Emanuelle VI: Mi despertar

Nuevas situaciones abordan la vida de Emma. ¿Qué pasará con ella? Descubrelo aquí.

Mi vida empezó otra vez, cambiar, se me estaba volviendo una costumbre, reinventarme. Sin darme cuenta, empecé a llenar mi vida de terapias, tratamientos y clases de todo tipo.

Empecé el juicio de cambio de sexo, quería ser una mujer en todos los aspectos. Quería ser mujer también para las leyes de los seres humanos. Me puse en manos del mejor abogado, además amigo de Vania, quien me inspiró confianza y le dejé mi vida legal a su cargo.

Asimismo empecé a hacer ejercicio, contraté a un entrenador personal que se encargaba de hacerme rutinas físicas, así que probamos de todo, desde nadar unos minutos en la mañana, hasta ballet y yoga. Al principio fue difícil, me dolían partes de mi cuerpo que ni siquiera pensaba que había músculos, pero con el tiempo, el ejercicio fue volviéndose una necesidad, una fuente de energía que duraba el resto del día. Mi entrenador físico, trabajaba al mismo tiempo con un nutriólogo, quien diseñaba mis dietas y me mantenía balanceada.

En la escuela, me di de baja temporal, tenía un mundo de cosas que hacer y los estatutos escolares me lo permitían. Cancelé la beca, pues ya no la necesitaba y me despedí de mis compañeros del departamento de estudiantes solo por teléfono. Quería dejar mi vida anterior atrás, para darle paso a Emma, que me hacía sentir tan feliz como conforme.

También comencé a asistir a terapias psicológicas dos veces por semana. Al principio, no tenía idea de porque iba, la psicóloga, preguntaba cosas, sobre mi vida. Yo las contestaba lo mejor posible pero no pasaba de una plática amena o por mucho, interesante. Con los días, como todo,  empezamos a hablar más de mí, de lo que me hacía sentirme incomoda, de cómo me percibía a mí misma y lo que me hacía feliz. Las lágrimas brotaron de mis ojos casi por instinto, entendí poco a poco quien era y porque me sentía tan bien como Emma: Siempre había sido mujer.

En terapia, mi vida cobraba sentido en cada sesión, toda mi vida había sido limitada a ser lo que yo no quería ser, lo que me correspondía, eso me lastimaba y al mismo tiempo forjaba en mí un carácter débil y endeble. Tras mí llegada a la ciudad de México las cosas habían cambiado, era independiente y libre de hacer y ser lo que yo quisiera, lo que yo era. Me sentía contenta, más femenina, más yo.

El tratamiento hormonal continuaba, tenía revisión médica dos veces por mes. El doctor me dio vitaminas para todo, para el pelo, para las uñas, para la piel, etcétera. A veces me sentía abrumada, pero había sido educada de tal manera en que me disciplinaba muy rápido, hasta hacer de las vitaminas y las revisiones médicas un hábito.

En la oficina, también mi vida cambió. Empecé una relación de amistad con Pame, mi secretaria. Me trató, desde el primer momento que me conoció como una madre trata a su hija. Organizó mi vida laboral de una manera excelente. Cuando nos conocimos más y le confesé mi condición cambiante, ella se enterneció. Organizó mi vida personal con más empeño, me inscribió a clases por las tardes, de inglés, baile y hasta cocina. Me sentí cómoda y cada día más inspirada. Sin duda era la madre motivadora que siempre quise tener, y, paradójicamente, lejos de mi familia y mi casa, la estaba teniendo.

También el aspecto laboral cambió, tenía una menor carga de trabajo y ahora si podía cubrir solo mi horario, sin embargo y como también ya se estaba volviendo costumbre en mi vida, la productividad de mi departamento aumentó mucho, provocando, envidias por la mayoría de jefes de departamento, y el afecto y admiración de Vania.

