Embarazada y tentada por un adolescente – Parte 1

Me llamo Laura y tengo cuarenta años. Tras cinco años de casada con mi marido, Sebastián, y de buscar un hijo sin resultados, empezamos un tratamiento de fertilización asistida que tuvo éxito enseguida, y quedé embarazada. Pero al compás de la crisis del Covid-19 y otros asuntos, todo se descarriló.

Me llamo Laura y tengo cuarenta años. Me considero una mujer moderna, y lo primero que me define como tal es mi trabajo: soy gerente en una empresa que provee servicios de vigilancia electrónica, un rubro en el que por lo general, estoy rodeada de hombres, pero tengo que decir que me defiendo bastante bien. Esporádicamente suelo tener episodios en los que algunos compañeros de trabajo o clientes se pasan de la raya conmigo e intentan seducirme, pero nunca tengo problemas para poner la situación bajo control, y tengo que admitir que en el fondo esos avances me hacen sentir que soy una mujer deseada. Por lo que veo, todas las que cuentan aquí su historia no pasan por alto la parte en la que se describen físicamente, así que yo tampoco voy a hacerlo. Soy delgada, mido un metro sesenta y cinco, que es una altura promedio para cualquier mujer al menos acá en Buenos Aires, tengo el pelo negro (la clásica morocha argentina), y una cola que todavía hace que los hombres se den vuelta por la calle para verla. De todas formas ninguno de esos es mi atributo principal ni el motivo de los avances que me hacen en la oficina, me da un poco de pudor decirlo, así que lo diré sin preámbulos: tengo los pechos muy grandes.

Después de cinco años de casada con mi marido, Sebastián, y de buscar un hijo sin resultados, empezamos un tratamiento de fertilización asistida que tuvo éxito enseguida, y quedé embarazada. Antes de casarme con Sebastián estuve más de quince años con mi primer marido, y con él tuvimos a Giselle, mi hija, que ahora tiene dieciocho años y vive un poco conmigo y otro poco con su padre. Más allá de mis dos maridos, he tenido alguna pareja ocasional en mi adolescencia y en el año que estuve soltera entre mis dos matrimonios, pero a decir verdad, mi vida sentimental es bastante simple, y ni hablemos de mi vida sexual, si bien con Sebas las cosas funcionan bastante bien en la cama, siempre me quedó la espina de no haber podido relacionarme con más hombres y de probar otras cosas. Este es un resumen de mi vida hasta el momento, nada demasiado fuera de lo normal. Pero este año, al compás de la crisis por el Covid-19 y otros asuntos familiares, todo se descarriló, así que decidí contar esta historia en formato de diario, escribiendo las cosas que pasaron día por día.

5 de Enero de 2020

Ya desde que tiene catorce años Gigi (así le decimos a mi hija) se acostumbró a pasar una semana en mi casa y otra en casa de su padre. En cada lado tiene su habitación, y por lo general su padre la lleva y la trae cada domingo. Cuando está en casa Gigi es una hija ejemplar, hace las cosas de la escuela, ayuda con la limpieza y el orden, y se lleva muy bien con Sebas, a quien conoce desde que tiene diez años. El año pasado con Sebas empezamos a notar que el cuerpo de Gigi estaba cambiando muchísimo: piernas mucho más alargadas y estilizadas, un rostro que ya parecía más al de una mujer adulta que al de una niña, y lo más notorio, un par de tetas grandes (aunque todavía bastante más chicas que las mías), que se habían convertido en el centro de atención de todos sus amigos. Cada cierta cantidad de meses, Gigi salía de su habitación con un sostén en la mano y cara de “esto ya no me queda”, y con Sebas sabíamos que era hora de volver al Shopping una vez más para comprarle ropa interior.

Aquél domingo de enero Gigi volvió de la casa del padre al mediodía y me dijo que tenía que hablar conmigo de algo muy importante. Por lo general ella es muy directa conmigo y yo soy muy comprensiva como madre, así que sin rodeos me contó que estaba saliendo con un chico desde hacía unos meses, que lo había conocido por una amiga en común, y así, como si fuera algo de todos los días, me dijo que había perdido la virginidad con él. Yo no sabía si felicitarla o qué, pero me pareció que a su edad era un buen momento, y mucho mejor si era con un chico que de verdad quería estar con ella, pero enseguida vino la parte de la conversación que ya no me pareció tan divertida: Gigi quería que la autorizara a dormir en la casa de su novio al menos una vez por semana. Me puse algo tensa y discutimos un rato, pero como ya dije, soy comprensiva, así que llegamos enseguida a un acuerdo: si ella me presentaba al chico y a sus padres y todo iba bien con eso, podría ir a dormir a su casa alguna vez.

