Emanuelle IV: La Realidad

Fue así, como en mi primer fin de semana como señorita, cambió mi vida por completo, otra vez. Esta, no planeada, pero si con sensaciones muy intensas...

Esa noche todo parecía ser perfecto, al menos me parecía a mí. Me sentí la persona más feliz de este planeta. La experiencia de ser una chica estaba siendo muy gratificante, me sentía enamorada y ahora atada sin ningún tipo de obligación a un hombre maravilloso. No soné nada, pues estaba muy cansada, pero me dormí con la sensación de haber vivido todo y de que no me hacía falta nada.

Desperté a las ocho de la mañana, tomé una ducha con agua caliente, lavé mi cuerpo entero con un estropajo, mi colita aún me dolía y cuando enjuagué un poco, noté algo de sangre caer al suelo e irse por el drenaje. No me preocupé, pues había leído mucho acerca del sexo anal y sus consecuencias inmediatas. Tomé un par de toallas y me sequé cuidadosamente el cuerpo. Después me envolví el cabello y el cuerpo. Lavé mis dientes tomándome bastante tiempo, luego me complací sonriendo hacia el espejo del baño y notando lo blancos y lo linda que lucía mi sonrisa.

Salí del baño para hacer mi ritual de las mañanas, me desnudé y me cubrí de crema humectante el cuerpo completo. Me puse la ropa interior, ese día iba a ser pesado, así que escogí algo cómodo, un conjunto de tanga y brassier color negro, bordados con flores color azul turquesa. En los bordes algo de encaje, no tan pequeño, pero igualmente sugerente. Acomodé mis senos postizos y me vi en el espejo como todas las mañanas. Atiné en ponerme unas medias lo más parecido a mi color de piel, lisas y con el resorte y el encaje a mitad de mis muslos. Noté que sin pensarlo puse mi espalda recta, me paré en las puntas de mis pies, sacando el trasero y arqueando la espalda, mi figura era atractiva y me gustaba.

Escogí un traje sastre color berenjena, consistía de un saco entallado con detalles agradables, como una especie de cinta delgada que rodeaba la zona de la cintura, cuello V que terminaba justo encima de mi vientre. El escote era demasiado evidente, pero me puse un top color blanco de tirantes, justo para cubrir la piel de mi pecho. Debajo la falda llegaba justo dos dedos encima de la rodilla, era entallada lo que hacía marcar mi redondo trasero y mis piernas. Atrás tenía una imitación de bolsas  y una abertura de aproximadamente cinco centímetros. Para terminar, me puse unos zapatos altos, del mismo color, con una abertura al frente, mismas que dejaban ver mis dedos.

Me maquillé tan rápido como pude, con una combinación en rosa y lo que más parecido que encontré al color berenjena, rubor en las mejillas y labios rosa pálido. Después cepillé mi cabello, puse crema para peinar y sonreí al espejo. Me levanté modelé para el espejo. Me encantó. Estaba lista y justo a tiempo, eran las nueve cincuenta y ocho de la mañana y el desayuno con los japoneses empezaba a las diez de la mañana en el restaurante del hotel.

Entré al elevador y bajé lo más rápido posible, el hotel en su planta baja era elegante, con pisos de madera me parecía una gran elección para el evento. Tras dos bloques de escaleras en forma de “L” y un descanso entre ellas estaba el restaurante, no era muy grande, constaba de quince mesas por mucho. Bajé por las escaleras tratando de buscar a Diego. Lo encontré con la mirada. Estaba en la última mesa, con él, dos personas con rasgos orientales, supuse que eran los japoneses.

Cuando me acerqué a su mesa, los orientales se levantaron, en ese momento noté que eran muy parecidos, los dos tenían rasgos finos en el rostro, los dos con mandíbulas gruesas y simetría facial, ojos pequeños y negros, penetrantes, tal vez eran parientes, pensé. Uno de ellos, el mayor era de mucha menor estatura que el otro, de complexión delgada, pensé que era el mayor porque tenía canas en el cabello y arrugas en el rostro, su mirada irradiaba luz y su expresión paz. El otro era todo lo contrario, su energía era incontrolable, su cabello impecable, expresión encantadora, con un aire de misterio y caballerosidad que me intrigaba. Aunque eran muy parecidos, el joven era diferente, su cuerpo era más grande y mucho más fornido.

