Ellos copulan: (01: Carlos y Martín)

Texto ampliado y revisado. La carne de dos chaperos adolescentes en el rodaje de una película pornográfica.

SERIE: "ELLOS COPULAN"

CARLOS & MARTÍN

Su fibrosa y cementada polla perfora con furia un culo supurante de jugos, depilado, obsceno y abierto a la lujuria que lo bombea. Son movimientos vertiginosos en los que el soberbio material aparece y desaparece cubierto de un brillo aceitoso, que chorrea por los bordes del ojete que parece gemir de gusto.

Lleva dos horas follando, reprimiendo unas ganas intensas de correrse como un cabrón; ¡pero así es el cine! Desearía que toda esa puta coreografía artificiosa llena de tenues besos, de poses rebuscadas, posturas barrocas e imposibles, de mamadas impulsadas por una lascivia en technicolor se fuera a tomar por el culo.

Lo que él desea es otra cosa; lo que hace al final es otra muy distinta. ¡Además, esto ni es follar! Un meteisaca hecho de puntos y aparte, con ese puto "corten" que desinfla al más pintado, para volver a empezar a hacer lo mismo, sólo que ante la cámara fotográfica. Y toda esa gente ahí mirando con los rabos duros, disimulando como si estuvieran a lo suyo, cuando están a lo que arde a escasos metros. Ve sus ojos, y saben lo que piensan, saben lo que desean, lo que les corre por la punta de la polla; pero aún así, le resulta difícil soportar el ardor de sus miradas; otra cosa sería una orgía, follar a diestro y siniestro con tal de que tenga polla, culo y respire. Pero esto no es una orgía. Es un follar por capítulos en el patio de vecinas codiciosas. Lo lleva mal; ¡no lo de follar! ¡Follar a Martín siempre lo llevó de putísima madre! Puede pasarse toda una puta noche dándole duro hasta que la polla toma callo. Ocurrió desde el primer minuto, cuando su destino se topó con su carne, sabía que había llegado a la meta y que en todo lo que le quedaba de vida no dejaría de correr. Pero esta etapa la lleva mal. No soporta que los instintos de esos voyeurs con disculpas se empapen con la carga con la que está cebando a Martín.

Si por él fuera se correría ya; pero no tiene que pensar que está follando a Martín, tiene que poner la puta mente en blanco y dejar de sentir, o mejor: pensar que esta follando un coño sucio y apestoso. Uno de esos coños que ni de coñas probaría. ¡Pero es que está follando a Martín! Ya lleva follándolo dos horas y le ha hecho de todo.

La historia es que Martín, o mejor dicho: "Dust Chick", es en esta ocasión un puto niño de recados que viene a traer la compra y es pagado con lo único que desea desde que cruza el umbral de la puerta: la polla de Carlos, o mejor dicho: "Prick Big". Hasta ahí, todo fue bien. Sólo tenía que contestar una pregunta sencilla: "¿Cuánto es?" Según el "guión": Chick no ve en Prick nada más que una polla. De hecho así fue. Cuando lo conoció tardó en verle la cara. Se quedó como tonto viendo aquel paquete embalado que abría un apetito voraz por sus dimensiones. Se conocieron en Coruña, se prostituyeron en Madrid; y ahora están aquí, en Barcelona, después de joder con un productor de cine, destino de chaperos, que terminó siendo el dueño de una cadena de sex-shops que hace de los videos baratos un negocio lucrativo (para él).

