Ella sabe todo de mi

Ella sabe todo de mi, incluso cómo hacerme sentir amada.

ELLA SABE TODO DE MI, INCLUSO CÓMO HACERME SENTIR AMADA.

Parte 1.

El relato que estoy escribiendo en este momento, está oculto ente mis más recónditos recuerdos, pero algo en mi lo sacó a flote y necesito contarlo de manera desenfrenada.

Me llamo Leia, sí, como la princesa, y esto sucedió hace muchos años, cuando yo estaba en la universidad. Empecé a estudiar arquitectura, amaba mi carrera, y cuando estaba en segundo año, conocí a alguien que me cambió la vida.

Esta chica misteriosa y supremamente interesante entró a mi vida sin previo aviso y puso el mundo de cabeza. Su nombre era Elia, y me hacía mucha gracia cómo hasta nuestros nombres parecían rimar. Estudiaba lo mismo que yo, e irremediablemente nos volvimos inseparables. Esta morena de cabello lacio y figura esbelta entró como un tornado a cambiar la forma como yo lo veía todo, incluso mi sexualidad.

Elia y yo éramos polos opuestos; a ella le encantaba el frío, yo moría por el calor, ella madrugaba, yo prefería trasnochar, ella tenía una vida sexual activa y libre, y yo era virgen a mis 20 años. Ella había tenido mil aventuras y yo apenas lograba despertar mis sentidos. Para tener 22 años, había vivido el doble, y eso me llamaba la atención y me cautivaba en gran manera.

Mi amiga no era una persona cariñosa, y no era de esas mujeres tan bonitas que te les quedas mirando en la calle. Pero ella en sí, por su aura misteriosa y sensual, cuando la conocías, solo hacía falta cruzar unas cuantas palabras con ella para quedar cautivado. No en vano, siempre tenía numerosos pretendientes, hombres y mujeres, y ella no tenía problema en pasar un buen rato. Le habían roto el corazón una vez, y eso solo la hizo dejar de creer en el amor, pero ser ferviente seguidora del sexo, entendiendo que sólo porque no sentía especial afecto hacia alguien no era impedimento para disfrutar todos los placeres que la carne ofrecía.

Pronto nos hicimos inseparables, y con el tiempo podía escuchar rumores en los pasillos de la facultad, que preguntaban si había algo más que una amistad entre nosotras, o incluso, si éramos pareja. Mucha gente simplemente pensaba que ella se sentía atraída hacia mí, ya que yo no tenía cara para nada de ser de las que sentía cosas por las mujeres.

Elia siempre fue un poco masculina a su modo, llevaba el cabello perfectamente lacio hasta los hombros, siempre vestía totalmente de negro, con camisas que resaltaban su pecho, y jeans negros ajustados que marcaban su esbelta figura, casi siempre con vans negros a juego. Yo, en cambio, era femenina de todas las maneras posibles; tenía el cabello ondulado hasta la mitad de la espalda, siempre vestía con tonalidades claras, amaba el color blanco en la ropa, me encantaba pintarme las uñas y solía usar faltas cortas y vestidos ajustados de flores que resaltaran mi cuerpo, bastante voluptuoso.

Elia y yo compartíamos absolutamente todo, yo le conté mis cosas más temprano que tarde, mis gustos en música, películas, libros, e incluso mi vida amorosa y sentimental. Y por ende ella sabía que yo era virgen porque no había encontrado una persona que me tentara al punto de involucrarme de esa manera. Yo, por el contrario, tenía bastantes detalles de ella, pero siempre aparecía de repente con una historia nueva que contarme, y nunca dejaba de sorprenderme.

Al principio, pude sentir una química impresionante con ella, pero nunca creí que hubiera algo más allí. Aunque ella me hubiera contado sus aventuras con sus amigas y cómo en alguna que otra ocasión, y estando en alguna fiesta, medio ebria, se había comido la boca y algo más con ellas. A mí todo lo que ella me contaba me parecía de otro mundo, pero pronto eso cambiaría.

A pesar de ser virgen, tuve mi despertar sexual durante la época en que conocí a Elia. Un día estaba sola en casa, muy aburrida, tendida desnuda en mi cama después de haberme dado un baño con agua caliente, y estaba recordando un pasaje un poco erótico del último libro que estaba leyendo.

Yo siempre había sido curiosa con el tema del sexo. Me encantaba leer relatos que me pusieran un poco caliente cuando no podía dormir, lo que causaba sueños húmedos a la madrugada, y los gemidos de mujeres mientras estaban siendo penetradas me excitaban demasiado. Siempre me pregunté qué se sentiría estar con alguien de esa manera, sentir a alguien dentro de mí, porque, aunque había tenido algunos novios, nada había pasado de comerme la boca a besos con lengua de manera apasionada, o alguna que otra caricia en un lugar prohibido.

