Emanuelle VII: Vallarta p.1

Empieza la narración del lugar más emblemático en la vida de Emma y las experiencias que lo convirtieron en eso, el lugar mejor guardado en su memoria.

Me despertó el sol entrar por la ventana de mi habitación. En mi rostro lucía una sonrisa espectacular, aunque no la podía ver, sabía que estaba allí. Me sentía contenta, como siempre en esos últimos días. Tenía trabajo, amigos y era quien yo quería ser desde siempre.

Me levanté de la cama, tenía mucha energía ese día. Hice mi cama y aún con el pijama me dirigí hacia el baño. Estaba demasiado feliz. Me sorprendí a mí misma tratando de cantar un pedazo de “Like a virgin” de Madonna.

Me desnudé frente al espejo, sintiendo ese nudo de sensaciones que me embriagaba. Estar sola nunca había sido un placer hasta que me descubrí siendo tan feliz, estando conmigo misma en el baño. Empecé el ritual de las mañanas, esta vez cantando y bailando lentamente  frente al espejo. Si bien mi cabello y mi rostro eran un desastre, cuando los enjuagué todo cambió. El reflejo del espejo era adictivo, incluso sin quitar la atención del retrato me di una vuelta admirando mi perfil.

Tomé una ducha con agua tibia. El vapor se encerró en el pequeño cubo de la ducha pero disfruté demasiado el rato. Mi cuerpo no tenía pelo en casi ningún sitio, lo que hacía del roce del jabón y el estropajo una delicia.

Todo era perfecto, el olor a frutas silvestres del jabón de baño, la sensación de libertad que me daba el agua, mi buen humor, incluso Madonna tenía algo que ver. Me sentí feliz, plena, conforme con mi vida, con mi persona, con mi cuerpo y con todo en general. Salí de la ducha notablemente más fresca, diferente. Vi una silueta perfecta, femenina, por el espejo empañado de cuerpo completo del baño. Cepillé mis dientes con paciencia, luego sonreí mientras sequé mi cuerpo paulatinamente, me enredé el cabello en una toalla y así salí del baño.

Empecé con la tradición de la mañana, unté crema hidratante en todo mi cuerpo, luego a peinarme, secar mí cabello y arreglarme en general. Mi cabello era sedoso y muy fácil de peinar. Tras unos minutos ya estaba con el cabello en orden. Procedí a vestirme. Escogí un conjunto de brassier y tanga color rojo cereza, de algodón. Amoldé mis tetas con cuidado, me gustaba la sensación de acomodarlas, también sentir las ventajas del brassier: desafiar a la gravedad. Luego me puse la delicada tanga. Acomodé el pequeño hilo entre mis nalgas y luego puse algo de atención a mi pequeño glande. Parecía acostumbrado y sumiso, apenas lo toqué para acomodarlo hacia atrás y como si fuera magia se acomodó formando unos labios vaginales perfectos: suaves y bien definidos. Por fin terminé de cuadrar mi ropa interior y me revisé en el espejo. Mi rostro femenino lucía divertido.

Luego me puse unos pants color negro. Eran ajustados y de textura bastante suave. A los lados tenían unas líneas rojas que bajaban por todo lo largo de las piernas. Se pegaban tanto a mi anatomía que marcaban ligeramente mi tanga, y en la parte del frente, se emulaba perfectamente una vulva hinchada. Arriba opté por una blusa cuello “V”, roja con las mangas un poco debajo de los hombros. De textura rugosa, su largo llegaba justo al inicio de mis caderas.

Me vi al espejo y sonreí. Me maquille rápidamente. Me puse por último unos tenis cómodos, también en rojo y caminé un poco como era costumbre. Está lista, no sabía que iba a pasar así que me propuse desayunar.

Estaba tomando un yogurt para beber cuando vi la hora. Eran casi las ocho treinta de la mañana y aún no tenía alguna noticia de Vania. Me preocupé un poco. Y como si hubiera sido calculado, sonó mi teléfono, justo con el tono personalizado para Vania.

