Embarazado por extraterrestres
¡Rápido, preparaos! Si no haceis nada, os harán las mismas cosas horribles que me han hecho a mí.
Embarazado por extraterrestres.
Ellos nos vigilan, lo sé, les he visto. El gobierno lo oculta pero todo el mundo tiene que saber que ellos están ahí, observándonos y preparándose para esclavizarnos a todos. Les he investigado durante años, sin dudar de su existencia y sin pensar que pudiesen llegar a ser tan horribles, esperando que ellos nos ayudasen a salir de la decadencia moral en la que estamos inmersos. Pero algo así no va a ocurrir, no van a ayudarnos sino que van a hacernos algo mucho peor que preferiría no haber sabido pero que, ahora que lo sé, es mi deber contar para que podamos prepararnos y luchar contra lo que se nos viene encima.
Todo comenzó cuando decidí pasar mis vacaciones en el Área 51. Por aquel entonces, era un entusiasta de la ufología que soñaba con ser abducido algún día y visitar otros mundos guiado por seres de otros planetas. Ese era el sueño que movía toda mi vida y por él viajé hasta allí. Claramente no esperaba encontrar nada en Nevada, que es donde está el Área 51, porque es un parque temático para aficionados y turistas creado por el gobierno estadounidense para desplazar la atención de los verdaderos sitios donde tienen lugar los contactos con alienígenas. Pero, aun así, fui. ¿Qué clase de ufólogo sería si nunca hubiese visitado el lugar? Además, necesitaba relajarme y visitar un desierto me parecía buena idea. Por desgracia, no lo fue.
Siempre he estado convencido de que el gobierno oculta el hecho extraterrestre para proteger a la industria del automóvil y a la industria del petróleo. ¿Quién viajaría en coche si pudiese usar un ovni y librarse de los atascos? Nadie. Ellos lo saben y, por eso mismo, les ocultan sin percatarse de que, contrariamente a lo que haría cualquier ser inteligente, los extraterrestres no parecen tener ningún tipo de interés en implantar su novedoso y ventajoso producto en un nuevo mercado. Pero, por desgracia, yo descubrí la verdad en mis propias carnes. Sí que lo hice, en una noche de aquellas vacaciones.
Siempre pensé que ellos venían a nuestro planeta movidos por algún tipo de interés entomológico y que, como buena especie superior, serían pacíficos y respetarían a todo ser vivo. Pero me equivoqué. ¡Son unos cerdos sin ningún tipo de compasión! Aquella noche, en la que yo estaba tumbado en el suelo del desierto contemplando las estrellas y preguntándome si lo que vieron los reyes magos fue un ovni o no, apareció una luz muy brillante. Era de color rosa y, aunque al principio me cegó bastante, al poco rato pude ver de donde procedía. Menuda sorpresa me llevé, aquello era un ovni, uno de verdad, de esos con forma de platillo y que vuelan por el universo. Qué alegría me llevé y qué tonto fui por no salir corriendo. Quise buscar mi cámara de fotos para inmortalizar el momento y sacar a la humanidad de la ignorancia, pero la luz rosa se volvió de repente tan brillante que no pude ver dónde estaba.
Tuve que cerrar los ojos. Empecé a sentir cosas raras y, por momentos, me pareció que todo desaparecía y que yo y el rosa éramos las únicas creaciones materiales de toda la realidad. Pero solo fue un momento porque, inmediatamente, me di cuenta de que estaba tumbado sobre una especie de mesa de disección extraterrestre. ¡Me habían abducido! Por fin el sueño de mi infancia se hacía realidad. Estaba contentísimo de tener el honor de poder comunicarme cara a cara con ellos y de contribuir a que incrementasen sus conocimientos explorando mi cuerpo. La verdad es que tengo que reconocer que, aunque lo que me han hecho no tiene nombre, el hecho de que me hayan elegido a mí es todo un honor porque es evidente que para este tipo de cosas no eligen a cualquiera sino sólo a los mejores representantes de nuestra especie y, en eso, es evidente que soy un buen candidato.