Pensar en todo ello me provocó unas cosquillas extrañas en la parte baja de mi abdomen, y alguna vez había escuchado a mis compañeras del colegio hablar en el baño de cómo se bajaban el deseo y la calentura tocándose a sí mismas. Yo nunca lo había intentado, pero mis pensamientos me llevaron a pensar lo inimaginable, y luego de acariciar un poco mis pezones desnudos y notarlos duros debido al roce y al aire ligero, decidí experimentar en mi sexo.

Bajé lentamente mi mano derecha y con delicadeza comencé a acariciar mi monte de Venus hasta que sentí que toda la sangre de mi cuerpo se concentraba en esa zona. Bajé un poco más y encontré mi clítoris, bastante hinchado y dispuesto. Con el dedo medio y anular empecé a frotar lentamente esa porción de universo que me fue concedido para darme placer.

Al principio no sabía muy bien lo que hacía, pero de pronto me sentí bastante húmeda allí abajo, abrí más las piernas y comencé a arrastrar con mis dedos de atrás hacia adelante ese hermoso líquido que mi cuerpo producía para amarme a mí misma. Empecé a sentir un calor indescriptible en mi vagina, y con las piernas totalmente abiertas contraje los músculos porque nunca había sentido algo así. Sentí curiosidad de introducir un dedo, pero me dije a mi misma que era muy pronto, que sería después.

Decidí volver a los movimientos con mi dedo índice y medio en el clítoris, y aunque eran movimientos circulares, esta vez comencé a moverlos con más velocidad e intensidad. Las cosquillas y las sensaciones de placer inundaban todo mi cuerpo, no pude evitar abrir la boca y empezar a gemir un poco. ¿Dónde se había escondido este placer todo ese tiempo?

Mi espalda se arqueaba contra la cama intentando encontrar un escape de mis dedos, pero la excitación sobrepasaba cualquier cosa y yo tenía que descubrir el final de aquello. No iba a parar en la mejor parte.

Estaba empapando la cama con mis fluidos, nunca me había sentido así y no sabía que era aquello, así que seguí apretando y jugando con mi sexo, y cada vez lo hacía más velozmente y con mayor fuerza.

Hubo un momento en que me perdí de mí y en mi mente en blanco de repente apareció Elia, toda ella en ropa interior, con su esbelta figura y su piel morena, sonriendo hacia mí. En ese momento creí no aguantar más, pero casi llegando a mi primer orgasmo, comencé a pensar en Elia de manera mordaz y eso hizo aguantar mi deseo un poco más, era casi como una tortura placentera que alargaba el momento. Pensaba en sus pequeños y firmes senos, en su cintura perfectamente definida, en esos labios carnosos llenos de deseo, en cómo quisiera que fuera ella quien me estuviera tocando con sus manos y haciéndome gemir.

Decidí darme más placer con mis dedos, humedecí uno en mi boca, probando por primera vez mi sabor, y luego froté mi clítoris, froté, froté, y froté sin parar, mordía mis labios para evitar gritar, imaginando cada vez cómo hacer crecer la sensación dentro de mí. Mis dedos, casi vibrando, alcanzaron su mayor velocidad e intensidad y llegué al orgasmo de una manera indescriptible. Mi piel se puso de gallina. Sentí que una vibración me recorría de los pies a la cabeza y terminaba en mi coño totalmente empapado. Era una vibra electrizante que me llevó a otro mundo y me hizo temblar.

Estuve gimiendo en éxtasis, y luego una risa de pura alegría me invadió hasta que mi respiración se normalizó. Mis senos todavía mostraban algo de excitación. Después de un rato, decidí pararme de la cama y mirarme en el espejo de cuerpo entero. Completamente desnuda, no entendía por qué en el momento de mayor placer, casi llegando al orgasmo, lo único que pasó por mi mente en ese lugar fuera de este mundo, fue Elia.

Ese día descubrí mi despertar sexual, y ese verano que me desperté yo misma, lo disfruté muchísimas veces. No sería la primera vez en masturbarme y conseguir llegar a orgasmos increíbles con sólo el roce de mis dedos en mi clítoris. Pero también descubrí otras cosas: Me iba a encantar el sexo rudo, y quería que mi primera vez fuera con mi amiga Elia.

En mi mente, y muchas veces mientras me toqué a mi misma en mi habitación, se repetía la letra de la canción de Arctic Monkeys:

“Secrets I have held in my heart, are harder to hide than I thought.

Maybe I just wanna be yours, I wanna be yours, I wanna be yours”.