Ella no me creía capaz
Mi mano se deslizó por el interior de su braguita, con sumo cuidado aunque sin poder evitar enredarme por unos breves instantes en su vello púbico hasta que uno de mis dedos alcanzó la humedad de su sexo. Estaba completamente mojado.
Ella no me creía capaz
Le había dicho que iría a buscarla, ella no me creía capaz de hacerlo, no creía que era una proposición real, o quizás si lo creyese pero se negaba una realidad que la asustaba. Lo que realmente sucedió es que ella estaba convencida de que yo era capaz pero que ella nunca sería capaz, por demasiados motivos, no podía, no quería, ni debía. Le apetecía, si. Pero no quería. Sucede a diario, nos apetecería comer el pastel de chocolate pero el espejo nos dice que nos sobran unos kilos de más, no obstante ¿Qué sucedería si una tarde encontramos el pastel de chocolate encima de la mesa de nuestra cocina y podemos comerlo sin que nadie se entere? Por eso, Nora prefería pensar que yo no era capaz de hacerlo, eso la salvaguardaba de sus propios y contradictorios deseos, prefería pensar que era un juego tan solo.
Pero aquella mañana le dije que a la salida del trabajo iría a buscarla y así lo hice. Era un martes de Junio, el 20 para ser mas exactos, y el verano comenzaba a apretar en Barcelona lo cual significaba calor, calor y mas calor aun. Una perspectiva nada halagüeña, no me gusta el calor.
Salí una hora antes del trabajo y me encaminé a donde ella trabajaba, un gran edificio comercial en la entrada de la ciudad. Aparqué el coche en un parking publico, justo debajo del edificio donde ella estaba, un grandioso parking de esos de colores y números donde es imposible encontrar el coche a la primera. Lo había estacionado en una esquina con poca luz, aunque tampoco a salvo de alguna que otra mirada indiscreta. Allí no parecía haber esquinas oscuras, como si el pecado nos hubiese sido negado, como si el pecado debiese ser algo publico. Pero no me importaba, estaba decidido a todo, incluso a padecer la vergüenza del que es descubierto robando unas braguitas de color morado en unos grandes almacenes. Después salí a la calle y miré mi reloj, eran las 14:45, fue a esa hora que le envié un SMS diciéndole en que planta y en que zona había aparcado el coche, también le di el numero de matricula, a continuación volví al interior del parking y me senté a esperar simplemente que pasasen los minutos, unos minutos que se resistían a avanzar, torturando mi razón y alimentando mis ansias. Supongo que nunca en mi vida el tiempo corrió tan en mi contra. Veía a gente entrar y salir, pasar y desaparecer, con la seguridad de que si ella aparecía solo seria movida por la curiosidad de ver si yo estaba realmente allí o no. Sin mas intenciones que esas. Quizás se acercaría, con la seguridad de quien en cualquier momento puede darse la vuelta y salir corriendo. Mientras estaba sumido en esos pensamientos alguien golpeó el cristal asustándome. Giré la cabeza. Si. Dios existía. Era ella, sonriéndome tímidamente. Quizás debería haber abierto solamente la ventanilla para decirle si quería entrar pero lo que hice fue abrirle directamente la puerta, sin preámbulos, sin ningún otro tipo de juego que pudiese asustarla y alejarla de mi. Ella entró acompañada su llegada de un breve "hola" y tomó asiento a mi lado. No dijimos nada. Nos quedamos mirando al frente, observando las luces de algún coche o alguna que otra persona que empujaba un carrito de la compra. Volví a mirarla de reojo, tan hermosa como siempre, tan hermosa como el primer día, vestía unos pantalones tejanos de color azul claro y una camiseta de tirantes con un dibujo de algo que parecía una cadena, también sandalias marrones. El silencio casi podía cortarse con un cuchillo, era capaz de escuchar su respiración, incluso su corazón latiendo desbocadamente dentro de su pecho.
Entonces lo hice.
Sin mediar palabra deslicé mi mano derecha hacia su estomago y comencé a desabrocharle los pantalones. Ella no hizo nada por impedírmelo, tan solo intentaba ahogar sus suspiros, ambos temblábamos, lo estábamos haciendo, una locura, una necesidad. Nos sentíamos vivos, también nos sentíamos culpables, posiblemente ella mucho mas que yo. Pero finalmente nuestras necesidades habían superado a nuestros miedos y allí estábamos, dispuestos a cometer una locura que nos devolviese a la felicidad mas inconsciente. Finalmente conseguí abrir dos botones y deslicé mi mano en el interior sin dejar de mirar al frente, como ella. De esta guisa nadie podía conocer realmente que estaba sucediendo dentro del coche, tan solo veían a dos personas sentadas, inmóviles, mirando al frente.