De todas formas, al principio me sentí un poco decepcionado. Todo aquello se parecía demasiado a las películas de aficionados que no tienen ni idea de la realidad extraplanetaria. La mesa donde supuse que me iban a explorar era igual de fría que el metal humano y, como en casi todas las películas, había una especie de ojo de hierro sobre mí que parecía examinarme con algún tipo de rayos X. Pasado un rato, supongo que para que al ojo le diese tiempo a terminar la exploración, de los lados de la mesa salieron unos tentáculos de hierro que, sin ninguna consideración, me arrancaron toda la ropa. Menuda vergüenza. ¿Qué manera es esa de tratar a un huésped? Estuve a punto de quejarme porque así no se trata a alguien que va en son de paz pero, cuando iba a abrir la boca, me di cuenta de que, a mí alrededor, estaban ellos.
Apreté los dientes y no dije nada, aquello era demasiado importante como para estropearlo por una tontería. Iba a ser mi primer contacto con seres de otro planeta, con seres que habrían nacido en otra galaxia y que habrían visto otras estrellas y otras lunas. Les miré bien, como nunca había mirado otra cosa en mi vida, y no tuve ninguna duda, ellos son únicos. Nunca antes había visto ningún otro ser igual y no tengo ni idea de cómo describirles. Tienen la piel amarilla y parece algo resbaladiza. También tienen dos ojos como nosotros pero, en lugar de tenerlos en la cara, los tienen en la punta de una enorme antena que les sale de donde nosotros tenemos la nariz. La boca de esos adonis espaciales es circular, pequeña y sin dientes por lo que pensé que probablemente no comiesen carne. En lo que se supone que es su pecho, tienen un montón de protuberancias parecidas a las ubres las vacas pero colocadas como si fuesen las tetillas de una perra. Asimismo, son algo altos, de unos dos metros, y sus extremidades son largas y delgadas pero, lo más singular de ellos, es que tienen siete dedos en cada mano y el del centro, el que sería nuestro corazón, es mucho más largo que los demás.
Los extraterrestres estaban desnudos, por lo que no tuve ningún problema para fijarme en lo que tenían entre las piernas (ya sé que eso es una indiscreción pero es que no pude evitarlo) y, con gran sorpresa, me di cuenta de que todos eran hembras porque tenían una pequeña raja similar a la de nuestras féminas sólo que colocada en sentido horizontal y no vertical. Aquello me excitó. Sé que muchos se escandalizarán porque creen que el sexo entre especies viola la ley natural que todo lo bueno prohíbe, pero es que las extraterrestres estaban muy buenas y no todos los días se tiene la oportunidad de ver un buen cuerpo amarillo y viscoso desnudo. Pero, desgraciadamente, toda aquella belleza sólo era un mascara que ocultaba el verdadero horror. ¡Ojalá no hubiese ido nunca de vacaciones!
Las extraterrestres, cinco en total, empezaron a hacer ruidos extraños, como si sorbiesen sopa o se tragasen los mocos y, como por arte de magia, la mesa en la que me tenían tumbado desapareció y quedé suspendido en el aire. Aquello sí que molaba. ¡Al fin veía tecnología alienígena de la buena! La pena es que no tuve tiempo para disfrutarlo porque ellas rápidamente reclamaron mi atención. Empezaron a manosearme como si estuviesen amasando pan. Se sentía un poco raro pero me dejé hacer completamente convencido de que una especie tan inteligente no me haría nada. Una de las extraterrestres se colocó entre mis piernas y las separó haciendo que pasasen por mi mente las ideas más sucias que un ser humano puede llegar a tener. Acercó lo que supongo que era su boca a mi pene y, de ella, empezó a salir aire caliente como si fuese un secador de pelo sólo que, en lugar de secarme la piel, me la humedeció más con un líquido que olía como el desinfectante para baños. Qué gustito daba aquello. Cuando todo estuvo muy mojado, la extraterrestre agarró mi pene con sus sietes dedos y bajó la piel de mi prepucio para humedecer mi glande también. Eso me escoció pero, como la extraterrestre acarició muy suavemente esa nueva piel con sus dedos, se me pasó rápido y algún que otro suspiro se me escapó. ¡Qué bien usaba las manos! Nunca antes nadie me la había tocado igual. Deslizaba tres de sus dedos desde la punta de mi pene hasta el hueco dejado por la unión del tronco y del glande mientras el resto de sus dedos acariciaban lo demás.
