Emboscado (1)
Un viaje al pasado, un reencuentro... una emboscada.
— Toni, tio. Lo siento mucho —mi amigo Mario se deshacía en disculpas sin saber yo de qué me estaba hablando
— Cálmate y dime qué pasa.
— Me ha salido un viaje de última hora por trabajo y mañana no estaré en casa.
El fin de semana se celebraba una cena de gala por el centenario del periódico en el que había trabajado hace unos años y Mario me había ofrecido su casa para alojarme y así aprovechar para ponernos al día. Si encontrar habitación de hotel en tan última hora ya era misión imposible tratándose de una ciudad costera turística, que ese fin de semana se celebrara la gala ya terminaba con cualquier posibilidad.
— ¿No puedes adelantar tu llegada? — se notaba en su voz la decepción de saber en las dificultades en las que me metía.
— Imposible. Hoy tengo otro compromiso en una cena del Círculo de Empresarios y no puedo fallar.
— Algo pensaré. Te llamo luego. — Colgó el teléfono y terminé de vestirme.
Mario era un muy buen amigo de la época en que trabajé en el periódico regional. Algo más joven que yo, estuvo haciendo sus pinitos en contabilidad hasta que dejó la empresa para quedarse con el negocio familiar, una muy reputada agencia de viajes. Entablamos una amistad que se prolongó en el tiempo a pesar de que yo ya residía a bastantes horas de distancia, pero no era impedimento para alguien de su posición. A pesar de todo justamente me había tenido que fallar en ese momento.
Llegué al trabajo sin apenas ser consciente de haber ido conduciendo mientras pensaba en cómo solucionar el problema. Cuando encendí el ordenador para comenzar a buscar cualquier alojamiento disponible volvió a llamarme Mario.
— Toni, ¡ya lo tengo solucionado! Voy a mandarte a alguien de mi entera confianza para que te dé una copia de mis llaves y asunto zanjado.
— Bueno, nos queda pendiente que tú y yo nos comamos un buen arroz en el mejor restaurante del puerto. — su silencio me indicó que estaba apesadumbrado — Pero ya encontraremos el momento, que en 15 días comienzo vacaciones y esas semanas estoy sin los críos.
— Genial, te lo compenso en breve.
Seguí trabajando mucho más tranquilo con el tema solventado, ya tenía demasiadas carpetas acumuladas sobre la mesa para una jornada movidita.
Mis presagios se cumplieron, y la velada en el Círculo de Empresarios se alargó, pero claro, un buen editor jefe de la sección de economía no puede dejar pasar estas ocasiones de tirar de la lengua a lo más exquisito del mercado bursátil cuando se sienten cómodos. A pesar de ello y porque no había tomado alcohol, llegué a casa a cargar la maleta al coche y emprendí mi viaje con la esperanza de descansar a mi llegada. Hice un par de paradas por el camino para tomar café y así avisar a mi amigo de mi inminente llegada a su casa. Llegué según lo previsto y no había nadie esperándome. Esperé unos minutos de cortesía antes de marcar el número de Mario.
— Tranquilo, te están esperando dentro — Respondió inmediatamente— Llama al timbre. ¡Te dejo que ahora embarco! - Mario colgó el teléfono y yo, cargado con mi maleta llamé a la puerta y una voz femenina respondió
— Hola, soy el amigo de Mario, Toni.
— Ya sé quien eres, tonto! - me soltaron al tiempo de abrir la puerta y dejarme boquiabierto- pasa adentro.
Era Lucía, una antigua compañera de trabajo, una redactora a mi cargo en esos días de jefe de sección en el periodico regional. Muy eficiente, extremadamente organizada y servicial, que pronto se ganó mi confianza y se convirtió en mi mano derecha. Fuera del trabajo también coincidimos mucho, junto con Mario y alguno más hicimos un pequeño grupo de amistad viviendo en una ciudad turística que siempre tenía algo que ofrecer. Ella provenía de una familia muy recta y tradicional y por ese entonces vivía con su madre a quien estaba muy unida, incluso en demasía. Tenía una particular manera de vestir, normalmente con vestido o faldas por debajo de la rodilla y calzado plano. Un estilo muy sencillo pero alegre, tampoco nada recatado en exceso. Y siempre se peinaba su melena negra estilo bob con flequillo, a veces con diadema que junto a tener una cabeza algo grande le daba un aire a Mafalda.
