Elogio del incesto
Una madre que inicia a su hijo en el sexo, es la mejor madre.
Elogio del incesto
La adoro; la adoraré siempre. A ella, a mi madre, la mujer por excelencia, la mujer excepcional, la más amorosa y la más sensual. Ninguna otra podrá ocupar su lugar. A su lado la felicidad total existe.
Ella se quedó embarazada de mí, su único hijo, cuando aún no había cumplido los dieciocho. Me ha repetido miles de veces que no estaba previsto, pero que en ningún momento le supuso un grave problema; podía haber abortado, pero eligió tener a su hijo. Igualmente me repite que es lo mejor que le ha pasado en la vida.
Ella es muy natural, extrovertida, sin complejos ni tabúes de ningún tipo. Para ella la sexualidad es algo tan sencillo como comer o beber y se manifiesta siempre muy en contra de la cultura que ha creado todos esos complejos sobre ese regalo de la naturaleza que es la sexualidad.
Fue en un viaje de fin de curso a Francia cuando me concibió. Había tenido relaciones sexuales ya desde los catorce años con chicos un poquito mayores, pero le hacía falta un maduro, algo distinto, ella bebe en la fuente de la vida, toda experiencia vale la pena vivirla. Y fue en el hotel, en un descanso después de la cena, tomando una coca-cola en la barra del bar con dos compañeras. Al lado unos hombres maduros, sobre cuarenta años, tomaban unas copas mientras miraban con descaro las curvas de las jóvenes, que coquetas les seguían la corriente entre risas, vanidosas de despertar pasión en los hombres. Uno de ellos merecía más el interés de mi madre, más atractivo, más apuesto y en él centró esa coquetería, segura de que estaba en sus redes. Antes de despedirse para subir a dormir escribió disimuladamente en un papel el número de la habitación y con el mismo disimulo lo puso en la mano del hombre. Una media hora después, ella ya duchada y con su camisoncito sexy, oyó los golpecitos en la puerta.
Fue una noche loca –dice ella siempre-. Jamás me habían amado de esa forma, una noche larga, con un hombre experto, placer inmenso, me sentía una reina, tratada con tanta delicadeza, pero al mismo tiempo con tanta pasión. Me dio tiempo –seguía contando-, a sentirme niña mimada, a sentirme mujer y también a sentirme muy puta.
Nunca volvió a verlo, porque además tampoco le preguntó su nombre, ni su residencia. Era claro que se trataba de un hombre de negocios, de paso por París. Se quedó embarazada y, como suele ocurrir, su vida cambió. Tuvo que adaptar su ritmo a la crianza del niño, aunque afortunadamente siempre contó con la ayuda de sus padres. Terminó estudios de tipo medio y preparó una oposición sencilla a funcionaria, trabajo que nos ha permitido vivir sin grandes lujos, pero tampoco sin necesidades.
Desde niño me acostumbré a ver el desnudo de una mujer. Mi madre, tan natural, se paseaba con frecuencia desnuda delante de mí, para ir a la ducha, para vestirse, etc. Al principio observaba yo, curioso, su pubis poblado con un vello muy negro, muy rizado, que brillaba cuando le daba la luz. Años después, cuando vino la moda del depilado, me sorprendía al descubrir sus labios mayores, muy gorditos, tersos, ahora ya al descubierto sin el seto de camuflaje. Toda una mujer. Sus pechos tienen forma de pera, puntiagudos, con pezones sobresalientes. Todavía se permite alguna vez el lujo de salir a la calle sin sujetador.
Nunca le he preguntado si ha tenido muchos o pocos amantes, me es igual. Incluso alguna mujer ha pasado por su cama, ella reconoce una parte de bisexualidad.
- Soy bisexual y tengo más o menos un 25% de lesbiana. Si me ponen al lado un hombre y una mujer, creo que en general elegiría al hombre, pero vamos, que si en un momento determinado se me pone delante una hembra de categoría, y me compromete, no le hago ascos.
