Emanuelle V: Sorpresas
Mi vida cambió desde el regreso de la ciudad de Puebla. Fue un cambio profundo: La manera en que veía la vida y lo que creía de ella. Sin duda, era una persona diferente, lastimada y a la ves motivada de sobremanera.
Mi vida cambió desde el regreso de la ciudad de Puebla. Fue un cambio profundo: La manera en que veía la vida y lo que creía de ella. Sin duda, era una persona diferente, lastimada y a la ves motivada de sobremanera.
Ese fin de semana no salí de la entonces mi casa, me limité a estar conmigo misma, leer novelas y distraerme un poco. Si bien es cierto que aún me dolía mucho el corazón por todo lo relacionado con Diego, dejé de llorar, porque no le vi sentido a eso, o tal ves porque mi reserva de lágrimas estaba a punto de llegar al límite.
Comí lo que pude, me cuidé lo menos posible y nunca crucé la puerta de entrada. Ni siquiera la abrí, aun cuando Don Antonio tocó para preguntar si estaba bien solo le contesté con monosílabos. No lo sabía en ese momento, pero estaba deprimida.
Me vestí y me asee con cuidado pero no con gran esmero, todo parecía ser lo mismo. El sábado en la tarde gasté toda mi tarde haciendo lo que nunca: Ver una película en la televisión. Ese día, como muchos otros en la ciudad de México, pasaban “Titanic”. Aunque conocía la trama y el suceso en el que fue basada la historia nunca la había visto, al menos no por completo.
La película captó mi atención, me distrajo de mi vida, según yo, miserable. Me maravillé en la escena donde “Rose” posa desnuda para su hombre. La cara de ella me pareció orgullosa, sexy, sensual y segura de sí misma. Su piel clara y la luz en ella retumbaron en mi mente. Su cintura y caderas que parecían esculpidas a mano hicieron que abriera los ojos al límite, y sus senos me parecieron irrealmente perfectos. Me quedé boquiabierta con esa escena. Mi corazón palpitaba al límite mientras mis pupilas se dilataban, sin duda era lo que yo siempre había querido ser aunque no lo hubiera descubierto antes, ser una verdadera hembra. Cuando terminó la película, eran más o menos las ocho treinta de la noche, las luces en Reforma brillaban, me parecieron hermosas.
Mi mundo me parecía menos pesado y mucho menos deprimente. Entré al baño con una nueva idea, ser como Rose, autentica, fresca, sexy y segura. Tenía una imagen mental sobre mí, una chica normal, si bien no con atributos espectaculares y envidiables si con atractivo. Ya en el baño, me desnudé y me contemplé en el espejo.
Nada tenía que ver yo con Rose ni ella conmigo, mi cuerpo apenas emulaba al de una joven sin desarrollar al cien por ciento: Si bien mi silueta parecía espectacular, era un truco visual, mis caderas anchas y redondas eran solo el efecto de mi estrechísima cintura. Mi trasero era redondo y con carne pero no tan bien formado como lo tenía en mente. Además, mi pecho era plano, mis pezones pequeños, no tenían alguna relación con los redondos senos de Rose. Mi vientre era plano y emulaba perfecto al de una niña, pero en general y como ya lo había dicho, había mucha diferencia entre mi cuerpo y el Rose.
Me encogí de hombros y me metí a bañar, aunque como todo lo que había hecho de mi vida hasta ese momento decidí cambiarlo. Sentí una necesidad, tal vez una obsesión: Tener un cuerpo como el de Rose.
Después de vestirme con una tanga color azul cielo y un pijama del mismo color en forma de camisón hasta la mitad de mis muslos y de secar mí cabello, untarme crema en el cuerpo y cepillarme los dientes, prendí la computadora. El resto de la noche la pasé investigando de los tratamientos más avanzados y con mejores resultados para el género transexual. Como era mi costumbre, la obtención de la información y el estudio de la misma se volvieron una pesadilla, una obsesión, memoricé todo e hice apuntes de todo lo que leía.
Amanecí estudiando e imaginándome a mí misma, como Rose, opacando la belleza de una joya con la mía. También supe por las páginas más serias que abordaban el tema que tenía que someterme a una valoración psicológica, que tenía que tomar algunas clases de terapias, tanto físicas, como mentales. Resolví que tenían razón y que para lograr ser como Rose y tener un amor como el de Yuto tenía que sacrificar cosas, en este caso tiempo, dinero y energías.