17 de Enero de 2020 (cinco semanas de embarazo)

En esos días Sebas y yo habíamos empezado a sospechar que yo estaba embarazada, hasta que lo confirmamos con un test. Fue una gran alegría, pero por precaución decidimos no compartirla con Gigi ni con nadie hasta que llegara el tercer mes y la cosa fuera más segura. Las presentaciones con la familia de Lucas (así se llamaba el novio de Gigi) ya se habían hecho y sus padres resultaron ser muy amables, aparte, Lucas vivía apenas a cinco cuadras de nuestra casa, y esa cercanía me daba seguridad. Ahora Gigi dormía en su casa cada tanto, y él venía de visita pero no se quedaba a dormir, probablemente por respeto a Sebas. La verdad es que Lucas me impactó desde el primer momento en que lo vi, tenía dieciocho años al igual que mi hija pero parecía mucho mayor, tenía el pelo rubio, era muy bonito de cara y se notaba que hacía mucho deporte porque tenía brazos fuertes y anchos, y se ponía remeras ajustadas que le marcaban las abdominales. Ese sábado Gigi fue a dormir a su casa y tengo que confesar que me excité un poco cuando se me escaparon algunos pensamientos sobre qué estaría haciéndole Lucas a mi hijita, pero enseguida reprimí la imagen y le eché la culpa a mis hormonas revolucionadas por el embarazo.

28 de Febrero de 2020 (once semanas de embarazo)

Llegando casi a los tres meses de embarazo, me empecé a dar cuenta de que mi pancita ya sobresalía, así que decidimos que el primer paso sería contarle a Gigi, y aprovechamos la noche del viernes para darle la noticia en la cena. Ella estaba con Lucas, porque después iban a salir al cumpleaños de una amiga, y mientras mi hija lloraba de alegría por el nuevo bebe, me dio la sensación de que Lucas me dedicaba una mirada que parecía de lujuria, pero en el momento no le di mucha importancia. Esa misma noche llamamos a nuestros familiares y amigos más cercanos para contarles de nuestro futuro bebé, y cuando Gigi y Lucas se fueron, Sebas me contó que en la clínica donde trabaja (mi marido es médico traumatólogo) lo habían seleccionado para viajar durante el mes de marzo a un congreso muy importante en Madrid que sería muy bueno para su carrera, y enseguida agregó que no me preocupara porque apenas se iría por diez días, los cinco que duraba el congreso y otros cinco para visitar a su hermana, que vivía en un pueblito a pocas horas de Madrid.

Esa noche, entre la noticia del embarazo y lo del congreso de Sebas tomé algunas copas de vino de más, y con mi marido terminamos revolcándonos a los besos toda la casa. Primero se la chupé un rato largo como a él le gusta: sentadito en su sillón del comedor, un sillón de una plaza donde él se sienta a desayunar todas las mañanas. Como siempre hago, me arrodillé desnuda en la alfombra, mis tetas apoyadas en sus piernas abiertas y mi lengua recorriéndole la pija desde los huevos hasta la cabeza antes de metérmela entera en la boca. Si bien el miembro de mi marido no es demasiado grande (incluso a veces hasta pienso que es bastante chico, tendrá unos ocho o diez centímetros como mucho), tiene algo estético que me atrae, por decirlo de alguna forma: tiene una pija linda, y por algún motivo estar ahí arrodillada a sus pies tanto tiempo con toda su masculinidad en mi boca, tiene en mi un efecto relajante, como si fuese un chupete para un bebe, o una paleta para un niño, incluso creo que alguna vez me he quedado semidormida mientras se la chupaba. El problema esa noche fue que mi imaginación en algún momento empezó a volar y, sin preguntármelo, reemplazó a mi marido por el novio de mi hija. Al principio quise rechazar la idea y miré a Sebas a los ojos para concentrarme mejor en él, pero no pude evitarlo, ahí estaba Lucas, con su carita de ángel, sus músculos tonificados y su voz de adolescente pidiéndome que se la chupe más y más. Entonces me dejé llevar, y creo que mi marido sospechó algo, porque después de un rato en que, desesperada, le pase la lengua por todos lados, llevó una mano hacia mi vagina y dijo:

- Amor, estás empapada, hace mucho tiempo que no te ponías así.

