Emanuelle VIX: Vallarta 3

Emma, después de vivir una intensa noche a lado de Fabio, tiene que enfrentar un nuevo día. ¿Cambiará su destino una vez más?

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Me despertó el sonido de la brisa del mar. El edificio estaba cerca del mar, aunque no lo había visto, lo intuía. Era temprano pero desperté con una sonrisa. Mi cuerpo estaba cansado y tenía un pequeño ardor- dolor en mi esfínter, mismo que eclipsaba con el recuerdo de la noche anterior, de Fabio, sus caricias, sus besos. Me sentía de un estupendo gran humor.

La habitación era un desastre, las sabanas desacomodadas, las almohadas tiradas en el suelo y Fabio recostado boca arriba y yo encima, abrazándolo tiernamente.

No pude evitar observarlo detenidamente. Parecía descansar plácidamente, con respiraciones calmadas, profundas. Su rostro parecía aún más perfecto, su piel aún más adictiva, incluso busqué temerosamente su “cilindro del amor” con mi mano y lo encontré duro, hinchado.

Me sorprendí a mí misma morbosa, jocosa, al imaginar despertarlo masturbándolo. No lo hice, me distrajo el amanecer que estaba a punto de ocurrir en Vallarta.

Como pude me levanté. Cuidé que Fabio no se despertara. La habitación de Fabio estaba más elevada que el resto del lugar. Tenía un barandal elegantísimo color blanco, por el cual podías asomarte y ver todo lo que ocurría en la estancia. De igual manera te podían ver. Pero también desde allí, podías apreciar de una manera más panorámica el conjunto de ventanas que formaba el muro de la sala.

A través de las grandes ventanas del pent-house de Fabio noté el azul turquesa del cielo, como si estuviera pintado a mano. Ese azul, ese tono tan intenso y a la ves sutil ensombrecía soezmente el otro azul de la piscina en forma de rectángulo que había en la terraza.

Mi desnudez parecía menos relevante. Mi mundo había cambiado, había decidido disfrutar la vida, ser aún más feliz de lo que era antes de llegar a Vallarta. Creí, profundamente que Fabio era un regalo, una señal de vida, el hombre que me ayudó a vencer un paradigma y al mismo tiempo, se volvió muy importante, quizá el más importante de mi vida, en tan solo una noche.

El sol salió en el horizonte lentamente, iluminando el lugar con sus tonalidades naranjas e irradiando un calor, que parecía bondadoso, que me transmitía paz, felicidad, justo como me sentía en ese momento.

Pero el momento no solo era mágico, si bien habíamos pasado una noche inolvidable, sentí hambre. Decidí bajar a buscar algo de comer. Seguramente habría algo. Antes de bajar, atiné a cubrir a mi hermoso compañero con la delicada sabana. No despertó. Sonreí, ese hombre maravilloso también era tierno y apacible.

No busqué mi ropa interior, esa noche, Fabio me había enseñado que ser mujer no solo es vestir lencería o maquillarse y verse como una mujer, era algo natural que simple y sencillamente brotaba de tu interior. Bajando las escaleras encontré la camisa de Fabio. Me la puse sin pensar en absoluto. Si bien tenía muchos meses sin vestir nada completamente masculino, esta vez era diferente. Tenía el olor de Fabio, mi amor. La prenda me quedaba grande, cubría a la perfección mi trasero y un poco de mi muslo, y me hacía sentir cómoda y atractiva.

Busqué la cocina, el diseño del lugar era atractivo, casi intuitivo. La cocina era amplia, con colores claros, basados en blanco. Del el lado derecho, había una tira de electrodomésticos, un horno, refrigerador y algunos otros que no entendí para que servían. Todos cromados y algunos aún sin abrir.

En medio, había una especie de barra con una enorme tarja cromada del lado interior, donde estaba una estufa gigante empotrada a la pared. Del otro lado de la barra estaban tres elegantes bancos que hacían juego con el lugar.

Aunque la cocina era muy linda y hasta tenía un toque artístico, parecía abandonada. Tras buscar un poco entre las alacenas y el refrigerador empecé a preparar algo.

No había más que pan tostado con una fina mermelada de mango. Para mí era suficiente. Como pude y recordando todos los trucos aprendidos en las clases de cocina, ese platillo tan elemental lo hice ver delicioso.

Serví un par de platos, luego saqué del refrigerador jugo de arándano y lo serví en unos delicados y delgados vasos de vidrio.