-¿Hola?- Contesté jovialmente.

-Buenos días corazón. ¿Cómo amaneció mi niña? – Preguntó con mucha cortesía, con la voz más dulce que yo le conocía.

-Muy bien Van, ya estoy lista y esperándote.- Le dije rápidamente, con cierta ansiedad en mi voz.

-Qué bueno, estoy justo a cinco minutos de tu casa, solo que hay un par de cosas que decirte.- Hizo una pausa y mi estómago se revolvió, como presintiendo algo.- A decir verdad es una noticia buena y otra mala.- Concluyó jocosamente mientras en mi rostro se dibujó una interrogación.-

-Primero la buena.- Le dije con voz temblorosa.

-La noticia buena es que la fiesta se llevará a cabo en lugar cerca de la playa, en Puerto Vallarta, muy cerquita de donde nací y crecí.- Dijo Vania con calma, y eso me tranquilizó mucho.

Yo nunca había conocido el mar cuando era un niño. Siempre había sido un sueño, lo veía en las películas y en la televisión como algo sencillamente maravilloso. Me puse muy feliz de recibir esa noticia, pero al mismo tiempo intrigaba, ¿qué noticia podía ser mala relacionado a eso?

-¿Y la mala? ¿Cuál es la mala noticia?- Le pregunté algo inquieta.

-La mala es que mi secretaria no pudo conseguir algo más tarde y nuestro vuelo sale en veinticinco minutos.- Dijo con una voz dudosa.- Aunque no está tan mal, nos vamos a poder asolear un rato antes de la fiesta. Y valla que te hace falta asolearte Emma.- Concluyó Vania serenamente.

-Ok, te veo ya abajo para no perder tiempo.- Terminé de hablar antes de colgar.

Mis piernas temblaban, había dicho “vuelo” y eso me hacía sentir ansiosa, nerviosa, temerosa. No tenía razón alguna, en alguna cadena de mail había leído que tenemos más posibilidades de morir en un avión que si nos cae un rayo, pero de cualquier modo estaba nerviosa.

Empecé a respirar profundo, metiendo mucho aire en mi interior mientras trataba de concentrarme, saqué mi maleta y distraje mi mente pensando en cosas que no tenía que olvidar. Solo así, tras cinco minutos esperaba a Vania en la puerta del edificio con tres maletas gigantescas.

No podía admitir mi miedo, así que cuando llegó Vania con su chofer no pude más que abrazarla. Lucía espectacular, aunque como siempre no invertía mucho tiempo en su apariencia. Cabello recogido y unos gigantescos lentes obscuros con el borde rosa. Pantalones a tres cuartos de piernas de largo, strech, deportivos, color gris, que se pegaban morbosamente a su esculpida figura. Tenis color blanco y una blusa tipo top también deportiva. La complementaba una mini chamarra de mezclilla.

-¿Tienes miedo chiquita?- Preguntó Vania con su tono jocoso, al mismo tiempo que rozaba mi barbilla con su pulgar derecho.

-Solo de volar.- Le respondí agachando la mirada y sintiendo un gran calor en mi rostro.

Vania sonrió y soltó un par de pequeñas carcajadas, divertidas. Después tomó mi mano y me jaló hacia el auto donde venía. Era un Mini Amarillo.

-Él es Ricardo.- Dijo Vania mientras apuntaba su palma hacia el asiento del conductor del coche.- Y ella es Emma, los dos deben haber escuchado mucho de ambos.

Se trataba de la pareja en turno de Vania. Era guapo, de tés morena ligeramente bronceada, con ojos claros y facciones toscas. Tenía el cabello corto, negro azabache y ligeramente quebrado. Lucía bastante fuerte y debía estarlo. Vania no se enorgullecía mucho de su profesión, era un peleador profesional de “vale todo” o algo así. Y lo parecía, tenía un gesto de agresividad y un cuerpo bastante poderoso. Incluso vestía solo con marcas deportivas.

