Ella y el ingenio electromecánico

He descubierto que me gustan los ingenios electromecánicos. Tengo además una cámara de vídeo. Si, por supuesto es de las que se pueden ver y controlar por Internet, y la uso de vez en cuando para poner caliente a Antonio.

ELLA Y EL INGENIO ELECTROMECÁNICO

Viernes por la tarde.

He descubierto que me gustan los ingenios electromecánicos. Mi formación, que hasta ahora se ha limitado más bien a los idiomas, no me permite unos avances espectaculares, pero como aficionada creo que no lo voy haciendo mal. En las últimas semanas he refinado un aparato con cuya ayuda estoy seguro de que voy a poner a Antonio más revolucionado que una MotoGP.

Me he hecho con un pequeño motor, del tamaño de un vaso de agua que gira tan despacio como yo quiera, según le programe. Tiene además una agarradera de rosca con la que se puede fijar a cualquier sitio, y que yo uso para sujetarlo a la cabecera de mi cama con el propósito que os contaré a continuación.

Tengo además una cámara de vídeo. Si, por supuesto es de las que se pueden ver y controlar por Internet, y la uso de vez en cuando para poner caliente a Antonio. La enchufo mirando hacia mí en la cama, en la ducha, en la cocina –a veces me pongo a cocinar con el mandil como única prenda de vestir- y le dejo que se conecte y controle el zoom, la posición, etc… Es lo que tiene cuando tu novio viaja mucho, que te tienes que inventar cosas así para disfrutar del sexo más a menudo.

Bueno, vale, también de vez en cuando lo he puesto para que me vea algún desconocido, pero en ese caso me pongo un antifaz en la cara para que no se me reconozca, ya que hay tíos que lo graban y luego lo ponen en Internet en alguna página guarra. De vez en cuando miro a ver si me encuentro, aunque de momento no me he encontrado en ninguno. Casi estoy decepcionada. Me atrae la idea de que alguien vea mis vídeos y se masturbe viéndome.

Así que me he duchado, me he depilado cuidadosamente, me he puesto algo de lencería fina y ropa sexy, y estoy lista para una excitante velada teledifundida. Encima de la lencería llevo una camisa negra, sin mangas, medio transparente, una falda de tubo muy ajustada, y en los pies unos zapatos de tacón muy fino. No sé cuánto va a durar el espectáculo, porque no sé a qué hora va llegar Antonio a casa, y la verdad prefiero no saberlo. Es más excitante así.

Pongo la cámara sujeta con una pinza a una lámpara que hay en la esquina de la habitación.  Ya he comprobado que desde ahí es desde donde mejor vista se tiene de toda la cama. Compruebo en mi móvil que está funcionando bien. Muevo los controles y la cámara responde perfectamente girando a un lado y otro y moviendo el zoom. Me veo a mí misma mirando al móvil. Estoy estupenda. Envío un whatsapp a Antonio:

-Enciende la cámara, vas a ver el regalo de tu cumpleaños.

Espero hasta que el doble click del whatsapp cambia a color verde. Lo ha leído. Apago el móvil. No quiero más diálogo. Sé que como todos los viernes saldrá un poco más tarde porque debe de dejar ultimadas algunas tareas con sus colegas americanos, y que casi siempre se suele tomar un par de cañas con los de la oficina en un bar que hay justo enfrente. Suele llegar hacia las 8 de la tarde, pero a veces llega a  las 10. Son las 6:15. En cualquier caso hay tiempo de sobra. Noto cómo la cámara se mueve y la lente gira. Eso significa que Antonio se ha conectado y está probándola. Casi puedo notar a distancia cómo su adrenalina sube y su polla también.

¿Cómo se puede una quitar la ropa de una forma sexy encima de una cama? No es fácil pero lo tengo todo previsto.

Me pongo de rodillas erguida en la cama, mirando hacia la cámara. Me desabrocho la falda y me la bajo hasta las rodillas, el liguero y las bragas negras que me he comprado esta semana quedan a la vista. Sé que me está viendo en el móvil, me estoy empezando a mojar. Me siento de lado en la cama, me apoyo con una mano en el colchón y con la otra tiro de la falda para que vaya pasando primero por mis rodillas y luego por mis tobillos y los zapatos hasta que la saco por completo y la echo al suelo. Me pongo otra vez de rodillas mirando a la cámara, me acaricio los muslos por encima de las medias de seda negras. Me bajo las bragas despacio, las saco por los pies con un movimiento sexy y las pongo en el suelo encima de la falda.

Me pregunto si estará compartiendo las imágenes con algún compañero. Lejos de preocuparme, la idea me excita. Oigo como la cámara y el objetivo se mueven con un suave zumbido.

