Embarcadas

Este relato, una continuación de “Fraterna acogida”, cuenta de las andanzas —sexuales y de las otras— de un par de hermanos y una prima invitada en un crucero por los lagos patagónicos australes de Sudamérica en dirección al glaciar San Rafael.

Embarcadas

Esta entrega corresponde a una continuación del relato "Fraterna acogida", cuya lectura previa aconsejo para un mejor entendimiento del hilo argumental. A dicho relato es posible acceder acudiendo a la dirección de mi perfil de narradora: http://www.todorelatos.com/perfil/865485/ o de manera directa en http://www.todorelatos.com/relato/48663/ .

Mi vida con mi hermano Antonio en Chile era de una dicha plena. Él era muy atento conmigo, me mimaba hasta la saciedad, complacía inclusive los caprichos de la niña que llevo adentro. Una tarde llegó a casa diciéndome que me traía un regalo, pero que era preciso descender a la planta baja del edificio para observarlo. Yo no entendía nada, pero a la luz de cómo me colmaba de atenciones, estaba muy emocionada. Me llevó hasta el estacionamiento de nuestro edificio y, a media distancia, observé un automóvil deportivo rojo con una cinta de regalo. Cuando él me señaló que aquél era mi obsequio, corrí hasta el coche como una adolescente a quien le regalan su primer auto.

Era un precioso BMW Mini Cooper S. Retiré la cinta, me subí con mi hermano de copiloto y fuimos a dar un paseo. El coche era una delicia conducirlo. Yo no cabía en mí de emoción, más por la sorpresa que por otra cosa.

Cuando regresamos al dúplex, fui directo a mi habitación para ducharme y prepararme para una cena a la que estaba invitada por el Gerente General de la filial chilena de la compañía en que trabajo. Obviamente que no iría en el vehículo que me facilitaba la empresa, sino que en mi nuevo y precioso juguete.

Cuando salí del cuarto de baño, enfundada en una toalla, me encontré con mi hermano, vestido con una fina y delgada bata, sentado en un sofá de mi dormitorio —que prácticamente era nuestro dormitorio, pues casi siempre dormíamos juntos allí—. Como ya sabia que, por lo general, cuando mi hermano entraba a mi alcoba ataviado sólo con una bata o un albornoz, era porque estaba cachondo, dejé caer al suelo la toalla y empecé a dar unos pases de baile erótico, mientras me acercaba a él.

Al momento que estuve al alcance de él, me atrajo hacia su cuerpo y me besó apasionadamente. Nuestras lenguas se batieron a duelo, mientras él comenzó a acariciar mis pechos con suavidad. Mis pezones reaccionaron solícitos y se colocaron erectos. Entonces, una de las manos de Antonio se deslizó hasta mi coño y se apoderó de mi clítoris, masajeándolo sin regatear esfuerzo. Empecé a excitarme por lo que quité el lazo de la bata de mi hermano. Su pene se mostraba erguido y deseoso de cariño y cobijo. La visión de aquella gorda y larga polla hinchada y necesitada de caricias, acrecentó mi calentura —siempre latente a flor de piel— y me impulsó a estimular y dar abrigo bucal a aquél pene.

Pero mi hermano estaba mucho más caliente que lo yo pensé. Después de unos minutos, giró mi cuerpo y me colocó sentada en la alfombra, con la espalda apoyada en el sofá. Puso un cojín detrás de mi cabeza y metió de nuevo su polla en mi boca. Inició una frenética follada bucal, en tanto yo acariciaba su ano. Al notar que la eyaculación estaba próxima a ocurrir, metí mi dedo índice en su ano, él soltó un fuerte gemido de placer y descargó su esperma caliente y abundante en mi boca. Debí hacer ingentes esfuerzos para no desperdiciar ni una gota de aquella descarga espermática. Mientras terminaba de limpiar el pene fraterno, miré el reloj y vi que estaba atrasada para la cena. Me excusé con mi hermano por no darle más satisfacción y le prometí que a mi regreso obtendría doble ración.

Me encaminé de nuevo al cuarto de baño y dejé la puerta abierta mientras me daba otra ducha. Cuando me vestía mi hermano me dijo:

— ¿Te gustaría que fuéramos una semana a visitar el ventisquero San Rafael en el sur del país?