Saludé a Ricardo estrechando su mano y me pareció amable, cordial. Hablaba español de una manera no muy fluida, pero parecía buen tipo.

Después de que el amazónico nos ayudara a subir las cosas al coche partimos hacia el aeropuerto. Durante el trayecto, nunca me separé de Vania y su pareja, y a ellos parecía no importarles en absoluto. Aproveché, como solía hacerlo para tomar una especie de notas mentales, de cómo comportarme, como lo haría una verdadera mujer. Vania narraba anécdotas picantes y confesiones que Rodrigo parecía no entender del todo. Solo así y bajo ese ambiente disipado pude relajarme y subir al avión sin rastro alguno de estrés.

Cuando llegamos a Puerto Escondido, nos movimos en un coche privado, rentado por la compañía en el Distrito Federal y que nos serviría para movernos el tiempo que estuviéramos en aquel lugar.

Vania trataba de explicarnos las maravillas de la ciudad, tratando de contar un par de cuentos, tanto personales como históricas del lugar. Yo estaba totalmente maravillada con el clima, era cálido y húmedo, me recordaba en alguna medida a mi lugar natal, y también, por su puesto, todo lo que había cambiado en mi vida. Estaba feliz de poder conocer el mar por fin.

Tras un breve recorrido por la ciudad por fin llegamos al hotel donde nos hospedaríamos. El plan era claro: Llegar ese día, prepararnos para la fiesta, después acudir a ella y pasar el domingo y parte del siguiente lunes en el hotel, para regresar a la ciudad de México el lunes a medio día.

Ya estaba todo arreglado y no me molestó, yo ocuparía una habitación sola y Vania y Ricardo otra, una al lado de la otra.

El lugar era cómodo, y muy lujoso, pero lo que captó mi atención, a tal grado de no pensar en otra cosa más que estar en la playa, fue precisamente ese sitio. Apenas llegamos y tras entrar a mi habitación y cautivarme con la belleza indescriptible del mar, viéndolo por el balcón, a unos cuantos metros, empecé a llorar.

No pude hacer más que eso, solo me limité a desnudarme, dejando las prendas que tenía puestas tiradas casi por toda la habitación. Me puse un bikini dorado que me había sido obsequiado por Vania. No era nada pequeño, ni grande, era justo lo que necesitaba, de dos piezas y tirantes delgados. Tomé una toalla blanca del baño y unos lentes de sol que traía en la maleta. En mis pies puse unas sandalias solo para meter los pies, en dorado también. Casi se me olvida la llave para abrir la habitación. Al final bajé corriendo hacia la playa, no podía esperar.

Nunca antes había visto algo de tanta magnitud, me sentía libre, gozosa. Era una época del año donde no había mucha gente, y estando la playa casi desierta me metí a nadar sin ningún pudor. Me divertí jugando en la playa, nadando y corriendo por los alrededores, durante mucho tiempo, sin prestar atención a nada.

Ya entrada la tarde decidí que era suficiente, además de que recordé la fiesta y el hambre que tenía. Envolví mi cuerpo en la toalla, enfundé mis pies en las sandalias y tomé la tarjeta de mi habitación. Regresé al hotel con la idea de que era muy tarde ya. Subí a mi habitación, y como forzosamente tenía que pasar por la de Vania y Ricardo, me di cuenta que tenía un pequeño letrero colgado en la cerradura de su habitación: “No molestar”. Me quedé inmóvil, tratando de analizar lo que pasaba.

De inmediato mi imaginación voló. En mi mente, brotó la imagen de los cuerpos casi perfectos de Vania y Ricardo, fornicando frenéticamente, como en aquel video en la computadora del señor De La Torre. La situación me excitó demasiado. Revisé que no merodeara nadie por el pasillo y, tal y como lo había visto en algunas películas, coloqué mi oreja contra la puerta tratando de escuchar algo.