Estaba excitadísimo. Una de mis más recurrentes fantasías sexuales estaba tiendo lugar en ese mismo momento y ni por asomo se me ocurrió pensar que aquello pudiese tener otro final que no fuese el placer. Una de las extraterrestres posó muy delicadamente su dedo largo en mis labios y me abrió la boca con la mayor ternura del mundo. Yo la miraba lleno de deseo por saber lo que iba pasar y ella acercó su boca a la mía hasta que las dos quedaron a escasos centímetros la una de la otra. Aquello me pareció tan romántico que, completamente enamorado de la extraterrestre, levanté un poco mi cabeza para pegar mis labios a lo que se suponía que eran los suyos y darle el beso más tierno que pude. ¡Qué beso! Fue igual que besar un tubo de hierro pero, como ella era extraterrestre, no me importó y pareció que a ella tampoco porque durante unos segundos se quedó quieta disfrutando, supuse, de lo que le había hecho.
Cuando se recobró de mi gesto, de la misma manera que hizo la otra, empezó a salir aire caliente de su boca y pringó el interior de la mía con el mismo líquido de la última vez y que, encima, sabía como a pasta de dientes. Eso me fastidio mucho porque, aunque ellos parecían no saberlo, yo me ducho todos los días. No necesito una limpieza extra. Pero el disgusto se me pasó pronto porque pensé que aquel gesto era fruto de las diferencias culturales entre nuestra cultura y la de ellas, mucho más exigente con la limpieza, y no merecía la pena enfadarse por algo que no se hacía con mala intención. Qué tonto fui.
Por casualidad, me fijé en la entrepierna de esa alienígena y me di cuenta de que no era "esa" sino "ese" porque donde debía estar la raja que tenían las otras sólo había una bolsa parecida a los testículos humanos pero en tamaño extragrande. ¡Qué asco! Me había besado con un tío. Si no llega a ser por las diferencias culturales le hubiese pegado un puñetazo. Menudo crimen contra la naturaleza. Menos mal que me acordé de lo de la diversidad cultural y de que aquello era un encuentro con una especia alienígena que, sin o lo llego a hacer, a saber que le hubiese hecho.
De todas formas, al extraterrestre no parecía impórtale nada de aquello porque no se cortó en meterme un dedo dentro de la boca y hurgar por ahí. Debo admitir que aquello me dio morbo y, excitado como estaba, no me importó. Rozó mis labios por dentro y exploró todos los rincones de mi lengua. Daba mucho gustito y estuve a punto de cerrar los ojos, pero el extraterrestre sacó el dedo de mi boca y, con mucha delicadeza, me levantó la cabeza para que pudiese ver lo que ocurría entre mis piernas. Menudo susto me llevé cuando vi como, de la obertura que tenía la extraterrestre que antes me había desinfectado la polla, salía algo largo que se parecía a la trompa de un elefante pequeño. ¿Qué iba a hacer con eso? Me asusté mucho pensando en lo que se sentiría al no poder sentarse en un mes. Por suerte, o por desgracia si lo pienso ahora, todo fueron imaginaciones mías y lo único lo que hizo la extraterrestre con ese órgano fue dejar que mi pene se metiese dentro del agujero que había en su punta. ¡Qué gusto! Era muchísimo mejor que una vagina humana porque los músculos de dentro de esa cosa no sólo se movían de arriba a abajo sino que también lo hacían de un lado para otro. Era algo excepcional, se sentía como si esa cosa intentase retorcer mi pene y succionar todos mis humores. ¡Qué gusto daba!