-She’s my assistant, her name is Emma Rios. She helps me with the work and I want her near to our business- Dijo Diego en perfecto inglés, mientras extendía su brazo con la palma de su mano apuntando al techo.

Me moría de nervios, no sabía cómo iba a reaccionar el señor De La Torre, pero en ese momento él no tenía importancia, en el poco tiempo de conocerlo, sabía que lo más importante en su vida era el trabajo. Y por esa razón, lo más importante era cerrar el negocio.

-Ellos son Eita Tanaka y su hijo Yuto, son los dueños de “Tanaka buildings.”- Dijo presentándolos. El señor Eita tomó mi mano viéndome a los ojos, y sonrió mientras irradiaba paz y tranquilidad por todos los poros de su cuerpo. Su hijo fue intrépido, cuando tomó mi mano la acercó a su boca y la besó suave y tranquilamente, actuando muy confiado. Me enrojecí y solo pude sonreír nerviosamente.

Me invitaron a sentarme y desayunamos tranquilamente, el joven Yuto hablaba un torpe español de vez en cuando para alagar cualquier cosa de mi persona. Yo solo podía enrojecer y agradecer las atenciones. Me sentí y creí solo espectadora en esa reunión, entendí solo el cuarenta por ciento cuando más de la conversación, pues hablaban muy rápido.

El resto del día lo pasamos con los japoneses, entre conferencias y caminatas por el hotel y sus alrededores el negocio iba bien. Al joven Yuto le agradaba mi compañía, cada vez caminaba más cerca de mí, le enseñé algunas palabras y le di recomendaciones para mejorar con el idioma.

Aunque a mí también me gustaba la compañía, me sentí mal, creí fervientemente que acercarme a Yuto era una provocación con Diego, que se enfadaría y se pondría celoso. Estaba equivocada. A Diego no parecía importante el evidente interés de Yuto en mí. De hecho, tuvimos la oportunidad de hablar él y yo solos, mencionó que la negociación iba muy bien, que “me portara bien con Yuto”, pues podía influir en el negocio.

Si bien era un negocio grande e importante para la empresa, Diego me hizo sentir la persona más miserable del planeta, no solo daba nula importancia  la relación que según yo, había entre los nosotros, sino que me hizo sentir un simple objeto de atracción para sus clientes. No pude evitar derramar unas lágrimas cuando me dejó sola, pues ese era su estilo decir las cosas y esperar que el resto del mundo las obedeciera. Cuando Yuto me vio llorar, instantáneamente me abrazó tiernamente, como un niño al que su juguete se le rompió.

Sentí su calor corporal y no pude hacer otra cosa si no recargar mi cabeza en su hombro. Él dijo un par de cosas con su torpe español y me hizo reír levemente. Mientras secaba mis lágrimas él sonrió y su rostro se llenó de luz. Decidí que lo de Diego no me afectaría, al final de cuentas yo era la que me había construido un castillo en el aire. Me dolía ver a Diego y me dolía más su actitud, pero me resigné porque yo era así, trataba de sacar lo mejor de todas las situaciones.

Me dediqué a ser tierna y complaciente con Yuto, lo acompañé el resto del día, me senté a su lado y traté de platicar más con él. Su torpe dominio del lenguaje dificultaba las cosas, pero poco a poco fui acoplándome a su acento, y a su limitado vocabulario. Yuto había estudiado finanzas en Europa y había tenido mucho éxito, haciendo crecer a la empresa de su padre de manera vertiginosa en los últimos años. Era un hombre sensible y hablaba de sus negocios con tanta pasión que te cautivaba. Su presencia era impresionante, era serio pero agradable al mismo tiempo. Rosaba ligeramente mi mano al caminar al mismo tiempo, para después postrar su mano en mi cintura. Estaba intentando atraerme, seducirme y me gustaba la atención.