Aún no puedo describir que fue lo que sentí, pero era tan agradable y adictivo que no pude dejar de hacerlo. El sonido era vago, tenían música sonando, era una especie de canción pop en un idioma que no reconocí, pero en el fondo y solo poniendo atención se escuchaba la voz de Vania gritar:

Si papito que rico…. ¡Así así así!

No lo podía creer, estaban teniendo sexo allí, mientras yo inocentemente jugaba en la playa. Mi corazón se aceleró escuché unos pasos venir por el pasillo. Me separé como un relámpago de la puerta y sin darle tiempo a nadie de verme, me metí en mi habitación, azotando un poco la puerta.

Me quedé recargada en la puerta por dentro. Podía sentir mi corazón acelerado al límite, en mi cara un gesto de sorpresa, de admiración pero al mismo tiempo de morbo. En mi boca una sonrisa. Me sentí desconcertada.

La toalla cayó al suelo, seguida de mis lentes y la tarjeta. Sonreí y me noté excitada, muy excitada. Mis pezones estaban al límite, como si pudiera y quisieran explotar en cualquier momento. Sentí una erección, pero al comprobarlo corroboré mi traspié. Decidí tomar un baño con agua fría para calmarme.

El agua fría recorría mi piel y me daba una sensación de alivio ante el ardor de mi piel tostada por el sol. Cuando terminé el suave tacto de la toalla me hizo sentirme poseída solo por las sensaciones de mi cuerpo. No podía dejar escapar esa idea de ver a mi amiga siendo penetrada, no podía dejar de imaginar el intenso placer que creía, estaba teniendo.

Como hipnotizada y como flotando, me sequé y empecé a prepararme para la fiesta. Eso sin olvidar la excitación que sentía. Poco a poco, fui dejándola atrás, como cuando guardas una idea en tu cabeza.

Me arreglé como de costumbre, recordando algunas de las recomendaciones que me había dado el diseñador, me vestí y me arreglé lo mejor que pude.

Primero sequé mi cabello y lo alacié lo mejor que pude. Después me puse un coordinado de ropa interior bastante lindo, que constaba una tanga y brassier blancos, de algodón, con encaje azul marino por todos lados. El brassier era suficiente para “sujetarme bien” y sin tirantes y la tanga era delgada y su roce me hacía sentirme estimulada levemente.

Así me pasee por mi habitación mientras me maquillaba. Como siempre, con el menos maquillaje posible, con sombras en colores azules en los ojos y en los labios un tono durazno.

Como tenía hambre y para no perder tiempo decidí pedir algo en el servicio a la habitación, gelatina de limón y una malteada de fresa. Por lo distraída que estaba no me di cuenta de estar en paños menores. Tocaron la puerta anunciando servicio al cuarto. Abrí la puerta un poco desesperada por el hambre y descubrí a un joven moreno, no muy alto, de unos diez y siete años, con un carrito-charola y vestido con un uniforme rojo con negro. Sonreí. Abrí la puerta de par en par.

-Se se servicio al cuarto.- Tartamudeó

El joven dijo al verme abrir, sus ojos parecían desorbitados y su atención se dirigió directo a mis senos.

-Claro, pasa.- Le dije divertida al darme cuenta de la situación.- Déjalo allí.- Sentencié.

-Malteada de Fresa y Gelatina de Limón.- Dijo algo nervioso mientras entraba a la habitación.

Me moví hacia el baño, para buscar algo de dinero y ponerme una bata. Pero noté que el empleado me seguía con la vista directo a mi casi desnudo trasero. Era algo habitual desde semanas anteriores, pero me hacía sentir bien, segura, apreciada y valorada. Cuando logré taparme un poco le di algo de dinero como propina.

-No es necesario.- Dijo el joven notablemente apenado y sonrojado.

-Para nada, gracias y disculpa las fachas.- Le dije coquetamente mientras disparé una pequeña sonrisa.