Mientras preparaba el desayuno para Fabio, no pude evitar comer un poco de todo, de modo que cuando terminé no tenía nada de hambre. Encontré una charola para llevarle el desayuno a la cama y antes de subir me arreglé un poco en un pequeño espejo que había de camino a la habitación.

Yo era un desastre, el maquillaje había pagado la factura de la intensidad de la noche. El rímel en mis ojos estaba corrido un poco. Más abajo, la máscara en mis mejillas era un desastre. Decidí lavarme bien la cara. Entré al espacioso baño, con un jacuzzi en forma de triángulo y me alisté, lavé mi cabello y mi cara.

Cuando por fon subí a la habitación, estaba fresca, feliz y sin ningún rastro de hambre o alguna necesidad.

Entré a la habitación y noté que Fabio ya no estaba dormido, tenía las manos en la nuca y las rodillas flexionadas y separadas, la sábana blanca cubría su cintura hacia abajo, y me dejaba apreciar su torso desnudo.

-¡Qué guapa amaneciste hoy!- Dijo en forma de cumplido. Me hizo sonreír un poco apenada.

-Tú estás mucho mejor.- Contesté al mismo tiempo que acomodaba la charola a un lado de la cama. Tras eso, me senté por un costado de la cama, justo a unos centímetros de Fabio.

Fabio sonrió.

-Y ¿no me vas a saludar?- preguntó al mismo tiempo que se levantó inclinándose lentamente para poner su mano en mi barbilla y jalarme hacia él, besándome suavemente los labios. Finalizando el tierno beso, dibujamos una sonrisa al mismo tiempo.

Enrojecí, al menos eso sentí por el calor en mis mejillas.

-Solo esto tienes para desayunar.- Le dije algo decepcionada encogiendo los hombros.

-A juzgar por la persona que los hizo, deben estar deliciosos.- Sonrió mientras tomaba uno de los panes. Luego lo mordió crujientemente.

-Ojalá te gusten.- Le dije cortésmente.- La verdad es que tenía mucha hambre y no pude resistir comer.- Le dije algo apenada.

-¡mm!- Exclamó.- Esto es el pan tostado más delicioso que jamás he probado.- Dijo cuando terminó el primer bocado.

Platicamos mientras comía. Me gustaba verlo contento, tierno. Me hacía sentir bien, era divertido, amable y atento. Parecía que lo conocía de toda la vida, al lado de él, entendía lo que era la verdadera felicidad.

Cuando terminó de comer hizo a un lado todo. Se levantó y me jaló hacia él. Me abrazó fuerte e inspiradoramente mientras yo hice lo propio, rodeando su cuello y parándome sobre las puntas de los pies.

Después se separó, sin decir una palabra besó mi cuello despacio, como una noche anterior. La diferencia era mi predisposición, ahora yo sabía lo que iba a pasar, me sentía cómoda. Lo dejé hacer mientras mi mano empezó a buscar en automático su pene.

Su “cilindro del amor” estaba semi erecto, o al menos así me pareció. No fue difícil, mientras sentía sus labios estimular mi cuello, tomarlo del tronco con firmeza y masturbarlo despacio, jalando todo su prepucio hacia arriba.

El sonido de sus besos era cautivador. Y el conjunto, de sus besos, el sonido y su olor me erizaban la piel, me hacían sentir un placer indescriptible.

Sin desabotonar la camisa, empezó a levantarla por atrás. No era necesario, me quedaba demasiado grande. Sentí sus manos recorrer mis muslos, al mismo tiempo que nos fundíamos en un beso parsimonioso y muy lubricado.

Nuestras lenguas jugaban divertidas, mientras sus manos acariciaban mis redondas nalgas, apretujándolas y abriéndolas de vez en cuando. Luego, como si atendiera directamente a mis deseos inmediatos, empezó a explorar, uno de sus dedos, con la yema, mi irritado e hinchado esfínter.

No pude seguir besándolo, una ola de gemidos invadía mi garganta. Empecé a moverme casi impulsada por choques eléctricos, Fabio le tomó con fuerza mientras sentí uno de sus dedos perforar mi retaguardia, raspaba y dolía, pero al mismo tiempo me encantaba de sobremanera. Mi espalda se arqueo el tiempo que Fabio besaba y mordía mi cuello, mi nuca. Me movía como loca, sonreía, gemía. Era una fiesta de sensaciones placenteras que estaba viviendo, solo por ser penetrada por uno de sus dedos.