Me sentí feliz. Había visto un ovni, me habían abducido, había conocido extraterrestres y, encima, me estaban dando del mejor sexo de toda mi vida. Mi sueño se había hecho realidad. La extraterrestre mantuvo su trompa completamente pegada a la base de mi pene y siguió haciéndome todas aquellas cosas ahí abajo. La músculos interiores de la trompa se movían ora hacía abajo, ora hacía arriba cada vez más rápido, al mismo tiempo que se movían de un lado para otro, también más deprisa. El gustito, cada vez, se hacía más intenso y el otro extraterrestre no dejaba de aumentar mi morbo jugando con mi lengua. Sentí como un líquido viscoso se deslizaba por mi pene dentro de la vagina alienígena y cómo todo se volvía más resbaladizo. Aquello estuvo muy bien porque el placer se incrementó. Estaba a punto de darle a la extraterrestre una muestra de mi esperma para que la analizase cuando empecé a notar una sensación rara en la puntita de mi pene que me ponía más cachondo aún.
Pero lo peor aun estaba por llegar. El placer se hizo más intenso, mucho más, y la extraterrestre incrementó la torsión y la succión de los músculos de su trompa. Un gemido se me escapó, mis músculos se tensaron y mi boca se abrió al máximo. ¡Menudo orgasmo! Nunca tuve otro igual. Fue incluso mejor que cuando me masturbé con un calamar para experimentar, de una manera aproximada, lo que sería el sexo con una especie alienígena. Pero, a pesar de lo genial que fue, no tuve tiempo de disfrutarlo porque cuando salio mi primer chorro de semen, noté como algo muy fino se metía por el agujero de mi pene. ¡Qué dolor! Aquello dolía mucho y, encima, cada vez que mis músculos se contraían para sacar mi esperma, eso se metía más adentro haciéndome un daño terrible. Quise gritar pero no pude porque el otro extraterrestre, el macho, aprovechó que había abierto la boca para meterme el dedo hasta el fondo de la garganta. ¡Qué angustia me dio aquello! Me vinieron arcadas y el muy cabrón, en lugar de de apiadarse de mi, siguió metiéndomelo hasta que llegó a mi estomago. Aun me duele todo aquello sólo de recordarlo. Lloré mucho, que me hiciesen tanto daño no era justo, pero lo peor de lo peor aún estaba por llegar. Cuando lo que me metieron por el pene no pudo continuar porque tocó fondo en algún punto, noté en mi vientre como si me llenasen con algo muy frío y, lo mismo, ocurrió en mi estomago.
Qué desagradable fue todo. Era mucho más que horrible. Sentía mi barriga llena a reventar por alguna especie de líquido helado. Recuerdo que no paraba de llorar y que no les importó que lo hiciese. Eran unos desalmados. Encima, la extraterrestre que me había hecho tanto daño ahí abajo se separó de mí sin ningún tipo de cuidado, sacando lo que me había metido con un fuerte tirón y desgarrándome la piel de dentro. A mis lágrimas, se unió un fuerte grito que ignoraron por completo y pude ver, para aumentar mi desconsuelo, como salía un hilo de sangre de la punta de mi pene. De lo que pasó después, ya no me acuerdo porque me desmayé. Siempre me pasa lo mismo cuando veo sangre.
Todo aquello fue horrible pero lo peor de todo es que todavía no se ha acabado. Siento que, en mi interior, hay algo que ruge de vez en cuando deseoso de devorarme y salir de ahí cuanto antes. Sé lo que me han hecho, es imposible no saberlo. Me han convertido en una incubadora. El macho me puso el huevo, la hembra lo fertilizó y, ahora, yo tengo una enorme barriga que tarde o temprano acabará conmigo. Estoy acojonado pero no puedo hacer nada porque me tienen preso en una de sus cárceles en a saber qué planeta. Las paredes están acolchadas con una especie de yeso blanco que, en lugar de estar duro como la piedra, está acolchado y, para desgracia de nuestra especie, aquí hay muchos más como yo. ¡Nos están usando de incubadoras!
Me han atado las manos a la espalda con un campo de fuerza extraño que no me permite moverlas y se parece a la tela humana, por lo que lo único que he podido usar para avisar a los habitantes de nuestro planeta del peligro que se cierne sobre ellos es la telequinesia. Por favor, si estas viendo este mensaje en tu mente, avisa a todo el mundo, a la radio, a los periódicos, a la tele ¡A todos! Todo el mundo debe saberlo y prepararse para luchar. Pero, por favor, te lo suplico, no te olvides de mí. ¡No quiero morirme aquí!