Y es que si algo había aprendido perfectamente de Vania era a coquetear, nunca me lo expresó pero aprendí viendo, de la mejor en ese ramo. Me gustaba coquetear, provocar a los hombres en sus más bajas pasiones, como si fuera divertido, sin dañar a nadie y pusiera mi autoestima en un lugar más alto.

Y lo había logrado, pude notar en su pantalón, un rastro de erección bastante marcado. Fui evidente, el joven enrojeció más.

Hubo un silencio incomodo, el joven del servicio no tenía mucho que hacer y salió algo apurado. Yo solo esbocé una sonrisa en mi rostro y cerré la puerta cuando salió.

Ni siquiera tenía una plena conciencia de todo lo que había cambiado. Me gustaba coquetear y situaciones como está. Pero mi mente se centró a la erección del joven. Sonreí aliviada.

Comí la gelatina y bebí la malteada al mismo tiempo de terminar de maquillarme, en mi mente pasaba lo provocador que estaba resultando el día. Me puse el vestido y me quedaba perfecto, me sentía como una princesa, sensual, cómoda y sobre todo, segura de mi misma, de mi apariencia, de mi belleza y de mi cuerpo.

Eran casi las ocho de la noche, hora acordada con Vania para estar listas y vernos en el lobby del hotel. Solo terminé mi atuendo con un juego de aretes y una pulsera de plata delgada en mi muñeca izquierda. Me sentía irradiante, hasta cambié el piercing de mi lengua por uno azul para que combinara con el vestido.

Bajé al lobby usando el elevador, la noche hacía que todo pareciera más bello, incluso el hotel que en el día era muy hermoso, de noche e iluminado parcialmente parecía sacado de un cuento.

No tardé mucho tiempo en identificar y encontrar a Vania y Ricardo, parecían resaltar entre los pocos turistas y la gente que trabajaba en el lugar. Vania vestía un vestido largo color purpura, entallado, la hacía ver aún más neumática de lo que era en realidad. El vestido tenía un solo tirante, que estaba cubierto por piedras brillantes. Su maquillaje era discreto, aunque un poco orientado a hacerla parecer un poco felina. Labios rojos y sobras rosas. Además, lucía un brazalete de piedras brillantes grueso, en la muñeca izquierda, y unos aretes que hacían juego. Sin dudar, Vania lucía fresca, linda y muy atrevida. De su mano, y para nada eclipsado, estaba Ricardo. Él vestía un traje color gris brillante con una camisa blanca y corbata y pañuelos negros. Sus zapatos brillaban como con vida propia, pero nada de eso era más llamativo que su brillante sonrisa.

-Siento haberlos hecho esperar.- Les dije mientras me acercaba a la radiante pareja.

-Valió la pena.- Dijo Ricardo entre dientes, casi como si fuera un suspiro.

-Menos mal que eres mi amiga, si no, tendría que estar cuidando a mi hombre toda la noche.- Bromeó Vania mientras me veía con sus luminosos ojos color miel.

Me sentí en confianza, de hecho todo parecía demasiado fácil. No podía entender porque Vania no quería ir sola a esa fiesta, a ese lugar tan semejante a un paraíso.

Parecía un palacio a simple vista, era una casa grande rodeada de jardines perfectos, con ventanas del techo hasta el suelo por casi todos lados, iluminada con pequeños reflectores a lo largo, como para darle un punto extra de importancia a la arquitectura minimalista. Y la fiesta no estaba en ese edificio, si no en uno de los jardines. Cuando bajamos del coche había una largo camino marcado con una especie de estacas que parecían antorchas, largas y hechas de una especie como de palma, hacían sentir que no había ninguna corriente de aire.

A lo largo del jardín y donde era la fiesta, había una buena cantidad de mesas, Ricardo calculó cuarenta mesas, Vania solo pareció no darle importancia. El lugar era extremadamente hermoso a la vista, en las mesas había arreglos de rosas blancas y un centro formado por velas gigantes. En medio del jardín, brillaba una pista de baile que parecía de cristal, iluminada desde abajo, parecía un sueño entre el pasto. La música era discreta, como unos violines sutiles ambientaban la reunión.