Durante mi transición a la capital la animé a cambiar de sección por algo que la apasionara más y terminó en la información cultural, convirtiéndose en una referencia en ese ámbito. Años después emprendió mi mismo camino y alternaba los medios escritos con colaboraciones en radio y televisión. Seguimos en contacto, quedamos algunas veces y cuando nuestros caminos personales ya divergieron demasiado seguimos hablando por mensajería instantánea. De ese tipo de amistades con las que es muy fácil retomar la relación en el punto en que la dejaste aunque eso fuera meses atrás. La última vez que supe de ella fué por el fallecimiento de su madre y debido a las restricciones sanitarias no pude asistir al velatorio.
— Qué callado se lo tenía Mario ¡menuda sorpresa! ¿Qué haces aquí?
— Uuuy, es largo de contar. Pero no te quedes ahí, pasa. — Al cruzar la puerta escuché algunas voces en su interior
— ¿Hay alguien más?
— Si, está mi padre viendo fútbol en la televisión. — Me pareció un abuso de confianza por su parte — ¿Te parece mal? — adivinó por mi semblante.
— Es que vengo conduciendo y ahora lo que me apetecía era dormir un poco.
— No molestará, luego te cuento.
— Ya que estás aquí, dejo las maletas y nos vamos a desayunar
— Nada, nada. Pasa, instálate y échate un ratito. Me quedo contigo y si te duermes mientras hablo no te lo tendré en cuenta.
Sabía que sería difícil de convencer, así que accedí a su propuesta. El piso de Mario es de esos diáfanos de un solo ambiente. Unicamente el dormitorio y el cuarto de baño quedan algo apartados de la sala de estar por apenas una columna y un cancel de 3 hojas que, al no estar corrido, me permitía ver de perfil al padre de Lucía frente al televisor. Dejé la maleta junto a la cama, colgué mi traje y puse a cargar el móvil en la mesita de noche. Me descalcé y por decoro y la falta de intimidad no me quité más que los calcetines. Mientras tanto, el padre de Lucía ni siquiera había pestañeado.
— Buenos días —saludé al intruso— ¿Bueno, el partido?
— Si, hola. Bastante distraído, aunque ha empezado hace poco — apenas se giró para responder, enfrascado en la retransmisión.
— ¿Me cuentas ya lo de tu padre? — pregunté mientras me encamé con la espalda pegada al cabecero. Lucía se puso a mis pies, sentada sobre una de sus piernas.
Hace años Lucía me contó que sus padres se divorciaron cuando ella tenía siete años porque su padre se lió con una compañera de la fábrica. Aunque no puede decirse que las abandonó, al estar en el seno de una familia católica y tradicionalista el asunto se vivió como una auténtica tragedia. Si bien al principio intentó cumplir con el régimen de visitas, el ambiente hostil reinante del que la propia Lucía fue partícipe terminó por desmotivar al hombre. Ya siendo adulta, mantuvieron cierto contacto al margen de su madre. Y desde el fallecimiento de la madre el acercamiento se había afianzado.
— ¿Y estás de visita con Jose Carlos? — al oír el nombre, vi como su padre se tensaba y miraba con disimulo.
— JotaCé y yo ya no estamos juntos.
Lucía conoció a Jose Carlos (o JotaCé) en la capital. Coincidí con ellos alguna vez, incluso había cenado en su casa. Me pareció un tío muy cercano y amable , aunque sus intentos de hacerse el gracioso solían caer en saco roto. Por lo visto recientemente el amor se había torcido. Ella es muy niñera y quería ser madre y, tras años de relegar la decisión por mil y un motivos, al fin JotaCé admitió que no quería ser padre.
Mientras me relataba la ruptura, bajó el tono de voz y se acercó a mi cara.
