Emanuelle X: El luto

Emma tiene que regresar con su familia, ¿qué tipo de conflictos pasará con ellos?

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No pude decir nada. Pensé en ese momento, estar en una película, en una escena en cámara lenta donde todo pasa y no alcanzas a darte cuenta de los detalles. Creí que estaba flotando, mientras que Vania me llevó directamente hacia mi habitación.

-¿Qué vas a hacer?- Preguntó mi sensual  amiga, mientras se sentaba a mi lado en la cama.

-No sé.- Le contesté muy confundida.- ¿Te molestaría dejarme sola un rato?- Le exigí.

No quería ser grosera, yo no era así, y no había porque comportarse de esa forma. Pero no quería hablar, tenía una rara sensación de confusión en mi cabeza y en mi corazón que tenía intranquila, con un nudo en la garganta.

Cuando Vania salió y me quedé sola, respiré profundo y traté de recordar algo amable de mi padre. Sin éxito, traté de conmemorarlo, con alguna cualidad, solo para confirmar que en realidad solo tenía defectos y sus “cualidades” me parecían repugnantes.

Me estremecí al darme cuenta de esto, me sentí vacía por no sentir dolor alguno por mi pérdida, al final de cuentas era mi padre y quería, muy en el fondo, que me lastimara, el no tenerlo, de alguna forma u otra.

Y es que mi padre nunca me quiso, o al menos eso sentí desde siempre. Yo nací cuando él y mi madre ya eran un poco mayores, de modo que nunca estuve dentro de sus planes, lo supe cuando aún era un niño pequeño y no lo entendí hasta mucho tiempo después.

Siempre fui una decepción para él, siempre a sus ojos tenía mil defectos. Nunca se sintió orgulloso de mí, de algún logro o alguna situación favorecedora. Éramos como opuestos en la familia, yo el más pequeño, el sociable y vulnerable. Y él, el valeroso caballero sin sentimientos y sin emociones, como un cavernícola.

Pero, aunque de algún modo, había una especie de odio entre ambos, nunca llegó a significar algún enfrentamiento directo, había un vínculo, era mi padre y tenía que ir a verlo, al menos para sentirme bien conmigo misma, y para mostrarle a mi familia, o a lo que quedaba de ella, quien era ahora, en quien me había convertido, a mostrarles que era feliz, era como una necesidad para mí.

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Pensé durante un buen tiempo, sin prender las luces de mi habitación, la ciudad se obscureció dejándome en penumbras, de mis ojos no salió lagrima alguna y escuché que tocaban a mi puerta.

No quería hablar ni ver a nadie, tenía claro que debía salir en algún momento de allí, pero había decidido que fuera hasta el día siguiente. Esperé a que se resignara  y se fuera el peregrino. Pero no sucedió y siguió tocando.

-¿Quién?- Pregunté levantando la voz, algo molesta.

-Soy Fabio…- Dijo con su sensual voz que encendió mi corazón y de mí brotó una necesidad inmensa de abrirle.

Cuando abrí la puerta y lo vi tan cerca no pude más que abrazarlo. Me gustaba mucho sentirlo cerca, su olor. Rodeé su torso con mis manos y presioné su pecho con mi cara, aspiré profundamente cuando sentí sus brazos rodear mi pequeño cuerpo.

-Falleció mi papá.- Le dije entre suspiros, más como una justificación para abrazarlo que como un lamento, pero, de alguna manera, esperaba un consuelo que me hiciera sentir mejor.

-Me acabo de enterar reina, lo siento mucho.- Dijo mientras acariciaba tiernamente mi nuca y besaba suave y delicadamente mi frente. –Pero… ¿estás bien?- Preguntó.

-Estoy muy bien ahora.- Le contesté sin soltarlo, sin dejar de abrazarlo.

Caminamos hacia adentro, nos sentamos en la cama y platicamos durante un buen rato. Fabio trató de consolarme, solo para darse cuenta que en realidad no era dolor lo que sentía. Se ofreció a acompañarme a casa, me negué. Le expliqué que tenía que dar ese paso sola, porque mi familia aún no sabía de mi secreto.