-Es un gran lugar.- Sugirió Ricardo con una vos bastante divertida y entretenida.

-Si no fuera por las personas, sería un paraíso.- Contestó Vania algo molesta por el comentario.

Yo solo me limitaba a ver a las personas, un mesero nos guiaba a nuestra mesa cuando se cruzó una mirada con la mía.

Era un perfecto espécimen del sexo masculino, o al menos a mí me pareció así. Era un chico que medía aproximadamente uno setenta y cinco, de tés clara, cabello castaño claro, parecía ligeramente rubio, cortísimo, como un soldado. Tenía el rostro alargado, boca mediana y labios delgados. Cuando me vio me lanzó una sonrisa encantadora, su rostro se iluminó y no pude corresponderle con otra cosa que no fuera, exactamente otra sonrisa.

Vestía mucho menos formal que la mayoría, pero eso no lo hacía lucir mal, por el contrario, parecía más juvenil, más interesante. Con un traje color beige, hecho de una especie de lino, camisa blanca y abierta, era el centro de las miradas femeninas, en su mayor parte. Complementaba su atuendo con unos zapatos cafés, de charol.

Y es que solo hasta ese día, me pude dar cuenta de todo el juego que hay al conocer a alguien. Antes de él, todos los hombres eran iguales, trataban de acercarse formalmente y hasta a veces parecían tiernos, aunque todos iguales y a veces aburridos, pero aquel hombre que parecía una incógnita, me hacía sentir girando alrededor de él y de sus gestos.

Nos sentamos en nuestra mesa y Vania nos presentó con los ocupantes, se trataba de dos de sus primos, bastante agradables por cierto, con sus respectivas parejas. Pero para ese entonces mi mente, mis energías y la mayoría de mi atención, estaban centradas en lo que pasaba con el chico incógnita.

Y es que parecía no ser el hombre más guapo, ni el mejor vestido, mucho menos el más exitoso o adinerado, pero si, y por mucho, el más interesante. En su mesa, estaban dos parejas más, que lucían divertidas y anestesiadas con su conversación.

Aún no me explico cómo, ni de qué forma, pero cuando me quedé sola en la mesa, pues los demás ocupantes se levantaron a bailar una pieza, perdí de vista al chico incógnita, y solo así, cuando no ponía atención y me acomodaba el escote, que descubrí que estaba sentado del otro lado de la mesa, viéndome, sonriendo mientras sus ojos brillaban en medio de la noche. Parecía mágico

-Me gustan más las mujeres que hablan.- Dijo rompiendo el silencio con una vos serena y que expresaba paz. Aumentando su sonrisa y empequeñeciendo un poco sus ojos.

No lo podía creer, estaba coqueteando conmigo. Habiendo tantas mujeres tan lindas y poderosas, se acercó a mí. Mi corazón palpitaba rápidamente, parecía que se quería salir o algo. Creo que enrojecí.

-¿Qué se siente ser muda?- dijo divertido.- Bueno dilo con mímica… -Concluyó con una pequeña mueca de sarcasmo.

-No soy muda.- Dije bobamente encantada por la situación sonriendo.

-Entonces fue tu táctica para atraerme, eres lista, eso me gusta.- Siguió bromeando mientras se cambiaba de silla, a una al lado de mí.

-Eso tampoco, creo que tú eres el que quiere hacerse el listo.- Le contesté mientras sentí su mano rosar una de las mías encima de la mesa.

-Me atrapaste, pero no me vas a dejar venir hasta acá para regresarme sin decirme tu nombre.- Y sonrió tomando mi mano derecha, de los dedos y acercando su perfecta boca al dorso de mi mano.

-Emma- Hice una pausa pues sentía que mi corazón iba a salir.- Emma Ríos.- Sonreí mientras me hundía en sus ojos que brillaban.