¡Lo jodido de esto es que hay que tener la polla educada!; aunque es cierto que las trescientas cincuenta mil pelas que cobra dan para una buena educación. Con Martín no hay problema. Es olfatearlo y la cabrona se pone a cien; pero con otros la cosa cambia. Está casi todo el tiempo morcillona. Es más, a duras penas logra abrir los culos. De nada sirve darle masajes entre toma y toma, o presionar en la base del pijo, cerrar el ojete con fuerza, o soportar al mariposón loco libando entre toma y toma calientes historias que resultan de lo más patéticas; tampoco ayuda mucho pensar en Martín, en el último polvo con él. Su fiel amigo, está hasta el culo de follar con puntos y apartes, con ese "corten" de los cojones que te parte por la mitad. Está hasta los huevos de que se la mamen con una cara de goce que disfraza un asco después de cuarenta minutos de mamar y mamar. ¡Esta hasta las pelotas! Si no fuera por la guita, los mandaba a todos a tomar por el culo. Además está el puto flash. ¡Es que lo pone del hígado! La cámara aun bueno. Ahí está silenciosa, con ese sigilo mudo del zoom, con ese abismo negro del objetivo que parece desnudarte aún más; pero el puto flash, y esa marica de fotógrafo revoloteando por todos los lados, dándote consejos de mierda, que si levanta un poco un pie, que si gírate, que si pon cara de correrte, para después ponerla de dolor, que si saca un poco más la polla... "¡Joder, tío, te digo yo como tienes que quitar las putas fotos de los cojones!; ¡entonces no me digas a mí cómo tengo que follar!" Pero nada de eso, que no deja de pensar con rabia, sale. Sólo un "así" cansino que le impide ir a más, aunque sólo sea por todo lo que cobra.

Y ahí está. Sacando y metiendo la polla. Exagerando cada uno de los movimientos, de los gestos que se suceden en el mismo orden e intensidad, de las frases que no van más allá de un "aaarrsss", o un "¡qué culo tan rico!" que empalma directamente con un "cómo me pones cabrón". Todo está tan coreografiado que más que una follada parece un baile; y más que un gemir y un gozar, un recitar de letanías a modo de estribillo.

Entre toma y toma se miran. Es una mirada triste, agotada de tanto meteisaca, pero también consoladora pues en los labios se dibuja una sonrisa, un "tranquilo porque te amo" que ahuyenta el cansancio. Y después está el puto "raccord". ¡Joder, ni que estuviéramos rodando con el mismísimo Kubrick! ¿Pero quién, con su polla abaneándose en su mano, va a pensar en que si esa pierna no estaba en esa postura, o tú lo abrazabas así o asá? ¡Esta hasta los huevos del cine! Y eso que siempre pensó, cuando veía una película, que no estaría mal dedicarse a eso. ¡La cantidad de tipos que follarías por llamarte Brad Pitt! ¡Pero joder! Una cosa es hacer "El Club de la Lucha" y otra muy distinta estar ocho horas con la polla dura como el acero; ¡eso si qué es un combate! ¡Si hasta no la siente! Por las noches percibe un cosquilleo doloroso que le impide follar con Martín. Lo ama con locura, pero lleva dos semanas follando ocho horas diarias con tipos que no se la ponen dura ni de coñas. ¡Con Martín es distinto! Es otra cosa. Él lo ama, aunque ya va para dos semanas que ni lo roza. Cuando llegan al ático, lo único que le apetece es dormir, descansar, reposar su "herramienta de trabajo" para que mañana luzca lustrosa y apetecible. ¡Hoy por lo menos folla con Martín! Claro que folla de una manera muy rara. Primero rodaron por decorados; después por planos, del general al corto; ¡y la puta, mira qué hay planos cortos! Si en ocasiones no sabes quién te la va a meter, si la maricona o el puto objetivo de los cojones. Aquello es un caos, sólo cuando llegaron al momento de despelotarse, la cosa adquirió cierta lógica.