Ya no me fui a la cama, solo me levanté del sitio de la computadora para bañarme y vestirme como una señorita. Tomé una ducha con agua tibia, apenas hizo algo de vapor, salí de la ducha y me sequé con cuidado mi cuerpo, luego de untarme crema hidratante en todo el cuerpo me vestí, esta vez escogí algo cómodo y funcional, escogí una pequeña tanga color negro, con transparencias al frente y encaje en el resorte, escondí mi pequeño pene jalándolo hacia atrás y no utilicé brassier, tenía decidido no salir de casa así que no me importó, luego opté unos jeans de mezclilla azul claros, que se ajustaban a mi figura una blusa color arena, de tirantes y sin escote, que también se ajustaba a mi figura. Cepillé mi cabello y me arreglé un poco, lucía ojeras por la desvelada, pero mis ojos lucían mucho mejor que la noche anterior, menos hinchados y mucho más atractivos.
El resto del domingo dormí por ratos y seguí con la fascinación por la información y mi fantasía. Hice llamadas a mis compañeros de casa en el departamento universitario pero no me contestaron, no hice mucho caso, casi éramos extraños. Después llamé para concertar una cita médica con un endocrinólogo reconocido mundialmente, especialista en transexuales, fue difícil pero conseguí algo para esa misma semana, me sentí muy contenta.
También concerté otras citas, con un entrenador personal, otra con un psicólogo, todo era lo mejor que podía encontrar, era costoso, pero sin duda todos esos profesionales eran una gran opción. El resto del día organicé un calendario de actividades y hasta de horarios probables de secciones de actividad física y consultas en general, la disciplina de la oficina estaba llenando mi vida, “es algo bueno estar perfectamente organizada” pensé divertida.
No pasó mucho más ese domingo, en la noche revisé mi correo electrónico, recibí noticias de Yuto por e-mail, donde expresaba lo mal que se sintió al no volver a verme después del beso, pero que esperaba verme pronto. También decía que tenía que irse a Japón a arreglar los últimos detalles para comenzar con el proyecto de su vida, que regresaría en seis meses y que le gustaría verme a su regreso. En su mensaje parecía algo melancólico, triste y decepcionado, pero a la vez ilusionado con regresar para verme otra vez. No pude contener las lágrimas, nadie nunca había escrito cosas tan simples y a la vez tan lindas. Sin embargo, le respondí lo más formal que pude, le expliqué que había tenido un problema personal, y esa era mi razón para no asistir al último día de la expo pero que si se daban las condiciones con gusto saldría con él a su regreso a México.
Cuando contesté me quedé con una sonrisa en la cara, me sentía feliz, mis lágrimas se secaron. Yuto en realidad estaba interesado en mí de una manera seria, era lindo y atractivo. No podía pedir nada más. No pude contener mi alegría, en mi cara se dibujó una gran sonrisa. Cerré los ojos y pensé en su labios, recordé como era besarlo, esa sensación tan especial de despertar y sonreír, esos labios tan suaves y hasta un poco delicados, sus poderosos brazos rodeando mi cintura. Cuando abrí los ojos noté que estaba muy excitada, mi pené estaba como de costumbre doblado hacia atrás, pero era muy sensible y algo diferente: hinchado. Sin moverme y sin apartar la computadora empecé a mover mi pelvis de una manera rítmica, en círculos. Mientras que con mi mano derecha acariciaba mi pezón izquierdo, frotándolo desde la base hasta la punta, abrazándolo, con las yemas de mis dedos, jalándolo levemente, sintiendo lo duro que se había puesto.
Respire lo más profundo posible mientras sentí como mi cuerpo transpiraba levemente, una gota de sudor recorría mi espalda despacio, mientras sentía como una corriente eléctrica despertarse tras la gota.
No podía dejar de mover mi pelvis, mi pene se sentía hinchado, sensibilísimo, pero nunca lo bastante duro para abandonar su posición hacia atrás. Sin dudar, cerré la laptop y la dejé en el suelo. Volví a mi posición, con la espalda arqueada y frotando mi pene contra mi propia piel. Empecé a gemir despacito, apenas perceptible, mientras mis manos pellizcaban mis pezones. Cerré los ojos e imaginé a Yuto desnudo y besándome, imaginé sus manos recorriéndome, luego lo imaginé con un miembro enorme e hinchado, penetrando mi colita de una manera calmada y suave.
No podía más, estaba a punto de terminar, me movía como poseída mientras gemía ya bastante algo como para que sonara tierno, gemía como una puta que está gozando mucho. En ese momento se me ocurrió y casi instintivamente estiré uno de mis brazos y por detrás de mí pantalón metí mi mano, hice a un lado la pequeña tanga y acaricié mi colita con el dedo medio, como si estuviera rascándola hacia arriba, ligeramente. El placer se magnificó. Y así, en medio de la noche, con el río de automóviles pasando como paisaje, tuve un orgasmo monumental, mi príncipe nipón en la mente y una sonrisa en la boca.
Cuando terminé no tuve más que tumbarme hacia un lado, mi respiración seguía agitada pero se normalizaba, no abrí los ojos ni un minuto. Podía escuchar mi corazón palpitar fuertemente. Mi tanga se había llenado de mi propio esperma, se sentía pegajoso. Olía a algo parecido al cloro. No pude pensar más. Me quedé dormida con la ropa puesta.