- Lo sé, es que tenés una pija demasiado tentadora – Me saqué la pija de la boca y se la agarre con la mano, estaba empapada con mi saliva y muy resbalosa.

- Tentadora y bien dura, mirá como me la pusiste – Me rozó la concha con los dedos y yo estaba tan mojada que ni siquiera sentí cuando me los hundió hasta el fondo – me parece que ya estás más que preparada, hace mucho que no te veía así de caliente, entonces es cierto eso que dicen del embarazo y las hormonas…

Hubiera querido decirle que era cierto lo de las hormonas, pero preferí quedarme callada y en cambio me incliné hacia abajo y hacia atrás hundiendo más sus dedos dentro de mí. Yo tenía los ojos cerrados y sentí como se levantó del sillón, se puso atrás mío y se preparó para penetrarme en posición perrito, pero lo único que yo tenía en la cabeza era la cara del novio de mi hija. Durante varios minutos, mi marido me cogió desde atrás y yo gemía mientras dentro de mi cabeza gritaba el nombre de Lucas y me lo imaginaba adentro mío. Esa noche tuve un orgasmo tan intenso que Sebas se quedó mirándome extrañado.

13 de Marzo de 2020 (trece semanas de embarazo)

A pesar de que la situación por el Covid-19 se estaba complicando en todo el mundo, todavía no era tan grave en Argentina, y el viaje de Sebas a Madrid no se había suspendido. Como él viajaba al mediodía y yo tenía que ir a trabajar, nos despedimos a la mañana, él me prometió que me iba a llamar todos los días y que en diez días volvería ansioso por verme con la pancita más crecida. Ese día, mientras Sebas volaba a Europa, en mi trabajo noté que la gente estaba un poco asustada por lo que se venía con el Covid-19, y por primera vez pensé que tal vez había sido un error ese viaje a Madrid en un momento así. De todas formas, volví a casa contenta porque Gigi me había prometido que se quedaría conmigo los diez días que Sebas estaría afuera. Debí haber sospechado que esa promesa ocultaba detrás un pedido que no se haría esperar: cuando llegué Gigi me esperaba con la cena preparada y, sin preámbulos, me preguntó si, ahora que Sebas no estaba, Lucas podría quedarse a dormir alguna vez.

14 de Marzo de 2020

Sebas me llamó por teléfono desde Madrid y lo noté bastante afligido, se había bajado del avión para enterarse de que España había declarado una cuarentena general y de que su congreso se había cancelado, al menos había podido instalarse en la casa de su hermana y me prometió que inmediatamente iniciaría las tratativas para volver a Buenos Aires.

Como nunca fui buena para decir que no, la visita de Lucas no se hizo esperar mucho, esa misma noche cuando volví de trabajar, Gigi y Lucas me esperaban para cenar los tres juntos. Ya desde hacía un tiempo la presencia del novio de mi hija me incomodaba un poco, no podía evitar recordar la vez en que había fantaseado con él mientras tenía sexo con Sebas, y eso me ponía nerviosa. Durante la cena volqué dos veces mi vaso y tiré los cubiertos al piso sin querer, así que decidí que la mejor forma de escaparme de esa situación era decir que me sentía un poco mal, y me fui a mi habitación. Me puse a ver una película en la cama, y a eso de las doce de la noche salí a la cocina para buscar un vaso de agua, cuando pase junto a la habitación de Gigi la puerta estaba cerrada y me pareció escuchar gemidos, pero mantuve la compostura y volví a la cama con mi vaso de agua como si nada hubiera pasado. A los cinco minutos la curiosidad me carcomía por dentro, desde mi cama no se escuchaba nada, pero mi habitación daba a un vestidor bastante grande cuya pared del fondo daba a la habitación de mi hija, abrí la puerta del vestidor, me tome el agua del vaso y lo puse contra la pared para amplificar el sonido. Los gemidos de Gigi se oían con mucha claridad, pero en un momento pararon y se escuchó la voz de Lucas.

-Arrodillate Gigi, quiero metértela entre las tetas.

-Lo que vos quieras amor, son todas tuyas… ¿te gustan mis tetas?