Mis sábados nunca fueron los de antes, ahora me los pasaba con Vania, recibiendo tratamientos de todo tipo, para el cabello, masajes y baños con toda clase de cosas no faltaron en nuestras agendas. También decidí horadar mis orejas y mi lengua, esta última, convencida completamente por Vania. Me acoplaba lenta pero de una manera eficaz a mis cambios, las uñas largas eran un tormento doloroso, pues varias veces se me rompieron las uñas por descuido.

Mi relación con don Antonio se hacía más estrecha. Él y solo él, me vio en todas mis facetas, desde la depresión hasta la completa alegría. Solía abrazarme después de un día difícil, o cargarme desde el coche hasta mi cama cuando me quedaba dormida en el vehículo. Sin duda era como mi ángel protector. Con el tiempo, optamos por cenar siempre juntos. Me gustaba su plática y su compañía. Me sentía feliz por tenerlo en mi vida, por él por tanta gente que me quería y hacia tantas cosas por mí.

Fue por eso, por tanta actividad física, mental y emocional, que no me di cuenta de mis cambios, ni siquiera de cómo había cambiado para mi manera de ver la vida, de interactuar con los hombres y mujeres que me rodeaban.

Un día, después de unos cuatro meses empecé a percibir secamente todos los cambios. Me desperté como de costumbre, hice mi cama y me dirigí al baño, aún con los ojos medio cerrados.

Me desnudé un poco dormida, eran casi las cinco de la mañana y tenía sesión de yoga. El piso frío del baño me hacía despertar, pero no lograba abrir por completo mis perezosos ojos. Con un ojo semi abierto miré directo al espejo. Fue entonces cuando me miré, completamente desnuda. No fui capaz de reconocerme a primera vista. Solté mi cabello de un elástico que lo mantenía en su lugar, había crecido y mutado completamente, me llegaba hasta media espalda y tenía unos tímidos risos después de la mitad, brillaba saludablemente, se acomodaba casi perfectamente sin siquiera tocarlo.

En mi rostro también había cambios. Tallé con mi mano mis ojos y continué mis descubrimientos. Mi cara parecía alargada y era embriagantemente atractiva, noté que mis ojos parecían más grandes, mis cejas daban la impresión de estar pintadas, por lo finamente delineadas que se encontraban. Mis labios eran otros, más carnosos, más sensuales. Mi piel parecía perfecta, hidratada y tersa. No pude evitar tocarla. Era un placer hacerlo. Sonreí. Mi mueca pareció iluminar el espejo, mis dientes siempre habían sido blancos, pero ahora lucían blanquísimos, alineados perfectamente, sin duda era el resultado del largo tratamiento dental al que me había sometido, y que me parecía mala idea, pero una vez más, Vania me convenció a hacerlo.

Bajé la vista y me gustó mucho lo que vi. Mis senos habían brotado y crecido casi sin darme cuenta. No eran para nada grandes, de hecho se podía decir forzadamente que apenas eran proporcionados, pero eran míos, hechos de mi propia carne. Mis pezones habían casi triplicado su tamaño, eran notablemente más claros y estaban duros, erectos. Los toqué por curiosidad, abrazándolos con las yemas de mis dedos índice y pulgar. Sentí una sensación increíble. Un impulso eléctrico recorría mi cuerpo. Mis pezones estaban sensibilísimos.

Por fin los dejé en paz, aún sin quitar la vista del espejo aparté mis manos. Mi vientre estaba semi plano, ligeramente abultado lucía irónicamente atractivo. Gané volumen y carne en mi cintura, que ya no parecía la de una adolecente, si no la de una hembra totalmente desarrollada. También gané carne y volumen en mis caderas, así que mi silueta lucía casi intacta, pero notablemente diferente. Abrí mis manos y las coloqué en mi trasero. Apreté mis nalgas con las uñas haciéndome sentir sensaciones enigmáticas: se sentía rico pero a la vez lastimaba un poco. No supe como describirlo pero era adictivo, separé mis glúteos y sentí un pequeño viento frío rosando mi colita.

Mis piernas habían sufrido el mayor cambio de todo mi cuerpo, el ejercicio las había vuelto poderosas, aunque no lucían perfectamente torneadas, se había quitado el aire esquelético con el que había vivido toda mi vida.