Hoy tengo ya 25 años, y sigo siendo amante de mi madre, aunque tengo que compartirla a temporadas con alguno (o alguna más). Pero no me importa. Tal como me dijo una vez uno de sus amigos íntimos: cualquier hombre que la posea se llevará el mejor regalo de su vida.
No voy a hacer referencia a la edad que yo tenía cuando descubrí en los brazos de mi madre el encanto de una mujer. Prefiero silenciar ese dato, para que nadie se pueda ofender. Fue un proceso lento, delicado, maravilloso, descubriendo día a día el inmenso placer que puede proporcionar una mujer madura.
Mis primeros contactos con ella consistían en sentarme en su regazo, o bien acurrucarme a su lado en la cama. Me apretaba fuerte contra ella, sintiendo su calor, oliendo su perfume. Ella me acariciaba la cabeza, me susurraba al oído. Yo me atrevía algunas veces a meter una mano por su escote y dejarla apoyada en un seno. Era una sensación maravillosa, el calor, la suavidad de su piel, como se movía ligeramente el pecho con la respiración. Me quedaba muchas veces dormido.
La cosa comenzó a cambiar cuando la piel de mi prepucio se retiró hacia atrás; había descapullado, y ahora la cabeza del miembro quedaba libre. Comenzaba a sentirme hombre y me despertaba muchas veces con una fuerte erección. Esa ternura hacia mi madre evolucionó a una atracción hacia la mujer, ahora me fijaba mucho cuando la veía desnuda, me recreaba en su figura, en sus curvas, como se balanceaban sus pechos al andar por la casa, como se movían sus nalgas carnosas. Recuerdo un día que se preparaba para vestirse y se había puesto los zapatos de tacón. Mientras de colocaba el resto de las prendas yo estaba como embobado.
- Cariño, que me vas a desgastar con tanto mirarme…
- Ah, perdona mamá, no me daba cuenta..
- Jajajajaja… Yo sí, yo me doy bien cuenta como me miras, pero no me importa, me gusta que me veas como mujer.
A partir de ese momento yo también me di cuenta que algo cambiaba en mi madre, de la misma forma que ahora la sentía como mujer, ella también notaba que el hombre despertaba y el niño quedaba atrás. Y para mi infinita satisfacción se paseaba desnuda más a menudo. Comencé a hacerme unas pajas tremendas, manchando bien las sábanas, aunque ella nunca me hizo comentario al respecto, pero seguro que pensaba (y tenía razón) que aquellas eyaculaciones eran en su honor.
Ella, con esa naturalidad hacia el sexo que vengo comentando, me fue despertando en mi hombría. Especialmente maravillosas eran las tardes de sábados o domingos, tardes largas, veraniegas, en las que no teníamos prisa y nos metíamos en la cama a charlar.
- Eres mí único amor, cariño - me decía-, tú has sido toda mi vida, lo mejor que me ha sucedido.
- Gracias, mami -yo me apretaba un poco más contra ella-
- Has salido a mí, cariño, muy sexual, muy ardiente, a pesar de ser aún un chiquillo.
Obviamente, con mi edad, tenía una gran curiosidad por el sexo y quería aprender cuánto antes. Ella me daba explicaciones detalladas, siempre sin caer en la vulgaridad, todo muy bonito, muy sensual.