-Son casi las once reina.- Me dijo tras revisar su reloj.

-Si corazón, vete a descansar.- Contesté tiernamente.

-Ok, dame el beso de las buenas noches.- Me dijo sonriente.

Sonreí, Fabio, en unas horas me había hecho olvidar toda la situación, todo aquel conflicto eterno con mi padre y me había regresado el buen humor, calentado mi corazón y me había hecho sentir querida y feliz de nuevo. DE alguna manera, a su lado, dejaba de sentir miedo, o alguna sensación negativa, me hacía sentir confiada y segura de mi misma. A su lado, era capaz de hacer cualquier cosa, incluso comportarme como nunca lo había hecho.

Cerré los ojos, y me preparé para ser besada.

-Bésame tú, pues tú  eres el que te vas.- Le dije alegremente.

Olí cuando se acercaba y pude sentir su perfecta boca acercarse a la mía. Sus labios se juntaron a los míos lentamente. En una sincronización perfecta abrí mi boca y alojé su lengua dentro. Mi corazón palpitó fuertemente, suspiré mientras me besaba y lo abracé por el cuello.

El no dudó en recorrer mi espalda, en abrazarme suavemente, mientras nuestra caricia se volvió más larga, más húmeda.

Fabio tenía y tiene esa cualidad en mí, en un segundo me hace desconectarme de todo el mundo, olvidar todo. Dejé de pensar y exploré hasta donde, mi memoria, recordaba su “paquete”.

Mis sentidos estaban al límite, lo encontré al primer intento. Se sintió hinchado, palpitante y poderoso. Terminó de besarme y me vio directo a los ojos, parecía estar sorprendido.

-Te amo.- Le dije mientras avancé besándolo otra vez. El me abrazó y desabroché torpemente su pantalón liberando exasperadamente su carne.

Bajé su pantalón y su pequeña trusa por los lados, con una maestría que ni yo me explicaba, y,  sin decirlo y por puro gusto, me arrodillé frente a él. Abrí la boca con puro deseo y empecé a comerme despacio su hinchada y dura cabecita.

Me sentía flotar, actuaba por con avidez, con morbo y me gustaba proceder así. Me sentía una gata en celo dispuesta a hacer lo que sea, estaba enloquecida, cómoda y gustosa.

Succioné saboreando su rico trozo de carne. Mientras se endurecía en mi boca, palpé sus suaves y firmes bolas y sentí su mano guiando mi cabeza hacia abajo.

Lo devoré despacio, metiéndolo casi hasta el fondo mientras mi saliva escurría bañando su tronco por los lados. Era una sensación muy agradable, sus venas repartidas por su tronco se iban llenando, hinchando y poniendo duras, era todo un placer comerme ese rico sable de carne. Lo disfrutaba mucho, tanto que ni siquiera sentí, cuando fue que atravesó mi garganta, ni como hice para lamer sus testículos con todo ese trozo de carne entre mis fauces. No podía respirar, pero eso poco importaba, mamaba su enorme pene con gusto.

Fabio jaló hacia atrás con su pelvis, haciéndome expulsar su hinchado pene milímetro por milímetro. Dos hilitos de saliva colgaban desde mis labios hasta su tronco, mientras jalaba aire por la boca. Volteé a verlo a los ojos y descubrí que la bestia había llegado. Su mirada penetrante me hipnotizó, su respiración agitada me inquietó un poco, y su sonrisa me estremeció.

Fabio estaba caliente, tanto o más que yo. El sabor de su pene aún estaba en mi boca y me gustaba mucho. Abrí un poco la boca como por impulso y deslicé mi pequeña lengua entra mis labios, tratando de provocarlo, de encenderlo. Me sentía sensual, querida y deseada. Con control sobre mi hombre, y valla hombre que tenía.