Mi mano se deslizó por el interior de su braguita, con sumo cuidado aunque sin poder evitar enredarme por unos breves instantes en su vello púbico hasta que uno de mis dedos alcanzó la humedad de su sexo. Estaba completamente mojado. Y yo estaba completamente empalmado, añado. Ella miró mi erección claramente marcada a través del pantalón pero no hizo nada. Estaba inmóvil, completamente inmóvil mientras mi índice comenzaba a hacer círculos alrededor de su clítoris. Nora se deslizo un poco en el asiento y abrió un poco las piernas, de esta manera pude deslizar mi dedo un poco mas abajo y meter un poco en su mojada vagina. De repente ella cogió mi mano, pero no para impedirme que continuase, simplemente comenzó a subirla y bajarla, marcándome un ritmo que yo intenté seguir, con uno de mis dedos dentro de su vagina y el otro frotando su clítoris.
Nora intentaba mantener la compostura pero apenas podía, su respiración era cada vez mas rápida, también temblaba y a veces incluso parecía mover las caderas facilitando que mi dedo entrase aun mas dentro de ella. Al principio estábamos atentos a cuanto sucedía a nuestro alrededor, temerosos de ser pillados, como los niños que copian en el examen, pero ahora ya no nos importaba. Ya no mirábamos a nuestro alrededor, ahora solo existíamos nosotros, nadie mas. El mundo se había desintegrado a nuestro alrededor, nuestro mundo eran nuestros sexos, nuestras manos, nuestros corazones latiendo desbocadamente dentro nuestro.
Fue en ese momento una pareja cruzó por delante de nuestro coche, no se si se dieron cuenta o no de lo que sucedía pero también fue en ese momento que Nora cerró los ojos y se corrió, ahogando un grito con la palma de la mano. Yo me quedé unos segundos mas tocando casi sin rozar su clítoris y entonces retiré la mano. Estaba absolutamente mojada.
Nora se abrochó como pudo el pantalón y luego me miró, entra avergonzada y satisfecha. Sintiéndose culpable, eso seguro, pero absolutamente excitada, a pesar de haberse corrido. Sin mas, deslizó su mano dentro de mi pantalón y agarró con suavidad mi pene.
El procedimiento fue el mismo solo que ella, en esta ocasión, desabrochó mi pantalón para ver mejor que era lo que estaba moviendo arriba y abajo, arriba y abajo. Su mano se deslizaba por el tronco de mi pene, hasta la parte inferior, con suavidad. Los dos mirando de nuevo al frente mientras la sangre se agolpaba en mis sienes y casi perdía la visión. Alargué una mano y toque uno de sus pechos, por encima de la ropa, ella pareció asustarse y liberó mi pene. No se lo esperaba. Retiré mi mano y ella comenzó de nuevo a masturbarme, de manera fantástica, como si mi polla no perteneciese a otra mano que aquella. Y así era, desde hacia mas de lo que ambos creíamos. Destino, se llama.
Estaba a punto de correrme y tan fuera de mi que en esos momentos dudaba si pedirle que acercase su boca a mi pene y me lo chupase para descargarme en su boca. Aunque era lo que yo deseaba, no lo hice, supongo que por el mismo motivo que había retirado la mano de su pecho. No era el momento. Ahora era el momento de disfrutar ese momento, no de avanzarse a nada. Solo eso.
Finalmente, sin poder ni querer evitarlo, descargué en su mano una potente oleada de liquido blanco que manchó sus dedos y mis pantalones. Mientras algunas personas, algunos coches, ajenos todo a la explosión de pasión contenida durante tantos y tantos meses, circulaban a nuestro alrededor.
Nora sacó un kleenex y se limpió la mano, después también intentó limpiar mi pantalón sin demasiado éxito. Entonces simplemente abrió la puerta del coche y desapareció con un único y breve "adiós" colgado en el aire.
Una vez escuché a un periodista decir que los hechos hay que nombrarlos porque nombrándolos existen, no se pierden en la memoria individual. Yo no escribo para recordar, es imposible recordar algo que nunca ha sucedido, escribo para recordar mis sueños, para alimentar mis fantasías. Para seguir soñando y sentirme vivo, en definitiva.
Ahora mismo soy incapaz de recordar si lo que acabo de contar sucedió ayer o sucederá esta misma tarde. Incapaz de distinguir sueños de deseos de realidades. Pero sea como fuere, nombro aquí lo sucedido para que nunca se pierda de nuestras memorias. De la mía y de la suya.
De la tuya y de la mía.