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Al día siguiente me despertó la computadora, estaba sonando pues no tenía batería. Abrí los ojos con dificultad, ya había algo de luz afuera y entraba por la ventana. Apreté los ojos, tenía una gran necesidad de sonreír, todo parecía amanecer bien. Vi el reloj del celular. Eran casi las ocho de la mañana, se me estaba haciendo tarde, me levanté rapidísimo. Aún semidormida avancé por el pasillo quitándome la ropa. Llegué al baño dejando mi camino tapizado de prendas femeninas. Llegué al baño desnuda, ni siquiera cerré la puerta. Casi pierdo el equilibrio pero pude llegar a la regadera sin caerme
Abrí la llave y salí el agua fría, respire hondo y me desperté por completo, me lavé lo más rápido que pude, sin poner mucho cuidado, salí de la ducha con una toalla enredada en el cuerpo. Me cepillé los dientes a velocidad relámpago.
Luego procedí a vestirme. Primero la ropa interior, opté algo sencillo pero bonito y atractivo, era un conjunto de tanga y brassier de algodón, estampado en colores blancos, azul cielo y grises y brillitos. Los elásticos con un estampado de corazones pequeños color azul cielo. Acomodé mi pene hacia atrás como ya era costumbre, y me puse los pechos postizos una vez más. Después me puse lo más rápido que pude una blusa sin mangas color blanca, hecha de una tela como de manta, en el frente un detalle como de acordeón con la tela, en la zona de los brazos, una especie de adorno, algo ondulado. Escote V casi hasta arriba y el cuello bien detallado, tipo mao como de dos centímetros de ancho.
Inmediatamente me enfundé en un traje sastre de satín negro de dos piezas, pantalón ajustado a la cintura y a los muslos, más abajo algo más desajustado, me hacía una figura linda de piernas y se ajustaba a mi trasero perfectamente, dejando ver vagamente el pequeño triangulo trasero de mi tanga. El saco era también ajustado y tenía un solo botón bolsas pequeñas a los lados y dejaba ver perfectamente la zona del escote. Terminé con una especie de sandalias altas con correas delgadas color negras.
Tomé el cepillo y la crema de peinar, también los cosméticos para maquillarme, vi el reloj y eran las ocho diez y siete de la mañana, los metí en una bolsa negra de una textura suave, con muchos cierres gruesos, de asas largas y cómodas. Solo alcancé a meter el teléfono celular y a recoger mi computadora. Era mi primer día en un nuevo departamento y no tenía la mínima intención de llegar tarde.
Bajé por el elevador y me esperaba Don Antonio como siempre vestía, con un elegante traje gris y camisa blanca, corbata roja. Recargado en el coche negro y sonrió al verme.
-Buenos días señorita.- Dijo sonrientemente
-Buenos días don Antonio.- Lo dije lo más rápido que pude sin sacrificar dicción, luego le di un besito en la mejilla y sonreí apurada.
-Que bien que tenga un mejor humor hoy.- Se alegró mientras abría la puerta para mí.
-La vida me cambia rápidamente, y de la mejor manera.- Contesté feliz mientras me subía al coche.- ¿Podría ir un poco más rápido?- Pregunté con cara de niña buena y el tono más dulce que podía salir de mi boca.- Es que tengo que llegar a la empresa rápido.
-Como usted lo pida señorita.- Concluyó con una sonrisa en la boca, apresuró su paso y se subió al coche, salimos en seguida.
Cuando llegué a la ciudad me intrigaba ver a las mujeres maquillarse en el auto “¿acaso no pueden levantarse más temprano y terminar esa tarea en su casa?” Me preguntaba a mí mismo. Ese día yo hacía eso, me maquillaba y me cepillaba el cabello en el camino, nos tocó solo un poco de tráfico, apresuré a ponerme una base, luego rubor y sombras color beige en los ojos, luego pinté mis labios de un tono salmón muy claro. Por último, unté la crepa para peinarse en mi cabello y lo cepillé. Terminé al mismo tiempo que entrabamos al estacionamiento. Guardé todos los cosméticos e implementos en la bolsa y la colgué en mi hombro, con ese mismo brazo tomé la computadora Respiré profundo mientras don Antonio bajaba del coche para ayudarme a bajar.
Bajé del coche y me subí al elevador. Primero iría a las oficinas de la presidencia, que estaban en el noveno piso, hasta arriba, pues por la hora (las nueve quince de la mañana), Vania, la nueva encargada ya debería estar en la oficina.