— Mi padre se pone muy nervioso cuando hablo del tema — se justificó — Pero no me extraña.
— Tranquila, vuelve a su fútbol. — pero ella no abandonó su postura —Por qué dices que no te extraña?
Me confesó que tras la ruptura y con la muerte de su madre tan reciente tuvo una crisis nerviosa y volvió a su ciudad natal. Su padre la acogió pero se había convertido en su sombra y no la dejaba en paz.
De repente salió de la cocina una señora de unos cincuenta años, bajita y algo fornida con unos guantes de goma. No la vi antes, porque la cocina quedaba apartada de mi campo de visión. Llevaba unas mallas negras y una camiseta ancha algo salpicada de agua.
— ¿Y esa quien es?
— Es Eva, mi madras... la mujer de mi padre —corrigió a media palabra el apelativo.
— ¿Alguna sorpresa más? ¿Qué hace aquí? — dije ya con la mosca tras la oreja.
— Siempre va allá donde va mi padre. Se ha empeñado en hacerte algo de comer y cuando ha visto el piso se ha puesto a limpiar como una loca. Y te aseguro que Mario lo tiene en perfecto estado de revista. Pero ella es así, servil hasta la náusea. — Como ví que el tema le incomodaba, cambie de asunto:
— ¿Y esta noche vas a la cena?
— Que va, ni tan siquiera estoy invitada
Miré a sus profundos ojos pardos. Tenía las pupilas algo dilatadas. Se mordió el labio inferior y se desabrochó un botón de la blusa
— ¿Pero querrías ir?
— No tengo nada tan elegante para la ocasión. Dejé casi todas mis pertenencias en casa de JotaCé — Distraídamente otro botón cedió.
— ¿Pero cómo lo dejaste todo y te fuiste?
— Supongo que así se preguntará si tengo pensado volver… pues que se quede con la incertidumbre, como me tuvo a mi durante años. — ...Y tercer botón que caía.
Juntando los brazos ahuecó la blusa permitiendome ver en su interior un sujetador bralette de encaje negro. Ya sabía que Lucía tenía poco pecho, era evidente a simple vista. Pero a través de las transparencias vislumbré unos pezones esféricos, congestionados y grandísimos.
— ¿Y desde que estás aquí no has conocido a nadie?
— No quiero aguantar a otro tio tres años para que decida por mí si es un buen momento para ser madre — al hablar se inclinó más hacia mi y alargó su mano hasta posarla sobre la pernera de mi pantalón, acariciando con la palma abierta mi naciente erección. — ¿Qué estás mirando? — me puse nervioso y alcé la vista por encima de su hombro para vigilar si el resto de los presentes se estaba percatando de algo — No te gusta lo que ves?
Por respuesta obtuvo lo que quería. Me sumergí en su escote y con la lengua busqué ansiosamente sus pezones. Se subió el sujetador para darme vía libre y al contacto de mi lengua, cerró la palma de la mano para frotar más duramente mi paquete. De repente, el sonido del televisor cambió y me asusté. La primera parte del encuentro había terminado y volví a echar un vistazo al salón, donde me crucé con la mirada de la madrastra de Lucía, en la que percibí cierta complicidad. Preguntó a su marido si tenía tabaco y se lo llevó al patio. Lucía no soltaba su presa, pero la aparté y fui a correr el cancel que separaba las estancias. Quedaba por delante el intermedio y la segunda parte del partido, al margen de lo que iba a acontecer entre nosotros dos. Me quité la camiseta y volví a la cama donde Lucía seguía en la misma postura siguiéndome con la mirada. Con timidez impostada me metí bajo las sábanas y me deshice de mis pantalones, quedando en medio del colchón semi acostado apoyándome en mis brazos. Se sentó a horcajadas sobre mí y nos besamos con dulzura,hasta que me agarró por la nuca para besarme salvajemente, echándose sobre mí y haciendo que cayera de espaldas. Sacó su lengua de mi boca y me mordió el labio inferior para volver a sentarse mirándome muy fijamente, como esperando a decidir cuál sería el siguiente paso. La saqué de sus ensoñaciones cuando terminé de desabrochar su blusa y la hice deslizar por su piel marfileña. Besé su cuello y le quité el sujetador para poder lamer y morder esos pezones que tanta atención demandaban. Me abrazó por el cuello, elevándose un poco para ofrecer un mejor acceso. Con una mano agarré con firmeza el pecho izquierdo, lamiendo cada rincón antes de aplicarme a sus pezones.
