Ellas

Las miro mientras ellas se dejan llevar por el placer de sus cuerpos.

Imaginarte en la cama, desnuda y con las piernas abiertas, con la blusa desabotonada y la falda a medio muslo enseñando parte de tu entrepierna mojada por las delicadas caricias de nuestra pequeña invitada. Y yo solo viendo, ahí sentado mientras contengo el aliento, no toco, no hablo, no me muevo ni me inmuto, no hace falta, las protagonistas de esta fantasía son tú y ella, yo sólo observo a las diestras ejecutantes en la cama, me regocijo mientras nuestra querida extraña, al menos lo era hasta hace un par de horas que la conocimos en el bar, desliza sus dedos largos sobre tu cuello hasta tus senos y los acaricia con la delicadeza que sólo una mujer puede aplicar.

Mi falo esta duro, tan duro y caliente que si pasaras tus dedos por el tronco palparías claramente su textura venosa y la sangre fluir trepidante desde la base hasta la cabeza, pero aún así me mantengo quieto, mis manos a los costados del sofá y la sonrisa perversa, maliciosa, ansiosa de ver lo que va a suceder.

Tú te dejas, la besas, no hablas. El único lenguaje que tu cuerpo conoce en estos momentos es el de tu piel ardiendo, el lenguaje de tus gemidos antes sus besos en tu cuello, en tus hombros, en tus senos y eso me encanta. Me miras, siempre me miras, no dejas de mirarme, ella está concentrada, absorta en ti, pero tú no piensas en nada más que en mi, en mis ojos, en mi sonrisa, en mi falo caliente y duro y al saberte tan puta y tenerme tan complacido, te excita más.

Las miro, ella parece un ángel toda de blanco, zapatillas altas, altísimas de tacón de aguja, el top pegado, ceñido sin sujetador de bajo, recuerdo que eso te llamo la atención de ella, no tiene senos prominentes, son más bien pequeños, pero tan redondos y con los pezones tan duros y marcados en la tela, que ni tú ni el resto de los hombres del bar dejaban de mirarla morboseando, y eso a ella le encantaba, se exhibía aún más, lo mismo hacia cuando caminaba parando las nalgas para exhibir el pantalón blanco. llevaba una tanga, lo sabíamos porque deliberadamente dejaba ver los hilos que la sujetaba por encima del pantalón. Tremenda zorra pensamos cuando la vimos, pero no en este sentido despectivo de quien mira a una mujer por envidia o menoscabo, por el contrario, enaltecimos su instinto depredador y voraz que idiotizaba a quienes la miraban. Pero claro, tú no te quedabas atrás. Lucias tu tremendo par de piernas con los tacones negros y la falda plisada corta que te hacía ver tan sensualmente inocente, tan corta y con vuelo, así como me gusta, de esas que cuando caminas, por el contoneo de tus caderas y tus nalgas se te menea toda y deja poco, muy poco a la imaginación, y me encanta. Sabias que no te dejaban de ver las nalgas cuando caminabas, que todos te veían tu coño depilado y caliente cuando apenas movías las piernas para levantarte de la barra, y me excitaba; llevabas a blusa roja suelta, transparente y debajo el sostén negro de encaje que traslucía tus pezones. Tremenda puta, mi puta, mía como de nadie jamas, como todos querrían que de ellos fueras. Así eran, ambas dos, ángel y demonio dominando el mundo de los mortales.

Te miro conteniendo mis ganas de ir a ti, de tomarte, de abrirte la boca y ensartar mi pene duro y fuerte hasta tu garganta mientras ella te come la vagina, te miro y te deseo pero me aguanto. Me regodeo viendo como te abre las piernas y muerte tus muslos mientras ella empina más y más el culo. Tú, recostada en la cama, con las piernas colgando separadas en el suelo, y ella de píe, con las piernas bien estiradas para que pueda contemplarle el majestuoso par de posaderas que tiene, pero que nalgas, que redondez, que antojo, debería yo estarla cogiendo ahora mismo por el culo mientras ella te come, pero no lo hago me contengo, observo como pellizca tus pezones y te hace gemir más fuerte, y tú te dejas hacer.El cuarto huele a humedad, a sexo, a tu vagina chorreando que empieza a empapar la cama, lo sé bien porque muy bien que te conozco; te encanta lamer el suelo o las sabanas que mojas luego del orgasmo, del squirt, lo sé bien, cuando estás tan caliente como ahora, pierdes todo control, todo pudor, te transformas en la más pervertida y hambrienta ninfa que pueda concebir mi imaginación, por eso me encantas, por eso te quiero.