-Yo soy Fabio Uricochea.- Concluyó para después besar el torso de mi mano.- Un placer.

Acto seguido, Fabio se levantó, y se alejó de la mesa, dejándome allí, con el corazón alterado casi al límite y con una gran sonrisa en la boca. Entré en un letargo como si hubiera sido iluminada de repente y luego solo abandonada por esa luz. Quería verlo más, platicar más con él, pero no sabía cómo hacerlo. Me sentí controlada y divertida.

El resto de la fiesta, me dediqué a intercambiar miradas con Fabio, sonrisas hasta tragos. Fabio levantaba su copa viéndome directamente y yo hacía lo mismo. Era como un embrujo, algo mágico que me mantenía completamente atenta a todo lo que hacía.

Cuando volví a quedarme sola en la mesa, Fabio se acercó y me invitó a bailar. Me levanté alegre y receptiva.

Me tomó de la mano y rodeó mi cintura con su brazo. Me guió por todo el jardín haciéndome sentir una sensación de protección y seguridad. Su olor era especial, como un bosque de ensueño, fresco y cautivante. Quedé algo sorprendida cuando pasamos de largo por la pista de baile y nos dirigimos hacia un rincón del lugar, uno poco iluminado y sin personas.

Rodeó ligeramente mi cintura con sus dos suaves manos y me acomodó para recargar mi cabeza, por un costado en su pecho. Sin decir una palabra empezamos a balancearnos en una especie de baile hipnótico que me tenía exaltadísima.

Cerré los ojos mientras trataba de pensar. Era un sueño, una novela o una película, solo así podía ser tan perfecto. Así, como parecía el momento, nuestras bocas empezaron a atraerse, hasta fundirnos en un tierno e somnífero beso.

No recuerdo lo que pasó por mi cabeza, solo recuerdo esa sensación de felicidad, de alegría y rareza. Recuerdo sus manos rodeando mi cuerpo y mi boca hospedando su lengua. Nos besamos intensamente, como si estuviéramos en la cima de una montaña rusa y cada momento nos aceleráramos más.

No sé si fue el alcohol, las estrellas que brillaban o la situación, pero cuando Fabio mencionó “irse a otro sitio” solo pude aceptar con la cabeza, sonriendo.

No hubo oportunidad de avisarle a Vania de la situación, de hecho estar con Fabio me hacía sentir que el mundo no importaba, que estaba detenido. Salimos de la fiesta sin dejar rastro, subiéndonos a su deportivo con olor a él, besándonos en el coche como su no hubiera una próxima vez.

Su lengua entraba y salía a su antojo de mi pequeña boca, me aceleraba la respiración y luego terminaba el beso dejándome jadeante. Me sonreía y me veía a los ojos. Sus manos me rosaban la piel irritada que dejaba ver mi vestido. El auto ni siquiera había arrancado y yo ya estaba subiendo al cielo.

Los vidrios se empañaban mientras mis manos curiosas exploraban su cuerpo. Aunque no se notaba demasiado, su cuerpo era firme y musculoso. Amasé y froté primero sus brazos, luego su pecho y dirigí mis caricias hasta su sexo. Todo eso sin dejar de besarnos sensualmente. Toqué con cuidado su pene por encima del pantalón y me asusté un poco, parecía enorme. Creo que a él le agradó la situación pues hizo una mueca de alegría, de confianza.

Como pude, y como instinto, bajé el cierre de su fino pantalón y metí mi pequeña mano por el agujero que se formó. No parecía ser cierto, era un cilindro de carne grande, grueso, calientísimo y suave, o al menos eso parecía por el tacto con la fina tela de su ropa interior.

-Quiere que le des un besito, como me lo das a mí.- Bromeó cachondamente Fabio mientras yo revisaba visualmente que nadie viniera.