La primera experiencia plenamente sexual ocurrió una de esas tardes. Ella vestida con uno de sus mínimos camisoncitos casi transparentes y una braguita a juego. Ella nunca se preocupaba del camisón y la prenda siempre estaba totalmente subida incluso por encima de la cintura, quedando vestida solo con las bragas. Mientras hablábamos de nuestro tema preferido, ella puesta boca arriba, yo me arrimé bien a ella de lado, y pasé mi pierna izquierda por encima de la suya. Por mi parte, quizás sin darme cuenta o bien deliberadamente, no lo recuerdo, me había bajado las calzonitas del pijama y tenía el miembro (bien erecto), asomando por arriba. Como estaba de lado, un poco boca abajo, mi mamaíta no se dio cuenta, pero lo seguro y cierto es que mi ya notable falo comenzó a rozar la piel suavísima, de terciopelo, de su muslo desnudo. Lo he intentado muchas veces, pero nunca he encontrado las palabras exactas para poder describir tan bellísimo momento, era algo sublime. Y aún a pesar de mi inexperiencia, el instinto de macho me condujo a moverme atrás y adelante, masturbándome contra su muslo. Ella ahora ya notó lo que ocurría y miro hacia abajo para asegurarse lo que estaba sucediendo, aunque dada mi posición no podía acceder a mi polla ni verla. Pero de reojo puede ver como esbozaba una sonrisa dulce, mezcla de amante y de madre, una sonrisa complaciente, que me invitó a seguir con aquel delicioso roce. Ella, intuyendo lo que podía ocurrir, me abrazó con más fuerza, dándome tranquilidad. Cerré los ojos para concentrarme en tan inmenso placer y no pasó mucho tiempo antes de que un potente chorro de esperma se escapase de mi cuerpo, manchando la piel inmaculada de la madre. Permanecí un rato en la misma postura, recuperándome y sin saber muy bien que hacer. Ella me tuvo aún abrazado durante ese rato y luego me dio unos toquecitos con la mano en el hombro.
- Anda, cariño, trae unas toallitas del baño,
Me levanté obediente y ella limpió bien el esperma de su muslo y luego los restos (yo no me había dado cuenta) que aún goteaban de mi polla ya algo flácida.
- No se te ocurra jamás comentar esto con alguien, cariño. ¿Me lo prometes?
- Claro, mamá. Nunca nadie lo sabrá en la vida.
- Te merecías este desahogo, eres ya muy hombre y no puedes vivir con esa tensión. Pero siempre será un secreto ¿entiendes?
- Claro, mami, ya te digo, jamás nadie se enterará.
Como es obvio desde ese día el atrevimiento mutuo fue creciendo. Ella comenzó a masturbarme, unas veces en el sofá, otras en la cama. Era el momento mejor del día. Yo aún no me atrevía a tocarla a ella al completo, cosa lógica de la timidez de la inexperiencia. Solamente llegaba a bajarle el camisón y tocar los pechos desnudos y succionar sus pezones. Notaba bien como gemía y -tal como comprobaría más adelante- la sensibilidad que tenía en los pechos era tan grande que se corría si se los manipulaban. No entendía yo apenas de orgasmos femeninos, pero notaba que su respiración se agitaba, que abría la boca cerrando los ojos, que su cuerpo se tensaba y luego se relajaba abrazándome. Mi obsesión materna era cada vez mayor y me hice asiduo de los comic porno de la serie Milftoon, donde aparecen unas mamás bellísimas y unos niñatos habitualmente horribles, pero todos con un pollón monumental, siempre deseando calzarse a la madre, que comienza resistiéndose pero siempre sucumbe a la tentación.
Ella me instruía en como tenía que comportarme con una mujer.
- Mira cariño, tienes que ser muy delicado, el cuerpo de una mujer es como un jarrón de porcelana china, es frágil, sutil. Una vez que se ha desnudado y accedes a su sexo, se cuidadoso.
- Sí, mami, cuéntame como debo hacerlo.
- Pues mira, nunca manipules un coñito seco. Es lo más desagradable que puede suceder para ella. Si notas que no esta húmeda (ya te enseñaré la humedad después), tienes que ir muy despacito.
- Sí, mamá, entiendo.
Ella se incorporó un poco y bajo sus braguitas muslo abajo, sacándolas por los pies. Su sexo estaba cuidadosamente depilado,
- Primero tienes que conocer bien el sexo femenino. Ven, ponte aquí abajo.
Me coloqué en posición de semisentado, apoyado en un codo, con mi cara muy cerca de su entrepierna. Ella se abrió y mostró sus atributos femeninos sin pudor, con la mayor naturalidad, orgullosa de su anatomía. Los labios mayores, gordezuelos, estaban un poquito rojos y separados solo por una línea recta perfecta.