Comimos y pasamos la tarde en reuniones con papeles importantes, yo ayudándole a Diego y Yuto tratando de asesorar a su papá. Era divertido salir de la rutina y el estrés, pues Yuto sorprendía a Diego y a su papá metidos en alguna revisión hacía gestos graciosos para hacerme reír.

Ya entrada la noche, decidimos salir a cenar a un restaurante a las afueras de la ciudad. Era un lugar especializado en mariscos. Eran deliciosos. Cuando terminamos de comer, los japoneses se levantaron. Yo estaba enojada, no quería platicar ni siquiera dirigirle la palabra a Diego, pero una vez más le contesté con bisílabos por unos cinco o diez minutos que nos dejaron solos. A Diego no le importó, de igual manera dijo emocionado que tal vez el negocio estaba cerrado.

Cuando regresaron los japoneses, el señor Eita captó nuestra atención, empezó a hablar y parecía que el mundo se resumía a lo que el señor diría.

-When we woke up this morning, we weren’t sure about this business. You know Mr. De La Torre that we are going to spend a lot of money. It’s important for us the insurance.- Dijo con su aire de paz y parsimonia.- We decided to choose your company.- El señor sonrió.

Instantáneamente, el señor De La Torre se levantó y abrazó al señor Eita, mismo que sonrió complacido por la muestra de júbilo de mi jefe. Después Diego tomó la mano de Yuto y le regaló un abrazo. Y es que se trataba de un gran negocio que a la compañía le daría a ganar mucho dinero. Siguió mi turno de abrazo, luego me abrazó Eita y al final, con la cara iluminada de alegría, Yuto.

Festejamos por cerca de dos o tres horas, Diego quería tomar alcohol, pero los japoneses firmemente se negaron, aunque no hubo falta, fue la única decepción del jefe. Sonreímos y celebramos, me pareció muy graciosa la forma en la que veían los señores Tanaka a Diego, cuando cantaba y gritaba de gusto. Salimos de allí a las dos de la mañana.

Estábamos por irnos de nuevo al hotel, cuando Yuto se ofreció cortésmente a llevarme. Diego no dudó en aceptar y se fue con el señor Eita. Me sentí mal y despechada por eso, en realidad si era un bien fungible para Diego. Pero fingí que no pasaba nada, hasta hice un gesto de gusto y aprobación. Me sentía falta, el hombre al que creía amar me estaba dejando ir por un negocio. Lloré por dentro mientras sonreía.

Caminamos por el estacionamiento del lugar y llegamos al coche de Yuto, el orgulloso japonés tenía un Mazda MX color aluminio, descapotado. Yuto sonrió al abrirme la puerta y al ayudarme a subir al coche, se subió allí y mientras el coche de Diego se alejaba el encendió el coche. En el camino no hablamos mucho, el ambiente se sentí tenso y solo la música de fondo, que era un disco de “The Beatles” nos acompañó.

Yuto era un experto observando, y lo confirmó cuando llegamos al hotel y al bajarme me vio a los ojos. Puso un gesto de tristeza.

-¿No estás contenta por el negocio?- Preguntó con su característica voz y acento. Dibujé una tibia sonrisa en mi rostro mientras lo abracé.

-Claro que sí, de hecho ha sido lo mejor de este fin de semana.- Le dije mientras sentí que mi tristeza desaparecía delante de ese hombre encantador.

-Lo mejor de este tiempo fue conocerte.- Me contestó mientras acomodaba sus manos en mi cintura, justo en el lugar donde se empieza a ensanchar el cuerpo. Yo me alegré y sonreí de la manera más sincera en todo el día.