Me noté enrojecida, y solté mi trasero. Me separé un par de pasos del espejo y me di una vuelta, lentamente, tratando de verme por completo. Mi cuerpo estaba feminizado como nunca antes. Mi pene se acomodaba hacia atrás solo, formando unos labios hinchados, no tenía alguna huella de vello púbico, lucía muy atractivo. Recapacité, era una ironía que el primer cuerpo femenino desnudo que veía, era el mío.

Gocé de una manera muy extraña el estar desnuda en el baño. Entré a la regadera con una sonrisa y sentí el agua tibia mojar mi cuerpo. Fue como un despertar, la sensación del agua sobre mi cuerpo me agradaba, era totalmente diferente al resto de mi vida. Me enjaboné el cuerpo y una nueva ola de impulsos eléctricos corrieron por todo mi cuerpo. Me aseé lentamente, disfrutando el olor del jabón, así como la sensación de lavar mi cabello. Fue una experiencia diferente esa ducha.

Cuando salí actué como de costumbre, cubrí pudorosamente mi cuerpo con una toalla y envolví mi cabello en otra. No tenía alguna razón por la cual cubrirme de esa manera, pues estaba sola en mi casa, pero de alguna manera, el cubrirme me hacía sentir bien. Me descubrí a mí misma sonreír de una manera un poco exagerada al caminar por mi casa. Escogí unas bragas tipo bikini, de algodón, blanca con estampados en forma del contorno de nubes, de colores, con pequeños moños de satín color azul en los lados de la zona del pubis. No era la prenda más pequeña que tenía, pero eso no le restaba feminidad, de hecho, me ajustaba perfecta.

Luego me puse el atuendo para entrenar yoga por la mañana, constaba de un top brassier de licra, color negro, que de pegaba a mi cuerpo dándome la sensación de libertad y soporte. Del frente salían los dos tirantes, pero atrás, en mi espalda se juntaban formando una “Y”. Abajo unos pantalones largos, de licra, ajustados en mis caderas pero que se iban haciendo holgados a lo largo de mis piernas.

Até mi cabello con una elástica, formando una coleta. Sonreí en el espejo mientras acomodaba un elástico grueso, color negro que servía para absorber el sudor de mi frente.

Casi como si fuera un plan, cuando terminé de ponerme la indumentaria tocaron a la puerta. Fui a abrir y era mi entrenador. Era un profesional de treinta y cinco años. Había trabajado la mayor parte de su vida con su cuerpo, tratando de convertirlo en perfecto. Era más alto que yo, pero no por mucho, medía cuando más, uno setenta metros. Su cuerpo estaba hermosamente marcado por el gimnasio. Pectorales redondos, duros y marcados, espalda en forma de “V” y un trasero muy llamativo eran sus principales cartas de presentación. No era guapo, tenía el cabello largo, lacio, teñido de un rubio intenso. Su cuerpo era casi perfecto, pero era sumamente inseguro, rara vez lo veías admirarse al espejo y siempre estaba pensando en cómo mejorar su imagen.

Nos habíamos convertido en buenos amigos, él solía decirme cuando estábamos en el gimnasio o en algún lugar público cosas picantes, sus comentarios eran sumamente vulgares, que si todos los hombres veían mi trasero, que si tenían muchas ganas de cogerme, etc. Homosexual declarado desde hace años y con una manera inconfundible de actuar, era como una amiga para mí, con la cual se puede bromear de todo y nunca habría una mala interpretación.

Ese día, Marcos, mi entrenador vestía un pants blanco, y una camiseta de tirantes, también en blanco, en su hombro colgaba una maleta grande, color negra. Unos zapatos deportivos color gris plateados y un pequeño reloj de manecillas.

-Hola nena.- Me saludó mientras besaba mi mejilla amistosamente.

-Hola marquitos. ¿Cómo estás?- Le pregunté cómo cada mañana, tras dejarlo entrar y cerrar la puerta a sus espaldas.