-Me encantan, y ahora que conozco a tu mama veo de donde las heredaste.

-¡Lucas! ¿Le estuviste mirando las tetas a mi mama? Sos un degenerado – Por encima de la voz de Gigi se empezó a escuchar un chasquido, como una cachetada, PLAF, PLAF, PLAF, y lo primero que me vino a la mente fue la pija de Lucas subiendo y bajando entre las tetas de mi hija .

-Bueno amor, si querés te miento, pero no me vas a negar que las tetas de tu mama son increíbles.

-¿Sabés qué? Quiero que me acabes en las tetas y te imagines que son las de mi mama.

-Gigi estás muy loca, y por eso te amo. ¿Estas segura de que querés eso?

-Amor, por vos haría cualquier cosa…

No podía creer lo queestaba escuchando, mi hija de dieciocho años y su novio no sonaban como dos adolescentes tímidos que recién se inician en el sexo. Yo estaba arrodillada en el suelo sosteniendo el vaso con una mano y con la otra me acariciaba la concha que ya estaba bastante húmeda. El PLAF, PLAF se escuchaba cada vez más fuerte y por encima la voz de Lucas gemía y pronunciaba mi nombre, sí, el mío, no el de mi hija. De repente todo quedó en silencio. Volví a mi cama sin poder sacarme la imagen de Lucas con su pija entre mis tetas, me toqué hasta llegar al orgasmo y me quedé dormida al instante.

23 de Marzo de 2020 (catorce semanas de embarazo)

En Argentina ya se había decretado la cuarentena y estábamos todos encerrados en nuestras casas, yo me había quedado sola porque el día anterior Gigi se había ido a la casa de su padre para ayudarlo con las compras, porque él es asmático y recomendaban no salir de la casa a gente con su condición. En España las cosas iban mucho peor, y Sebas me llamaba todos los días desde lo de su hermana, cada vez más desesperado, para decirme que no sabía cómo iba a volver, ya que no había forma de conseguir un vuelo de repatriación a la Argentina. Yo lo consolaba y le decía que para el parto todavía faltaba un montón, y que era un afortunado por tener allí la casa de su hermana donde se podía quedar todo el tiempo que fuera necesario.

Mientras tanto, la combinación de embarazo y soledad me estaba matando. No podía sacarme de la cabeza los gemidos de Lucas mientras se masturbaba con las tetas de mi hija y pronunciaba mi nombre, y así terminaba casi dos o tres veces al día sentada en la cama, abierta de piernas y tocándome. Empezaba a notar que tenía la vagina mucho más dilatada y los labios hinchados, y que me mojaba mucho más y más rápido, así que para masturbarme me metía tres y a veces hasta cuatro dedos, sentía que me volvía insaciable, y en una de esas sesiones, se me ocurrió una idea loca a la que obedecí inmediatamente: tenía que comprarme un consolador.

Sin dejar de tocarme, me senté desnuda frente a la computadora y agarré el mouse con toda mi mano mojada y pegajosa por mis jugos. Nunca en mi vida había tenido un consolador, pero la situación lo ameritaba. Por otro lado sabía que me moriría de la vergüenza si Sebas lo encontraba, pero ahora no me importaba nada, pensé que si él eventualmente volvía, tiraría el aparato a la basura y fin del problema. Cegada por la calentura entré a una tienda de venta online y me enamoré de uno de los primeros consoladores que vi. Era una verga perfecta, color carne y con las venas bien marcadas, decía que tenía tres velocidades de vibración, y eso fue suficiente para poner mi tarjeta de crédito y finalizar la compra. La crisis del Covid-19 me había hecho un gran favor, ya que ahora todo se podía comprar por internet con entrega a domicilio, cuando antes jamás hubiera tenido el coraje necesario para ir a un sex shop a comprar semejante cosa.

01 de Abril de 2020 (quince semanas de embarazo)

Gigi aún estaba en la casa de su padre, y la situación de Sebas no había cambiado. Yo por mi parte estaba cada vez más hinchada y con la panza cada vez más grande, y eso que ni siquiera había llegado al cuarto mes, no quería ni pensar en lo que me esperaba para más adelante. Como no podía ir al ginecólogo, hacía con él consultas virtuales, y por el momento todo iba bien, aunque me había dicho que me tramitaría un turno para poder hacer la ecografía esa misma semana y saber si sería varón o nena, Gigi había prometido que me acompañaría a la clínica y luego se quedaría en casa conmigo por unos días. A eso de las nueve de la mañana, mientras desayunaba, sonó el timbre, y al asomarme a la ventana y ver al cartero me vino a la cabeza algo que había olvidado por completo: el consolador.