La atmosfera era extraordinaria, no había ruido alguno, no había estrellas brillando de manera sorprendente, pero ese momento para mí fue inolvidable. Yuto acerco sus labios a los míos. Me abrazó de la cintura mientras mis brazos rodeaban su cuello. Me besó en los labios tan lenta y tiernamente que me aceleró el pulso, la respiración. Nada de lengua, solo ternura, afecto, atracción. Terminó el beso y no se apartó, sus labios se quedaron a centímetros y sus ojos brillaron al ver los míos.

Mi cara enrojeció, al menos sentí un calor incontrolable en mis mejillas. Me separé tan rápido como pude. La verdad quería que me besara otra vez, por toda la noche, por el resto de mi vida, pero inexplicablemente me dio mucha vergüenza y me fui lo más rápido que pude. Cuando me iba alejando a unos diez metros del deportivo de Yuto voltee a verlo y estaba sonriente, complacido con la vida, con luz en su rostro.

Subí a mi habitación con un  huracán de ideas en mi mente, la galantería y el encantó de Yuto me tenían flotando, me tenían soñando en una vida de besos y atenciones como él había tenido toda la tarde conmigo, en lo maravilloso que sería estar con él en ese momento. La rabia y el dolor que me hacía sentir Diego y su actitud ya no me importaban, el en unas horas se había encargado de romper mi mundo de fantasía.

En un día me había desenamorado, un vacío completo en mi pecho, en mis sentimientos se había llenado rápidamente, más rápido de lo que yo hubiera imaginado.

Cerré la puerta de mi habitación y me recargué en ella, mi corazón palpitaba, lo podía sentir y escuchar. De mí menté salió un pensamiento que retumbó en mi cabeza por toda la noche: No era justo para Yuto.

No era justo porque él no sabía lo que yo en realidad era, o mejor dicho, como yo en realidad había nacido. Yo tenía un pene, aunque nunca había penetrado a nadie el pene seguía allí. Me desnudé y me miré al espejo, del bañó. Mi rostro era el de una chica, el cabello y la silueta lo eran. Pero no tenía senos, lloré al ver mi pequeño pene colgando inerte de mi entrepierna. Pensé en Yuto y en su sonrisa, en sus ojos llenos de luz. Me sentí culpable y empecé a llorar. Lloré toda la noche. Lloré en la ducha mientras caía agua fría en mi cuerpo. Lloré en la cama mientras me dormía.

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Al día siguiente desperté con un dolor de cabeza muy fuerte, me sentía mal y débil en el cuerpo. Tomé la ducha de la mañana, como toda mi vida y salí del baño sin ánimos de hacer nada. Tomé el teléfono de la habitación y llamé a la habitación de Diego.

-¿Bueno?- Me quedé paralizada. Colgué. Me había equivocado, me contestó una voz femenina y me apené. Volví a marcar.

-¿Si?- contestó la misma voz un poco adormilada, aún ronca de dormir me imaginé.

Volví a colgar, tal vez el teléfono estaba mal. Llamé a recepción para asegurarme y pedí que me comunicaran a la habitación dos cincuenta y seis.

-¿es el mudito?- Contestó la misma voz femenina. No podía ser, decidí averiguar.

-Disculpe, ¿hablo a la habitación del señor De La Torre?- Dije lo más segura que pude.

La vos femenina no contestó, solo me limité a escucharla murmurar: “Levántate Diego, te hablan por teléfono, contesta mientras me baño”. En ese momento mi corazón y lo poco que aún quedaba intacto del amor por Diego se rompió. No me entristecí ni me molesté. No podía esperar nada más de Diego. Tras unos segundos, contestó Diego.

-¿Si dígame?- contestó como siempre lo hacía directo y aún con la vos alterada, supongo que lo desperté.

-Quiero irme.- Le dije con la vos más firme y determinada de que pudo salir de mi boca.

-¿Qué?- Dijo Diego confundido, tal ves no me había entendido.

-Me voy, solo te avisaba.- Mencioné con un tono molesto, casi reclamándole.

-¿Qué pasó? ¿Dejaste que te cogiera el “taka-taka”? ¿Se molestó? ¿Tenemos negocio aún?- Reaccionó asustado mi jefe.

