Emanuelle VIII: Vallarta p2

El despertar sexual de Emma. Descubre un mundo alterno al que vivía.

No dejé escapar ninguna gota de aquel líquido tan sabroso. Me sentía cachonda, excitada, con ganas y gusto de hacer lo que estaba haciendo. Tras un rato pude sentir, por vez primera como se ponía, aunque no del todo, flácido, su poderoso pene.

Solo hasta ese momento, me levanté recobrando la vertical, mi espalda dolía pero me había gustado en exceso el resultado, había descubierto mi gusto por el semen. Fabio me besó los labios dulcemente y encendió el coche.

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Ya con el coche en marcha, y dirigiéndonos hacia un lugar del que yo no sabía nada, empecé a preocuparme. Si bien la situación era perfecta, y el día parecía sacado de un sueño, Fabio ignoraba mi verdadera situación.

Mi mente trabajaba rápidamente, con apenas unos cuando minutos en el coche mi corazón palpitaba rápidamente. ¿Qué pasaría si quisiera penetrarme? ¿Reaccionaría violentamente? Tuve miedo, pavor. De mí brotó la necesidad de enfrentarlo, de decirlo.

-¿Qué te pasa reina?- Preguntó Fabio al mismo tiempo que situaba su mano encima de mi muslo, me apretó la pierna como reclamándome atención.

-Nada, solo que tengo que decirte algo.- Le dije pausadamente mientras mi estómago pareció voltearse completamente.

Se generó un silencio incómodo. En ese momento mi vida se vino a la mente, recordé todo lo platicado en terapia, todas las horas que había pasado haciendo ejercicio y sometiéndome a algunos tratamientos dolorosos. Me vi a mi misma como una mujer que se había esforzado de más que ninguna otra por llegar a serlo. Todo lo que pasé significaba para mí una muestra de profundo amor propio y no iba a permitir que mi felicidad fuera eclipsada por una situación incontrolable.

Decidí tomar al toro por los cuernos, y respiré profundamente. Tomé la mano de Fabio con mis dos manos y lo miré a los ojos directamente.

-Mi cuerpo no es del todo de una mujer.- Dije con el corazón a punto de estallar.

Fabio abrió sus hermosos ojos un poco más, me vio de arriba abajo sin decir nada, pero no quitó su mano de mi pierna.

-¿Todo este drama es por tu “sorpresita”?- Bromeó mientras bajaba los cristales del auto.

-¿Qué? ¿Mi sorpresita?- Le repliqué asombrada.

No podía entender su respuesta, al menos no del todo. Parecía estar enterado desde antes de mi condición, de mi pequeño pene casi inservible y no parecía importarle, al menos eso pude observar.

-En esta familia, existen reglas.- Hizo una pausa.- No puedes, traer a alguien como invitado sin informarle a todos quien es y de donde viene.- Explicó

Me asusté aún más. No sabía a ciencia cierta si eso representaba un aspecto positivo o negativo. Mi mente parecía oscurecerse. Incluso reaccioné algo molesta, alterada.

-¿Qué? ¿Son como una de esas sectas de las historias de terror?- Cuestioné algo turbada.

-No.- Rió.- Es por asuntos de seguridad. Con tantos problemas en este país no podemos darnos el lujo de confiarnos demasiado. Pensé que Vania te lo había dicho.- Me contestó fresco, calmado.

-¿Conoces a Vania?- Le pregunté algo preocupada.

La verdad es que me sentí sorprendida, sentía como una gran explosión de información me era revelada. Al mismo tiempo concebí la mano de Fabio avanzar hacia arriba, por debajo de la tela de mi vestido, justo hacia la zona de mi ingle.

Fabio no contestó nada, solo se limitó a sonreír al mismo tiempo que entrabamos a una especie de cochera. La puerta se abrió justo antes de que llegáramos y se cerró tras nosotros. En el lugar había un aproximado de treinta coches, todos deportivos, todos lindísimos. Fabio estacionó el suyo, que no era menos lujoso, en un rincón, en el único lugar libre del lugar, al mismo tiempo que rozó con la yema de uno de sus dedos, no sé si a propósito, la única y pequeñísima parte de mi pene oculto, por encima de mi tanga.