En segundos, y extrañamente ya estaba yo en la antesala de un gran orgasmo. En mi nariz entraba y salía una gran cantidad de aire. Fabio metía y sacaba uno de sus dedos con violencia, mi espalda arqueada y mi cuerpo húmedo de sudor. No pude aguantar más y exploté. Un gran orgasmo me invadió mi cuerpo haciéndome convulsionar levemente.

Tras la emoción del clímax, solté el cuerpo. Flotaba una vez más gracias a Fabio. Él, hábil y fácilmente me depositó en la cama. Al sentir la suavidad, sentí una especie de réplica orgásmica, lo que hizo que me convulsionara nuevamente. Me acomodé boca abajo ligeramente girada hacia un costado, respirando lenta y profundamente.

No sé por cuanto tiempo estuve allí, pero para mí fue solo un suspiro. Un nuevo orgasmo me tenía satisfecha y muy cansada, cuando sentí a Fabio acomodarse justo tras de mí.

Él, me tomó por la cintura, jalándome hacia arriba. La camisa se recorrió dejando al desnudo mi trasero completo y casi toda mi espalda. Quedé en una posición de levantamiento de caderas, apoyada sobre las rodillas pero el pecho sobre la cama. Fabio separó mis rodillas, naturalmente, mis nalgas se separaron dejando expuesta mi pequeña cola.

-¡Ulm!- Exclamó Fabio.- Que bien te ves desde acá.- Dijo burlonamente.

Volteé a verlo, tenía la misma expresión diabólica de la noche pasada, me veía y quemaba con la mirada. No dijo más, se limitó a escupir, por un lado, a mi irritada entrada, y por el otro, la punta de su pene. Apreté los ojos, extendí mis manos y apreté también la sabana. Sentí su punta rozar mi esfínter.

Esta vez no entró despacio. Se limitó a entrar continuamente, sin parar. Entró hasta el fondo empujando el botón que parecía yo tener y que me causaba tantas gratas sensaciones. Bombeó con fuerza desde el principio.

Pensé que mi pequeña colita no resistiría, Fabio se movía como un péndulo. Bombeando con más fuerza en cada embestida.

De mi boca salían gemidos. Sus manos se apoyaron en mis caderas para darme más duro. Me estaba reventando el ano. Me encantaba, con cada embestida estaba más y más estimulada.

-¡Ahg!- Me quejé.- ¡Dame más duro!- Exigí.

-¿Así reina?- Preguntaba Fabio mientras aumentaba el ritmo.

Con cada empalada sentí venir un orgasmo, más intenso, más brutal que el anterior. Fabio clavaba su enorme pene en mis entrañas y yo lo recibía gustosa. Mi respiración al límite, los dos sudando.

El olor era embriagante aunque no le puse gran atención. Mi pequeño pene goteaba pero pasaba desapercibido.  Nuestros cuerpos sudaban, irradiaban pasión, lujuria, deseo.

-¡No pares!- Dije entre jadeos, casi en tono de ruego.- ¡No me lo saques nunca!- Concluí.

Fue el último estímulo que necesitó ese ejemplar de hombre. Bombeó durísimo, llegando hasta el fondo y luego sacándolo. Sonaba escandalosamente su piel chocar contra la mía. Solo tres veces entró, para después clavarme toda su estaca y al sentir mi “botón”, estallar escandalosamente en mi maltrecho ano.

Esa situación, lejos de alejar mi orgasmo, lo hizo surgir. Esos chorros de esperma me transportaron al mundo de los éxtasis de una manera brutal.

Mi aliento no podía más. Mi columna fue el transporte para una explosión de sensaciones aumentadas. El orgasmo era grandioso, un regalo del cielo que no tenía comparación con nada en la vida.

Así, sin sacar su hermoso pene, Fabio se tumbó en la cama hacia un lado. Quedé en posición fetal, respirando profundamente, tratando de reponerme de aquel maravilloso orgasmo.

Nuestros cuerpos empapados de sudor parecían no tener energía. Me limité a respirar, a sonreír. Era feliz, un hombre me hacía feliz. Yo a él, era un gran complemento.

Traté de dormir pero no pude, la sensación de Fabio entrando por atrás me mantenía despierta. Fabio tampoco durmió y poco a poco se fue acomodando atrás de mí, abrazándome y dando pequeños besos a mi nuca.

El silencio era como un milagro después de gritos incontrolables, de gemidos y jadeos. Eso era la paz, eso era la tranquilidad, eso era el amor.