-Dijiste que no habría preguntas, pero no pasó nada, no se enojó y no cambió nada en los negocios, sucede que quiero irme, estoy cansada y quiero irme de acá.- Mientras le reclamaba se me quebró la voz en empecé a llorar.

-Correcto, no habrá preguntas pero es necesario que hablemos, en veinte minutos baja al lobby y te va a estar esperando Antonio. Él te llevará de vuelta a la ciudad de México y por la tarde platicamos.- Colgó. Yo solo pude guardar todas las cosas sin para de sollozar.

Aunque mi idea no era terminar con esta vida que me había gustado mucho, si me propuse cambiar, hacerlo de la mejor manera posible y tratar de convertirme en lo que en realidad siempre fui, en lo que siempre quise, en una mujer. Había sido dura y determinante con Diego, supongo que me molesté mucho por darme cuenta que dormía con alguien más.

Pensé en irme de allí, iba a bajar con lo primero que encontrara para ponerme. Pero recordé la pena y la posibilidad de que Yuto me encontrara. Decidí vestirme bien por si me encontraba mi príncipe nipón. Me puse un coordinado de tanga y brassier color verde limón, con encaje y acabado de algodón, bastante delgados y sencillos. Acomodé mis implantes y me apresuré a vestirme.

Me vestí con lo único que no era elegante y formal que traía en la maleta, un blusón color verde de estampado al frente, con mangas que llegaban a mis codos y una abertura en la zona del hombro izquierdo. La falda llegaba a la mitad de mis muslos. En la cadera tenía una especie de imitación de cinturón color negro brillante. Escogí los mismos zapatos altos del día anterior, los tacones altos negros, con una abertura al frente.

Me vi al espejo, mi rostro era un desastre, mis ojos notablemente hinchados. No pude maquillarme, solo me puse unos lentes obscuros que cubrían mis ojos, me puse algo de brillo en los labios y guardé todo lo demás en las maletas.

Bajé al lobby cuando preparaban las cosas para la clausura de la expo, pasé desapercibida por el movimiento de cosas y de personas como preparativos. Don Antonio me esperaba en el lobby y me ayudó con las maletas. Sonreí a ver a mi chofer. No hizo preguntas, solo se limitó a meter las maletas en la cajuela del coche y a ayudarme a subir. Encendió el coche y nos fuimos de la ciudad.

Hubiera querido compartir con alguien todo lo que me había pasado. Desahogarme un poco.  No pude confesarle nada a don Antonio. En el camino pensé otro rato y tras llorar y dormir un poco más me quedé dormida.

Por fin llegamos y don Antonio me había llevado al departamento de Reforma, aquel inmueble lujoso y confortable. Me despertó el nulo movimiento del coche, don Antonio bajó del coche y me abrió la puerta. Seguía llorando, don Antonio me abrazó y empecé a sollozar en su pecho.

-¿Necesita algo señorita?- Me preguntó preocupado, mientas su mano acariciaba mi nuca de manera comprensiva.

-Nacer otra vez don Antonio, nada mas.- Le dije entre sollozos.- Solo eso.

-Nada puede ser tan grave señorita.- Expresó con un tono dulce.- Usted es una persona muy amable y no merece estar triste.- Interrumpió el caluroso abrazo cuando sacó un pequeño pañuelo de la bolsa trasera de su pantalón.

Don Antonio quitó los lentes obscuros de mi rostro y empezó a secar mis lágrimas como si me tratara de su hija, mientras trataba de entender por lo poco que podía y quería decirle de mi situación. Estuvimos en el estacionamiento un buen rato, la cabeza empezó a dolerme. Poco a poco, mientras platicaba, mis lágrimas salían en menor cantidad. Don Antonio me abría los ojos, me dijo que yo era una persona valiosa, que cualquiera tendría que sentirse orgulloso de compartir algo conmigo.