Tras unos instantes de vernos a los ojos. Fabio se acercó con seguridad, me levantó cargándome por la cintura y me beso, profunda y húmedamente, con un impulso y energía que me excitaban, que tenían en el límite y con ganas de más y más. Luego me acomodó en la cama, poniéndome en cuatro patas. Bajó mis delicados shorts hasta las rodillas y solo un poco menos mi pequeño bikini.

Cerré los ojos y sentí la punta de su pene rosar contra mi esfínter. Aún dolía, pero ansiaba tenerlo así y allí. Me noté arder de deseo, quería ser penetrada, sentir como Fabio me abriría, sonreí.

-Si mi amor, métemelo.- Le dije ya muy alterada.

Ya no tenía conciencia, ni recuerdos. Solo ganas y calentura, quería ser penetrada, ser poseída otra vez por Fabio. Lo amaba, me encantaba y lo quería tener dentro.

No obtuve respuesta y solo me limité a sentir, sus manos se postraron en mis caderas jalándome lenta, pero intensamente hacia él, al mismo tiempo que empujaba sus caderas y mi esfínter se abría bajo su presión. Sentí como mi espalda se arqueaba como si tuviera intensión propia y mi cola era, irremediablemente penetrada, cada vez más profundo, cada vez más.

Su pene me rosaba toda, me abarcaba completamente por dentro. La sensación fue intensa, y más, cuando la enorme e hinchada punta de su pene, presionó, sin contratiempos mi “botón del placer”.

-¡Ahhhg!- Grité de placer mientras su pene retrocedía dejándome estremecida.

Me sentí en una nube, creí flotar. Lo volteé a ver a los ojos. Su rostro estaba descompuesto, como si sintiera un gran placer, sus ojos cerrados y su cuerpo tenso me anunciaron que solo estaba comenzando.

Me embistió por detrás con una fuerza desmedida. Mi recto se abrió y lo recibí todo de un golpe. Me sacudió violentamente, tenía ganas, ganas de seguir teniéndolo dentro. Me gustaba, quería más y más tenía.

Fabio entraba y salía de mis entrañas. Cerré los ojos para sentir más, aunque no lo necesitaba. El choque de piel contra piel fascinaba mi oído. Mi “botón del placer” parecía estallar pronto.

Cuando pensé que estaba llegando al límite, me volvió a sorprender, volvió a aumentar su ritmo haciéndome sentir más placer, más mujer, más ganas. Sentí mi ano completamente abierto, dilatado al límite. Sentí venir uno tras otro orgasmos infartantes, que parecían interminables.

Mis piernas temblaban, parecían no resistir más embestidas, cuando sentí a Fabio entrar hasta el fondo, y derramar su semilla justo encima de mi botón del placer.

Estremecí. Su leche había llamado a mí un gran orgasmo que me dejó titiritando de placer. Dejó caer su cuerpo encima del mío para abrazarme por atrás.

Tras unos minutos, sentí su pene perder dureza, se salió a consecuencia de mis intestinos y luego sentí su respiración normalizarse.

No dijo una palabra, se limitó a sentir y a hacerme sentir. Era una conexión única, totalmente diferente a cualquier otra que jamás tuve, como si estuviéramos vinculados desde siempre, desde la mente. Sentí que era mi complemento, aquella otra mitad de la cual todos hablaban pero de él que nadie se atrevía a precisar. Me dormí en esa posición con una sonrisa en la boca, con la mente abierta y el cuerpo relajado.

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Me despertó el sol de Vallarta. La sonrisa de mi rostro parecía estar tatuada, me sentía de gran humor y lista para besar a Fabio.

Pero no estaba, Fabio se había ido. Pensé que era por su disgusto a las despedidas, pero en  verdad me pareció que me facilitó las cosas. Iba a ser un día largo y con muchas cosas que hacer y pensar, así que una tristeza menos me vendría mejor, de cualquier forma.

Busqué mi celular en el buró, descubrí una nota. Mi corazón palpitó de felicidad, sonreí al leerla. Era Fabio:

Las despedidas son mejores si no estás.