Y así, en medio de esa sensación de bienestar, sonó mi teléfono, o eso parecía. Era el tono de la mismísima Vania. Abrí los ojos a su máxima capacidad y desperté del letargo. Me levanté de la cama como impulsada por resortes.

-Es Vania, no le avisé que venía.- Dije asustada.

Fabio no respondió, solo me vio correr hacia la estancia. La camisa volvía a su lugar cubriendo casi todo mi cuerpo mientras bajé apresuradamente las escaleras. No sabía dónde estaba mi teléfono móvil, me guiaba el sonido. Lo encontré en un sillón de la sala, como pude lo contesté algo agitada.

-Bueno.- Conteste jadeante, casi sin aliento.

-Son casi las once de la mañana amor dile a mi hermano que ya te deje.- Dijo burlonamente Vania.

-¿Tu hermano?- Pregunté algo asustada.

Sentí mi pequeño ano abierto, y de él, caer hacia abajo un chorrito de semen. Aún tibio y viscoso recorrió una buena parte de mi muslo, antes de que lo limpiara con una de mis manos.

-¿No te lo dijo?- Dijo asombrada.- Fabio y sus misterios.- Suspiró.- Pues nada cielo, quería ver si nos acompañan a comer o algo.- Siguió después de una pausa.- Fue una gran fiesta y me siento muy bien, ya te contaré.- Dijo calmadamente.- Entonces… ¿nos vemos en el hotel?- Preguntó.

-Pues sí, nos vemos en dos hora ¿ok?- Traté de confirmar.

-Muy bien preciosa, hasta al rato- Finalizó para luego colgar.

Me intrigó la manera de expresarse de Fabio. ¿Era su hermano? ¿Tenía algún parecido? Caminé por todo el lugar para ver de nueva cuenta a Fabio. Él estaba en la misma posición: tumbado en la cama, completamente desnudo.

-¿Vania es tu hermana?- Le pregunté sin rodeos.

-Obviamente, y mi hermana consentida.- Dijo volteando su cuerpo para quedar boca arriba.- Además, de la única.- Bromeó un poco, mientras me veía a los ojos.

-¿Por qué no me dijiste antes?- Pregunté con una mezcla de molestia, intriga y diversión.

-Porque, no te habría gustado tanto.- Contestó jovial al mismo tiempo me que jalaba de la cintura y se levantaba para quedar sentados uno al lado del otro en la cama.

-¡Eres un tramposo!- Le reclamé con una sonrisa en la boca.

-Obviamente, pero funciona.- Hizo una pausa para acomodarse, cerca de mí.

Nuestras caras quedaron a centímetros. El juego era muy divertido, muy entretenido. Volteé mi cabeza comunicando mi indignación.

-¿O no funciona?- Preguntó Fabio mientras besaba mi cuello expuesto.

No pude negarme, no pude hacer alguna otra maniobra más que darle un delicado beso en los labios. Muy despacio, cerrando los ojos para llegar al encuentro de labios totalmente relajada, entregada al momento. Suspiré después de unos segundos, reaccionando.

Cuando abrimos los ojos sonreí. Él también. No tenía miedo, ni nerviosismo, era un afecto especial que se da una sola vez en la vida y parecía estar más que correspondido.

-Nos espera a comer con ellos, en el hotel.- Le dije al sentir su brazo rodeando mi espalda en diagonal para que su mano tocara de lleno mi cintura.

Fabio beso mi mejilla. Disfruté esos momentos como nada, nunca antes. Sonreí y me sentí plena, sobre todas las cosas. No imaginé algo así, una persona que mi hiciera sentir tan bien, tan querida, tan mujer, sin el mayor esfuerzo.

-Imposible reina.- Mencionó con firmeza. – Tengo que comer con la familia del novio. Son buenas personas y muy cercanas a mí.- Explicó.- Hoy se regresan a Yucatán y es forzoso que esté allí.- Suspiró.- De hecho pensaba invitarte pero la verdad no quiero hacerte escoger.- Sonrió.- De modo que te llevo al hotel, pasas el día con Vania y en la noche nos vemos, cenamos con Vania y luego me muestras tu habitación ¿ok?- Me vio con sus brillantes ojos. Sonreí al verlo y aprobé con movimientos ascendentes de mi cabeza.

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Fabio y yo nos bañamos juntos, estábamos agotados después de una frenética noche de pasión. Nos enjabonamos el uno al otro y entre besos y mimos  terminamos de bañarnos.