Me desabrocho la blusa despacio, de arriba abajo. Mi sujetador negro de encaje va quedando a la vista poco a poco. Me quito la blusa y la pongo en el suelo, encima de la falda. Me siento en la cama con las piernas estiradas. Ya tengo solamente la lencería y los zapatos puestos. Me acaricio otra vez las piernas por encima de las medias, empezando por los muslos hasta llegar a los pies. A Antonio le gusta verme los pies, y cómo me pongo y me quito los zapatos de tacón. A veces me los besa. Cuando estamos viendo la televisión muchas veces me los masajea y me produce un enorme placer. Llevo las manos a mi espalda y me desabrocho el sujetador. Dejo que caiga hacia delante poco a poco,   liberando mis pechos y mostrando mis pezones que llevan ya un tiempo duros y en erección. Cojo el sujetador y lo dejo todo en el montón de ropa. Estoy desnuda de rodillas encima de la cama, aunque llevo las medias, el liguero y los zapatos de tacón. Me quedo un rato mirando fijamente a la cámara como queriendo decir que la parte importante empieza ahora.

Me muevo a gatas encima de la cama en dirección a mi mesita de noche donde he guardado los juguetes necesarios para la sesión. Sé que Antonio me estará mirando el culo con especial atención. Abro el cajón, saco varias cosas que extiendo sobre la cama:

  • Una cuerda muy fina

  • Dos pinzas para los pezones, unidas por una pequeña cadena

  • Dos tobilleras y dos muñequeras de cuero negro, anchas, con un enganche de muelle

  • Un antifaz

  • Un gag

Cojo la fina cuerda, me acerco al motor que tengo sujeto a la cabecera de la cama, engancho la cuerda al tambor del motor y lo pongo en marcha. El motor empieza a girar muy despacio enrollando la cuerda. Me pongo de pie encima de la cama y paso la cuerda por una argolla que hay sujeta al techo, dejando caer el extremo sobre la cama.  Me siento de nuevo en la cama y me coloco las tobilleras en los pies, las aprieto, abro las piernas y acerco los pies a las esquinas de los pies de la cama, donde tengo preparadas unas cuerdas que ato a las argollas de las tobilleras. Ajusto las cuerdas para asegurarme de que las piernas quedan bien abiertas y con poca capacidad de movimiento. No hay nada más ridículo que una escena de bondage donde la víctima se puede mover como pedro por su casa.

A estas alturas Antonio debe de estar alucinando. Hasta ahora solamente habíamos usado la cámara para mostrarme desnuda y algunas veces cuando él estaba de viaje me he masturbado para él. Nunca habíamos usado cuerdas en la cama, lo más “bondage” que Antonio me había hecho era agarrarme de vez en cuando por las muñecas para inmovilizarme las manos. Pero últimamente yo había estado fisgoneando por Internet y había dado con vídeos de self bondage que me habían excitado muchísimo. Me calentaba a mí misma pensando qué haría Antonio si al llegar a casa me encontraba completamente atada y a su disposición. Mi curiosidad por algunos de los aparatos que salían en los vídeos me había llevado a idear una escena con “motorcito” como la que estaba preparando ahora mismo.

La cámara sigue emitiendo su sordo zumbido de vez en cuando.

Cojo la cuerda que cuelga de la argolla del techo y que está unida al motor en el otro extremo, y la ato en el centro de la cadenita que une las dos pinzas. Cojo una pinza y la sujeto a uno de mis pezones. Es una pequeña horquilla con una arandela; cuanto más acercas la arandela al pezón, más aprieta. La aprieto todo lo que puedo, no quiero parecer una blandengue ni que se desprenda antes de tiempo. Estoy regalando a Antonio mi dolor y mi excitación, así que no voy a ser tacaña. Hago lo mismo en el otro pezón. Ambos están unidos por la cadenita, y ésta a la cuerda que muy lentamente se empieza a enroscar en el motor que tengo en la cabecera de mi cama.

Me pongo el gag en la boca, sujetándolo por detrás de mi cabeza, y también el antifaz. Me tumbo boca arriba y estiro las manos hasta llegar a las cuerdas que había en las esquinas del cabecero, y después de varios intentos consigo enganchar las muñequeras en las argollas de las cuerdas. Ya no hay vuelta atrás.  Si por cualquier motivo Antonio no llega… en fin, prefiero no pensar en ello.

Estoy casi desnuda y tumbada boca arriba en la cama con el cuerpo muy estirado en forma de X, amordazada y a ciegas. Los pezones me duelen, aprisionados por las pinzas. La falta de visión me hace hipersensible a los sonidos y a la excitación sexual. Estoy cada vez más mojada. Entre la inmovilidad y el dolor de los pezones el lento proceso será doloroso, pero este es mi regalo. Me excita pensar que Antonio es un amo exigente y que va a disfrutar viéndome sufrir.