Que tengas suerte reina. Ya estoy orando

por tu padre. Sabrás de mí muy pronto

Pd. Yo también te amo.

Fabio

Abracé el pequeño papel, lo guardé entre mis cosas, estaba feliz. Me levanté y me duché.

El agua fría era como una bocanada de aire fresco, me regresó a mi realidad. Ese día estaba destinado a ser uno de reencuentro y tal vez de desilusiones. Lo había asumido. Me vestí con estricto sentido de luto, agradecí los consejos, que siempre, a donde quiera que vallas tienes que llevar algo negro. Me enfundé en un coordinado de encaje color negro, compuesto de brassier y tanga estilo bikini, con transparencias pero sin dejar de poder llamarse conservadores.

Encima me vestí casualmente, con unos jeans a la cadera, deslavados; un blusón negro, de tirantes delgados, adornado con algunos brillantes, me llegaba a medio muslo. Luego me puse unas sandalias al piso, estilo romanas en negro y unas arracadas del mismo color. Cepillé mi cabello, me maquillé discretamente y ya estaba lista para partir.

Platiqué con Vania durante un desayuno que tomamos juntas en el restaurante del hotel. Insistí en ir a Zacatecas sola y sin ninguna compañía. Aceptó a regañadientes y me autorizó ausentarme una semana completa del trabajo. No hubo mayores contratiempos, eran las once treinta de la mañana y ya me encontraba aterrizando, sola en la ciudad de México.

Don Antonio ya me esperaba, en el aeropuerto. A decir verdad, fue la primera persona en darme “el pésame”. Nos saludamos con un abrazo fraternal y luego fuimos a mi departamento por ropa y a comer algo.

Tenía miedo, miedo por los prejuicios de mi familia y por tener que regresar a mi vida anterior, como Emanuel. Tras dos horas, y siendo casi las tres de la tarde, me volví a subir a un avión para ir a Zacatecas, mi Estado natal.

Llegué tras escasos cuarenta y cinco minutos y después de encontrar un taxi, me dirigí al que una vez llamé hogar. El Salvador es un municipio muy seco, con casas de adobe y mucho polvo en el ambiente. Parecía no haber cambiado en nada, aunque me daba la impresión que en el poco tiempo de no estar allí, la ciudad había envejecido.

Tras aproximadamente veinte minutos en el taxi, me bajé en la puerta de mi casa. Mi corazón palpitaba fuertemente. Parecía estar todo el pueblo allí, y la mayoría de las personas que estaban afuera de la casa, centraron su atención en mí.

-¡Disculpe señorita! – Exclamó mi hermano Gabriel.

Estaba intacto, tal como estaba en mi memoria, de tés morena y baja estatura, de rasgos toscos, como si estuviera esculpido en piedra, era la viva imagen de mi padre. Incluso su voz era muy parecida. Su vestimenta estrictamente negra compuesta por un sombrero, camisa, pantalón y botas lo hacían parecer irreal, como un fantasma.

No pude hacer otra cosa, esperaba gritos o alguna burla, pero no llegaron. Me di cuenta en un segundo que mi hermano no me reconoció, y parecía que nadie en aquel lugar.

-Sí, disculpe.- Le contesté con el mejor acento capitalino que pude reproducir.- ¿es aquí la casa de la familia Ríos?- Dije tratando de disimular mi nerviosismo.

-¡Si chula!- Dijo con un acento extraño.- Gabriel Ríos, para servirle a usted.- Se presentó con mucho interés.

-Mucho gusto.- Sonreí mientras extendía mi mano para saludarlo.- Me llamo Mari Carmen Vitar.- inventé.- Soy la asistente del licenciado Emanuel Ríos, y vengo de su parte para asegurarme que todo transcurra en orden.- Sonreí o eso traté. La verdad es que me sorprendí temblando, aún no sabía mentir de buena manera.

-¡A cabrón!- Se exaltó.- ¿El jotito de mi hermano tiene una asistente tan guapa?- Dijo mientras escaneaba mi cuerpo con la mirada.