Yo, no pude evitar reaccionar. Mi cuerpo se erizó en un segundo y mi espalda se arqueó un poco. Como pude, tomé su mano por la muñeca para retirarlo de allí.

-No te preocupes corazón.- Dijo Fabio con esa voz calmada y melodiosa que me había encantado por toda la noche. –Lo que pasa en Vallarta, se queda en Vallarta.- Dictó con una gran y malévola sonrisa.

Yo no dije nada más. Me limité a sentir, a disfrutar esa nueva sensación en mi pequeño pene, lo dejé hacer y allí, en medio de ese estacionamiento empezó a tocarme. Primero recorrió mis caderas, deslizando sus manos por la delicada tela de mi vestido.

Mi corazón se agitaba más con cada segundo que pasaba. Mi respiración se aceleraba poco a poco mientras, sin decir una palabra, Fabio me tomó, con su mano más alejada, de la nuca. Me jaló hacia él y empezó a darme el beso más suave y excitante que jamás allá probado hasta ese entonces.

Cerré los ojos despacio, al tiempo que Fabio me acercaba hacia él. Su olor era fresco, agradable como todo el tiempo. Primero sentí sus labios rozar los míos. Su respiración era calmada, dócil. Mientras sus labios abrían a los míos, su lengua entró en mi boca con una calma escandalosa.

El sabor de su boca era embriagante, quería más y más. Mientras nuestras respiraciones se agitaban sentí el calor de su mano dirigirse a mi escote. No podía ni quería evitarlo, quería ser tocada, seguir besando a Fabio. Mi cuerpo reaccionaba violentamente. Sentía un calor inexplicable. Solo cuando sentí el cuerpo de Fabio encima de mí reaccioné.

Estábamos en un estacionamiento. Cualquiera podría vernos. O eso pensaba yo. Como pude empujé a Fabio hacia arriba y lo aparté de mí.

-¿Qué te pasa reina?- Preguntó Fabio un poco asombrado.

-El lugar, puede vernos alguien ¿no?- Le dije tratando de controlar un poco mi respiración.

-Cierto.- Dijo Fabio con una sonrisa. Fabio pareció reaccionar. Acomodó un poco su camisa y salió del coche.

Sentí una felicidad inmensa. Fabio me respetaba, me trataba como una mujer incluso sabiendo que no lo era del todo. Mientras el rodeó el coche acomodé como pude mi cabello y mi vestido.

Fabio galantemente abrió mi puerta y me ayudó a bajar, solo para abrazarse de mi cintura y juntarme a él. No pude evitar sentir su paquete endurecido contra mi vientre. Me besó el cuello mientras sus manos rozaban mi espalda baja. Su respiración y sus besos en mi cuello no hicieron más que excitarme y acelerar mi pulso y respiración, aún más.

Intenté separarlo, aunque no tenía muchas fuerzas, ni ganas. Con más ansiedad que pasión empecé a besarlo en la boca. Nuestras lenguas empezaron a jugar ávidamente mientras sus manos apretaban mis redondas nalgas con fuerza.

No podía creerlo, esa no era yo. Nunca había disfrutado tanto la compañía de un hombre, o más bien, nunca con tan pocas palabras. Me gustaba, estaba completamente excitada y quería seguir sintiéndome así.

Quería más, me encantaba el roce de su hermoso pene contra mi barriga. Me separé un poco y empecé a frotarlo con la palma de mi mano derecha. Siempre “de la punta, hasta los huevos”, como alguna vez me había dicho Vania. Fue entonces cuando Fabio reaccionó.

Él se separó de mí violentamente para voltear en todas direcciones. Después de verificar a todos lados sonrió.

-Vamos arriba.- Sonrió.- Es un poco más cómodo.- Me dijo al mismo tiempo que me tomaba de la mano jalándome.