¡Bien! La historia es que Martín es el chico de recados de un supermercado que uno no sospecharía que tiene tanto lujo como para dar ese servicio. Cuando llama al timbre, Carlos, alias "Prick Big" lo recibe recién salido de la ducha, luciendo una toalla escasa que dibuja perfectamente sus atributos. El cuerpo de Carlos resplandece, tiene un brillo que parece de recién nacido, y ese fulgor arde en la mirada de Martín, alias "Dust Chick". Por motivos obvios, Carlos no lleva la cartera encima y lo hace pasar a la cocina mientras lanza miradas voluptuosas que nada tienen que esforzarse ante la belleza de Martín. Tiene un culo precioso que estalla en un pantalón ceñido; la espalda es ancha, y, pese al niki, el aleteo del algodón no logra tamizar del todo su potente musculatura que asoma por esos bíceps que portan la compra. Cuando llegan a la cocina él deja la compra en la encimera, momento que es burdamente aprovechado para que el cliente se pegue a él con el pretexto de buscar la cartera. Le pega su polla a la raja del culo iniciando un disimulado vaivén al que Martín responde cerrando los ojos con una expresión de placer. A los pocos segundos, se agarra a la encimera y responde deliciosamente a ese sacudida. Durante un momento sus cuerpos se presionan con fuerza y la toalla va subiendo poco a poco con la fricción dejando a la vista el culo níveo y musculoso de Carlos. Martín deja de agarrarse a la encimera y echa sus brazos hacia atrás tratando de atrapar ese fuego que le calcina. Durante un instante sus cuerpos se separan, Carlos no quiere que le atrape, insiste en quemarlo en el deseo. La toalla detiene su caída en su polla. Su cuerpo estilizado y musculoso se muestra en todo su esplendor, sólo la verga permanece cubierta por ese paño blanco que aumenta el resplandor que se adivina. Es algo que hasta el propio Martín ve (y goza), pues girándose lentamente mira hacia la polla con una lascivia que sólo puede poner el deseo y el amor por las trancas guapas. Hay tanta química entre ellos que ese leve gesto electriza el ambiente. Su mano, entre ansiosa y cumplidora, quita el velo que ocultaba. Carlos sonríe, pero todas las miradas están en ese pija espléndida que luce.

Está depilado, y el fibroso tronco apunta al cielo con arrogancia despegando de unos cojones duros. Son diecinueve centímetros de placer y belleza que terminan en un capullo voluminoso y sonrosado. Es un glande robusto, casi militar, pues recuerda a la unión de dos cascos de soldados. En su punta, por lo menos en esta toma, ese presemen delatador de su excitación hace su impúdica y apetitosa aparición. La mano exploradora toma el mástil con delicada avaricia, deslizándose suavemente por todo el talle hasta llegar al surtidor y tomar la primera muestra de su fruto. La boca acoge con sucia lubricidad ese poso y responde al placer una lengua sensual que humedece los labios de Martín encendiéndolos con una vida nueva. Carlos coge la polla y se la acaricia presionándola sobre su abdomen mientras sonríe. Su mano no deja de viajar por su virilidad, ahora la polla, ahora los huevos y vuelta a empezar, hasta que ese viaje toma rumbos por su cuerpo y se dirige a su torso esculpido al tiempo que se acerca a Martín que lo acoge ahogado en codicia. Sus cuerpos se funden, se restriegan con furia y lujuria, en movimientos largos y atenuados, pero llenos de una violencia soterrada. Las manos de Martín se afianzan en ese culo musculoso que manosea con generosidad mientras se cimbrea inconscientemente espoleado por el ardor. No dejan de explorarse mientras sus labios húmedos se besan ardientemente. Las lenguas empapadas se abrazan, se comen, se muerden, y con los ojos cerrados su sexo busca mil caminos para expresarse. El sonido de sus salivas, las sacudidas de sus cuerpos, sus jadeos ahogados, los mordiscos en sus carnes prietas, la húmeda erección de los pezones, rezuman un sexo devastador en esos primeros instantes.

Es una entrega devoradora. Algo que lleva mucho tiempo aplazado y que ahora encuentra la espita de salida. Su pasión es tal que, aunque en la ficción se acaban de encontrar ahora, parece que se esperaran desde toda la vida. Martín da un salto y se abraza con sus piernas al cuerpo de Carlos sin interrumpir ese morreo caldeado al que siguen atados con sus cuerpos. Carlos lo toma por su culo, mientras sigue besándolo y lo impulsa y poco más arriba. Ahora sus besos los dirige hacia su cuello que se retuerce de placer. Poco a poco se va cimbreando, arqueando hasta que se apoya de nuevo en la encimera dejando su torso a disposición de Carlos. Éste comienza a besarlo con avidez, mordisqueando sus pezones, dejando los rastros de sus fogosas babas por todo el esplendor de un Martín que no para de jadear. Con los dientes coge el niki y lo quita suavemente. En el duro abdomen de Martín aparece una mata de vello fino e intenso que anuncia una virilidad que le revienta en el pantalón.

