Ella lo sabía pero no quería admitirlo (III)
Recuerdos de lo que le hácia el Padre Bernabé antes de confesarla en el Colegio Mayor
(soñando)
Esa misma noche acabó volviéndose tortuosa para Bea ya que no paraban de venirle recuerdos en forma de sueños, estaba claro que estaba revuelta. La sumisión que la poseía estaba reaccionando por el motivo que fuera dentro de sí misma.
Mi querida niña has venido a confesarte, ¿verdad? – Sí Padre así es, he venido a limpiar mi cuerpo y mi alma – Muy bien hija así me gusta que prepares tu cuerpo para recibir la pureza, supongo que habrás venido preparada –así es padre.
Todos los miércoles durante su estancia en el colegio mayor “Stamford”, Bea iba a recibir confesión con el Padre Bernabé, siempre acudía a última hora y siempre acudía con un vestido largo y sin braguitas. El Padre Bernabé, un sacerdote de unos 35 años de edad, le abría el confesionario a Bea y se subía los faldones y permitía que ella le chupara su miembro hasta que no podía más y terminaba corriéndose de placer en su tierna boca que amablemente se lo tragaba todo, todo, todo.
El Padre Bernabé descubrió el secreto de nuestra querida Bea, poco después de empezar las clases el primer año de internado. Una tarde de otoño se encontraba paseando mientras leía uno de sus libros favoritos cerca de la residencia de las chicas, cuando de repente se le vino encima una de esas niñas que venía corriendo sin ningún tipo de control. El choque fue inevitable y el libro acabó cayendo al suelo al igual que el propio Padre.
Uy discúlpeme usted, Padre, ¿ le he hecho daño? - Se disculpó en tono bajo la niña que acababa de arroyarle – Y que estaba en el suelo con su vestido malva a medio cuerpo dejando entrever que no llevaba puestas las braguitas – Hija mía, debes mirar por dónde vas y no correr tanto – Entonces se percató de la postura de ella y súbitamente se sonrojó- Bea se puso de pié y se prestó a ayudar a levantarse al Padre, el cual aprovechó para reclinarse hacia abajo y tener una perspectiva mejor de la entrepierna de la muchacha. Sin mediar palabra apuntó con su dedo índice hacia el lugar donde se hallaba el libro – a lo que Bea siguió con su mirada y se dirigió hacia el lugar se agachó dejando ver nuevamente sus encantos. Tomó el libro, y fue a ayudar al Padre a levantarse.
Le acompañó a la entrada de la capilla para que se repusiera de su caída, él la invitó a entrar en la iglesia para que ambos rezaran por sus almas, con un ademán le señaló un banco donde ella se puso de rodillas en pose de rezar, el Padre estaba detrás de ella con una erección enorme. Se acercó lentamente a ella y ella le dijo en un leve susurro – haga Padre lo que usted crea conveniente – Entonces notó el aliento cada vez más entrecortado del Padre y cómo este le comenzaba a subir el vestido hasta justo por encima de su hermoso culito - Verás hija tengo una erección y no sé como curarla – Creo que yo puedo ayudarlo Padre, a lo mejor podría introducirme solo un poquito su preciada verga en mi culito para ver si así conseguimos que se baje un poco su erección– Vamos a intentarlo hija, déjame ver, a ver… un poquito solo – zas le acertó con su cada vez más erecto pene en su vagina – flops… entró un poquito, flops, flops, flops, no podía parar de envestirla, cada vez más y más rápidamente, hasta que tomó un ritmo salvaje, sin parar de penetrarla, sin apenas respirar, hasta que una oleada de placer le hizo descargar toda su leche dentro de Bea.
Ella siempre se mostraba agradecida y el Padre fue intensificando sus encuentros, los miércoles confesión (mamada en su argot) los sábados por la noche, ella le ayudaba a realizar los preparativos de la misa del domingo, cuando terminaban se ponían a rezar como aquel primer día y el Padre Bernabé la poseía por detrás una, dos e incluso tres veces hasta que se quedaba totalmente saciado.
Siempre que le pedía algo, ella obedecía sin chistar. Un día que tuvo visita el Padre y la mandó llamar, ella acudió pensando que se trataría de cualquier tipo de encargo sexual a los que estaba acostumbrada, pero lo que la esperaba era algo mucho mejor.
Cuando Bea entró en sus estancias el Padre Bernabé le indicó que se sentara en una silla que estaba ocupada por un novicio joven, ella se subió el vestido lo que escandalizó al novicio a su maestro y el Padre Bernabé se hizo también el sorprendido.
No, no, no – Eres una niña muy mala, vamos a tener que castigarte para que te portes mejor – entonces se sentó y se subió los faldones dejando al aire su pene – ven hija, redime tus pecados chupando – ella sin pensar se puso a chuparle la verga – mientras el novicio, que estaba todo empalmado se acercó por detrás y la enculó torpemente – ella emitió un leve gemido de placer y continuó chupando – El otro Padre totalmente sonrojado no sabía qué hacer pero Bernabé le indicó que se sentara a su lado y que le imitara – Cosa que hizo – entonces Bea comenzó a chupar de uno a otro mientras el novicio no paraba de envestirla.
Cuando el Padre Damián se corrió en la boca de Bea, ésta quiso darle más placer y dejó al novicio envistiendo al aire, Bea se sentó encima del Padre Damián y comenzó a cabalgar cual jaca enloquecida, haciendo que se volviera a correr de placer nuevamente. Luego se sentó encima del Padre Bernabé y volvió a cabalgar hasta que sintió su húmedo y cálido semen inundándola por dentro. El novicio estaba sujetándose la verga y atónito miraba como ambos padres tenían el gesto desencajado después de haberse corrido, entonces Bea se puso a cuatro patas delante de él invitándole a terminar la faena. Y éste cual toro recién salido del corral la penetró, una y otra vez hasta que su cara se desencajó del placer de correrse dentro de Bea, que gemía como una perra en celo.
De repente, se despertó sudorosa en la cama y se descubrió a si misma toda empapada, se acababa de correr mientras soñaba con los años de internado en el Colegio Mayor. Se levantó se tomó un vaso de agua y se dirigió a la ducha para darse una ducha fría.