Cerró el coche y me tomó del brazo. Caminamos todo el lugar en línea recta. Estaba bien iluminado con luces blancas. Al final había una especie de pequeño cuarto, con paredes de vidrio, pisos de mármol y dos opciones. Un elevador y unas escaleras.

Fabio tocó el botón para llamar al ascensor. Luego me vio directo a los ojos. Mi respiración estaba agitada, no podía dejar de verlo. Sentí sus manos tomarme de la cintura. Sonreí y cerré los ojos. Esperaba otro gran beso. Sentí su aliento cerca. Abrí la boca gustosa, pero justo en ese entonces sonó el timbre del elevador. Abrí los ojos, sonreí mientras entrabamos al ascensor.

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Llegamos arriba aún de la mano. Tras salir de elevador caminamos por un diminuto pasillo de unos dos metros de largo, cubierto con una fina alfombra color rojo. Iluminado con luces blancas.

Fabio, cortésmente, abrió una puerta blanca, prendió las luces y me hizo pasar frente a él, tomándome por la cintura y guiándome hacia adentro. Tras cerrar la puerta tras nosotros Fabio desapareció por unos segundos.

-Esta es mi humilde choza.- Bromeó Fabio haciendo una pequeña pausa.- Estará siempre disponible para ti cuando vengas a Vallarta.

Parecía un sueño. Sinceramente, no creí que en México existieran lugares así. Era un lugar grande, con techos altos, pintado de blanco estrictamente. Las paredes de enfrente y a la derecha de la entrada eran de cristal, que dejaban apreciar una alberca en forma de rectángulo, de agua azul intenso e iluminada por todos lados. Afuera había también un par de asoleaderos de piel, una sombrilla y unas sillas. Todo lucía como un palacio, con pisos de mármol blanco y una iluminación pomposa.

Adentro era más lujoso aún. En una esquina, estaba una gran cantina color caoba. Constaba de una barra en forma de “L”, dos bancos de aluminio enfrente. Por detrás, tres repisas repletas de botellas de licor de diferentes colores y formas. En esa gran estancia también había una gran sala de piel blanca, de estilo modernista, un gran piano negro y un par de libreros llenos de libros.

Tras inspeccionar el lugar sentí a Fabio acercarse por detrás. No volteé la mirada, solo me limité a sonreír. Sentí su aliento en mi nuca, sus brazos rodeando mi cintura. En cada mano, tenía una copa de cristal cortado, llenas de un líquido obscuro.

No dijo una palabra, solo besó mi mejilla mientras tomé la copa.

-Brindamos por estar aquí.- Me dijo pausadamente para tomar el contenido íntegro de su copa.

No dijo nada más, solo buscó un pequeño control para apuntar a “no sé dónde” y empezó a sonar una delicada canción completamente tocada en saxofón.

Era en sueño. Me tomó de la cintura después de poner las copas en un lugar lejos. Sonrió frente a mí. Me sentía segura, caliente, lista para todo. Feliz y muy mujer. Me besó lentamente los labios, despacio, luego empezó a acariciar mi cintura, mi espalda, mis caderas, también mis redondas nalgas. Entre arrumacos y sonrisas pasaba el tiempo y nosotros nos agitábamos más y más.

Yo no podía más que corresponder a cada beso con más pasión. A cada caricia con más intensidad, a cada sonrisa con otra más dulce, más sincera. Éramos dos personas libres que nos gustábamos y que estábamos dispuestos a todo.

Tras unos minutos, nuestros cuerpos reaccionaron, los dos sudábamos, en parte por el clima de la zona, y en parte por nuestra calentura interna. Fabio desabotonó su fina camisa blanca, botón por botón, sin dejar de verme. Ahora no solo a los ojos, también miraba indiscretamente mi escote y mi silueta. Me sentía lista, caliente, afín. Quité mis zapatos al mismo tiempo, torpe pero eficientemente.

Cuando terminó pude ver su perfecto torso. Su piel clara parecía ajustar a la perfección con su anatomía. Si bien es cierto no era un fisicoculturista ni algo cerca, se notaba que carecía de un gramo de grasa, y no era delgado, todo lo contrario, tenía el perfecto balance que me volvía loca.