En esa abertura, que muestra toda su belleza, hunde su cabeza Carlos. Y ahí, oculto a nuestra vista pero no a nuestra imaginación, la pasión de Carlos toma calidez de ese cuerpo que tanto ama. Lo besa, lo lame, lo disfruta, lo goza. Da tanto placer que, fuera de guión, Martín pide un "fóllame" que le sale de sus entrañas, entrecortado por los jadeos. Pero Carlos sigue disfrutando de la firmeza del cuerpo de su amor, de ese aroma que lo embriaga. Es un aroma dulce y picante que va variando en intensidad y en sabor. Sus pechos son dulces; sus sobacos, sin perder esa benignidad, son picantes y salobres; su sexo: ¡delicioso!

Su polla está justo en la entrepierna a reventar de Martín. Ahora su capullo está brillante, lustroso, empapado. Comienza, mientras sigue comiendo el cuerpo de Martín, a menear con fuerza esa belleza dura. En cada movimiento la entrepierna áspera de los pantalones vaqueros pasa por el cipotede Carlos que aprovecha las sacudidas para no dejar ni un centímetro sin explorar con sus lamidas y besos. Revientan en bramidos entrecortados, y aparecen los primeros rastros de sudor sobre su cuerpo creando una patina brillante que los vuelve de seda. Sus sacudidas continúan feroces, pero llenas de elegancia, como si estuvieran consumando un ballet. Con una de las manos, Martín acaricia, por encima del niki, la cabeza de Carlos que continúa embalado en su orgiástico viaje. Ahora sale para unir sus labios, sus lenguas retozonas, sus babas lustrosas. Carlos arquea más su cuerpo y levanta la entrepierna. Poco a poco, Martín abre su bragueta y aparece su tronco encapotado por el bóxer blanco. Una mancha húmeda subraya la exacta situación de su dura minga que sigue exudando mientras espera una salida que no tardará en llegar. Su mano aprieta con ansia el capullo al tiempo que besa con la misma saña a Carlos. Termina este primer asalto y salta de la encimera para quedar a sus pies. La mano hambrienta de Martín corre rápida a palpar sus nalgas, a magrearlas con gusto mientras se baja poco a poco el pantalón. Carlos lo interrumpe, lo levanta, y bruscamente baja con deseo el pantalón hasta sus tobillos. A la altura de su rostro, la polla revienta en el bóxer, y con la misma brusquedad con la que escribió estas primeras líneas del encuentro, baja la blanca tela que fue prisión. El pijo, por unos segundos, balancea su orgullo en el aire hasta que se oculta, en su camino hacia el techo, bajo el niki.

Ahora ya se están haciendo un sesenta y nueve glorioso; claro que el "Kubrick" de la función ha decidido tomar antes un buen plano de la bolsa de la compra, con la botella de leche sobresaliendo (¿entienden la metáfora?), para después, hacer una panorámica que termina en un picado de esos cuerpos golosos que abren sus bocas con ansia y apetito.

A Carlos le encanta mamarle la minga. El sesenta y nueve es su momento. No solo por tener esa carne viva y candente, con ese sabor tan propio, es, sobre todo, una especie de conjunción. Está su polla, pero en la misma perpendicular esos cojones que ocultan levemente el camino hacia su ojete; pero al mismo tiempo, y en el mismo plano, esta el aroma. Su aliento, húmedo y enfangado, revive el sabor de su sexo. Es alucinante, como en cada mamada, cuando el nabo yace palpitante en su garganta, cuando su nariz es acariciada por ese vello hirsuto y aromático, esa fragancia conquista con mayor poderío sus facultades. Una sola bocanada, y en esa inspiración profunda, está el gustillo de su polla, de su culo... todo a la vez, como si esa boca que ahora succiona con ansia tuviese un calibre tal que chupara el nabo y sus entrañas gozosas.