Me sentí nerviosa, al límite, creí que se burlaría de mí, que me humillaría. Cerré los ojos mientras respiraba profundo.

-No sé espante damita.- dijo mientras su mano rosaba mi cintura.- Pásele, acá hay mucha hospitalidad.- Concluyó.

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Entramos y el cuadro parecía muy desalentador, en medio de la sala, estaba la caja fúnebre de mi padre, Muchas sillas alrededor y gente de todo el pueblo, sentados allí, sin decir nada, parecían esperar a que pasara el tiempo para irse, se notaba artos, cansados y aburridos. Mi madre en un rincón, sola, enfundada en un enorme velo negro llorando. No me acerqué a ella, no lo permitía, parecía estar en un lugar particular, allí pero lejos de todos, sin estar con nadie.

Gabriel me presentó con todos, con mis hermanos y con todas las personas que estaban allí, incluso con mi madre que apenas me dirigió una mirada para después regresar a su aturdimiento. La cortesía de Gabriel me helaba la sangre. Al principio creí que se había dado cuenta quien era yo, y solo buscaba el momento perfecto para hacerme pasar el mayor ridículo de mi vida, pero después de un rato me di cuenta que trataba de flirtear conmigo. No tuve reacción ante eso, pero me parecía raro notar el interés de mi hermano.

Después me mostró la casa. Fingí no conocer nada. Fuimos a las habitaciones, insistió ferozmente en que me quedara allí, argumentó que eso le hubiera querido a su difunto padre, que eso le agradaría incluso a Emanuel, de modo que,  me asignó la misma habitación, la mía, mi habitación de cuando vivía allí, como cortesía, durante el tiempo que durara el velorio y todo el tiempo que quisiera. Luego, fuimos a la cocina. Suplicó en prepararme un café.

-Y ¿Qué hace una nena tan guapa y buenona como tú trabajando para alguien como mi hermano?- Me preguntó tratando de hacerse el interesante.

¿Buenona? ¿Acaso eso era un halago para alguien, en algún lugar del mundo? Gabriel me parecía repugnante, hablaba mal de mí, conmigo, tratándome de ligar. Era tan diferente a los hombres con quienes convivía a diario. Parecía un cavernícola, indeseable y vulgar.

No sabía hasta cuando iba a poder mentir. Recordé todo lo que habíamos vivido Vania y yo, la manera “elegante” de lidiar con este tipo de hombres. Resoné que mi desprecio solo iba a incitarlo más y que no lograría nada.

-Pues es un gran jefe, una muy buena persona.- Traté de disimular mi asco.

-Claro, como yo.- contestó sonriendo mientras acariciaba mi mejilla y se acercaba a mí de una manera más que atrevida.

Me besó rápidamente, sin darme tiempo a nada. Juntó sus labios contra los míos y sentí su mandíbula chocar levemente con la mía. Su lengua entró a mi boca casi de inmediato. Recorrió mi boca con una velocidad, tanto frenética como pedante. Reaccioné cuando el acto casi terminaba, lo empujé por el pecho separándolo.

-¿Qué le pasa?- Le reproché mientras tomaba algo de aire.

-Nada, solo quería averiguar si es cierto lo que dicen.- Sonrió.

-¿Y qué dicen? – Pregunté intrigada, casi alarmada.

-Que las mujeres de la capital besan muy rico.- Dijo confiado, como un tirano que se salió con la suya.

-¡GABRIEL!- Se escuchó un grito proveniente de afuera.

-Ahorita regreso chula, estoy muy solicitado.- Me dijo mientras se iba.

Me dejo furiosa. El sinvergüenza me había besado y se había ido como si nada. Como si yo fuera solo un objeto, que podía tomar y devolver cuando él quisiera. Mi cabeza daba vueltas, de mis ojos cayeron un par de lágrimas. Gabriel me había humillado otra vez, incluso sin saber quién era yo, como si estuviera destinado a hacerme daño. Intenté reponerme, pero tuve que esconderme en el baño, como cuando era un niño y tenía un problema.