Me encantó su cuerpo, combinado con esa cara de ensueño. No pude hacer otra cosa más que besarlo, primero en la boca y después ir bajando lentamente con besos tiernos y húmedos.

Cuando llegué a su vientre bajo noté mi excitación. Al hincarme rocé mi diminuto pene contra el suelo, o algo parecido. Por todo mi cuerpo corrieron poderosas corrientes eléctricas que me dejaron jadeantemente inerte.

-Quieres un poco más ¿cierto?-Preguntó Fabio sin obtener respuesta.

Tras el comentario, y sin dudarlo un segundo, desabrochó su pantalón y lo dejó caer hasta el suelo. Se quitó los zapatos y luego se deshizo de esas dos prendas. Quedando en ropa interior, acercó mi boca hasta su, ya hinchado, paquete y yo, le di un pequeño besito, justo en la zona donde empieza a llamarse pene.

Me gustaba ese juego, pero fui más lejos al tomar su trusa de la parte más alta y jalarla de repente hacia abajo. Dejando libre y rebotando, su hermoso, grande y suculento pene.

Solo hasta ese punto, pude apreciarlo a su máxima expresión. Era enorme, no cabía entre mis manos, parecía ser mucho más grueso de en medio que en los extremos. Tenía venas gruesas como raíces y una cabeza rosada, hinchada y húmeda.

Lo acerqué a mi boca, olía a mi saliva y a un olor adictivo, una mezcla de salado y dulce, un manjar. Lo recorrí con mi pequeña lengua desde la punta hasta la base, y luego recorrí en círculos sus hinchadas pelotas. Como pude lo masturbé despacio, sintiendo como se erizaba en cada roce de mi pequeña lengua.

Sentí como Fabio se arqueaba mientras trataba de amasar mis tetas. Primero sacó una de ellas, estirándose un poco. Pellizcó y maltrató mi pezón izquierdo, haciéndome sentir una mezcla de dolor placer indescriptible. Después empezó a pellizcar el otro, pero esta vez con más brutalidad, a través de la fina tela de mi vestido.

Así, mientras sonaba un delicado solo de saxofón, empecé a succionar la cabecita de su pene, con fuerza y saliva mientras lo masturbaba intensamente.

Fabio se estremecía con cada segundo que pasaba así, yo esforzándome en darle placer. Sentía su pene palpitar entre mis labios, me daba la sensación de que cada momento estaba más hinchado, más rígido, parecía una piedra palpitante, estaba enorme. Fabio movía la cadera para insertar un poco más su pene en mi boca. Tras unos segundos, empezaba a rosar mi campañilla con su cabecita. Mi mandíbula estaba al extremo, me dolía un poco, pero el morbo me mantenía así, disfrutando de un gran pene entre mis fauces.

En esa posición y tras de unos segundos, Fabio empujó su pene hasta el fondo de mi garganta y allí, empezó a lanzar pequeños pero intensos chorros de semen.

Su leche, se pegaba en mi garganta mientras empezaba a sentir horcajadas por la obstrucción de mi respiración.

Cuando por fin sacó su carne de mi boca respiré profundamente, agradecía cada bocanada de aire que tenía y al mismo tiempo el sabor de su leche en mi boca.

Fabio no me dio ni un segundo de descanso, me tomó de una de las muñecas jalándome hacia él. Me dio un beso intensísimo que entendí como un lindo agradecimiento. Y como si no hubiera pasado nada, empezó a recorrer mi cuerpo en busca del cierre de mi vestido.

Lo encontró rápidamente, dejándolo caer al suelo. Ya semidesnuda me abrazó tiernamente. Me cargó y me llevó así por unas escaleras que no había visto. Me depositó con facilidad en una cama enorme muy suave, y luego se abalanzó quedando encima de mí, besándome apasionadamente, mientras recorría con sus manos mi cuerpo. Mis piernas no obedecían, se abrían lentamente como para albergar a Fabio en medio de ellas.