-Bien pero no tan buena como tú. –Bromeó un poco mientras sacaba los tapetes para el yoda de su mochila.

-Eres un amor, Marcos, por eso te quiero tanto.- Le dije mientras trataba de serenarme para no enrojecer, tan, notoriamente.

Empezamos la sesión de yoga y dejamos de hablar. Nos estiramos y nos relajamos. Nuestros cuerpos se conectaban con nuestras mentes mientras en la ciudad amanecía. Disfrutaba mucho el yoga. Lejos de que la actividad física y deporte fueran una competencia, eran, para mí, una manera muy amena de relajarme y sentir una conexión con mi cuerpo.

Cabe destacar que Marcos y yo nos llevábamos bien, pues los dos cumplíamos etapas de nuestras vidas bastante similares. Él había sido lastimado por una relación casi justo cuando empezamos a entrenar y yo había servido como su paño de lágrimas. Los dos no teníamos la mínima intención de tener una relación y de común acuerdo, solíamos salir a bailar a lugares heterosexuales, el me espantaba a los hombres malintencionados y yo a él, a las mujeres lagartonas.

Por fin terminamos con el yoga, después de desayunar algo de yogurt y fruta, Marcos se fue de mi casa y me quedé sola. Tenía que seguir mi rutina. Entré al baño y me vi en el espejo. Lucía muy sexy, atractiva, con mi top brassier aún un poco humedecido por mi sudor, mis pezones lucían grandes, se marcaban en mi prenda como pidiendo atención. Sonreí al notarlos. Mis tetas me gustaban mucho.

Me desnudé otra vez sin dejar de verme al espejo. Entré una vez más en la ducha y me lavé el cuerpo por segunda vez en la mañana. Cuando salí de la ducha me lavé los dientes con especial cuidado y me fui a vestir. Elegí un conjunto de brassier y tanga color verde limón, lisos, de algodón. El brassier cubría sensualmente solo la mitad de mis pechos, justo arriba de mis pezones, tenía tirantes transparentes y se sentía suave. La tanga era similar, no muy pequeña pero para nada grande, no se transparentaba nada, pero dejaba ver una buena parte de mi piel.

Arriba opté por un top blanco, sin tirantes, con el escote un poco pronunciado pero sin llegar a dejar de considerarse conservador. Encima me puse un conjunto gris de una textura inconstante, con rayones en gris más claro y negro, de chaleco de dos botones, ajustado, con la solapa redonda que cubría perfectamente, sin dejar de ser llamativo, la zona de mis pechos y, al mismo tiempo, dejaba al descubierto mis brazos y mis hombros. El chaleco dejaba al descubierto una parte de mi vientre y los costados, justo donde termina mi cintura, pero eran cubiertas por mi top, especialmente largo.

El pantalón era del mismo tono que el chaleco, con trabillas gruesas tenía bolsas traseras falsas, y dos auténticas a los costados. Se ajustaba a mi figura, se adhería a mi trasero marcando mis nalgas, a la perfección. Dejaba pasar la luz en el triángulo que se formaba en mi entrepierna. Llegaba justo debajo de mis rodillas, lo que me dejaba lucir sin ningún problema mis pantorrillas y las zapatillas altas amarradas con unas delicadas cintas a mis talones, en color negro.

Complementé mi vestuario con unos aretes de brillantes, largos que colgaban de mis orejas, y una pulsera de similar diseño en mi mano derecha. Por último me maquillé sutilmente con labial color lila y sobra sutil de tonalidad obscura en los ojos. Sonreí al verme al espejo, era guapa y segura de mi misma. Tomé una bolsa de una agarradera, de correas largas, con un diseño de mariposa donde cabía mi laptop. Revisé que no se me olvidara nada y cuando lo confirmé mentalmente, salí de mi casa.

Subí al elevador y bajé al sótano, donde era común reunirme con don Antonio. Así pasó. El vestía elegantemente, como siempre, en colores beige y blancos. Le sonreí al verlo y lo saludé con un par de besitos en cada mejilla.

