Ella no lo sabía

Ocho años casado con ella y los preservativos y aquel chupatintas arreciaba contra su coño a carne y pelo, con toda su fuerza. Mi mujer desconocida, lejana y sumisa, se dejó tumbar y abrir de las piernas, colocándoselas sobre los hombros con una flexibilidad que desconocía. Sus pies que adoraba, sus pies que a la mínima oportunidad besaba, se estiraron a medida que aquel tronco carnoso iba poco a poco introduciéndose…..

Ella no lo sabía.

Y yo en cambio, me había enterado de todo.

Ella que a todo se negaba, siempre segura, férrea, doctrinal e intacta.

Su matrimonio perfecto, su vida perfecta, su marido perfecto, sin tacha, sin sombra.

Yo en cambio, abrazado sumisamente en el sofá, viendo sin ver un programa descalcificado, acariciaba bajo el pantalón del pijama, su piel, sus caderas, sabiendo que horas antes, otro había estado bombeando entre ellas.

-          Estate quieto – se quejó – Me estas haciendo cosquillas.

Respiré hondo.

Estaba cansando pero no harto. Algo me llevaba, incluso en esas, a no saciarme nunca de ella.

Una y otra vez, rechazaba cada una de mis caricias….estoy cansada, no tengo ganas, me agobias, estoy somnolienta.

Y yo callaba, acataba, visitando compulsivamente el baño para masturbarme imaginando como y cuando lo hacía….solo tenía que saber quien.

Fue hace dos meses cuando lo descubrí, mientras ponía la lavadora.

Su braguita negra, una pieza sin nada especial, de las diarias pero negra, se hizo sentir entre mis manos, extrañamente húmeda.

Se las vi quitándoselas apresuradamente cuando por la noche, había llegado tarde disculpándose porque la contabilidad de una empresa no le había cuadrado.

Al extenderlas se apoderó de mi pituitaria el olor pringoso y puro del semen.

-          ¿Vienes a comer?.

Apresuradamente escondí la braguita en el fondo del cajón, tras los calcetines.

Cinco días más tarde regresó como siempre apresurada, saludando con un fugaz pico para desnudarse y meterse bajo la ducha.

Solo entonces reuní valor para indagar los mensajes de su móvil.

“¿Quieres correrte como la última vez?. Esta tarde a las 19. En mi casa.”

Antonio llevaba quince años de amigo.

Antonio, el eterno soltero que lo era, al menos hasta ese día así lo había creído, porque su estampa física, su filosofía de vida, eran coordinadamente nauseabundas….”mi mujer debe saber chuparla tan bien como hacerme una tortilla”.

Aquella frase, que liberó en medio de una cena entre amigos, donde mi mujer estaba invitada, produjo dos días de conversación en los que ella lamentaba que todavía existieran “impresentables” capaces de pensar semejantes barbaridades sin callarlas.

Antonio, quinto en edad, desgarbado, tempranamente orondo, tempranamente calvo,  no se avergonzaba en reconocer que, una vez por semana, le llevaba los calzoncillos a su madre para que le hiciera la ropa….”mientras aguante”.

Así era aquel ser desastroso y desastrado.

Me sentí absolutamente idiota.

Yo, allí, soportando aquellos quince días de abstinencia, respetando su ausencia de deseo, aguardando su llegada con la casa impoluta, para que ella, en su regreso, no tuviera que pensar en la cena,  en la aspiradora, en la colada.

Ella, que mil veces juraba cuando me quería y que sin embargo, mojaba sus bragas en otras camas.

Cuatro días más tarde, el inspector Gadchet con gabardina en que me había convertido, aguardaba parapetado tras un kiosco de lotería justo frente a la oficina donde ella trabajaba.

Sabría que esa era una de esas tardes en las que todo se le complica, y no regresa pronto a casaa….”Tengo un cliente en apuros. Inspección de Hacienda. Llegaré sobre las ocho o nueve”….

A las seis en punto salió, retocándose el pelo, poniéndose unas gafas de sol bajo el cielo encapotado.

Caminó más de media hora, deteniéndose para mirar inquisitorialmente a izquierda o derecha.

Ese era el tiempo y las precauciones que se necesitaban para llegar hasta la casa de Antonio.

Escuché el sonido del telefonillo. Quien abriera, lo hizo sin preguntar, sabiendo quien era.

Aguardé quince eternos minutos, escondido tras el apestoso hedor de un contenedor de detritus orgánicos.

Quince hasta que un descubrí a un vecino octogenario abriendo desde dentro.

Fingí sacar unas llaves, fingí ser vecino y el buen anciano hasta me saludó cediéndome el paso.

-          Muchas gracias.

La respuesta se la di cuando subía las escaleras de cuatro en cuatro.

Había estado tantas veces en aquel apartamento, invitado por Antonio, que ya sabía de sobras que era un octavo. No quise ascensor, por las angustias de los espacios cerrados.

En el rellano del sexto se escuchaban ya los gritos de ella, altos y claros….”!Dios Tono no pares, no te pares….uffff, uffff si”.