Cuando salí del elevador, el mundo pareció otro, no había mucha gente en la oficina pero todos me voltearon a ver, desde la señora encargada de la limpieza hasta los empleados más importantes. Avancé caminando lo más natural que podía, me contoneaba lentamente. Sonreí y saludé a cada persona que se cruzaba en mi camino, como siempre lo hacía. Después entré a la oficina, por un momento olvidé que era mi último día allí y empecé con mi rutina: Entré al que era mi cubículo y encendí la computadora que tenía asignada. Luego fui hasta una mesita donde teníamos la cafetera, tomé la jarra y fui a llenarla de agua. Cuando estaba junto al botellón de agua llenando la jarra me di cuenta que lo que hacía, reí nerviosamente corrigiendo el camino y entrando directo a la oficina del jefe, seguro allí me estaba esperando Vania.
Vania era una de esas personas de las que todo el mundo habla. Se decían muchas cosas de ella, que si era la amante del señor De La Torre, que en realidad era amante de todos los de la compañía, que había llegado a su puesto a “sentones”. Tenía un sinfín de reputaciones pero todas se basaban en la premisa de que ella era una puta o cuando menos una potencial puta. Yo no la conocía hasta ese entonces y decidí no creer nada de lo que la gente decía de ella, pues yo creí en un pueblo pequeño donde la gente harta de su vida cotidiana inventa historias casi de cualquier cosa.
Entré a la oficina y en efecto, Vania me esperaba allí. Cuando la vi me di cuenta porque todos hablaban de su supuesta “accesibilidad”. Vestía un minivestido color azul mezclilla, de tela entablillada, tirantes que iniciaban delgados y se ensanchaban, y escote casi al límite, me daba la impresión de que sus senos podían salirse si se movía rápido, y parecía no usar brassier. Tenía puestas unas sandalias que parecían de base de madera, altas y con correas azules claro.
Era una mujer hermosa, de un metro setenta con tacones aproximadamente, de cabello abundante lacio, color castaño claro y unos mechones rubios. Parecía no estar maquillada, o hacerlo muy sutilmente, tenía el rostro como una muñeca, alargado, boca grande, labios delgados pero atractivos, sonrisa encantadora, con dientes algo grandes, perfectos, blanquísimos. Su nariz era redonda, pero pequeña angosta. Sus ojos eran medianos, color miel y tenían un aire de gatunos. Los enmarcaban sus elegantes cejas apenas perceptibles.
Su cuerpo era de escándalo, sus senos parecían enormes, medianamente cubiertos eran redondos, incluso sin poner mucha atención podías atinar a encontrar sus pezones, se veían grandes y bien marcados, su figura parecía un perfecto reloj de arena, caderas amplias y piernas marcadas, su piel perfecta tenía un dibujo de un tribal en uno de sus brazos.
La oficina estaba casi llena de personas, todos jefes de departamentos, que los conocía en su mayoría, todos elegantemente vestidos en trajes de oficina en tonos obscuros, solo la escultural mujer en medio. Todos esperándome.
Empezaron la ceremonia, sin que yo escuchara una sola silaba. Me enteré que la mujer de los pechos grandes era Vania, ella misma se presentó y el resto de las personas parecían conocerla. Luego anunció que desde ese día ella se convertiría en la presidenta de la compañía. No detalló las razones por las cuales Diego se había ido.
Luego me presentó a mí con seguridad, supongo que enrojecí al escuchar “Emma Ríos”, puesto que todos rieron un poco. Hizo el anuncio oficial de los cambios de puestos (aunque a mí me presentó como recién contratada) y los jefes de la compañía parecieron entender. Terminó la ceremonia rápido, vi el reloj y noté que solo les había tomado quince minutos en presentarme.
El resto de los jefes se fueron a sus oficinas, solo quedamos Vania y yo. Empecé a explicarle de la manera más sencilla la operación de la presidencia. Ella era inteligente y rápidamente entendió, ya que en su puesto anterior la operación era similar.
Posteriormente la nueva presidenta me invitó a desayunar, con un tono tan dulce e indulgente que no pude negarme. Juntas bajamos por el elevador hasta el primer piso, donde estaba ubicado el comedor.
Cuando salimos del elevador las miradas se centraron en nosotras dos, pero ahora tenían un cierto aire de morbo en los caballeros y de envidia en algunas mujeres. Era adictiva la sensación de poder al notar como la mayoría de los hombres trataban de hacerse notar ante mis ojos, con una mirada fija o incluso alguien me mandó discretamente un beso. Cuando llegamos al comedor con sentamos en una mesa del centro, a elección de Vania, a la vista de todos parecía que Vania disfrutaba ser admirada, la verdad es que a mí también me hacía sentir bien. Comimos un delicioso desayuno americano mientras seguíamos platicando, primero del trabajo y luego pasamos a otros temas.
Vania, además de una mujer hermosa físicamente, también era una linda persona. Platicamos de diversos tipos de cosas, desde temas superficiales como ropa y maquillaje hasta algo de relaciones con los hombres.
