. Sin duda las embestidas del gitano habían provocado que la mesa se moviera. Ahora los veía casi de perfil, lo que era más arriesgado. Me ladeé un poco intentando ver sin ser visto. El gitano tenía el pantalón ridículamente caído sobre sus botas y llevaba un calzoncillo oscuro que había quedado enrollado en torno a sus caderas. Ahora empujaba con ritmo frenético, provocando el aullido continuo de mi mujer que estaba gozando de un prolongado orgasmo. Cuando el aullido finalizó el gitano se detuvo, se retiró y eyaculó sobre el culo de ella. Pude ver perfectamente como caían algunas gotas deslizándose sobre sus preciosas piernas.
Después se hizo un largo silencio, lo que me permitió oír la respiración entrecortada de mi mujer que costosamente se incorporó y se subió la braga. Pude ver su rostro cansado, pero tenía una mirada que conocía a la perfección. Estaba contenta. Sin duda aquel gitano la había dejado satisfecha.
Él se puso bien el pantalón, se sirvió un vaso de vino y encendió un cigarro sin decir una sola palabra. Mi mujer no sabía bien lo que hacer. Estaba dudando si quedarse o marchar. El hombre lo debió percibir porque se acercó a ella y le dio un beso en la frente como de despedida, pero Elena no se conformó con eso y apoyó su cara contra el pecho del gitano hasta que él la separó con aire condescendiente y le dio dos cachetitos suaves en el culo, como dándole su aprobación.
— Eres una buena hembra—le dijo mientras daba un ruidoso sorbo — ¿quieres que vuelva a llamarte algún día?
Mi mujer hizo un gesto de asentimiento. Me dio rabia no poder ver su cara, pero imaginaba que era de agradecimiento.
— ¿Cuándo? — la oí decir
Aquel animal se la acababa de follar y resulta que ella estaba impaciente por repetir. Aquello me estaba humillando aún más que el acto sexual. Ver a mi esposa rebajándose ante ese delincuente me estaba poniendo al borde de la ira. Cerré los puños tratando de rebajar mi tensión.
El gitano entonces hizo algo que aún me alteró más, hasta el punto de que empecé a sospechar que sabía de mi presencia junto a la ventana.
Metió su dedo índice en el vaso de vino y luego lo introdujo lentamente en la boca de ella mientras le hablaba.
— Me gusta que quieras volver, aunque seas paya, pero yo no se cuándo podré estar contigo — dijo con voz ronca — Tengo muchas cosas que hacer y también tengo que atender a mi esposa. Ya te avisaré.
Y con toda tranquilidad extrajo el dedo de la boca de Elena, haciéndole agachar la cabeza y le dio un beso en la coronilla.
— Sí que eres una buena hembra — zanjó. — Ahora ve con tu esposo
Y volvió a darle aquellos irritantes golpecitos en el culo.
Los días siguientes transcurrieron con normalidad. Yo vigilaba a mi mujer, pero parecía tranquila, como siempre, hasta el punto de que llegué a pensar que aquello había terminado y aun con un perfecto recuerdo de todo cuanto vi aquel día, estaba dispuesto a olvidarlo.
Hasta que una tarde, recién llegado a casa, la encontré alterada, hasta tal punto que tuve la certeza de que había recibido mensaje de ese asqueroso gitano, de modo que no me sorprendí cuando me anunció que salía un rato a hacer unos recados y quizá tomara un café con una amiga. Quería impedírselo, pero no sabía cómo, y ella tampoco me concedió mucho tiempo. Así que me quedé como un tonto en medio del salón observando cómo salía de casa.
Un minuto más tarde salí hacia la casucha del gitano con la esperanza de que ella no estuviera allí. Pero no fue así. Estaba allí frente al gitano, atendiendo lo que él decía y asintiendo de vez en cuando, en perfecta sintonía con el calé. No permanecieron mucho tiempo así. Atendidas las instrucciones mi mujer se dispuso como en la vez anterior, de pie reclinada sobre una mesa, ofreciendo su hermoso culo a aquel hombre.
Cuando creía que todo iba a empezar oí cómo se abría la puerta de la sala y aparecía la mujer del gitano, una chica menuda, morenísima, con una palangana llena de agua y una especie de vara de madera muy clara, y me quedé perplejo viendo como aquella chica levantaba la falda de mi esposa y con sumo cuidado le bajaba la braga, levantándole un pie y luego otro hasta para cogerla en sus manos e introducirla en la palangana, como para lavarla.
Entretanto el gitano había encendido un cigarro y se estaba sirviendo un generoso vaso de vino tinto, mientras observaba la operación.
La gitana escurrió bien la braga, envolvió con ella la vara de madera y con cuidado fue introduciéndola en el culo de mi mujer que, tras dar un ligero respingo, permaneció inmóvil.
La gitana, introdujo el palo lo suficiente para que la braga casi desapareciera en el interior de mi esposa, y parecía que lo giraba, antes de extraerlo de nuevo. Una vez extraída la prenda en su totalidad, la introdujo en la palangana, la limpió, la escurrió y repitió la operación de limpieza del ano de mi mujer.
Una vez concluido el proceso de limpieza anal, el gitano se bajó el pantalón hasta los pies sin apagar su cigarrillo, dio un nuevo sorbo a su vaso de vino, y se posicionó tras mi esposa para introducir su enorme polla en el aseado culo de mi esposa, quien gimió en cuanto sintió el glande de aquel hombre rozar sus agujero. Sonrió el gitano con el cigarro en la boca, separando las nalgas para facilitar la entrada y embistió con fuerza cuando sintió que había dado en el blanco.
Un nuevo gemido de mi mujer, esta vez más profundo, fue el preludio de un montón de embestidas de aquel animal, taladrando el orificio que a mí jamás me había permitido tocar.
Mi mujer gemía y el gitano empujaba bajo mi atenta mirada y la de la gitana, que observaba aquello de la misma manera que hubiera mirado a su hombre mientras ponía un cuadro.
Al fin mi mujer emitió un aullido interminable, y el gitano resopló inundando de semen el conducto de mi esposa, que apareció como si tuviera un tapón blanco cuando él se separó para tomar un nuevo sorbo de vino.
Mi mujer se mantuvo un tiempo en la misma posición, con las piernas muy abiertas. Parecía agotada y dolorida.
De repente la gitana se acercó a ella y tomándola por los hombros la ayudó a incorporarse. Cuando la tuvo de frente, le separó el pelo que tenía pegado por el sudor en la cara y con la rapidez de un felino le dio una sonora bofetada.
—Él es mi hombre, paya — dijo bien alto— y tú sólo eres una hembra con la que ha decido entretenerse. Un macho de verdad necesita desfogarse y tú sirves para eso, pero ten en cuenta que solamente eres eso.
Mi mujer estaba quieta sin atreverse a decir nada. La gitana continuó:
—Yo te he lavado a ti. Ahora lávale tú a él–. Y señaló el miembro de su marido
Viendo que mi mujer dudaba, volvió a tomarle de los hombros, esta vez para obligarle a ponerse de rodillas.
Mi esposa no tuvo que recibir más instrucciones. Tomó la polla del gitano en sus manos, la acercó a su boca y comenzó a chuparla entera con total dedicación hasta hacerla brillar de nuevo, obteniendo como premio otra asombrosa erección.
Espero vuestros comentarios para una posible continuación. Gracias