Ralenticé el paso, recobré aliento y pulso, acercándome con precaución, despreocupándose de los visillos vecinos para acercar la oreja a aquella puerta de mala calidad, que dejaba escuchar perfectamente el chapoteo de la carne.

Las ganas les habían llevado a no acercarse al cuarto….follaban como desesperados sobre la cercana mesa de la cocina.

-          ¿Quieres esto?-aceleró el ritmo.

-          Agggggggg,agggggggggg

En ese segundo mi cabeza hizo un mal cálculo, chocando contra la puerta, provocando que Antonio se detuviera en seco.

-          ¿Qué haces cabrón?. Sigue metiendo.

-          ¿Oiste?.

-          ¿Me follas o que?.

Durante unos instantes tensé el cuello, buscando una retirada cauta sin hacer ruido.

Cuando mi mujer retomó sus histéricos gritos, comprendí que no sospechaban nada.

Caminé sin rumbo, dejándome absorber por una ciudad ordenadamente caótica que ni comprendía ni quería comprender.

¿Por qué si Antonio era un mierda mimado y consentido, incapaz de crear o ganarse la vida?.

¿Por qué si fueron sus padres quienes pagaron su apartamento, si era su tío quien garantizaba un trabajo fijo con catorce pagas a alguien que apenas saco con suficiente el graduado?.

A medianoche llevaba ya mi quinta cerveza y todo indicaba que habría una sexta.

No pensaba en quien estaría aguardando en la casa.

Ya no me existía la chispa de furia que reventaría cuando ella regresara y viera que el reloj no se equivocaba, que no había cena, ni aspiradora, ni colada.

Di un largo trago interrumpido justo a la mitad, cuando escuché el zumbido de un mensaje.

Estaba convencido que sería mi mujer, preguntando con voz tajante donde coño me había metido.

No era ella.

“Toñete” tal y como lo conocía desde que éramos amigos.

“No tengas prisa por volver a casa. Tengo a tu mujer muy entretenida”.

Apreté la jarra casi hasta reventarla, enrojeciendo los dedos mientras abría el video que Antonio me mandaba como prueba de la ocupación que daba a mi mujer.

Era ella, desnuda, desconocedora de que la grababan, a cuatro mientras Toñete la ensartaba desde atrás, agarrando su coleta castaña para obligarla a incorporarse y besarlo a base de lengüetazos.

Era ella, con la boca abierta, tratando de contener los gritos que se desbocaron….”Oooooo, ooooo, aggggg” cuando Antonio arreció contra ella asido a sus caderas, a sus maravillosas caderas….

-          ¿Te gusta putita eh?.

-          ¡Si, si, si, oh Dios si!.

-          Ven.

Se la sacó, la giró agarrándola con firmeza, sin consentimientos, para ponerla larga sobre la cama.

Y entonces lo vi.

El nefasto, rellenito, descuidado, graso cuerpo de Antonio al que poco caso hice, pues dos cosas me dejaron atrapado a la pantalla.

Nuestro amigo tenía un secreto….un secreto que medía veinticinco centímetros.

Ni en las duchas de la mili, ni en las del internado….aquello era un falo ya no grande, sino erecto y palpitante.

Algo indescriptible, brutal y envidiable.

Lo segundo era que entre aquel pollón colosal y las entrañas de ella…no interfería nada.

Ocho años casado con ella y los preservativos y aquel chupatintas arreciaba contra su coño a carne y pelo, con toda su fuerza.

Mi mujer desconocida, lejana y sumisa, se dejó tumbar y abrir de las piernas, colocándoselas sobre los hombros con una flexibilidad que desconocía.

Sus pies que adoraba, sus pies que a la mínima oportunidad besaba, se estiraron a medida que aquel tronco carnoso iba poco a poco introduciéndose…..

-          ¡!!Ooooo, si , si, ostias Toné que polla tienes!!!.

-          Disfrútala chata que es para que la reseques.

Y Toñete a lo cabrón, conocedor del viejo oficio de corneador, aceleró…bestial, animalesco, ….tan rápido, tan intensamente que parecía destrozarla animado todavía más con los gritos de ella-

-          ¡Polla, dame tu polla ostias, no pares, no pares, atraviésame!.!Si, si, si!.

Brutalidades que nunca me dijo ni en sus mejores orgasmos a mi lado.

Así estuvo meneándose dentro de ella con aquel ritmo tan insostenible, durante demasiado rato, con dos orgasmos para ella, pugnando por saber cual era el más intenso….inalcanzable para mi.

Imposible que yo pudiera.

El video se colgó….y yo pedía esa sexta cerveza.

A la mañana siguiente abrí un ojo.

La casa olía a café.

Ella había regresado más tarde sin sospechar que ya lo sabía.

-          Cariño hice el desayuno.

-          Vale – respondí con su braguita entre las manos.

-          Te quiero corazón. Cada día más.

-          Y yo – contesté aspirando el cocktail de macho y hembra.

Y lo peor era que, efectivamente, la quería.