Me puse la misma ropa del día anterior, me cepillé el pelo y no pude maquillarme. No importó, lucía una gran sonrisa en la cara que parecía opacar mi cara lavada y mis ojeras notables. Fabio se puso unos jeans deslavados bastante ajustados, color azul. Arriba una playera color rojo, lisa y no tan entallada. Complementó con unos tenis en rojo también y unos lentes obscuros.

Salimos de su apartamento de la mano, incluso nos cruzamos con una pareja de ancianos y los saludo cortésmente, sin soltar mi mano en un instante.

Cuando llegamos al hotel me dejó en la puerta, abrió la puerta del coche y me despidió con un tierno beso en los labios. Estaba muy feliz, casi extasiada. Avancé y pedí la tarjeta de mi habitación, Fabio se despidió y subí a mi  habitación.

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Entré a la habitación y al quedarme sola solo atiné a tirarme encima de la cama. Era feliz, me dolía mi pequeña colita pero al mismo tiempo me tenía satisfecha, me había dado los mayores ratos de placer de mi vida. Luego de saber, mediante un mensaje de Vania, que estaban en la playa decidí acompañarlos.

Me desnudé con cuidado, unté algo de crema hidratante en todo mi cuerpo, poniendo especial cantidad y dedicación a mi esfínter. Acomodé mi cabello con especial dedicación y luego me puse el bikini. Eran dos prendas delicadísimas, color azul cielo con elásticos verdes. Constaba dos triángulos ajustables arriba y al frente, cubrían perfecto mis senos y los elásticos me daban seguridad, todo era por medio de nudos y me ajustó perfecto. Abajo la prenda parecía conservadora, pero me convino perfecto con mi tono de piel y mi estructura corporal.

Arriba, me puse un mini short de algodón, rosa estilo deportivo con un cordón al frente para ajustar. Abajo unas sandalias sin tacón con unas rosas color salmón en la parte superior y con correas del mismo color sobre todo el talón. Por último, me puse un blusón largo que llegaba justo acabo de mi pelvis, color blanca, de algodón y con una leyenda “I Love my boyfriend” por todo lo largo.

Me sentía ansiosa, con la atención puesta en el mar y en las sensaciones que estaba viviendo. Tomé una suave toalla color blanca y bajé buscar a mis amigos, a la playa privada del hotel.

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Había mucha gente en la playa, me cautivé una vez más con la inmensidad del mar y sonreí. Busqué a mi voluptuosa amiga, y por esa cualidad, la noté fácilmente acostada en un camastro en la playa.

Acostada boca arriba, era el centro de las miradas de un buen número de hombres. Tumbada relajadamente encima de un camastro, no usaba brassier, tenía los senos al aire. Tostaba su piel mientras usaba un sombrero de paja y unos lentes obscuros. Abajo, su mini bikini parecía no existir, pues sus redondas y gordas tetas capturaban toda la atención posible.

-¿Habrá algún día en que pases desapercibida en algún lugar?- Le pregunté en tono de broma.

Vania me vio y se levantó despacio. Se quitó sus gigantescos lentes obscuros y empezó a reír.

-Así te molestan menos.- Explicó.- Los hombres les tienen pavor a las mujeres seguras.- Sonrió.

Sonreí mientras nos saludamos dándonos un par de besos en las mejillas.

-¿Y Ricardo?- Pregunté curiosa.

-Se fue a jugar futbol.- Respondió con algo de resignación.- Vamos a tomar algo, en la palapa hay un pequeño bar.

Asentí con la cabeza y ella se puso un blusón de manta largo. La tela se pegaba a su anatomía naturalmente. No recogimos nada, de hecho, dejamos mi toalla en ese lugar.

-Y cuéntame putita, ¿qué hiciste con mi hermanito?- preguntó Vania con un toque irónico.

-Me enseñó la ciudad de noche.- Le dije bromeando, aún más sarcásticamente.

-¿Y te gustó?- Sonrió mientras nos sentábamos en los bancos de la barra de una pequeña palapa que utilizaban como bar.- Quiero decir… ¿te quedarías a vivir en esta ciudad?- Me preguntó mientras me miró a los ojos.

-Es una ciudad preciosa, que, creo, cambió mi vida.- Le dije apenada mientras sentí hervir mi rostro.

Vania sonrió, aplaudió un poco emocionada. Pidió dos mojitos al barman y continuó con nuestra conversación.