Le tomas del cabello y la jalas hacía ti, se besan y yo que soy ateo juro que en ese beso veo lo más sagrado y divino que puede atisbar mi mente.

Se besan, se acarician, se desnudan; tú eres sutil con ella, le quitas la ropa con suma delicadeza, ella es una fiera, te la arranca de un golpe. Las miro, recuerdo que hace apenas un par de horas, estábamos aún en el bar, ustedes se encontraron en el baño, imposible no verla retocándose el maquillaje y levantando las nalgas, parando las nalgas para presumirlas ante el resto de mujeres que, frustradas, se la comían con la mirada. Ella lo notó, vio a las otras mujeres y sonrío aún más cínica acomodándose la tanga. Te miró, le sonreíste, fueron cómplices por un momento de descaro cuando vieron la cara de escándalo que las señoras - buenas señoras de moral pura e intachable nombre - pusieron. Te acercaste, agachando de más el torso para mostrarle las nalgas y los senos, sí ella era una perra, tú eras doblemente perra y ese juego te excitaba. Elogió luego tu sostén, tu su cuerpo, ella tus senos, tu sus nalgas, ella tus ojos, tu su boca, te dio su nombre, tú le diste el tuyo, salieron del baño, le preguntaste con quién estaba, ella dijo que sola y la invitaste a nuestro lado sin reparo alguno, ella aceptó. Llegaron ambas a la barra sonriendo y señalando con la mirada a las puritanas del baño que estaban aún atónitas ante el espectáculo, a ellas jamás nadie les haría el paseíllo como los hombres y mujeres del bar se los hicieron a ustedes.

Siguen ahí, ella hunde su lengua en tu sexo y tú le besas el suyo, recostadas de lado, con una pierna en la cama y la otra detrás de tu cabeza, ambas se acariciaban mutuamente las nalgas con una mano y con la otra se sujetaban tan cariñosamente como si fuesen dos amigas de toda la vida.

Nadie habla, no hace falta, basta con escuchar los gemidos que lanzan y como se hunden más y más en la vagina mojada de la otra, no existe un diálogo más certero que el que no usa palabras.

No sé cuanto tiempo ha pasado, no importa. Yo mido el tiempo en orgasmos y sé que esta por venir el primero, el primero de muchos,. La pones boca arriba y te le montas encima, le aplastas la cara con las nalgas, con tu ano y tu vagina, te revuelcas del placer dando sentones en su boca y ella se aloca lamiendo y mordiendo tus carnes. Te pones en cuclillas y gritas; conozco bien el grito que emites cuando estás llegando al orgasmo, entre cortado, agudo y largo, te convulsionas, pierdes total control de tu cuerpo y sobreviene la eyaculación. de tu sexo sale a chorros el fundo de tu placer, los jugos de la lujuria le bañan la cara, no puedes parar, sé cuanto te encanta, incluso babeas y pones los ojos en blanco, y mientras pasa el orgasmo tu cuerpo languidece y terminas tumbada sobre ella que sigue extasiada ante el calor que le embriaga.

Te arrastras por la cama, tu boca llega a su cara, tu lengua sabe bien que debes hacer, es regla en casa que cuando termines y mojes limpies con la lengua hasta dejar seco todo lo que has empapado. Así lo haces, no paras hasta haberla la mido toda la cara y ella, aún impávida, con los ojos cerrados y la boca abierta se deja hacer.

Yacen las dos desnudas en la cama, recostadas lado a lado, duermen tranquilas, ella tuvo un orgasmo cuando sintió el chorro cálido golpear su boca y resbalar por su cuello hasta sus entrañas. Ambas han terminado, ambas lucen tan tiernas que no pretendo entorpecer la escena y simplemente me contengo mirando.

Soy ateo, pero creo que si dios existiera, sería mujer y tendría en el diablo a su alma gemela. Otra mujer.