El tiempo empieza a pasar. Oigo el motor de la cuerda y de vez en cuando siento como se mueve la cuerda lentamente hacia arriba. La cámara sigue su intermitente actividad. Calculo que la cuerda tardará entre una y dos horas en empezar a tirar de la cadena que une las pinzas de mis pezones.

Nuevamente se me viene a la cabeza si Antonio estará compartiendo las imágenes con alguien, y cómo de tensa estará su bragueta. Mientras pasa el tiempo repaso las escenas eróticas que he vivido con los pocos amantes que he tenido. Siempre me ha gustado el sexo sofisticado y he tenido tendencia a ponerme ropa y lencería elegante, y también tendencia a amar a los hombres bien vestidos. Recuerdo a un amante que le gustaba ponerme apoyada en la pared, me levantaba la falda y me follaba así, de pie, mientras me agarraba fuertemente las tetas y el coño. Otro que se sentaba en el sillón y me pedía que me desnudara delante de él. Él no se quitaba su traje de corbata en ningún momento, y a mí me excitaba sobremanera esa escena. Yo me sentía muy vulnerable desnuda y tan expuesta, mientras él seguía tan elegante con su traje, pero al mismo tiempo me sentía fuerte cuando veía como crecía su excitación. Una vez me pidió que me masturbara así, de pie y desnuda delante de él, y me hizo llegar hasta el final. Me he masturbado después muchas veces recordando aquello, cómo me acariciaba yo misma, cómo le ofrecía mis pechos y mi culo, y como me convulsionaba de arriba abajo cuando llegué al orgasmo mientras él me miraba fijamente sin inmutarse. Bueno, lo único que se inmutaba era su entrepierna que estaba a punto de estallar.

El tiempo pasa. Noto cómo la cuerda se va acortando poco a poco y la cámara de vez en cuando emite un zumbido indicando que Antonio la está moviendo o está accionando el zoom.

Ha pasado una eternidad, y por fin la cadena que une las dos pinzas que aprietan mis pezones empieza a moverse también, indicación de que la cuerda que cuelga de la polea empieza a tensarse. Llevo unas 2 horas estirada completamente, los brazos y las piernas me duelen desde hace un rato y necesitaría cambiar de postura, pero obviamente no puedo. Noto cómo la cadena empieza a subir muy despacio, y después de unos minutos ya no la siento en mi piel, se está elevando arrastrada por la cuerda.  Mis pezones empiezan a notar la tirantez. Me gustaría que Antonio entrara por la puerta y me liberara de esto. Espero que por lo menos esté disfrutando viéndome atentamente. Estoy muy mojada. Fantaseo con que sus amigos me estén viendo también y se lleven la mano a su polla para calmar su calentura.

El motor sigue con su persistente zumbido y las pinzas siguen tirando de mis pezones cada vez más fuerte.  Mi saliva se sale por los lados del gag y se desliza por mi cara. Me retuerzo intentando calmarme aunque lo único que consigo es que también las muñecas y los tobillos me duelan al tirar de ellos. Estoy tan excitada que creo que voy a tener un orgasmo, aunque nunca los he tenido sin que me hayan estimulado el clítoris. Me gustaría haberme puesto un cojín entre las piernas para haberme por lo menos calmado con ello, pero mis piernas están abiertas, mi sexo no tiene con qué consolarse.

Sigo retorciéndome en la cama, gimo, deseo que Antonio abra la puerta de una vez y me meta la polla sin piedad. Al cabo de un rato, la pinza de mi pezón izquierdo se suelta por fin, pero el dolor del pezón se multiplica cuando la circulación del mismo vuelve a la normalidad. Y poco después lo mismo pasa con el pezón derecho.

En ese momento la puerta de casa se abre, alguien avanza hacia mí, notos los pasos por la casa, se abre la puerta de mi habitación. Me gustaría preguntar algo, pero la bola de mi gag me lo impide. Oigo ruido de ropas, pero nadie dice nada. Alguien se encarama en mi cama (espero que sea Antonio) y de súbito noto cómo me penetra con la fuerza de un bate de béisbol. Mis tobillos están fijos a las ataduras lo que hace que los tremendos empujones los sienta en mi sexo como nunca los había sentido. Al tiempo que me llega el orgasmo, me quita el gag y me besa sin importarle la saliva que inunda mi cara. Me retuerzo, tiro de mis manos y mis pies inmovilizados, grito durante un tiempo que se me hace interminable hasta que poco a poco la paz me inunda suavemente y las caricias más suaves se extienden por todo mi cuerpo.


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Botijus

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