— ¿y cómo lo haríamos? —pregunté.

—En un barco de la naviera Skorpios

— ¿Y puedes conseguir pasajes?

—Sí, conozco a la familia Kochifas, propietaria de los barcos. He atendido al padre y a la hija en la clínica. Hemos congeniado muy bien. Muchas veces me han invitado a realizar alguna de las travesías que sus tres barcos de turismo realizan en la Patagonia y en los fiordos de Magallanes. Te aseguro que te va a fascinar y que lo pasaremos muy bien. No conozco a nadie que no haya vuelto encantado de tal viaje. ¿Qué dices?

—Si tú lo quieres, gordito, yo me embarco encantada.

— ¡Bien! Telefonearé enseguida al señor Kochifas para ver cuándo podríamos ir.

—Me parece estupendo.

Me despedí de Antonio con un beso en los labios y me fui corriendo a mi cita, conduciendo mi flamante coche nuevo.

A mi regreso de la cena de trabajo, Antonio estaba radiante y, luego de saludarme, me dijo:

—Tengo todo lo del viaje al sur listo. Volamos el próximo jueves hasta Puerto Montt y zarpamos pasado el mediodía. Dejé en tu cuenta de correo electrónico la lista del tipo de vestimenta que se sugiere llevar y otras cosas que se recomienda, tanto que llevemos como que no llevemos., así como algunas fotos y características del crucero.

Ingresé enseguida a mi cuenta de correo-e y leí el email correspondiente. Me sorprendió la belleza del lugar —un lago con enormes témpanos multicolores flotando en su superficie y un gigantesco ventisquero al final, todo repleto de exuberante vegetación—, lo cómodo de las instalaciones del buque y la gran cantidad de servicios ofrecidos. Noté también que debería preocuparme de comprar ropa gruesa y ropa de noche, pues trajes casuales y deportivos tenía bastantes. También me ocuparía en conseguir en mi compañía un par de teléfonos satelitales, a pesar que el barco contaba con estos aparatos.

El sábado por la noche recibimos, desde New York, la llamada telefónica de una prima hermana nuestra, cinco años menor que yo, y que recientemente había sufrido la pérdida de su novio en un accidente automovilístico y que preguntaba si nos podía venir a visitar. Antonio, sin dudarlo un momento, le dijo que la esperábamos con los brazos abiertos. Su arribo sería el martes por la noche.

—Habrá que suspender el viaje a la Patagonia. —señalé.

—Talvez no sea necesario. Veré si puedo conseguir otra cabina y así vamos los tres y nos encargamos de "consolar" a nuestra prima. —dijo mi hermano con picardía.

—No creo que quiera "consuelo" de ese tipo. —indique yo.

—Yo sé porqué te lo digo.

Me retiré a mi habitación, me di un baño de hidromasaje y, tras secarme cuidadosamente, me puse un camisón de dormir, muy liviano y transparente, sin ropa interior. Me metí a la cama y, luego que mi hermano viniera a darme el besito de las buenas noches, me quedé dormida profundamente. Al día siguiente desperté muy temprano y muy excitada. Tenía los pezones erectos y el chocho húmedo. Como era domingo, me levanté y fui resueltamente al dormitorio de mi hermano en búsqueda de alivio para mi calentura. Cuando entré en la habitación de Antonio, él aún dormía. Me metí en su cama y me pegué como lapa a su cuerpo. Al poco rato despertó, con mis besitos y caricias. Se asombró un poco de verme a su lado, pero cuando se percató que su polla estaba erecta, se alegró mucho. Se puso de espaldas y su enorme verga erguida hizo levantar la cubierta de su cama.

Tal levantamiento de carpa me "obligó" a atender a aquel necesitado. Eché las sábanas, las frazadas y la colcha para atrás y comencé a chupar aquella delicia de falo. Simultáneamente, mi hermano empezó a acariciar mi desnudo culo. Después de un rato de mamada, me senté a la altura de sus hombros, puse mi vulva en su boca y recibí una gran comida de coño. Como estaba muy cachonda y la boca y lengua de mi hermano eran muy diestras a la hora de estimular, demoré poco en venirme y vaciar mis jugos íntimos en la boca de mi hermano. Luego de aquello, me senté sobre su pene y comencé a cabalgar poseída de gran frenesí. Al momento de lograr mi tercer orgasmo, mi hermano eyaculó adentro de mí. Abracé y besé a Antonio, con su polla aún dentro de mí. Al perder la erección, sola se salió de mi chochito.