- Mira. –me dijo mientras que con sus manos se abría delicadamente los labios de su coño-, aquí arriba… ¿ves el botoncito?. Eso es del clítoris, es como un pequeño pene, si la mujer está excitada, crece y se hincha como el vuestro. Ese botoncito es la mayor causa de nuestro placer. Está protegido por un pequeño capuchón, debes tocarlo con mucho cuidado y procurando que esté húmedo.
Yo miraba super atento, como si fuese una clase de anatomía de medicina, pero más abajo mi polla parecía estallar.
- Ahora, mira un poquito más al medio, ¿ves ese agujerito?. Es la salida de la uretra, por donde sale la orina. Y más abajo, ya, el agujero grande, la vagina, por donde nos entra vuestra polla y por donde sale un niño ¿Qué te parece?. La entrada tiene como unas bolitas o protuberancas que son como una especie de cierre. Mira también los labios menores, esa especie de alas de mariposa que protegen toda la zona. Algunas mujeres los tienen muy grandes y sobresalen de los labios mayores. En mi caso son pequeñitos.
- Es todo precioso, mamá, de veras.
- Ahora no es el caso, pues estoy un poco excitada, pero imagina que no lo estoy, que soy primeriza, que tengo algo de miedo y no lubrico. Pues en ese caso tienes que comenzar con la palma de la mano, acariciando el sexo por fuera, deslizando los dedos por los labios mayores, arriba y abajo. Ven, dame tu mano, ponla sobre mi coñito.
¡ Por finnnn ¡ - dije para mí- . Por fin, un coño en mi mano, y el coño de mamá, mi mayor deseo, mi mayor ilusión…
. Cogió mi mano y la colocó encima de su sexo. Sin soltarla, pasó la palma abierta por toda la zona, mientras yo creía que me iba a desmayar.
- Sigue tú ahora, solo, sigue acariciando, si la mujer está todavía seca, ese roce suave, lento, sin prisas, irá despertando sensaciones de placer en ella.
La experiencia era maravillosa, tocar esa zona tan suave, tan cálida. Al tiempo que lo hacía noté que mi madre movía un poco las caderas.
- Ahora sube al monte de Venus, arriba del todo, esa especie de montañita, ahí, al tiempo que lo acaricias presionas ligeramente, es como una esponjita, como un cojín. Sirve para cuando el hombre penetra a la mujer y aprieta fuerte, esa protuberancia protege al hueso del pubis, para no sentir molestias.
Yo, muy obediente, hacía todo lo que me decía, ni se me ocurría rechistar. No sé quien inventaría del concepto de monte de Venus, pero quien fuese seguro que se inspiró en una mujer como mi madre. Ella tenía, ahí, en esa zona, una protuberancia grande, carnosa, muy sensual. En la playa, con el traje de baño se notaba mucho y los hombres le miraban a esa zona. Ella me seguía dando instrucciones.
- Para tocar a una mujer en lo más íntimo, comienza siempre con el dedo índice y el corazón, unidos, usando la yema de los dedos. Siempre con delicadeza, comprobando su humedad, si notas que aumenta su lubricación aumentas también el roce. Bien, ahora ya es el momento de que comenzar a experimentar por la parte interior. Separa mis labios con los dos dedos… Bien, bien, eso es… Así….Busca el clítoris, esoooo, aprendes rápido, cariño.
Tomé contacto con la humedad del sexo de mamá, más que humedad ya chorreaba, notaba como las gotas de su néctar se deslizaban hacia la sábana. Pasé los dedos, como ella me decía, por toda la zona, desde la entrada de la vagina hasta el clítoris. Los movimientos de sus caderas aumentaban, buscaba mi mano.
- Sigue así, sigue así, mi vida… Lo haces muy bien. ¡ Ufff, que calor..¡¡ Me estorba el camisón, espera…
Se incorporó un poco y se despojó del pequeño camisón. Ahora tenía ante mi vista a mi madre totalmente desnuda. Los pechos, formidables, deliciosos, se mostraban completos, con los pezones más pequeños que otras veces. Yo, aún ignorante, no sabía que están erectos por el deseo.