Me enteré que la presidenta vivía sola, aunque tenía pareja decía que era mucho mejor vivir separados. Que era una persona como cualquier otra, con metas, sueños, defectos y virtudes. Tenía un aire extraño que parecía distraerse fácilmente con cosas, pero siempre me sorprendía con una nueva idea, fresca y elaborada perfectamente. Resulto ser aficionada a cosas un poco raras, al motociclismo y a los deportes extremos, aficiones que se me hacían muy lógicas, pues de alguna manera tendría que haber obtenido ese cuerpazo.
La plática era amena, me sentí muy cómoda con Vania, me hacía sentir una fémina completamente. Sentí que estaba haciendo una amiga muy especial, por primera vez una mujer me trataba como su igual, me sentí contenta. El tiempo se pasó rápidamente y en un abrir y cerrar de ojos ya había terminado una hora. Nos levantamos después de pagar la cuenta. Vania me pidió acompañarla al baño. Fue entonces cuando empecé a sudar y a sufrir.
No pude inventar una excusa razonable por la cual no acompañarla, así que fuimos a los sanitarios y se me hizo extremadamente raro entrar al sanitario de las mujeres. Vania se adelantó y entró a la puerta de mujeres con toda la naturalidad que su género le daba. Dudé en entrar a alguno de los dos lados, aún no sabía a qué género correspondía. Enrojecí, sudé y dudé más y más.
-Ven nena, entra aquí, no le digo a nadie tu pequeño secreto a nadie.- Dijo Vania con su voz dulce en un tono jocoso y juguetón.
Mi cabeza daba vueltas, me sentí muy avergonzada. No puedo imaginar la expresión de mi cara, pero Vania se rió al verme sufrir y vino por mí, jalándome del brazo y metiéndome al sanitario de mujeres a jalones. No había ninguna otra persona allí y Vania cerró la puerta de entrada. Me recargué en los lavamanos mirándome al espejo. Estaba pálida y con una expresión de vergüenza que parecía estar tatuada en mi cara. Vania se acercó a mí, poniéndose atrás de mí enseguida, viéndome a los ojos por el reflejo del cristal.
-No te preocupes nena, la verdad es que en el primer momento no creí que fuiste un niño. – Dijo con su tono de voz claro dulce. –De hecho yo nunca lo habría imaginado. –Concluyó tratando de alagarme.
-Pero… ¿Cómo supiste?- Alcancé a preguntarle con el poco aire que había dentro de mi cuerpo.
-Ya ves, es más fácil obtener información cuando eres muy cercana al mismísimo Diego De La Torre.- Dijo mientras sonreía de una manera sarcástica.
Entonces, algún rumor era cierto, Vania era la amante del señor De La Torre. En un segundo todas las piezas del rompecabezas se empezaban a ensamblar en mi mente. Sin notarlo se formó en mi cara un gesto de sorpresa y desprecio por la situación.
-Ya se lo que te imaginas tontita.- Hizo una pausa intrigándome aún más.- Diego De La Torre es mi tío.- Dijo Vania divertida sin separar su vista de mi rostro, por el reflejo del espejo aún.
No podía ser, Diego no me lo había dicho, ni siquiera había comentado alguna vez que tenía un familiar dentro de la empresa. De hecho, ninguno de sus apellidos coincidía.
-Desafortunadamente- Dijo Vania al encoger sus hombros desnudos.- En este negocio, la mayoría de las personas son muy discriminativas.- Expresó con una voz de nostalgia.
Los ojos de Vania se humedecieron lentamente mientras trataba de ocultarlo con el revés de su mano derecha. No podía entender lo que pasaba. Sentí la necesidad de abrazarla, y lo hice. Ella instintivamente recargó su cabeza en mi hombro y empezó a llorar detenidamente. Luego de un rato Vania se separó de mí. Sus ojos se abrieron, estaban enrojecidos.
-Incluso mi propia familia es así.- Me dijo Vania con una voz suave, aun sollozando.- Verás Emma, yo, como tú también nací como un nene.
Fue una revelación inmensa, al menos así la tomé. Todo cobraba sentido ahora, sus lágrimas, sus reproches por la sociedad. Aún faltaban cosas por ser reveladas. Me sentí identificada, una amiga me contaba su vida, se exponía tal cual era. No pude hacer otra cosa más que llorar con ella.
-Lo descubrí a los dieciséis años.- Añadió Vania mientras tomaba sus manos en señal de apoyo.- Mis padres me rechazaron.- Confesó.- Solo mi tío Diego me apoyo, pero lo tuvo que hacer secretamente, pues él tenía que cuidar su negocio, su reputación.- Dijo mientras su rostro se iluminaba misteriosamente.- Tuve que cambiar mi nombre y mis apellidos. El camino fue duro pero ahora estoy acá, soy feliz de ser lo que soy y no le guardo rencor a nadie.- Finalizó con una tibia sonrisa en su rostro.
Todo tenía más y más sentido, a decir verdad, Vania tenía un ligero parecido con Diego. Me sentí asombrada y un poco ahogada con tanta información.