Cuando Carlos no quiere follar (¡pero el maricón quiere follar siempre!), Martín sabe que ahogar su entrepierna es la combinación que abre la caja fuerte de su tranca. Por eso lo disfruta. Goza como un cabrón de esa carne que lame, que recorre sin pausa dando vueltas alocadas por el frenillo, hurgando el meato, comiéndosela de una dentada hasta llegar a los huevos, porque, al mismo tiempo, siente como su pinga recibe la misma generosidad. Le fascina el sexo encharcado, el sexo hirviente que se da en una mamada, antesala, o meta, de todo lo que vendrá después. Se la mama siempre. Podría estar toda su puta vida mamándole el rabo, pues sigue hechizado por su dureza, por su potencia no ajena a la suavidad, por su sabor tan definido, por el gustillo que lo conquista al tener a su macho en la boca, al pensar que este primer sabor, este primer placer, va arrasando las ataduras que siempre sujetan a la cordura.

¡Lo jodido del cine es la educación! Más que una follada, parece un partido de tenis. Tú tiras "la pelota"; después, el otro, te la tira a ti. Este "usted primero" lo descoloca. Primero os la chupáis; después, tú se la comes a él; después él te la mama bien a ti; después, el que la tenga más dura es el que mete. ¡Joder! ¡Esto no es así! Aunque la incertidumbre siempre está presente, con Martín no; y si lo piensa bien, con los otros tampoco. Carlos, a la hora de fornicar, lo tiene claro. Siempre dice lo que busca, o lo tomas o lo dejas; ¡siempre lo toman! Los culos agradecidos son así: hambrientos. ¡Pero, joder, esto del cine es un puto engaño!

"Kubrick", cámara al hombro, se acerca a sus músculos tensos y vivos. Ya ha tomado planos recurso, ya tiene las caras placenteras que buscaba, la lengua apareciendo lúbrica por la comisura de sus labios hasta deslizarse sibilinamente y desaparecer en una mueca en la que los labios se aprietan hasta el infinito; también tiene los ojos en blanco. Pero ahora tiene esos dos cuerpos que se retuercen, tiene una mamada en la que el amor se expresa con sexo puro y duro. Sus cuerpos se restriegan, confundiéndose en ese plano detalle, se ve el sudor, la calentura que busca alivio en esas embestidas apresuradas en las que entran en competencia siguiendo ritmos cadenciosos, que se alternan con imprevistos arranques, guiados sólo por el guión de sus nabos turgentes. La actividad es febril, y como coro, ese sonido tan silbante y líquido que tiene la saliva al ser llevada por la lujuria para empapar esas carnes sobresalientes. El "Kubrick" de los cojones pide jadeos. Así que, la mamada que hasta ahora iba de puta madre, da un giro. Es un giro patético, quizá hasta cómico. Lo que quieren es polla, pero ahora tras hundirla y degustarla, en su empapada huída termina convirtiéndose en una especie de micrófono, en el que tras el puto jadeo, se sitúa, ya más sentido, unas lamidas poderosas, o unos besos tenues que, entre jadeos, terminan por abrirse para tragar lo único que quieren tragar en este momento.

Ahora llega la educación. Martín está en la encimera, abierto de piernas y con su minga empapada de las babas cálidas de Carlos. Se le ve un poquillo ese oscuro camino que lleva a su culo, pero se la están mamando. Ahora tiene que jadear a todo tren, tiene la boca libre, pero aún así se palpa el gozo. Si "Kubrick" no fuera un capullo, tomaría el plano de sus labios. Está babeando, en una saliva cristalina con un fulgor obsceno, que rebosa su boca y cae mansa, muy mansa por la comisura de su labio; pero aún hay más. Su mirada es acuosa, como si una febrícula fuera la que hiciera arder su cuerpo. Pero la mamada continua. Es una belleza ver sus cuerpos contorsionados, con esa musculatura prominente y expresiva, ver como leves sacudidas dominan cada uno de sus gestos. Como la mano urgente de Carlos se la menea, sin que su boca pierda contacto con la sabrosa minga. Ahora, mientras él se la sigue mamando, Martín, en esa postura de equilibrista, guía sus dedos desabrigados al calor de su culo. Sus nalgas separadas, musculosas, dejan ver ahora con mayor obscenidad esa raja lustrosa que Carlos pronto abona.