Ya en el coche platicamos todo el camino, solíamos platicar de cosas cotidianas, el del coche y de noticias que se me hacían aburridas, deportes, tráfico o el clima. Cuando ese era el caso solo le decía que sí a todo, evitando cuestionamientos, pensando en otras cosas. Yo le platicaba de mis nuevos descubrimientos, de ropa que me gustaría comprar o simplemente de cómo me había ido en la sesión de ejercicio de la mañana. Para don Antonio era interesante, siempre preguntaba algo o simplemente sabía fingir interés.

Llegamos a la compañía. Entré y fue muy evidente la atención de la atención masculina hacia mi persona. Me había acostumbrado al poder de eso y me encantaba. Moderaba mis sonrisas y mis gestos tiernos. Era algo natural, algo que emanaba de mí y que me hacía inmensamente feliz. Subí a mi oficina y saludé a Pame.

No había pendientes importantes. Iba a ser un viernes largo, sin mucho que hacer. Había vivido algunos días así. Entré a mi oficina y descubrí un arreglo girasoles gigantes. Sonreí al verlos y corrí a olerlos. Me encantaba el perfume delicado y embriagante de las flores. Estaba lindísimo. Me gustó el detalle y busqué la tarjeta aunque sabía que de quien era ese regalo.

“Para mi empleada más brillante.” Decía con una letra atractiva. La firmaba Diego De La Torre. Se me hizo escabrosamente común. Diego solía mandarme cosas, desde zapatos que compraba en Italia o flores. Al principio esos detalles me enternecían y me hacían tener taquicardia, pero después me di cuenta que era su manera de sentir un control sobre mí. Rompí la tarjeta y acomodé mi arreglo en una posición donde lo pudiera ver todo el día.

Atendí los pendientes y terminé rapidísimo. A mitad de la mañana entró Pame por la puerta para que firmara una relación de mis bonos por cerrar negocios y no salió hasta entrada la tarde. Platicamos de todo un poco. Me gustaba platicar con ella, pues era una de las pocas personas con las cuales, la conversación no giraba en torno a mí o a las cosas que hacía. Hablamos de muchas cosas, desde comida hasta música. Fue un viernes muy ameno en la oficina, con la compañía de Pame.

Eran casi las tres de la tarde, hora de salir a comer. Habíamos quedado en ir juntas a un restaurante de comida yucateca que estaba a unas cuadras de la compañía. Pame salió de mi oficina porque sonó, como rara vez lo hacía, el teléfono. Contestó. Era una llamada para mí. “De presidencia” dijo en tono irónico.

-Hola guapa.- Me dijo Vania con su tono alegre y pausado.

-Hola Van, ¿cómo está la niña? – Le contesté afectuosamente.

-Pues un poco apurada, no voy a salir a comer otra vez. Y quiero pedirte un favor.- Fue directo al grano, tal vez por su exagerada carga de trabajo.

-Claro, sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras.- Dije mientras alistaba mis cosas para salir a comer.

-Tú siempre tan linda Emma.- Dijo con un tono suave- Luego hizo una pausa mientras exhalaba aire, se notaba que era algo que le parecía bastante engorroso. –Mira, resulta que mañana se casa mi prima Aida, tengo que ir y no tengo tiempo de recoger mi vestido.- Dijo rápidamente.

-No te preocupes, puedo decirle a Antonio que lo recoja y que lo lleve a tu casa.- La interrumpí. Me parecía algo obvio, pero no dudé en decirle mi solución.

  • No es eso nena, la cuestión en que quiero que me acompañes, irá la “crema y nata” del gremio y no quiero ir sola.- Al final solo suspiró aliviada.

-Claro que si Van.- Le contesté sin pensarlo. No podía decirle que no a Vania después de todo lo que había hecho por mí. Además, pensé que sería divertido conocer a la élite de ese negocio y me alegré.

-Bueno entonces quiero que vayas con el diseñador de la otra ocasión y recojas mi vestido y elijas uno bonito para ti. Yo invito.- Sentenció alegremente.