Me tranquilicé después de lavar mi cara con agua y maquillarme otra vez. Era relajante ese procedimiento. Quería una venganza de Gabriel, y tenía la manera perfecta de consumarla. Era una costumbre entre Vania y yo. En la ciudad, cuando salíamos a alguna fiesta, solo Vania y yo, y encontrábamos a un pedante así, le dábamos entrada, incluso algunos besos y arrumacos, con él único propósito de dejarle empalmado y frustrado, con dolor de huevos seguro.

Parecía cruel y malévolo, pero era como una “sopa de su propia medicina”, sin mencionar que Gabriel era el hombre que más lo merecía en este mundo. Mientras terminaba de afinar mi maquillaje recordaba las miles de humillaciones que me había hecho pasar, las incontables anécdotas donde el siempre terminaba burlándose de mí y evidenciando mis debilidades. Sin duda, era el momento de cobrar venganza.

Salí del sanitario con una sonrisa en la boca, la ceremonia fúnebre hacia mi padre quedó en segundo término, de hecho, ni siquiera parecía recordarla. Fui a mi habitación, me cerré la puerta y me cambié de ropa. Me puse un blusón largo, de sensación vaporosa y un poco transparente, que dibujaba sutilmente mi silueta. Me puse unos zapatos altos y cargué un poco mi maquillaje, parecía un poco más felina, solo atiné a ponerme un abrigo negro, largo y con botones grandes, muy femenino, para que terminara de afinar mi figura. Sonreí al verme, lucía hermosa. Salí directo a buscar a Gabriel, estaba afuera de la casa, platicando con sus amigos, los mismos de siempre, los crueles y sin piedad.

-Disculpe.- interrumpí llamándolo por detrás rosando ligeramente su hombro.- ¿lo interrumpo?- Pregunté con la voz más provocativa que tenía.

-Pa pa para nada.- Me contestó tartamudeando.- ¡Vállense a la verga!- Les exigió a los demás.- ¿No ven que la señorita y yo, tenemos que platicar?- Dijo sonriente, confiado, mientras le sonreía mirándolo a los ojos.

Sus amigos, los compañeros de burlas, de humillaciones se fueron de inmediato, en distintas direcciones, uno de ellos pareció reírse burlonamente, como una hiena hambrienta.

Gabriel me guió hacia un lugar apartado de la casa, era una terraza semi oculta que se encontraba justo a un costado del jardín, una pequeña palapa algo obscurecida, olvidada pero se notaba desde donde sea, que había personas allí.

Me acomodé frente a él, como a unos treinta centímetros, el lugar no era grande, pero tampoco tan chico como para quedarnos tan cerca. Nunca dejé de verlo a los ojos, estaba hipnotizado, era como un juego de, el que yo había aprendido mucho.

-Y dígame, ¿para qué soy bueno?- Me dijo Gabriel una vez que nos quedamos solos, para romper el hielo.

-Es qué, me dejó con la duda.- Sonreí.- ¿es cierto eso que dicen de las mujeres de la capital?- Le pregunté con una voz casi felina, acariciando su torso con una mano, mientras me acercaba, aún más a él.

-Si.- Tragó saliva- Quiero decir, que- Volvió a tragar saliva.- Si besan bien, digo.- Hizo una pausa.- Usted besa bastante bien.

-¡Uy!-  Exclamé.

-¿Qué le pasa?- Preguntó preocupado.

-Es qué, quería dejarlo con la duda, para poder repetir la prueba, alguna vez, si usted quiere- Le dije mimosamente.

-Claro que quiero.- Contestó viéndome a los ojos.

Sus pupilas se dilataron, lo tenía. Era maravilloso el poder de un cuerpo femenino. Me sentí poderosa, que podía hacer lo que yo quisiera. Gabriel parecía derretirse ante mis encantos, ante mí. Lo vi a los ojos sonriendo, lo tomé de la mano. Estada helado. Yo solo me comportaba conforme a mi instinto fingido, como una gata en celo, como una puta cualquiera. Era divertido y muy morboso estar poniendo cachondo a mi propio hermano.