Nos abrazamos, se había formado un vínculo muy especial. Por fin alguien que entendía lo complejo de la situación, y lo más importante, que no me juzgaba y me aceptaba tal cual era.
Terminó el momento de lágrimas y nos arreglamos el maquillaje juntas, bromeamos y dejamos eso un poco de lado. No me preguntó sobre mi vida, sabía que era cuestión de tiempo para que se la contara. Salimos de allí tras unos minutos. La acompañé a su oficina, le entregué la lista de pendientes y ella básicamente me explicó los que había en su ex oficina.
Bajé al quinto piso, donde se encontraría mi nueva oficina. Todo lo que había pasado en el día me tenía inspirada, tenía ganas de empezar a trabajar y hacer lo que mejor sabía. Caminé y recordé el poder de atracción en mí. Sonreí a un par de tipos que intentaron coquetear conmigo mientras caminaba justo hacia mi oficina. Por fin llegué anunciándolo con mis taconazos.
La oficina estaba distribuida casi idénticamente a la del jefe, con un pequeño cubículo anexo para la secretaria y la oficina principal en un lado. Divididas solo por una cristal grueso con una textura decolorante.
En el escritorio de la secretaría encontré a la que sería mi nueva amiga. Se llamaba Pamela Hernández. Se presentó cortésmente mientras estiraba su mano derecha. Era de la ciudad de México, treinta y siete años y con una marca en “soltera”. Vestía un Traje sastre de color negro, de falda debajo de las rodillas y saco desabotonado, que hacía notar su silueta, misma que no era la más perfecta, ni siquiera se acercaba a eso. Era una de esas mujeres que tenían algo de carne de más en su cuerpo. Distribuida en los senos, caderas y piernas, pero también un poco en la zona del abdomen y brazos. No llegaba a ser obesa, pero tampoco medianamente delgada. Su cabello era largo, llegaba a su espalda sin ningún problema, se le formaban rulos discretos a su caída. Su rostro era perfectamente simétrico, alargado pero con muestras de su ligero sobrepeso en las mejillas y arriba del cuello, labios carnosos y nariz mediana y puntiaguda, ojos pequeños color miel, adornados por unas cejas en perfecto arco. No llevaba aretes, pero me veía de una forma familiar que me hizo estremecer al recordar a mi madre.
Empezamos a platicar, ella en su escritorio y yo sentada en una de las sillas para esperar. Me presenté, en el tono más amable que conocía. “Pame” parecía insegura, insegura en algunas cosas, como si se mantuviera bajo una inmensa presión, sin embargo, nuestra plática fue letárgica, su aire familiar, combinado con su amabilidad y dulzura me hacía pedir más. Iniciamos platicando solo de los aspectos técnicos, su acento en inglés me pareció genial, luego seguimos rompiendo el hielo con preguntas personales y terminamos hablando un poco de nuestras vidas.
No pudimos continuar por mucho tiempo con nuestra plática, pues sonó el teléfono de su escritorio, mismo que me regresó a la realidad. Reaccioné rápidamente, me levanté y me metí a mi oficina, esperando ahora sí, empezar con mi trabajo.
Era una oficina bonita, con un gran toque femenino, colores blancos y beige en la las paredes, escritorio y sillas para recibir en color crema, la otra silla, la que servía para el titular de la oficina era color blanca. El escritorio tenía un detalle sutilmente abrumador, un florero de vidrio, transparente, en él, puestas significativamente una docena de rosas rojas. El ambiente era paz, muy iluminado, pues tres de las cuatro paredes eran de vidrio, dos de ellas con alguna textura para que no se viera claramente hacia adentro, y una de ellas con vista a la ciudad de México, con una gran persiana que estaba parcialmente cerrada. El suelo estaba forrado con una elegante alfombra color camello, era tersa y delicada, me gustaba la sensación de pisarla. El resto de los muebles los complementaba una pequeña mesa redonda de cubierta de vidrio con sillas de piel color blancas, como para organizar pequeñas reuniones, algunos cuadros de paisajes en las paredes, una elegante computadora blanca en el escritorio y teléfono sencillo a un lado.
Me sentí bien dentro de ese lugar, parecía un santuario. Indiqué a Pame que no quería recibir llamadas, era una práctica propia del señor De La Torre, pero que con gusto, por su funcionalidad adoptaría yo.
Procedí a sentarme en la silla principal y empecé a revisar pendientes. En la oficina se trataban asuntos importantes pero no de la magnitud que se trataban en la presidencia, mi anterior lugar de trabajo. Tampoco eran tan urgentes.
Avancé rapidísimo, terminé, casi el ochenta por ciento del trabajo pendiente antes de que empezara el descanso reglamentario de la comida. Iba a optar por acoger otra costumbre de Diego: No salir a comer. Sonó mi teléfono.
-¿Si bueno?- Contesté con curiosidad.