-Hay amiga, parece que este viaje nos hizo mucho bien.- Hizo una pausa haciendo notar una inmensa felicidad en su rostro.- Ayer, pude arreglar algunos conflictos de mucho tiempo con mi mamá y creo que regresaré a casa siendo una persona diferente.- Me explicó mientras tomaba mi mano, notablemente emocionada.- Y por si fuera poco, mi hermano y mi mejor amiga desaparecen misteriosamente a conocer la ciudad juntos.- Su júbilo estalló.

Vania se levantó y me dio un abrazo frenético. Luego nos sentamos y bebimos nuestros mojitos. Platicamos largo y tendido, me puso al corriente de su situación familiar y de lo que eso representaba en su vida. Yo le conté con detalles mi noche de pasión con Fabio.

No podía ser más feliz, no me podían pasar cosas mejores. Era como si el mundo estuviera conspirando para tratarme bien y acercarme a personas extraordinarias. Las horas pasaron y tuvimos que ir con Ricardo e ir a comer al restaurante del hotel.

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Comimos mariscos entre risas y chistes. Ricardo era muy divertido y aún más extrovertido. Nuestro ambiente de relajación me hizo perder conciencia del tiempo, hasta que revisé mi celular, eran las siete de la noche, pensé en Fabio, sonreí. Me di cuenta que tenía un mensaje de Pame, mi secretaria. Me confundió, era claro y directo:

“No he podido comunicarme contigo. Comuníquese en cuando lea este mensaje, es urgente.”

Mi mente no pudo trabajar ordenadamente, me sentí sumamente confundida. Mi corazón dio un vuelco impresionante tratando de pensar que podía ser lo que pasaba con Pame. Tenía un presentimiento, una rara sensación de desconsuelo al leer ese mensaje.

-¿Pasa algo? ¿Estás bien chiquita?- Preguntó Vania algo alarmada.

-No sé.- Contesté confundida.- Tengo que comunicarme con mi secretaria.

-Toma.- Me dio su celular.- Háblale, y tranquilízate.- Casi ordenó.

Me levanté de la mesa escapando hacia una terraza del hotel. Marqué el teléfono de Pamela con dificultad, mis dedos temblaban inexplicablemente. Mi corazón parecía que se saldría de su lugar cuando escuché el tono de marcado.

-¿Bueno?- Contestó Pamela algo confundida, no conocía el número privado de Vania.

-Hola Pame, soy yo, Emma, acabo de leer su mensaje.- Respondí alarmada.

-Si jefa, sucede que recibí una llama hace unas dos horas, era su mamá.- Hizo una pausa.- Falleció su papá esta mañana y quería avisarle.- Dijo con la voz más triste que podía tener.

Mi mente empezó a dar vueltas, creí estar mareada o algo parecido. De mi pecho, surgió una profunda tristeza, una sensación de angustia que jamás olvidaré.

Mi padre nunca significó algo importante en mi vida, pero de alguna manera siempre creí tener una profunda deuda moral por el simple hecho de ser mi padre. No simpatizaba con ninguna de sus creencias, que eran todas machistas y conservadoras, pero las tenía siempre presentes como ejemplo de lo que la sociedad sentía.

De mis ojos salieron lágrimas que parecían llorar y cubrir de dolor a mi corazón enamorado. Cubrí mi rostro con las palmas de mis manos mientras sollozaba desconsoladamente. Mi cabeza fue abrazada por un dolor parsimonioso mientras mis piernas parecían perder fuerzas.

Vania llegó hasta donde estaba y no dijo una sola palabra. Se limitó a abrazarme y a sostener mi cuerpo que parecía carecer de soporte.

-Mi papá, mi papá se murió.- Le dije entre lamentos.

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Hola otra vez.

Gracias por leer mis historias y espero este capítulo les haya gustado. La historia va bien y creo que llegué al final de la primera serie de capítulos en la historia de Emma.

Quiero agradecer a todos los que siempre me han leído desde que comencé a publicar y decirles que sin ustedes no hubiera llegado tan lejos. Sin duda, son parte de lo que se necesita para continuar aquí, en este mundo de muy pocas opiniones.

Anuncio que voy a empezar con otra serie, en la misma categoría, Transexuales, ya verán de lo que se trata en los próximos días. Espero sea interesante para ustedes y que continúen leyéndome.

Espero opiniones de esta especie de “final de temporada” de Emma y les vuelvo a agradecer.

Mil besos.

Isabel.