- Céntrate ahora en el clítoris, cariño… Asíiiiiiii, en círculos, suave, con la yema de los dedos, bien, bien, muy bien, eso es…
Mientras la masturbaba con la mano izquierda, ella agarró mi mano derecha y la llevó a uno de sus pechos.
- Las tetas también hay que tocarlas, cielo… Acaricia mi pezón…. Asíiiii…..
Yo observaba muy atento todo lo que ocurría, la tremenda transformación de mi madre, ahora solo hembra, hembra deseosa, receptiva, ardiente. Tenía los ojos cerrados, concentrada, la respiración agitada.
- Más fuerte, más rápido en el clítoris, mi amor…. Síiiiiiiiiiiiiiiiii, síiiiiiiiiiiiiiiiiiiii……Yaaaaaaaaaaaaaaaaaa…..
Presencié el orgasmo completo de la mujer, el tremendo poderío femenino cuando alcanzan el climax, cuando se sueltan, se desinhiben, al natural, sin tapujos. Ella me abrazó fuerte y se quedó dormida. Yo, sin poder aguantar más, me fui al baño a hacerme una buena paja.
Continuamos con esos juegos una larga temporada. Yo ya totalmente salido intenté en alguna ocasión penetrarla y cumplir todos mis deseos, pero ella no lo permitió, alegando que aún me faltaba que aprender y, sobre todo, tenía que ser algo más mayor.
Ese momento llegaría algo más de un año después y fue precisamente el día de mi cumpleaños, día bien elegido por ella, como regalo para ese día.
Estábamos como siempre por la tarde, en la cama, con nuestros toqueteos. Ya me había enseñado a besar y plenamente, con bocas abiertas, entrelazando nuestras lenguas. Podíamos pasar media tarde comiéndonos la boca, sus besos eran increíbles, su aliento siempre fresco. Yo me empalmaba a tope con los besos, luego bastaban dos o tres toque de ella para eyacular como un burro.
Ese día, con nuestros juegos le pasé como tantas veces la pierna por encima de la suya, con la intención de correrme sobre su muslo, cosa que me encantaba. Pero hubo un gesto de ella, como de invitación a algo más, pues se abrió totalmente de piernas y se quedó así como esperando. Yo sin saber muy bien lo que hacía seguí mi instinto de macho y continué arrimándome más a ella, subiendo mi cuerpo, hasta colocarme totalmente encima. Me miró ansiosa, expectante, imaginando lo que iba a ocurrir. Abrió la boca, como invitándome a que se la comiera y así lo hice, me fundí con ella en un tremendo beso, metiéndole la lengua hasta las anginas, hasta quedarla medio ahogada, pero no protestó, al contrario, me echo los brazos al cuello abrazándome con intensidad. Entendí que había llegado el momento, que ya no había ninguna excusa por su parte. Estaba totalmente desnuda y abierta debajo de mí, era algo exquisito, la hembra dispuesta, preparada, esperando al macho que debía entrar en ella. Me miraba con los ojos muy abiertos, sorprendida del atrevimiento de su niño, ahora ya su macho y nos dejamos llevar.
Fue fácil, muy fácil. Mi miembro juvenil parecía reventar de la presión y el sexo de ella era un charco, dilatado, abierto. Más que penetrarla yo, fue como si ella tuviese una aspiradora que succionó mi miembro. Pero lo cierto es que sin darme cuenta, con un leve empujón, nuestros sexos coincidieron, la cabeza de mi polla chapoteó en su jugo y entró hasta el fondo. Mi mente quedó como en blanco, no me lo creía. Por fin me follaba a mamá, con total plenitud. Una vez dentro mi miembro permanecí quieto, presionando levemente y captando las deliciosas sensaciones de aquella cueva maravillosa, encharcada, suave y caliente. Sabía bien, a pesar de ser la primera vez, que si me movía mucho me correría al instante. Volví a besarla con pasión, pasando mi lengua por su boca, por su cara, por su cuello, como un perrito que lame a su hembra. Ella se agitaba y gemía, su cara radiante me sorprendía, sus ojos abiertos, como puestos en blanco. Agarrada a mi cuello no se soltaba y comenzó a mover las caderas atrás y adelante al tiempo que me animaba.