De mi boca salían gemidos como su tuvieran vida propia. El roce de sus manos me tenía en un estado de euforia, podía sentirlas en lugares diferentes de mi cuerpo. Mi respiración estaba al límite incluso me estremecí cuando sentí uno de sus dedos rozar mi pequeño pene.

Tras eso, desabrochó mi brassier con extrema facilidad estando encima. Parecía que tenía mucha experiencia, por la confianza que irradiaba. Yo solo me concentraba en lo maravilloso del momento, en mi placer propio y en toda esa maravillosa ola de sensaciones que me hacía sentir Fabio. Empezó a recorrer mi pecho con besos, cubrió de saliva mis pezones y luego sopló con cuidado.

Los sobresaltos me tenían al límite, estaba excitadísima. Empecé a sentir su aliento bajar, por mi vientre. Mi piel se erizaba con cada beso que me daba. Mi espalda se arqueó al límite cuando sentí sus labios rozar mi pene, a través de la tela de mi tanga. Intenté salir de esa posición con un movimiento de pelvis, pero era imposible, Fabio me sujetaba con fuerza de las caderas con sus dos manos.

Hasta ese momento, tenía cierto control de la interacción, Fabio no me había forzado a nada. Pero ese semejante placer, el rozar de sus labios contra mi pene me hicieron perder el control y conciencia. Era una maniobra peligrosa que me hacía querer más y más con cada segundo que pasaba.

Al principio me dio miedo tanto placer, pero cuando Fabio hizo a un lado mi tanga y empezó a rozar mi pequeño pene con su lengua, me sentí en el cielo. Sentí sus dedos rozar mi pequeño ano y me dominó el placer.

Mi respiración se agitó mucho más que el límite. Mi cuerpo se cubrió de sudor mientras mi espalda formaba un arco perfecto con la cama. Mis manos amasaron con fuerza mis tetas apretándolas con fuerza.

El placer me estaba volviendo loca. Mi voz salía un poco rasposa y alteradísima, salían suspiros y gemidos. Luego eran sugerencias, tras un rato ordenes: “Así así”, “duro, duro”, “más, más”.

Me sentía flotar en una nube de placer, Fabio cubrió mi pene con su saliva mientras clavaba dos de sus dedos en mi colita. Pensé que no podía sentir más, que era lo máximo que mi cuerpo sentiría jamás, pero como si Fabio fuera un enviado para sorprenderme y descubrirme un nuevo mundo se detuvo.

Se levantó de esa posición rozando mi penecito con una de sus yemas y me acomodó. Juntó mis rodillas con sus manos, flexionándolas y haciéndolas hacia mi lado derecho. Mis nalgas se separaban naturalmente por esa postura y mi pequeño miembro se hospedaba en un triángulo invertido que se formó entre mis piernas.

-Ahora vas a ver reina.- Dijo Fabio, con una voz gutural, como animal.

Con una facilidad y conocimiento asombrosos Fabio acomodó su enorme pene en la entrada de mi esfínter. Su gesto había cambio, ya no era un hombre encantador. De sus ojos parecía salir fuego, su semblante era duro, recio, como un guerrero que está feliz por hacer lo que hace.

Yo solo arquee mi espalda, pensé sentir un gran dolor. Le sonreí y le guiñé un ojo. Estaba lista para ser empalada, me encantaba la idea Fabio tomó fuerzas y poco a poco fue metiendo su poderoso órgano en mi pequeño huequito.

Empujaba lento pero intensamente, de mi orificio brotó dolor al mismo tiempo que un placer extremo. Mi espalda se arqueo y cerré los ojos apretándolos fuertemente. Fabio se detuvo un poco y cuando empecé a sentir alivio empujó otra vez.

No supe cuanta carne entró pero sí que empezó a sacarlo un poco. Dolía pero me gustaba, parecía natural sentirlo así. En su segunda embestida Fabio no encontró un límite, empujó hasta el fondo haciendo un gran ruido, se trataba del choque piel contra piel. No dolió tanto como el primero, de hecho me gustó ser abierta de ese modo. En mi boca se dibujó una sonrisa, y sentí que Fabio me veía, pues fue como su señal para empezar a bombearme de una manera brutalmente adictiva.