Su lengua es rugosa, ancha, rosada y hambrienta. Serpentea con gula por ese ojete turbio que ahora está empantanado. El vello, cubierto de saliva, forma una corona en torno a esa entrada apetitosa que parece respirar. Está relajada, y al paso de esa húmeda aspereza, se abre imperceptiblemente, como tratando de atrapar aquello que lo solivianta. Carlos da giros acrobáticos con su lengua. Es curioso su dominio. Recuerda casi a un dibujo de la Disney donde todo termina por humanizarse y tomar cuerpo. Es una lengua traviesa, a la que es fácil ponerle un rostro de sátiro travieso en su revolotear ceñudo. Los jadeos son continuos y se suman a ese chapoteo voluptuoso. Ahora hunde su cara en la raja y como un poseso comienza a moverla violentamente, en un terremoto en el que esa pasión se encadena a mordiscos rabiosos y exhalaciones profundas para volver a ese lameteo insaciable.

Come y respira su sexo, su culo.

La buena educación lo lleva ahora a la mesa de la cocina. Quien se la está mamando es Martín. Carlos está tumbado sobre la mesa sobándose. Más que un quererse es una visita guiada. Ahora son sus pectorales, con esos pezones erectos que no deja de pellizcar; después, la pose, lo lleva a desplegar la rotundidad e esos bíceps que se despiden con un arqueamiento de su torso que muestra la perfección de la que está hecho. Vemos como sus abdominales recios, se tensan aún más, llegando a asemejarse al caparazón de una tortuga. Tras mostrar su cuerpo debidamente, sus manos toman la cabeza succionadora. Con ímpetu, comienza a follarse ese rostro, abatido y lleno de placer. Su pija perfora gustosamente su ensalivada boca que se abre lasciva, para en la despedida permitirnos ver un talle forrado de vicio. Grita. Son gritos de goce, pero también de violencia. Literalmente lo está tirando del pelo, pero ni eso le llega, porque, a la vez, se impulsa para que la entrada sea más profunda. Sus cuerpos están desencajados por el placer, Martín se deja llevar. Sus jadeos se ahogan contra esa barrera infranqueable que sigue empitonándole. Por fin logra desprenderse de ese abrazo y al hacerlo, su grito de satisfacción no es por esa libertad, sino por esa esclavitud que lo había colmado. Sin terminar ese grito, se lanza contra su cuerpo, al que muerde y besa con violencia, mientras sus nabos bien plantados se restriegan contra la firmeza de sus músculos.

Es una lucha sin cuartel, pues saben que los dos van a ganar; después de todo, ¡la buena educación no dura mucho! Presos aún de sus enardecidos anhelos, se van serenando, como si esos besos golosos tuviesen también algo de narcotizantes. El ardor termina en ternura; la ternura da paso a esa buena educación obligada por guión. Carlos lo deja en la mesa, y vuelta a chuparle la polla. Le da la vuelta, lo coloca a cuatro patas, y de nuevo, su culo empapado está ocupando el centro de la imagen como una diana tentadora. Toma la polla y la dobla hasta que aparece entre sus muslos. Con movimientos cortos y rítmicos, comienza a meneársela, mientras le come el culo. Así, textualmente, le está comiendo el culo. El ojete está abierto y hambriento.

Hay harina. ¿Cómo llegó hasta ahí? No se sabe; pero "Kubrick" no deja de sorprenderlos. Pero por esta vez, no es una mala idea; claro que "El cartero siempre llama dos veces" está ahí; ¿pero quién echaría de menos al hijo puta de Jack Nicholson, estando Carlos & Martín?; sólo "Kubrick" echa de menos no ser un Tay Garnertt o un Bob Rafelson.