Cuando salí a recibir el paquete no pude evitar sonrojarme como una estúpida, aunque nada en el envoltorio ni en la cara del cartero daba ninguna señal sobre de qué se trataba el contenido del paquete. Todo era muy discreto. Ya en casa, abrí la caja de cartón para sacar un blíster que dejaba ver mi compra a través de una ventanita. Casi me muero cuando lo vi. Mi ansiedad y mi falta de experiencia en estas cosas me habían jugado una mala pasada, había visto las fotos sin ningún objeto de comparación y no había leído el tamaño, y ahora tenía entre mis manos una verga de silicona monstruosa, que según el paquete, medía veinticuatro centímetros de largo por cinco de diámetro. El consolador tenía una ventosa en la base para adherirlo a las paredes y al suelo, y de abajo salía un cablecito con un pequeño botón que sería para encenderlo y subir la intensidad. Era imposible que me metiera esa cosa por ningún lado, y ya pensaba en cómo hacer para devolverlo.

Esa noche, por primera vez desde que Sebas se había ido, me di cuenta de que lo extrañaba bastante, y también por primera vez, recordé nuestras sesiones de sexo oral en el sillón del comedor. En un impulso agarré el consolador, fui hasta el sillón de Sebas y lo puse en el lugar donde hubiera estado su verga, me arrodillé y empecé a lamerlo despacio con la lengua. En la base el consolador tenía dos grandes testículos que también lamí con cuidado, y luego de un rato abrí la boca bien grande para intentar comerme la cabeza. Adaptar mi mandíbula a semejante diámetro fue una lucha, pero a medida que lograba metérmelo un poco más en la boca, recordaba a mi marido (salvando las enormes diferencias de tamaño) y me mojaba un poquito más. Con el consolador aún en la boca, me reí cuando pensé en mi situación, sin dudas la cuarentena me estaba haciendo mal: estaba arrodillada sola chupando un consolador. Debo ser la única loca del mundo que se compra un consolador para chuparlo y nada más, pensé. Entonces, cuando estaba a punto de empezar a tocarme, sonó el timbre.

Guardé mi juguete nuevo en un cajón, me acomodé el vestido y me limpié la saliva que me chorreaba por el mentón y el cuello antes de asomarme a la ventana para ver quién podía ser a las diez de la noche. Parado frente a la puerta con un pequeño bolso estaba Lucas, me temblaron las piernas al verlo y corrí de nuevo a verme en el espejo del baño para confirmar que estaba presentable y que no tenía rastros de saliva en la cara. Cuando le abrí la puerta me saludó como si nada y entró como si fuera su propia casa.

-Hola Laura, ¿Cómo estás?, ¿Gigi por dónde anda? – Mientras esperaba mi respuesta Lucas apoyó su bolsito en el sillón frente al que unos segundos antes yo estaba arrodillada con mi consolador.

-Hola Lucas, todo bien, pero… ¿Vos arreglaste con Gigi que venías hoy?

-Sí, claro, hablamos hace dos días y quedamos, me dijo que el padre la traía de vuelta hoy a la tarde ¿No está?

-Ufff dios mío, a esta chica la voy a matar, ¿Dónde tiene la cabeza? Siempre olvidándose de todo. No, claro que no está, pero no te preocupes, ya la vas a conocer mejor y vas a ver que es olvidadiza con todo – Lucas agarró su bolso y se quedó parado en el medio del comedor como dudando qué hacer.