Subimos las maletas al departamento, luego bajamos y fuimos a comer algo. Esta vez escogimos tacos de canasta, nos enchilamos y nos divertimos mientras comíamos y regresamos al departamento. Eran casi las cuatro de la tarde cuando don Antonio me dejó en el departamento, solo después de darme una pastilla para el dolor de cabeza y asegurarse que dormiría.

No desperté hasta que escuché que abrían la puerta. Me levanté como sonámbula a arreglar un poco del desastre de mi cabello. Era Diego. Salí de la habitación y lo encontré sirviéndose un vaso con agua. Se sentó en un sillón de la sala y luego me invitó a sentarme enfrente de el.

Contrario a lo que yo hubiera imaginado estaba contento, el negocio se había cerrado y estaba emocionado. Me explicó  que había sido un éxito y que “los taka taka” como solía llamar discriminativamente a los japoneses, me habían extrañado, que no se había podido quitar a Yuto de encima sin darle mi teléfono, mi correo electrónico. Me alegré y luego entristecí de inmediato.

Diego me explicó que teníamos una gran comisión, y que la dividiríamos en partes iguales. Era el negocio del año y luego mencionó que cuando vivía su esposa, tenían una tradición: Después de un negocio importante tomaban vacaciones, y como este era el más importante de la historia de la empresa, él se iría un año sabático a recorrer Europa. Me invitó a irme con él y gasta el dinero de la comisión. Era lo suficiente para comprar un negocio en la pueblo natal y vivir el resto de mi vida sin presiones de dinero. No escogí ninguna de las anteriores opciones, le dije que no iría con él.

Pareció no importar, como si esa decisión estuviera dentro de su presupuesto. Me propuso dirigir un departamento de la compañía, el que se encargaba de cerrar los negocios medianos y pequeños. Me propuso ese puesto porque la chica que se encargaba de eso, lo iba a cubrir a él en la presidencia. Era una ejecutiva de toda su confianza. No dudé en aceptar la oferta, trabajaría en otro lugar de la empresa, sin viejos y malos recuerdos, con mucha menos actividad y con mejor paga.

Luego hablamos de mis prestaciones. Nunca tocó el tema de mi vida como señorita o regresar a ser hombre. Dijo que durante el tiempo que ocupara el departamento de “Relaciones Comerciales”, tenía derecho a ocupar ese departamento o cualquier otro de la compañía, que tendría a mi disposición a Don Antonio o a cualquier otro chofer de la empresa.

Por último, don Antonio me encargó entregarle a Vania la oficina, informarle de todos los pendientes el próximo lunes. Ella a su vez haría lo mismo conmigo. Diego era tan intempestivo que se iba a Francia ese mismo domingo. Salió de la en ese entonces mi casa, como a las siete de la noche, yo me quedé pensando todo lo que iba a hacer.

Y es que las posibilidades eran infinitas, tenía dinero, tiempo y la capacidad de decidir en que quería convertirme. También tenía fuerza de voluntad y disciplina, que había adquirido de la mano de Diego.

Tomé la ducha de la noche, lavé mi cara y me vestí con una pijama de una pieza, un camisón de seda color hueso, con encaje en la parte de arriba y unos tirantes delgados. Adicionalmente de lo que yo poseía, también tenía una inspiración, mi príncipe nipón. Esa noche dormí muy bien, con una sonrisa en el rostro.

Fue así, como en mi primer fin de semana como señorita, cambió mi vida por completo, otra vez. Esta, no planeada, pero si con sensaciones muy intensas, tanto gratas como molestas. Mi plática de la tarde con Don Antonio había cambiado mi manera de pensar, estaba decidida a convertirme en cuerpo y alma en una verdadera mujer, pues aún pensaba románticamente que el amor lo puede todo.

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Comentarios:

Muchas gracias por seguir leyéndome. Es la culminación de un sueño en mi vida: escribir algo. Estén pendientes de lo que sigue en la vida de Emma y esperen otras series en la misma categoría: Transexuales.

Tengo que agradecerles el tiempo que se toman leyendo y poniendo comentarios en el correo o por medio de la página. También espero seguir recibiendo su apoyo al leerme y comentar.