Mi cuerpo era empujado y jalado con mucha fuerza, casi al extremo de parecer violencia. Mi mente estaba nublada, gemía y respiraba como poseída. Me encantaba recibir tremendo pene en mi pequeño esfínter. Fabio parecía no conocer los límites y lo hacía cada vez más rápido y fuerte.

Mis piernas hormigueaban, Fabio, como una ocurrencia estiró un poco su mano izquierda y frotó con la yema de su índice, mi pequeño pene, como pelando mi mini escroto. Ese movimiento, esa idea me aterrizó en el mismísimo cielo. No podía creerlo, parecía que Fabio me forzaba a tener un violento orgasmo. Estimulaba en todos los caminos posibles.

No tardé mucho en explotar. Desde mi espalda, corrieron impulsos eléctricos a todo mi cuerpo y de regreso también. De mi boca ya no salían gemidos, ahora eran gritos de placer.

-¡AHGG!- Grité como pude.- ¡YA NO, YA NO!- Le pedí un poco.- ¡ESPERAME, ESPERA!- Le supliqué.

Fabio se detuvo sacando su rico miembro despacio. Solo cuando sentí mi culo vacío, empecé a convulsionarme. De mi pene salían gotitas de lo que creí que era semen. Mientras mi espalda se retorcía con vida propia, como si yo me tratara de una serpiente.

Mi cuerpo bañado en sudor me exigía más y más aire. Apreté las finas cobijas de la cama y apretaba los dientes. Estaba teniendo el mejor, más largo e intenso orgasmo de mi vida.

Sentí toda mi piel erizada. La sensación era mágica, se sentía mucho, al extremo. Respiraba sonoramente, parecían lamentos. Era la culminación de todo, la pequeña muerte, la fuerza por la cual el mundo se mueve.

Cuando el clímax terminó, mi mente se relajó, estaba cansada, mucho, como nunca antes. Pensé estar muerta o algo, parecía navegar por el viento. Abrí un ojo, tratando de ubicarme en la realidad. Vi a Fabio viéndome, masturbando su gran pene lentamente.

-¿Estás cansada?- Preguntó tiernamente Fabio.

-Estoy muerta, acabaste conmigo.- Le contesté con la voz más parsimoniosa que jamás haya tenido.

-Esto apenas comienza Reina.- Dijo burlonamente Fabio.- Te voy a cambiar la vida.- Finalizó mientras tomaba un frasco que parecía contener crema en uno de sus buros.

¿Qué trataba de decir? Mi mente se nubló asombrosamente. Traté de pensar lentamente lo que me había dicho y cerré los ojos. Solo me sorprendí al sentir a Fabio levantarme. Me acomodó al borde de la cama, en cuatro, como una perra en celo. De forma milagrosa, mi cuerpo respondió quedándose inmóvil.

-Te gustó ¿cierto?- Preguntó burlonamente.

-Mucho, mucho.- Le contesté.

Me sentía dispuesta otra vez, adolorida del culo, con los músculos tensos, pero con ganas de seguir con eso. Era adictivo es acoplamiento que teníamos. Me sentía vulnerablemente segura, así, con mi retaguardia expuesta sabía que Fabio no me haría daño, por el contrario, estaba allí para cambiar mi vida, para abrirme las puertas del placer.

-Lo supe desde que te vi caminar contoneándote.- Expresó Fabio con una alegría intrigante.

Fabio separó un poco mis rodillas, mientras mi espalda se arqueaba, mis nalgas se abrían un poco. Yo solo atiné a verlo. No podía ser cierto. Sentí sus dedos fríos untarme una especie de crema semilíquida, que cubrió perfectamente mi esfínter. Clavó dos yemas de sus dedos en mi colita, como esparciendo el fluido dentro también.

-¿Y tú siempre obtienes lo que quieres no?- Bromee un poco.

Lo estaba retando, era como una travesura que estaba surgiendo de la nada. Naturalmente surgía un juego de seducción de él que nadie nunca me habló pero me sentía segura y cómoda.