-Hola nena ¿qué tal estás? – Era Vania son su tono alegre y pausado al hablar.
-Bien Vania, adaptándome a esto de ser jefa.- Bromee un poco.
-¡Uy!- Exclamó con un ligero toque sarcástico.- Suenas muy formal, me alegra encontrarte en la oficina todavía.- Señaló aliviada.- Vamos a comer juntas, tengo demasiado trabajo y necesito relajarme, igual no podemos ir lejos por lo mismo pero me encantaría comer contigo, en el comedor.
No me pude resistir, Vania había sido tan abierta y directa conmigo que lo menos que podía hacer era acompañarla a comer.
-Claro, te veo en cinco minutos en la entrada del comedor ¿de acuerdo?- Le pregunté con curiosidad.
-Muy bien guapa, nos vemos allá abajo.- Remató.
Nos encontramos en el elevador, las miradas masculinas no dejaban de cruzarse con nosotras, Vania me dio algunos consejos, que me hacía sentir segura y confiada.
Comimos algo de ensalada, pues me sentí mal de comer algo diferente que la presidenta. Platicamos por cerca de una hora como amigas de hace mucho tiempo. Me preguntó cosas de la oficina, se sentía un poco abrumada por la carga de trabajo que se manejaba allí y le recomendé contratar un asistente. Le pareció buena idea.
Fue una comida amena. No pude imaginar que esa iba a ser la rutina de ese día en adelante en casi todos los días: comer con Vania. Nos despedimos en el elevador cuando le anuncié que saldría temprano de la oficina, apenas terminara el horario de trabajo.
Regresé a la oficina y me esperaba Pamela con un par de documentos por revisar y algunas cosas que leer. Me encerré otra vez en mi oficina y terminé los pendientes, revisé los documentos y todavía me dio tiempo de inventar una nueva firma para mí.
Cuando llegó la hora de irse me fui contenta, algo cansada. Bajé por el elevador junto a Pamela, nos despedimos cuando ella se fue a planta baja. Me sentí contenta de terminar bien un día de trabajo, era lo que me preocupaba menos y había salido muy bien.
Bajé al sótano por el elevador donde se encontraba el estacionamiento. Don Antonio estaba esperándome a un lado del elevador. Cuando lo vi le sonreí, el día había sido cansado y se sentía de lo mejor ver una cara conocida. Lo abracé impetuosamente mientras le di otro besito en la mejilla. Don Antonio me escoltó al automóvil y con su cortesía me ayudó a subir. El rodeó el coche y subió al auto.
-¿directo a descansar señorita?- Me preguntó mientras encendía el coche.
-Nop.- Le contesté divertida.- Vamos a esta dirección.- mientras le pasaba un papelito con la dirección de un hospital.
Don Antonio no preguntó más. Tenía mi consulta con un médico endocrinólogo, a las seis de la tarde. Llegamos veinte minutos antes. Don Antonio se quedó en el estacionamiento del hospital. Yo me fui directo al consultorio preguntando un poco pero llegando a tiempo.
Se trataba del doctor Marco Cisneros, un reconocido médico especializado en sustitución de género, había tenido los resultados más destacados en los últimos tiempos.
Me atendieron de maravilla, esperé por mucho cinco minutos, la cita estaba programada y todo fue puntual. Entré al consultorio luego de la obligatoria presentación. Marco era bajito y delgado, con facciones delicadas y lentes de armazón grueso, cejas pobladas y peinado tradicional: de raja en medio. Vestía una bata blanca impecablemente planchada, y abotonada. Abajo un pantalón negro, zapatos brillantes también negros y el nudo de una corbata roja se asomaba por su bata. Él era uno de esos jóvenes médicos que parecían ausentes. No me pareció atractivo, mucho menos agradable, muy profesional para mencionar siquiera una pequeña broma.
Me hizo sentar y se preparó para escribir en una pequeña libreta que tenía en su escritorio, primero preguntó un par de cosas, los resultados que yo quería lograr con un método hormonal de sustitución de género, luego preguntó las terapias alternativas y si existía algún otro tratamiento médico por el que estaba pasando en ese momento. Contesté cortésmente, el doctor contestaba “perfecto” a cada una de mis respuestas.
Luego me guió hacia un cuarto anexo, en el me desnudé sin pudor alguno. Marcos me midió algunas partes de mi cuerpo, luego procedió a, sacar un par de tubos de sangre de mi brazo izquierdo. Esperamos unos minutos, me vestí con una bata de hospital y fuimos al cuarto de tomografías. Me metieron en un aparato parecido a un cilindro. Fue raro pero no me molestaba todo el procedimiento, todo parecía profesional y eso me dio mucha confianza.
Por último regresamos al consultorio, solo faltaba una sesión con el ultrasonido. Vio mi interior a través de un monitor. Primero mi cuello, luego mis pequeñísimos testículos. El doctor Cisneros pareció muy complacido. Limpió la máquina y se levantó. Me dejó sola en el consultorio para que me vistiera.