Sus cuerpos están sudados, llenos de sexo. De nuevo están uno encima del otro, restregándose como mariconas en celo. Sus cuerpos, hermosos y prominentes, toman ahora una apariencia más obscena. Esos músculos precisos se ven remarcados por la harina que se pega dibujándolos aún con mayor detalle hasta enardecerse con su sola visión.

Su fibrosa polla perfora con furia el culo abierto y chorreante. Es carne contra carne. No hay sombra del puto condón en los tiempos de sida por ninguna parte. La polla de Carlos, aparece recubierta con el brillo refulgente de los humores de esas entrañas que arponea con arrojo. Su minga se hunde rauda, y por una milésima de segundo, sus carnes se juntan en un aplauso húmedo hasta tal punto que, su separación, se retarda una milésima por la potencia del choque. Hay tanto nervio en cada una de las embestidas que no nos extrañaría que saltaran chispas o aquello se pusiera a humear por la fricción. Ahora el puto zoom abre plano. Vemos los meneos incisivos de Carlos, sus nalgas torneadas y separadas que en esos movimientos cambian de faz, cada cual más hermosa; ahora juntas, después ligeramente separadas, hasta el punto que llega a distinguirse su ano; después, vemos su espalda espléndida, y esos brazos fornidos que sostienen las robustas piernas de Martín; sigue el plano abriéndose hasta terminar en un americano en el que distinguimos como la maricona de Martín se retuerce de placer. Su cuerpo tiembla con cada sacudida, el ruido de la mesa sustituye al de un mullido colchón, ocasionando un coro más metálico y férreo, a la misma altura que sus pijas.

Tras un plano detalle en contrapicado, volvemos a Martín. Está ido. Su expresión es de arrobamiento. Como una marioneta inarticulada, sus miembros deambulan por la mesa. Esos poderosos brazos que trazan movimientos que imitan al volar de las aves, ese grito placentero que suelta al final de cada embestida, para después transfigurarse en una fugaz queja por esa separación que teme, pero que no llega, pues de nuevo, con una mayor cólera, vuelve a horadar sus entrañas, a llevarle todo ese placer que lo mata en vida.

¡Pero Joder, no es de extrañar!: está follando a Martín.

Desearía encharcarle, como siempre, sus entrañas. Dejar que ese semen níveo y espeso, acre y ácido, vivo como culebras, corroyese aún más su calentura ; ¡pero el cine es el cine! Comienza a sentir que todo se desborda aún más, y esos movimientos atrabiliarios y precisos, se desencajan como su rostro. Le cuesta quitar la polla; ¡pero el cine es el cine!

Es un plano frontal. En la parte inferior reposa entre jadeos Martín, poco se ve, sólo su polla despuntando por la paja que ahora inicia; pero lo guapo está ahí. Es Carlos, con su torso en tensión, más expresivo y bello que nunca, con su rostro desencajado, mientras que con saña se la menea. Su cuerpo se convulsiona, y de su pinga salen borbotones de lefa que se estrellan con dadivosidad contra el cuerpo de Martín. Es un bramido lo que acompaña a la corrida, un bramido que se ahoga entre convulsiones, pero que no ceja. Son gotas espesas, refulgentes que se dispersan con un brío espumoso, atolondradas en su loco salir. Cuando por fin termina la corrida, Carlos da un último meneo. Es más salvaje que todos los anteriores y tira con fuerza hacia atrás, dejando esa polla fibrosa más bruñida.

El zoom cierra plano, una gota mansa se precipita por su glande. Es el último guerrero, su pulgar lo toma, como quien toma un herido en guerra. Ahora vemos que ese gesto es para enterrarlo debidamente. Su pulgar se posa sobre el abdomen recio de Martín. Aparta su polla, que sigue enfundada en la mano febril de Martín, y traza un dibujo con su semen. Lo mismo hace con los lamparones de lefa que cubren el torso esculpido de Martín. Es como si escribiera una carta. Una misiva con un sentido esotérico que sólo ellos dos conocen.