— Toni, cómetelas. Me encanta.
Aprovechando que ya no estaba sentada sobre mí deslicé una mano por la cinturilla del pantalón, y con los dedos percibí la humedad de su sexo a través de sus bragas. No tardé en apartarlas y mojarme del rocío que emanaba su sexo. Separé sus labios y recorrí el trazado hasta llegar a su botón con el dedo anular. Aguantó la respiración.
— quiero ver esa polla que tienes. —dijo con voz profunda— Llevo años imaginando cómo será.
— No hay misterio que deba durar tanto. —Descubrí la sábana y mostré con orgullo mi polla. Nada del otro mundo, pero que se erguía poderosa para su deleite— ¿Así es como te la imaginabas?
— No, así no... —dijo al tiempo que reculando me obligaba a abandonar su pubis — La imaginaba follándome la boca.
Se arrodilló junto a la cama y me miró juguetona antes de dar los primeros lametones. Se entretuvo en el reverso de mi polla desde la base hasta el glande, que ya destilaba las primeras gotas translúcidas. La sujetó con fuerza apretando algo más de lo deseado mis testículos y se golpeó las mejillas con mi verga provocando un sonido muy gracioso. Se rió y procedió a engullirla por completo, sorbiendo intensamente en cada envite.
— ¿Has olvidado lo que te acabo de decir? — No pude responder, estaba demasiado excitado para pensar — te he dicho que me folles la boca. — me provocó con un tono duro y autoritario
Como respuesta, agarré su nuca y volví a penetrar sus labios hasta que se encontraron con mi pubis. La sujeté unos segundos, hasta que una cascada de saliva se deslizó por mis testículos. La solté y sin perder la dignidad recobró el aliento. Le dí unos segundos de tregua y me puse de pie. Enrosqué su corta melena en mi mano y la miré desde arriba con superioridad. Sabía lo que iba a continuación. De hecho, ya me había indicado su afán por que lo hiciera. Y me deslicé por su boca antes de empezar un ritmo desaforado. Cuando más ahondaba en mis empujones, más sentía como la punta se colaba por su garganta. Y esa sensación me volvía loco. Se la saqué de golpe y comenzó a lanzar lengüetazos al aire, estando fuera de sí. Tenía la cara desencajada por el deseo y el esfuerzo y su maquillaje emborronaba su cara Cuando encontró el premio que buscaba se la volvió a hincar y asiéndose a mi culo fue ella la que me folló con la boca. Los sonidos que su saliva y la violenta follada provocaban apenas eran acallados por el encuentro futbolístico que comenzaba el segundo tiempo.
— Me voy a correr — avisé — ¿Dónde lo quieres?. — Su respuesta fue sorberme el glande hasta que obtuvo lo que quería. No desperdició ni una gota, mostrándome una sonrisa llena de leche antes de ingerirla.
— Ahora vuelvo — Y se encaminó al cuarto de baño con mucho cuidado de no ser vista por su padre.
Pasados unos minutos, abrió la puerta y ahí plantada me miró pícaramente. Se había recompuesto la ropa y se había lavado la cara sin dejar rastro de su maltrecho maquillaje. La contemplaba apoyada en el marco y me acariciaba la polla por encima de la sábana. Dijo no con la cabeza y por gestos me ordenó que me descubriera. Obedecí y mostré con orgullo la rigidez de mi erección que se bamboleaba al quitar la sábana que la cubría. Se relamió y se pellizcó los pechos por encima de la ropa. Vino hacia mí a paso lento, contoneándose, provocándome. Me cubrí con las dos manos y chasqueó los labios en signo de desaprobación. Se subió a la cama poniéndose a horcajadas. Apoyó las manos en el cabecero, a ambos lados de mi cabeza y buscó el contacto entre nuestros sexos. No atinó a la primera y mi polla resbaló entre sus labios provocando que se estremeciera. Al segundo intento ya dió con mi glande, que se atoró en la entrada de su ninfa. Con un movimiento certero se la hincó hasta el fondo.
