Ella lo sabía pero no quería admitirlo (II)

Bea recuerda los principios de su pequeña debilidad, sumisión placentera

(Recuerdos)

Cuando esa misma noche Bea llegó a casa, sabía perfectamente que había vuelto a ocurrir, lo mismo de siempre,  había sido descubierta, su pequeño secreto se había vulnerado una vez más.

Se metió en la cama totalmente desnuda como siempre, pero en esta ocasión no se quedó dormida, sino  que comenzó a recibir miles de pensamientos en su cabeza. Pensamientos que siempre habían estado ahí, presentes en la niebla.

“has sido una niña muy mala, toma, toma, toma” – comenzó a darle azotes en su desnudo culito – El Señor Antón era el dueño de la vaquería contaba con 50 años, era un hombre de constitución fuerte,  con anchas espaldas y unos brazos que parecían dos bates de béisbol, Bea contaba con apenas 18 añitos recién cumplidos y desde hacía dos años iba todas las mañanas a por leche, pero el Señor Antón había descubierto su pequeño secreto, realmente fue la primera persona que lo hizo, incluso antes que la propia Bea.

Nada más llegar a la vaquería con su cuba para la leche, lo primero que hacía era quitarse las bragas y dejarlas escondidas junto a la valla, sabía que era lo mejor, así se lo había indicado el Señor Antón y así debía ser igual que sabía que debía ir siempre con vestido y nunca con falda ni pantalón. Una vez hecho esto  entraba en la vaquería por el establo, se dirigía a la puerta de la casa, dejaba la cuba de leche vacía y se dirigía a la casa de herramientas que estaba en un costado de la casa, entraba sin llamar y se tumbaba boca abajo en un pequeño camastro que había,  a esperar.

Al rato se oían los pesados pies del señor Antón acercarse parsimoniosamente, luego se oía el chirriar de la puerta de la casa de herramientas y posteriormente sentía unas gélidas y grandes manos que subían desde su tobillo por sus piernas hasta el principio de su vestido, ahí se paraban un rato y volvían a bajar hasta sus tobillos.

Después le subían el vestido hasta por encima de la cintura, y la pregunta de todos los días ¿Cómo te has portado hoy?- mal, muy mal señor Antón- Entonces necesitas que alguien te ponga en el recto camino ¿verdad? –  si, lo necesito – Entonces comenzaba a azotarme en el culito con sus manos desnudas, mientras decía “has sido una niña muy mala, pero que muy mala” – después se acercaba a mi cara y sin decir nada yo le bajaba la cremallera de sus pantalones y le sacaba la verga y comenzaba a chupar, como si de un chupa-chups se tratara.

Le lamía la verga hasta que se corría de placer en mi cara, momento en que sin dudarlo se subía sobre mí y me clavaba por detrás su enorme, roja y chorreante verga. Comenzaba despacito, aumentando el ritmo,  yo me corría enseguida, pero el necesitaba un poco más, me gustaba, me gustaba sentir su verga grande dentro de mí, de vez en cuando me daba un azote en el culito, lo que me causaba más placer aún. También me gustaba sentir su respiración entrecortada en mi espalda  – umm que gusto, me daba -

Cuando se corría, se bajaba del camastro, se dirigía nuevamente hacia mi cara con su pene chorreando y yo se lo limpiaba chupándoselo, hasta que no quedaba nada que limpiar, entonces se la guardaba en su sitio, cerraba la cremallera y él decía “tienes la cuba de leche en la puerta,  espero que para mañana te portes mejor” y se iba sin más.

De esta tierna manera comencé a disfrutar de mi sumisión con el señor Antón – “cuanto hace de eso, demasiado tiempo”

De esta manera sus pensamientos tornaron en sueños y Bea se durmió.