- Laura, ¿te molesta si la llamo ahora para preguntarle qué pasó?, tal vez se le hizo tarde y está por llegar…

Lucas sacó su celular y llamó a mi hija por teléfono, yo escuché la conversación desde la cocina mientras preparaba la cena, Lucas estaba bastante enojado y al parecer Gigi no paraba de pedirle disculpas, el padre no había podido traerla y llegaría recién al día siguiente, pero se había olvidado de avisarle. En medio del enojo escuche que Lucas le dijo que se arriesgó a caminar cinco cuadras a las diez de la noche y con la cuarentena, y que había tenido que mentirle a un policía en la esquina diciéndole que vivía en nuestra casa y que solo había salido para sacar dinero de un cajero automático. Lucas le cortó el teléfono a Gigi y me pidió disculpas, dijo que había sido un malentendido y que regresaría a su casa. Entonces lo interrumpí y le dije que no hacía falta, que había escuchado lo del policía y que no tenía sentido que se arriesgara, que si sus padres ya sabían que él dormiría en casa, yo lo dejaría quedarse en la habitación de mi hija y a la mañana siguiente, si ella venía, podía esperarla aquí. Lucas parecía bastante aliviado y aceptó enseguida, para mí también era una forma de ayudar a mi hija a que su novio la perdonase y la situación quedara olvidada. Lo que no había tenido en cuenta era la tensión que se había formado entre el adolescente y yo. Mientras cenábamos, uno a cada lado de la mesa, podía sentir sus ojos clavados en mí, y no podía dejar de recordar aquella noche, unos quince días atrás, en que escuché como Lucas acababa sobre las tetas de mi hija mientras gritaba mi nombre.

Después de una sobremesa de conversación escasa, sin decirlo, Lucas estuvo de acuerdo conmigo en que lo más cómodo era que cada uno se retirara a su habitación. Le di una toalla limpia por si quería ducharse, y lo vi cerrar la puerta tras de sí al entrar en la habitación de Gigi. Yo, por mi parte, bajé nuevamente al comedor, abrí el cajón donde había guardado el consolador y lo llevé escondido debajo de mi vestido hasta mi habitación. Cerré la puerta y me acosté en la cama boca arriba, abierta de piernas y dispuesta a todo, ya no me importaba el tamaño, y me había olvidado otra vez de Sebas. Ahora solo podía pensar en los ojos de Lucas clavados en mis tetas durante la cena y en que apenas a una pared de distancia, el novio de mi hija dormía solito y, quien sabe, capaz se tocaba pensando en mí. Me llevé el consolador a la boca para lubricarlo con saliva y con un movimiento de pedaleo me saqué los pantalones y la bombacha.

Me pasé dos dedos por la concha que ya estaba mojada y empecé a separarme los labios para intentar meterme al menos la cabeza del consolador, pero antes un dolor repentino me partió al medio desde mi útero y se me escapó un fuerte grito que vino acompañado de otra oleada de dolor. A pesar de que habían pasado dieciocho años del parto de Gigi, recordaba perfectamente las contracciones, pero no recordaba haberlas sentido tan fuertes y tan temprano, y eso me asustaba un poco, pensé en agarrar el teléfono y llamar a mi hija, pero entonces se escucharon dos golpes en la puerta de mi habitación. El dolor me había hecho olvidar que Lucas estaba en la casa, me tapé como pude con las sábanas y con un hilo de voz le dije que entrara.

-Laura, escuché un grito muy fuerte, ¿Está todo bien? – Lucas abrió mi puerta y dio un paso hacia adentro, lo único que tenía puesto era un short de futbol muy gastado que al parecer usaba para dormir.

-Uf, sí, creo que estoy teniendo algunas contracciones, son bastante dolorosas – Dije como pude con un hilo de voz mientras sentía que las contracciones disminuían. Me di cuenta que a través de las sábanas blancas se notaba la forma de mi cuerpo: mis piernas abiertas, mi panza de cuatro meses y mis tetas. Por suerte no había llegado a sacarme la remera, y pude sentarme un poco en la cama.

-¿Necesitás que llame al médico? ¿Hay algo que de verdad pueda hacer para ayudar? – Lucas ahora parecía preocupado.

- Creo que no hace falta, pero igual muchas gracias – Lucas se estaba por retirar cuando un nuevo espasmo me hizo gritar, entonces se dio vuelta y casi por reflejo corrió hasta pararse junto a la cama – AYYY, ufff, no te preocupes, ya está pasando, ya está pasando… - Bajé las sábanas hasta mi cintura y me levanté la remera dejando mi panza al aire para poder tocarme la parte de abajo del abdomen.

-¿Es ahí donde duele? ¿Puedo probar algo que vi una vez en una serie? – La actitud de Lucas para ayudarme me dejó sin palabras y debo haber respondido con un movimiento de cabeza, porque al instante comenzó a frotarse las manos con mucha fuerza y velocidad, y luego de eso apoyó su mano derecha sobre mi abdomen inferior, la mano estaba casi hirviendo por la fricción – Quizás el calor ayude .