-Para muestra basta un botón.- Respondió morbosamente Fabio.- Estoy a punto de empalar a la hembra más buena de la fiesta.- Dictó.

Sus palabras me ponían más cachonda. Si bien estaba cansada, la idea de complacerlo y de ser “la hembra más buena de la fiesta” me hacían sentir bien. Como pude, y casi por instinto, empujé mi pelvis hacia atrás, como buscando el glande de mi compañero.

-¿Ah sí?- Le dije algo jocosa.-  Aún puedo correr lejos de aquí.

-No creo que seas tan mala, ni que lo que acaba de pasar te desagradara tanto.- Contestó Fabio divertido.

También contestó poniendo una de sus manos en mi cadera izquierda, separando un poco mis nalgas. Mi hoyito estaba irritado, lo supe cuando Fabio rozó mi entrada con su cabecita, o al menos eso sentí. Era una especie de dolor – ardor. Lo ignoré al sentir como Fabio me abría despacio, perforando mi pequeña cueva trasera con una calma prodigiosa.

-A decir verdad, te pondría un ocho punto cinco rey.- Le dije con la voz algo alterada.- No podría ponerte más.

-Eso me dolió.- Dijo Fabio mientras lo sentí llegar hasta el fondo.

Parecía presionar algo en mí, justo en el momento que metía todo su pene. Cuando empezó a sacarlo sentí en mi cuerpo la misma calentura de unos minutos atrás. Era como si presionara el botón y luego lo soltara, solo para hacerme quererlo adentro más y más.

Fabio aumentó el ritmo casi de inmediato. Mi maltratado ano parecía querer más y más carne adentro. Me movía involuntariamente. El placer era inimaginable.

Me sentí en el cielo una vez más. Fabio me penetraba frenéticamente. Entraba y salía casi todo su pene. Me tomó de la cintura para imprimir más fuerza.

-¡¡Sí!! ¡SI! ¡DAME MÁS!- Le pedí a Fabio como poseída.

-¿Te gusta reina? ¿Te gusta cómo te lo meto?- Preguntó perturbadísimo.

-¡MUCHO! ¡METELO MÁS, MÁS DURO!- No podía contenerme.

Nunca pensé que me comportaría así, pero ese pedazo de carne me trasformaba en segundos. Sentí un nuevo orgasmo venir, parecía más intenso que el anterior, cosa que me nubló la vista.

Tras un par de embestidas, llegó el suspirado éxtasis. Mi cuerpo se tensó al límite, con la espalda arqueada y la nuca hacia atrás. Mi respiración al límite y Fabio entrando y saliendo con un ritmo colérico.

-¡AHG!-Suspiré.

Fabio embistió aún más fuerte, solo un par de veces, mientras me relajaba sentí que en el fondo de mi culito, unos lechazos hirvientes. Luego, mi compañero se tiró encima de mí, en esa posición, sin piedad, como fatigado el límite. Luego se rodó para quedar tras de mí, de costado izquierdo.

-Yo te pongo un diez reina- Me dijo entre jadeos.

No contesté nada, no hacía falta. Fabio se durmió en segundos. Mi mente aún estaba en blanco, no podía creerlo. Era una mujer, satisfecha y feliz.

Por mi mente empezaron a pasar pasajes de mi vida. Mi anterior vida como niño parecía una pesadilla, un sueño distante y solo eso. Fabio cambió mi vida nuevamente desde ese momento. Me ayudó a descubrir el placer casi al extremo y a sentirme completamente mujer. De hecho Diego De La Torre parecía un bárbaro, un egoísta indeseable en la cama.

Creí amar a Fabio, de hecho nadie en mi mundo me había hecho sentir tan mujer, tan sensual, tan única y deseada. Incluso Yuto, el príncipe nipón parecía un niño asustado después de esa noche.

Me acomodé cerca de Fabio, sintiendo el roce de su casi perfecta piel en mi espalda. Era feliz, no tenía miedo de nada ni nadie. Estaba satisfecha y cansada. Me dormí poco a poco con una gran sonrisa en la boca.

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