-Me parece perfecto. ¿Nos vemos mañana entonces?- Le pregunté para confirmar el horario.

-Claro, te veo en tu casa a las nueve de la mañana para ver los últimos detalles. La reunión empieza  a las siete de la noche.- Me reveló con cuidado.- Muchas gracias Emma, te dejo para que puedas irte a comer y hagas mi pequeño encargo.

-Muy bien guapa, nos veremos mañana.- Me despedí de ella.

-Besitos.- Terminó ella.

Ni siquiera dudé en decirle que sí, era una gran oportunidad de conocer gente. Me agradaba la idea de acompañar y apoyar a Vania con su familia. Sabía que la discriminaban y aún no entendía bien porque. Era una mujer sensible, responsable y trabajadora. Con mucho amor para ella misma y para con los demás. Era linda y exitosa, sus conversaciones eran sumamente interesantes. Yo pensaba que cualquier padre querría que sus hijos fueran un poco como Vania.

La comida transcurrió de muy buena manera. Comimos delicioso y conversamos excelentemente. Solo regresamos a la oficina para recoger nuestras cosas, no había mucho que hacer. Pamela se fue a su casa y yo con don Antonio, directo con un diseñador excéntrico donde le gustaba comprar a Vania modelitos bastante lujosos, lindos pero para mi gusto, bastante costosos.

Después fui, acompañada por don Antonio al estudio particular del diseñador de Vania. Era modisto famoso en el mundo de la farándula y algunas familias adineradas, se hacía llamar “Luis Angelo”. Era una casa grande, con mucha gente entrando y saliendo. Construida de madera, adentro tenía muchos detalles lujosos.

Me atendió personalmente el creador, en su despacho particular. Puso el vestido de Vania, en primero lugar en un perchero que tenía cerca de una silla forrada con una tela estilo piel de leopardo o algo así. Luego me hizo desvestir y me midió completamente, todo mi cuerpo.

Sentí una fascinación extraña al tener tanta atención en mi nuevo cuerpo.  Angelo parecía complacido, de hecho, expresó su ilusión cuando dijo, después de medirme varias veces, en diferentes partes de mi cuerpo, “Estás perfecta para un vestido que tengo guardado desde hace tiempo”.

Era, perfecto para mí, de hecho no necesitó ningún arreglo. Se trataba de un vestido largo, color azul marino. Fabricado de una tela similar a la gasa tenía un toque griego, pensé. Tenía solo un tirante grueso del lado derecho. En el borde, del lado del escote, tenía lentejuelas azules, grandes. Entallaba mi figura perfectamente y tenía una tira de brillantes delgada en la cintura. A partir de allí, el vestido era amplio, pero daba la sensación de adherirse a mi figura, misma que lucía atractiva, con curvas pero estirada. Después de unas pruebas y recomendaciones, Angelo puso los vestidos en el coche y me despidió alegremente.

Salí de ese lugar contenta, había sido una elección tremenda la de mi vestido, sin duda me hacía sentir confiada, atractivísima. Don Antonio me llevó a casa, eran casi las once de la noche cuando vi el reloj al entrar al departamento. Cenamos algo de fruta y platicamos divertidamente como siempre lo hacíamos.

Fue entonces que me quedé sola en casa. Había sido un día común, pero con algunos descubrimientos de mi sentir con cosas. Me encantaba lo sutil de la vida y lo que estaba viviendo. Me percibí aprovechando mi oportunidad de ser feliz. También me descubrí aceptándome como un ser único, sensible y valioso. Era un mujer buena, con defectos pero también con virtudes. Especial como muchas otras pero feliz como casi nadie.

Me dormí con una sonrisa en la cara, con la firme creencia de que el día siguiente iba a ser especial, lleno de un sinfín de situaciones.

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Muchas gracias por leerme otra vez, espero no cansarme de agradecerles tantas atenciones. Este capítulo es mera transición, pero que creí necesaria contar. Ha sido el capítulo más difícil de escribir, pues originalmente no estaba planeado. Espero que les agrade y espero sus comentarios al respecto.