- Muévete, cariño… Atrás y adelante, sácala y vuelve a meterla, apretando bien, bien, asíiiiiiiiiiiiiii…. ¡Joder, cielo, que bien follas para ser la primera vez ¡
Por supuesto que le hice caso, yo siempre sumiso y obediente, faltaría más. Inicié un mete y saca que me transportó al cielo. El polvo fue rápido, los dos estábamos al máximo de deseo; sentí bien las contracciones de su coño, que me apretaba mi miembro, noté sus gemidos más fuertes, levantó las caderas y a mí con ellas como si yo fuese una pluma, luego se dejó caer, exhausta. Con esos fuertes movimientos yo ya había soltado todo el contenido de mi semen en su interior. Ella lo notó.
- Vaya, cariño, vaya chorro de leche que me has depositado, bien inseminada quedo, menos mal que tomo la píldora.
Nos dejamos caer uno al lado del otro, satisfechos. Ella volvió a insistir en la prudencia.
- Cariño, esto es muy fuerte, hemos caído en el incesto total. No me asusta, soy feliz habiéndote hecho un hombre, como madre quería ser tu primera hembra, así me querrás y no olvidarás a mami mientras viva.. ¿verdad?
- No lo dudes, mami, eres la única para mí.
- Pero recuerda lo que te dije hace tiempo, esto es un secreto que como se dice, nos llevaremos los dos a la tumba. Sería gravísimo que se supiera, puedes con tus amigos decir que te follas a alguien, por ejemplo una vecina más madura, una amiga de tu madre, pero nunca la verdad total.
- Así lo haré, mami, no te preocupes, sabes bien que cumpliré.
- No lo dudo, mi amor, tú eres mi macho, y ya te iré enseñando más cosas.
Por supuesto que me enseñó, y mucho, en los años siguientes. Ella era una experta en sexo, y tuve la mejor profesora. Como dije anteriormente, ahora tengo ya 25 años, y he conocido a otras mujeres, que han coincidido en decirme que soy muy buen amante. Todo gracias a ella, a mi mamá adorada.
No volví a hacerme más pajas, no lo necesitaba, teníamos sexo casi a diario, nuestro deseo no se agotaba.
Hace unos días, por ejemplo, ella salió de cena con los compañeros de empresa y sus proveedores. Yo me quedé en casa, estuve viendo tv, luego me puse con el ordenador, me había desvelado y me apetecía esperarla. Llegó sobre las tres de la mañana, con alguna copa de más, pero bellísima. Se lo hice saber, una vez más.
- Estás espléndida, mami, ese vestido cortito con los tacones, es de lo más sexy, seguro que te han mirado mucho.
- Pues sí, y sentada con casi todas las piernas al descubierto, seguro que más de uno se habrá empalmado… Jajajajaja.
- ¿A qué te han hecho proposiciones deshonestas?
- No lo dudes, siempre me ocurre.
- ¿Hombre o mujer?
- Ambas cosas…Jajajajaja. Había una comercial nueva, una chica joven que me miraba con descaro y al final ya con algunas copas por delante, se atrevió a decirme si yo quedaba con mujeres. Le dije que alguna vez, pero que esta noche no me encontraba animada para eso. Se quedó algo triste, pero le dije que ya nos veríamos más veces. ¿Sabes? Desde que eres mi amante ya tengo menos necesidades, tengo en casa lo que necesito.
- Gracias, mami, siempre tan amable.
- Bueno, me voy a dar una ducha y luego a la cama. ¿Te apetece follar?.
- ¿Por qué crees que te esperaba levantado?.