Me fui a duchar y a vestir a mi habitación para ir de compras. Cuando estuve lista, fui al comedor a desayunar y hallé a mi hermano sentado, duchado, vestido y hablando por teléfono. Al colgar me dijo:

—Todo está arreglado. En la naviera nos dieron dos cabinas matrimoniales ( suites master ), una al lado de la otra, en la cubierta Olimpo del Skorpios III. También conseguí boletos aéreos para los tres hasta Puerto Montt. ¿Sabes la talla de Debora? —me preguntó.

—Sí, siempre hemos tenido la misma talla, a excepción del sujetador. Ella tiene un poco más de pechugas que yo y usa una talla más en sostenes. ¿Por qué?

—Para que le compremos ropa y así lo del crucero sea una total sorpresa. ¿Te parece bien?

—Excelente idea. Luego de desayunar iré de compras. ¿Me acompañas y almorzamos en algún restaurante?

—Por supuesto que sí. Sabes que me encanta andar contigo bebé.

El martes fuimos al aeropuerto a buscar a nuestra prima Debora. Ella es de pelo negro azabache liso, tez alba, ojos verdes muy claros, 1.75 m. de estatura, pechos y trasero prominentes y una cintura de 62 centímetros. Afortunadamente, el avión aterrizó exactamente a la hora prevista. Mientras hacía los trámites de desembarco y policía internacional, le pregunté a Antonio:

—Por qué afirmaste el otro día, con tanta seguridad, que Debora no rechazaría un consuelo sexual.

—Porque la he follado varias veces y te digo que su nombre no pudiese haber sido más exacto. Es una devoradora insaciable. Le puede faltar de todo, menos pene.

—Ah…veo que has pasado por las armas a toda la familia de género femenino.

—No te pongas celosa. No peleando alcanza para ambas. ¡Mira! Ahí viene saliendo nuestra prima. Vamos a saludarla.

Luego de los saludos, salimos rápidamente con rumbo a casa. Al llegar, Antonio enseñó a Debora su dormitorio. Ella, antes que todo se duchó, pero Antonio no salió de la habitación. ¡Se quedó a bañar a la bella prima! En efecto, ambos de desnudaron y se metieron al cuarto de baño. Antonio, con toda prolijidad, jabonó enteramente a su prima. Al ver y palpar sus enormes pechos, no se pudo retener de embeberlos, mientras una de sus manos masajeaba el clítoris de la joven mujer. Ella empezó a gemir quedamente, pero sin cesar. Luego Antonio la apoyó, un poco inclinada y con las piernas abiertas, en la pared de la bañera, apuntó su verga al coño de la chica y comenzó a follarla fuertemente. El mete y saca, sin pausas, duró alrededor de diez minutos. En el transcurso de estos, Debora gemía, gritaba y pedía más y más, mientras los orgasmos se sucedían uno tras otro. Instantes antes de eyacular, Antonio sacó su polla y empezó a verter su semen, a chorros, en la espalda de la voluptuosa chica.

Cuando salió del dormitorio, Debora dormía plácidamente. Al entrar a mi dormitorio, me besó e intentó meterse en mi cama. Se lo impedí con suavidad y le dije:

— ¿Ya le diste su ración de pene a la nena?

—Sí, lo necesitaba. Estaba muy estresada. —contestó.

—Prefiero que hoy cada uno duerma en su propia alcoba. —señalé un tanto celosilla.

El día siguiente por la mañana comunicamos a Debora el asunto del viaje. Ella se alborozó y se puso muy contenta. El resto del día fue de trámites, compras de los últimos detalles olvidados, de hacer maletas y prepararnos para el viaje del día siguiente. Pese al ajetreo del día, Debora no perdonó a Antonio su dosis de sexo. Sin embargo, sólo le bastó con una follada breve para dejarla durmiendo a piacere .

Esa noche resolví transparentar la situación de concubinato de mi hermano conmigo ante Debora. Le aclararía, además, que no tenía dificultades en compartirlo con ella durante el crucero y hasta que ella retornase a New York. Durante el vuelo a Puerto Montt así lo hice. No me pareció que le haya sorprendido lo mío con mi hermano y agradeció feliz mi decisión de estar dispuesta a compartirlo con ella. Antonio, aunque se hizo el dormido, creo que escuchó todo.