Esta sentado en su regazo, mientras se retuerce preso de la excitación de sus besos y caricias, Carlos le menea la minga. Su rostro nos anuncia la llegada de lo esperado. Mientras antes el placer era comestible, ahora se hace bacanal. Su pecho, aún surcado por los sinuosos dibujos, se estremece. Da un giro brusco y violento, tumbando a Carlos en el lecho enharinado de la mesa.

Está preso del mismo arrebato, su mango comienza a regar a Carlos. Ruge también, y también su semen es espeso y níveo, lo mismo que la generosidad de su corrida. Uno de los trallazos es largo. Durante un segundo, su pijo descarga tal cantidad que una hebra de lefa que se proyecta sobre Carlos describiendo una "ese" estilizada, casi un lazo de cowboy. Cuando fenece el exaltado orgasmo, Martín también escribe una carta. No sabemos lo que pone; sólo su gesto revela una rendida admiración por lo que acaba de vivir.

Lentamente se yergue, con sus piernas atrapa a Martín y lo acerca. Se besan, es un beso largo que los funde mientras lo disfrutan. Sus cuerpos se pegan, uno al otro, mientras la lefa, aún fresca, se precipita por la presión del abrazo siguiendo su camino por esos cuerpos tallados que no se separan, pues sus lefas los siguen cosiendo al deseo.

Fundido a negro.

Han bebido; han tomado; han vacilado; a Martín se la mamó un camarero de labios correosos; volvieron a beber; esnifaron no saben qué; Carlos se enamoró, así repentinamente, olvidándose de que ya estaba enamorado, aunque después del polvo a un pijo de treinta años, olvido hasta su nombre y número de teléfono; volvieron a beber y esnifar; el mariposón loco no dejó de seguirlo hasta que por fin le comió la polla, aunque sin saborear el postre final; fueron de un local a otro, celebrando el final de la segunda película que hacían en dos semanas. Siguieron perdiéndose en la noche; cuando encontraron el día, eran las diez de la mañana.

La calle vive. Ellos avanzan con el piloto automático puesto. Van abrazados; pese a que pueden pasar por un par de borrachos hay algo en ese abrazo que no casa del todo con la pasión del bebedor. Hay miradas que lo entienden y lo desaprueban, y otros que entienden y miran y desean. Se ríen sin saber por qué, pero la cosa está de puta madre.

Llegan al ático. La cama está desecha y abandonada, como si mostrase un reproche por la sequedad que soportan desde hace tanto. Ni se despelotan. Se tumban. Un fogonazo y ya están durmiendo, uno al lado del otro. La luz se filtra por la persiana. Nada se mueve en la habitación; sólo el instinto hace que Martín busque a Carlos y lo abrace torpemente. En la penumbra del sueño, Carlos baja la mano de Martín hasta su paquete y allí la deja.

Parece soñar. Su rostro dibuja una mueca de felicidad y su cuerpo, derrotado por los excesos, se acerca más a Martín hasta plegarse.

Ninguno lo sabe, pero no volverán a follar más, al menos sin que esté una cámara presente; de momento, duermen tranquilos.

Esta historia está dedicada a Jose, webmaster de Gay Coruña, por ese espíritu que pone en el amor.

Si quieres enviar algún comentario, historia, sugerencia, crítica, lo que sea... ¡Anímate!, y escríbeme un correo a: primito@imaginativos.com

Os informo que estoy enfrascado en un nuevo proyecto. Se titula "Postales desde la otra acera". El fin no es otro que trazar una panorámica sobre nosotros con todas las historias que vaya recibiendo. Próximamente colgaré aquí dos de las historias que he terminado, para que veáis un poco por dónde van los tiros. Deciros que, en principio, vale todo. Todo lo que seáis vosotros es lo que va a reflejarse. Puede que seáis un polvo glorioso, algo parecido a lo que habéis leído; pero puede que no, puede que estéis en esa búsqueda; o que no siendo la gloria si estéis en el cielo, o en el infierno, que tampoco es un mal sitio para encontrarse. Lo que me enviéis no tiene porque estar elaborado, sólo lo que consideréis importante, cuatro o cinco líneas que resuman vuestra historia. Un saludo y, por supuesto, ¡gracias!