— ¡Qué polla, Toni! La siento arder… y qué duro está el capullo, parece que me haya metido una piedra...
— Dios… siento como me envuelve y me estruja. —respondí entre susurros, recordando que no estábamos solos.
— No te muevas todavía, quiero acostumbrarme a tenerla toda dentro de mí —Todo ello me parecía un exceso de adulación, pero dudo que haya hombre sobre la faz de la tierra a quien le incomode que hablen de su paquete en esos términos. — no te muevas.
Llevó una mano a mi vientre como apoyo y con la otra comenzó a acariciarse. Echó la cabeza atrás y comenzó a gemir calladamente. Estuve durante unos segundos sintiendo como se contraían sus músculos vaginales
— Ostia puta, ya me estoy corriendo y apenas hemos comenzado — Exclamó.
Agarrado a sus caderas intenté moverme pero sujetó mis manos y las llevó a sus pechos haciendo que atenazara sus pezones con los dedos.
— Pellízcamelos, ponlos bien duritos.
Cuando lo hice a la intensidad que ella quería comenzó a frotarse contra mi pubis en un lento vaivén. Sus movimientos oscilantes de trasero la llevaban justo al borde de salirme de ella, y entonces volvía a clavarse mi polla irremediablemente. Tiré con cuidado de sus pezones e hice que se acercara a mi cara sin soltarlos. Cuando su cara quedó frente a la mía saqué la lengua y la engulló con vicio, simulando una felación. Aprovechando la circunstancia de verme un poco liberado comencé a dar golpes de cadera para llevar la voz cantante.
— Dale, Toni. Cómo me rozas, dame así bien hondo… Que ya me viene…
Para evitar que la oyeran me besó con furia, aplacando sus gritos.
Apenas dejé que recobrara de su orgasmo y seguí embistiendo buscando culminar. Cuando me vi cerca del objetivo intenté zafarme de su presa.
— Toni… ¡Ni se te ocurra sacarla ahora! — No pude más y me vacié en ella lanzando largos chorros — Dios, qué calientes los siento, vas a preñarme…—dijo para mi sorpresa.
Tardé unos segundos en alcanzar la dimensión de su afirmación y no supe cómo tomármelo. Pero aprovechando mi estupor, se puso la falda y se fue de nuevo al baño a toda prisa.
Tan pronto volvió del aseo, quise aclarar el tema.
— Creo que deberíamos hablar de lo que ha pasado.
— Hemos echado un polvo buenísimo. ¿Qué pasa, ya te arrepientes?
— ¡Ni por asomo! —afirmé rotundo— Pero eso de ser padre ya lo tengo vivido.
— A ver, yo no busco padres. Busco quien me preñe. Y sé que tú eres un buen candidato. Te conozco a ti, conozco a tus hijos y sé la clase de hombre que eres. Y por tu ex sé que tienes buena puntería. Y si esto sale adelante — dijo acariciándose el vientre— yo no te pediré nada, sabes que soy una tia de fiar.
El sonido del televisor atronó anunciando el término del partido y el paso a la publicidad. Lucía terminó de acicalarse y fue en busca de su padre. Mientras tanto me puse algo de ropa cómoda y me eché en la cama bien tapado. A los pocos minutos la comitiva fue desfilando por delante de mí y yo hice ver que me desperezaba lo justo para despedirlos.
— Buenos días, joven — dijo el padre sin apenas mirarme.
— Te dejamos descansar, llámame luego cuando te despiertes— dijo Lucía con un guiño.
— ¡Ay, la energía de la juventud! — La última en pasar fue la madrastra y estoy convencido de que antes de cruzar la puerta se detuvo para pegarme un buen repaso.
Cuando la puerta se cerró, y con el pensamiento todavía aturdido, lo primero que hice fue descolgar el teléfono.