Cuando regresó el médico estaba totalmente vestida, tuvimos una plática donde trataba de explicarme los estudios que me había realizado, para que servían y los resultados obtenidos. Todo había salido perfecto, o al menos eso me dijo.
El doctor concluyó que estaba en excelentes condiciones físicas, que aún no me desarrollaba completamente como hombre así que el tratamiento hormonal tendría muchas probabilidades de ser satisfactorio. Me alegré de sobremanera al escuchar eso. Por último el médico me dio una receta y las indicaciones para empezar lo más pronto posible con las hormonas.
Salí del hospital con una gran sonrisa en el rostro, cuando vi a don Antonio no pude hacer más que abrazarlo por segunda vez en el día y darle el tercer beso. El cielo estaba obscuro, fuimos directo al departamento.
Cuando llegué estaba cansada, pero cuando vi el desastre en el que estaba convertida mi casa no tuve otra que limpiar. Mientras don Antonio se encargó de ir por mis medicamentos, yo limpié la casa. No era tan grande como parecía, o no estaba tan sucia. Levanté mi ropa sucia por toda la casa, luego lavé los pocos platos sucios de la cocina y terminé de acomodar los muebles de la sala.
Todo estaba en orden para cuando llegó don Antonio, de hecho me empezaba a preocupar, había terminado y hasta había prendido la computadora para distraerme. Cuando llegó se disculpó pues era difícil conseguir eso. Se retiró de inmediato, pues se veía cansado y un poco harto del tráfico y las dificultades del día.
Tomé la ducha nocturna obligatoria ya. Lavé de mi cara el maquillaje y me vestí cómodamente. Escogí primero una tanga color limón, con el borde color amarillo lima, sin estampado y hecha de algodón, bastante cómoda y no muy pequeña. Luego me puse el pijama, era un conjunto de pantalón tipo deportivo y top de tirantes delgado, color lila. Cepillé mi pelo y lavé mis dientes. Por fin salí del baño.
Mi corazón palpitaba fuertemente, iba a empezar con el tratamiento cuanto antes. Tomar las pastillas era fácil, pero según la explicación del doctor Cisneros el medicamento era, para atrofiar mis órganos sexuales masculinos, y por otro lado dar a mi cuerpo hormonas parecidas a las de una mujer. Sin duda lo quería hacer, pero pensaba en todo lo que significaría en mi vida.
Encendí la computadora en busca de más información, sabía todos los efectos secundarios y probables riesgos al empezar un tratamiento hormonal de sustitución de sexo. Abrí mi correo electrónico y vi un nuevo mensaje de Yuto. En él me contaba las cotidianidades de su vida, como lo que había comido o lo mucho que me había extrañado. Sonreí. Con ese correo electrónico encontré el valor que me hacía falta para tomar el medicamento. Tomé las píldoras y enseguida le contesté a Yuto.
Esta vez fue algo diferente a mi respuesta anterior, mucho más largo mi mensaje hablaba de mi propio día, le conté del año sabático de mi exjefe y lo que estaba haciendo para adaptarme al nuevo trabajo. Imaginé su expresión leyéndolo. Revisé el mensaje y no decía mucho, pero significaba demasiado para mi seguir teniendo un vínculo con Yuto. Se lo envié y apagué la computadora.
Nada puede describir como me sentí, era absolutamente feliz, completa. Me dio la sensación de que estaba flotando al ir a mi cama. Me metí entre las cobijas y me dormí pensando en mi príncipe nipón, en su cara la próxima vez que me viera, convertida en una princesa digna de él.
Me quedé dormida con una gran sonrisa, la vida me sonreía y me acercaba a gente encantadora, me sentía feliz, orgullosa y esperanzada en ser aún más feliz que en ese momento.
Continuará…
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Comentarios de la autora:
La quinta entrega de la serie. Quiero confesar que cuando empecé a escribir este relato (es mi primer relato) nunca pensé llegar tan lejos. Solo gracias a ustedes he podido llegar hasta acá. Espero fervientemente que esta parte de la vida de Emma les haya sido de su agrado y espero seguir leyendo sus comentarios en los próximos días.
Quiero agradecerles una vez más por leer mi historia, a todos los que se engancharon con Emma e hicieron de esta historia, una suya. También quiero agradecer a todos los que me dejan comentarios, me es muy positivo leerlos. Quisiera que me dieran recomendaciones, pues, para mí, son muy valiosas.
En este capítulo quisiera agradecer a Mauro por darme su opinión y ser tan gentil conmigo. Por dejarme conocerlo y por leer el primer boceto de este capítulo. También quisiera saludar y agradecer pomposamente a El Cazador de Sueños, quien no se cansa de elevarme la moral y de ser genial conmigo.