Durante los minutos que siguieron Lucas alternó sus frotadas de manos con el calor sobre mi abdomen, y de a poco se animó a mover un poco la mano, como en una caricia muy suave a mi panza. Las contracciones se aliviaron y yo pude recuperarme y volver a hablar. De a poco el ambiente se volvió más distendido y hasta nos animamos a conversar un poco. Parecía increíble que la conversación que no pudimos tener durante la cena la teníamos ahora, los dos semidesnudos y con la mano de Lucas acariciándome apenas a unos centímetros de mi vagina, que todavía estaba húmeda. Lucas me contaba sobre su dilema entre estudiar educación física o medicina, y yo, animada por la charla, me acomodé en el lugar y sentí que algo se movía en la cama: el consolador, todavía cubierto por mi saliva, se me había escapado de debajo de la almohada. Los dos nos quedamos callados durante casi un minuto incómodos por la situación, ya no tenía sentido volver a esconderlo porque solo lo haría más evidente, además, Lucas me miraba sorprendido con los ojos abiertos como platos. Para disimular, se frotaba las manos y las ponía sobre mi abdomen, pero ya no era lo mismo, ahora podía sentir como el pulso le temblaba, y cuando bajé la mirada, reparé en algo que terminó de quebrar mis nervios también.

La tela del short de algodón de Lucas ahora se había vuelto muy tirante y dejaba adivinar la forma de una erección descomunal. Por lo poco que la prenda daba a la imaginación, el adolescente era claramente un dotado, y lo primero que se me vino a la cabeza fueron los gemidos de Gigi que pude escuchar aquella noche. Ahora entendía todo, y no podía creer que mi nena era capaz de tolerar todo esa longitud. Debí estar hipnotizada con el bulto unos minutos porque escuché que Lucas dijo varias veces mi nombre.

-Laura, creo que las contracciones ya pasaron, ¿está bien si vuelvo a mi habitación?

-¡Esperá! – Dije, con la intención de agradecerle, pero mientras lo decía, estiré mi mano derecha y casi por reflejo le tomé el short por el elástico al mismo tiempo que él atinaba a retirarse. El resultado fue que la verga de Lucas salió disparada hacia afuera como un resorte y él se quedó inmóvil y muerto de vergüenza parado junto a la cama – P-p-perdón, no fue mi intención…

-No pasa nada… Dijo con la voz temblorosa mientras intentaba subirse el short para taparse, pero mi mano había cobrado vida propia y aferraba el elástico a la altura de sus rodillas.

-Entonces esperá… quédate quieto… - Yo ya no sabía lo que hacía, agarré el consolador que estaba junto a mí y lo coloqué en la cintura de Lucas paralelo a su pene erecto. ¡Eran idénticos! Tanto en forma como en tamaño. Incluso las venas gruesas y marcadas eran similares.

Lucas obviamente no tuvo respuesta para mi locura, yo me incorporé en la cama, apoyé el consolador en la mesita de luz y con decisión le agarre firmemente la pija por la base. Era tan larga que podía haber tres o cuatro manos como la mía agarrándola al mismo tiempo y todavía habría lugar, y era tan gruesa que mi mano no llegaba a cerrarse a su alrededor. Nos quedamos así por unos segundos y pude sentir como palpitaba cada vez con más fuerza en la palma de mi mano, entonces decidí soltarlo antes de que ocurriera un accidente. A pocos centímetros de mi cara pude ver como una gotita cristalina asomaba por el agujerito del glande.

-Creo que va a ser mejor que nos vayamos a dormir – Dije, y con eso Lucas se subió el short y se fue con su bulto enastado hasta la habitación de Gigi.

Cuando me quedé sola, agarré nuevamente el consolador. Parecía una broma del destino: le había visto el pene al novio adolescente de mi hija (y se lo había agarrado) y resultó ser que el consolador que había comprado días antes era una réplica perfecta de él. Estaba tan excitada y mojada que no tardé nada en meterme todo ese aparato, que antes me había parecido inviable, y ponerlo a vibrar dentro de mí. Con los huevos de silicona de la pija de Lucas chocando contra mis labios vaginales y suspirando su nombre, tuve uno de los orgasmos más profundos que había tenido en mucho tiempo, y luego, me dormí.

FIN DE LA PRIMERA PARTE