-Lo que sucede es que me tiene con el corazón palpitante, nótelo usted.- Y puse, la palma de su mano en mi corazón, rosando mi seno izquierdo, justo arriba de mi pezón.

Gabriel trató de amasar mi redondez sin decir una palabra, pero lo aparté rápidamente. Sonreí viéndolo a los ojos. Me acerqué a él aún más y estiré mi mano para rosar su bulto con la palma de mi mano.

Sentí su cabecita endurecida, totalmente erecta. Sus pequeños testículos colgaban un poco. Su excitación era evidente. Sonreí al sentirlo casi, completamente erecto, así de animado. Él se acercó a mí besándome, primero en la boca, rápida y profundamente, como el primer beso. Y después en el cuello, ansiosamente.

-No señor, nos pueden ver. Además usted está de luto ¿cierto?- Esperé su aprobación.

Me sentí caliente, deseosa de contacto, quería sentir a Gabriel en mi cuerpo. No quería decirle nada, me sentía flotar. Sus dedos cerraban como pinzas uno de mis pezones por encima de mi ropa. Me sentí enrojecida de una manera peculiar, morbosa, deseosa de más, de saber que podía pasar entre mi hermano y yo. Mi sangre parecía hervir, mientras sostenía casi como una piedra su viril miembro.

-No te apures chula, no pasa nada.- Dijo para fundirse conmigo en otro beso, esta vez más lento, más suave, más húmedo, más rico, más excitante.

Sentí su lengua rosar mi garganta, envenenarla de deseo, de atracción, de tensión y de alivio. Nunca entendí porque, pero mi hermano me tenía cachondísima, dispuesta a todo y sin si quiera ser de mi agrado.

Pero el rato de éxtasis y de desenfreno duró muy poco tiempo, salieron de repente un par de señoras de la casa, por sorpresa, y se encaminaron pasando por un lado de la terraza, era una completa locura. Gabriel se separó de mí violentamente, como si despertara de un letargo, como si hubiera sido sorprendido.

-Con permiso.- Dijo una de las señoras.

-Propio.- Contestó Gabriel.

-Me saludas a tu esposa, Gabriel.- Contestó otra de las mujeres.

-De su parte doña Carlota.- Contestó apenado, escandalosamente.

Gabriel se encogió de hombros, desdibujó su sonrisa e hizo un gesto de pena. Reconocí mi oportunidad, si no quería consumar nada con mi hermano, era la ocasión para escapar.

-Tengo en muy mala estima a los infieles.- Le dije un poco colérica, tratando de fingir esa sensación, respiré y rompí todo contacto con él.

Gabriel no dijo nada, se limitó a mirarme mientras me alejaba de allí. En el fondo era un hombre como todos, con sus miedos y virtudes, era muy inseguro, aunque no lo aparentaba. Me dejó ir aunque él no quería dejarme ir, y yo me fui, aunque no quería irme.

El resto de la noche la pasé acompañando al resto de mi familia, sin revelar mi verdadera identidad. No era necesario, a nadie allí le hacía falta, o al menos eso creía. A nadie le importaba que estuviera o no Emanuel, y eso de alguna manera me hacía sentir bien, porque, Emanuel no existía más. A las cinco de la mañana me fui a dormir, sola y segura de estar haciendo lo correcto.

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¡Hola amigos lectores!

Siento haber tardado tanto en seguir con esta historia, la verdad es que me fue complicado seguir con el argumento. Me pareció muy morbosa y picante esta manera de seguir con la historia.

Espero que les haya gustado esta parte, espero que en menos de una semana pueda publicar el siguiente capítulo. También espero poder leer sus comentarios, críticas y recomendaciones, ya saben. En mí correo trato de contestar a todo aquel que me comente sobre los relatos: izzyd1987@hotmail.com

De antemano muchas gracias por leerme y llegar hasta acá.

Besos.

Isabel.