Me miró fijamente mientras amasaba una de mis piernas con tu mano derecha. Sus ojos parecían arder por dentro. No me negué, porque no quería y no podía. Solo, aparté mi cabello y acerqué mi boca a su pene, para mi sorpresa, ya estaba desnudo, metí entre mis labios su circuncidada cabecita y empecé a succionar despacio, y suavemente, rosando mi lengua con la punta de tu glande, justo donde estaba su hoyito. Acomodé mi cuerpo, hincándome en el asiento del copiloto, sin separar mi boca de su pene un solo segundo.

El sabor era grandioso, indescriptible, tanto que preferí guardarlo en mí memoria y recordarlo como que “sabía a Fabio”. Con los ojos cerrados, sentí su mano en mi nuca, empujándome levemente hacía abajo, haciéndome, casi forzosamente, albergar toda su cabecita en mi boca.

Con mi mano derecha y con la mandíbula casi en el límite, empecé a explorar con mis manos. La verdad me causaba mucho morbo sentir sus pelotas. Sin dejar de succionar levemente, accedí a sus gónadas, eran suaves, sin rastro alguno de vello, hinchadas y tibias, era un placer tocar a sus mellizos.

No podía evitarlo, mi saliva escurría hacia abajo cubriendo el tallo de su pene, de su boca solo salían gemidos, su respiración era notoriamente alta, alterada, entraba mucho aire y salían gemidos.

Allí estaba yo, arrodillada en el asiento del copiloto de un coche deportivo, haciéndole una mamada a un casi desconocido, disfrutándola tanto como el, descubriendo mi gusto, que parecía haber estado allí desde siempre, por saborear un buen pene erecto.

Instintivamente, mientras chupaba y succionaba su cabecita, jugaba con sus huevos, los apretaba y acariciaba, mis manos parecían expertas, pues con la otra empecé a frotar y distribuir mi saliva por su tronco. Solo sentí como su espalda se arqueaba, sus gemidos se intensificaban, decidí acelerar un poco el ritmo de todo.

Mi posición era incomoda, mi espalda empezaba a doler, mis piernas se sentían tensas, pero nunca antes en mi vida, brindar placer a alguien me había resultado tan adictivo.

Sabía lo que venía, y lo ansiaba con locura, quería probar la semilla de aquel hombre que me hacía sentir en la luna. Su mano empezó a manosear mi trasero, apretando mis nalgas con desenfreno, con locura, mientras su pelvis se movía rítmicamente para meter un poco más de carne en mi boca.

Mientras los vidrios quedaban completamente empañados, a pesar de que hacía mucho calor afuera, el ritmo de mi mano masturbándolo aumentaba, mi antebrazo ardía, era más rápido y fuerte que el límite de mi cuerpo, de mi boca entraba y salía una buena parte de su pene ya y así, de repente y sin avisar empezó a expulsar semen, liquido espesísimo que parecía estar hirviendo, con sabor cremoso y algo salado. Chorros de semen iban a parar directo a mi garganta, parecía estar hirviendo, era caliente y se pegaba en mi boca por dentro. Yo lo saboreaba mientras seguía masturbando lentamente aquel tronco maravilloso, y acariciando sus lindos testículos.

No dejé escapar ninguna gota de aquel líquido tan sabroso. Me sentía cachonda, excitada, con ganas y gusto de hacer lo que estaba haciendo. Tras un rato pude sentir, por vez primera como se ponía, aunque no del todo, flácido, su poderoso pene.

Solo hasta ese momento, me levanté recobrando la vertical, mi espalda dolía pero me había gustado en exceso el resultado, había descubierto mi gusto por el semen. Fabio me besó los labios dulcemente y encendió el coche.

Continuará

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Hola amigos lectores otra vez desde México. Y después de una larga ausencia vuelvo con la entrega de esta serie. Espero que les guste y que no dejen de poner recomendaciones.

Una disculpa por olvidarme de esta serie, pero no había contado ni con el tiempo, ni la disposición para seguir.

Por último, agradezco a todos los que se toman el tiempo de leerme, más a los que me comentan y aún más a los que gastan su tiempo en escribirme.

Isabel