Elvirita

Estoy más caliente que si hubiese estado todo el día bajo el sol en la huerta.

Aunque parezca mentira lo que os voy a contar ocurrió en una aldea gallega hace 70 años.

José, un hombre alto y delgado al que apodaban "El calzonazos" en su 62 cumpleaños,  comía en la más completa soledad. Su esposa estaba trabajando de jornalera. Sus hijos, ya criados, estaban lejos de casa. Aquellos mejillones y aquellos chorizos le estaban sentando mal al acompañarlos con gaseosa. Mataría por un vaso de vino, pero su esposa le tenía prohibido el alcohol,  y como a la tabernera le dijera que si le vendía vino a su marido  le prendía fuego a la taberna, no tenía donde comprarlo. Lo cierto era que se casara con una mujer como Dios manda que con el paso de los años mandaba más que Dios.

Elvirita, su sobrina, entró en la cocina, como lo hacía desde niña, como Perico por su casa. Traía una botella de vino blanco del país en la mano. La puso sobre la mesa donde comía José, y le dijo:

-Felicidades. tío.

-Gracias, bonita.

José se levantó de la mesa. Cogió un abridor. Abrió la botella. Llenó un vaso y lo mandó de un trago.

-¡¡Diooooos, que bueno está!!

Elvirita, que sabía de todas las manías de su tía, sonrió y le dijo:

-¿Cuanto tiempo hacía que no lo cataba?

-Desde Navidades.

-¿Por qué no manda la tía a la mierda?

-Supongo que es porque la quiero. Son 40 años juntos...

-Eso no es amor, es miedo a explorar nuevos horizontes.

-Si no la dejé antes, ahora con 62 tacos...

-Mire, la verdad, cada vez que vengo aquí y veo como lo trata, me dan ganas de meterle dos hostias.

-¿A Manuela?

-No, a usted, por gallina.

Elvirita, que era una morenita, alta, delgadita, de grandes ojos negros, cabello largo y negro, recogido en dos trenzas, se sentó en una silla. Cruzó las piernas. Puso los pies sobre la silla y las manos detrás de la nuca. Fue cuando josé se fijó en como vestía... LLevaba una camiseta blanca, sin mangas, que dejaba ver el vello negro de sus sobacos y que marcaba los pezones de sus grandes y redondas tetas. Unas sandalias y un pantalón vaquero, cortado, que hacía un short, y que dejaba ver, por los lados, el negro vello púbico. José, no se cortó.

-¿Me estás provocando, Elvirita?

Elvirita puso una carita de pícara  que invitaba a entrale.

-Mis padres no están en casa.

-Lo imaginaba. No cogerías la botella de vino en la bodega si estuvieran, pero la pregunta era: ¿Me estás provocando?

-La tía no está en casa.

Más claro no le podía hablar sin hablar. José echó otro lingotazo.  Le miró a su sobrina para el vello de los sabacos y para el vello de abajo. Elvirita, que viera para donde le había mirado, sonrío con picardía. José se estaba empalmando.

-¿No crees que soy muy viejo para tí? Te llevo...

-Más de 40 años, pero no me importa.

-¿Qué es lo que quieres?

-Que me la enseñe.

-¿La qué?

-La polla.

-¡¿La polla?!

-Sí, nunca vi una. Si me la enseña yo se lo enseño. Así es como se hace, ¿no?

-¿Lo qué?

-Fornicar.... Me la enseña... se lo enseño.... me la enseña...

-¿Quién te dijo esa tontería?

-Mi madre.

-Ya, y mi hermana quedó preñada de ti con el olor de los calzoncillos de tu padre.

-¡¿Si no se hace así cómo se hace?

-¿Quieres que te enseñe cómo se hace?!

-Sí.

José se bebío otro vaso de vino, y después le dijo:

-Ven aquí.

Elvirita fue junto a su tío, que estaba sentado en una silla... José  le levantó la camiseta y le acarició y le chupó aquellas tetas duras como piedras... Al rato, José, le desabotonó el short. Elvirita se quitó la camiseta, y le dijo:

-Estoy más caliente que si hubiese estado todo el día bajo el sol en la huerta.

-¿Tienes el chochito mojado?

-Empapado, lo tengo empapado, tío.

José,  después de quitarle el short, bragas no llevaba, le metió un dedo y comenzó a follarla con él. Elvirita no tardó ni un minuto en decir:

-¡Ay, ay que me mareo!

José,  le chupó las tetas. Elvirita se corrió entre dulces gemidos y temblores.

Al acabar de correrse estaba tan contenta que le preguntó a su tío:

-¿Cómo se sigue fornicando?

José sacó la polla, gordita, que medía unos 18 centímetros, y le dijo:

-Metiéndotela en tu chochito.

Elvirita puso cara de asombro.

-¡Eso no me va a caber!

-Siéntate sobre mis piernas y trataré de meterla.

Elvirita, con las piernas abiertas y casi de pie, cogió con la mano la polla de su tío y puso la punta  en la entrada de su chochito, luego le dijo:

-La puntita, no me meta más que la puntita.

José, besó con lengua a Elvirita. Era la primera vez que le daban un beso así y se excitó aún más de lo que estaba. José le metió la puntita, que entró apretadísima. Se detuvo, y le dijo Elvirita:

-Un poquito más... más... ¡Más!...  ¡Mas!...  ¡Toda, métamela tóda!!...  ¡¡¡Me vuelvo a marear!!!

Elvirita se corrió como una bendita. José, al sentir que le venía,  la quitó y se se corrió fuera.

Al acabar, le preguntó José a Elvirita:

-¿Vas a por otra botella de vino?

-¿Y me sigue enseñando?

-Sí, tienes mucho que aprender.

-Pues como la tía no viene hasta la noche, traeré dos botellas.

¿Continuará?

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