Al aterrizar en El Tepual, nos esperaba un empleado de la naviera Skorpios para trasladarnos al terminal marítimo privado de la empresa. Tras embarcar, nos acodarnos en nuestras cabinas, ducharnos y cambiarnos de ropa. Salimos juntos para ir a los comedores al almuerzo de recepción y bienvenida, ofrecido por un miembro de la familia propietaria de la naviera Skorpios.

Tras el opulento almuerzo, muy regado con bebidas, vinos y licores, nos dirigimos de nuevo a nuestras cabinas. Dormimos una larga siesta y despertamos cuando Debora entró en nuestro cuarto. Lucía un muy escotado vestido rojo corto. Antonio quedó impactado, pues nuestra prima se veía bellísima. El vestido resaltaba, además de su exuberante anatomía, su cabellera negra y larga; su tez blanca, sus grandes ojos verdes y sus gruesos labios, pintados en el tono del color del vestido.

Que Antonio quedó casi infartado con la belleza de nuestra prima se puso en evidencia, ya que como estaba desnudo, su polla se paró y levantó las sábanas y el cubrecama. Aquello me excitó a mí y a nuestra prima, quien en un santiamén se desnudó, echó las colchas hacia atrás y, junto a mí, empezamos a mamar la polla y los huevos de mi hermano

De que Debora sabía mamar un pene, no cabía duda alguna. Aquello no sólo por mi apreciación personal, sino por la forma como gemía de gozo Antonio. Viendo lo inútil que resultaba tratar de competir con ella en las artes de la felación, me puse a horcajadas sobre la cara de mi hermano. Él de inmediato colocó mi coño en funciones de estimulación bucal y lingual. La habilidad de Antonio para ejecutar estas acciones pronto me tenía gimoteando y muy excitada.

Pasados unos minutos, mi hermano se levantó de la cama y nos acomodó, hincadas en el suelo, con nuestros culos alzados y nuestros torsos apoyados en la cama boca abajo. Mientras su pene embestía mi coño, su mano izquierda sostenía firmemente mis caderas y la derecha masajeaba el culo de Debora. Antonio, poseso por el deseo y la lujuria, arremetía una y otra vez mi chochito y, a la vez, iba introduciendo sus dedos en el culo de nuestra prima, quien no se reprimía en expresar el goce que la embargaba, gimiendo sonoramente.

Luego de un buen rato así, habiendo yo alcanzado dos orgasmos que me dejaron al borde del paroxismo, vi que nuestra prima tenía tres dedos incrustados en su recto y gritaba, a voz en cuello, que quería ser enculada. Decidí alzar la voz y decir:

—Antonio, creo que estás siendo descortés con nuestra invitada de honor. ¿Por qué no le das lo que pide con urgencia?

Luego de aquella reflexión, mi hermano me dejó tendida sobre nuestro ring sexual y se colocó detrás de Debora, blandió su enorme miembro, apuntó al ano de Debora y arremetió con fuerza, introduciendo el glande de su pene más allá del esfínter anal de nuestra prima. Pasado el dolor inicial de la embestida, nuestra prima suplicaba apremiantemente:

—Métemela toda por favor. La necesito urgente.

En vista de tal explícita solicitud, mi hermano no queriendo ser poco amable con nuestra joven invitada, arremetió por segunda vez e introdujo su falo caliente en el culo de Debora hasta que sus huevos rebotaron en las nalgas de ella. Sin miramientos y para tratar de no claudicar antes de tiempo, inició un bombeo de velocidad creciente. Luego de un buen rato en que nuestra primita gemía, se retorcía y tenía sucesivos orgasmos muy gritados, vino la explosión que inundó de semen su recto. Descansamos varios minutos, nos duchamos, vestimos y salimos raudamente del sitio del suceso con dirección a los distintos lugares en que se hallaban el resto de los turistas. Debíamos aprovechar el viaje y no dedicarnos sólo a comer, dormir y coger.

En una próxima entrega les contaré más de nuestras peripecias a bordo del Skorpios III y de cómo llegamos al bello lugar del Glaciar de San Rafael: