Ella lo sabía pero no quería admitirlo (I)
Bea es una chica de ciudad, que tiene un pequeño secreto: le gusta ser sometida y además disfruta con ello.
Era una chica muy trabajadora, siempre vestía sexy pero sin destacar, le gustaba pasar desapercibida. De echo en la oficina nadie se podía imaginar ni por asomo el pequeño secreto de Bea.
Uf, que ganas tengo de que llegue mañana, comentó Juan - Cierto - replicó Alberto. Estoy realmente cansado de currar, llevamos dos meses a destajo casi 11 horas diarias y mañana creo que la chica de recepción se apunta a la cena de empresa - ¿que chica de recepción? comentó Alberto mientras hacía ademán de pensar. Si hombre Bea, esa que parece una mosquita muerta, pero que tiene que estar cañón total. Que tiene ese culito prieto, redondito, esas piernas que parece que nunca van a acabar, esos andares que hacen que mojes el calzoncillo cuando te fijas en ella, y que el día que se pone faldita corta, no enseña nada y deja que lo imagines todo, por no hablar de esos melones que tienen la medida justa, si los intentarás abarcar con una sola mano, te sobresaldrían pero no mucho y esos pezoncitos que se disparan con el aire acondicionado, ummm, que te voy a decir que no sepas.
Al día siguiente después de entregar los informes y la documentación pertinente, Alberto y Juan comenzaron a planear una estrategia para la Cena de empresa de esa noche. Aunque Alberto pasaba de Bea, Juan era un buen amigo y compañero, así que estaba dispuesto a echarle una mano en esa ocasión.
La cena transcurrió con total normalidad, ambos se habían sentado lo más cerca de Bea posible, uno a cada lado. Bea por su parte se imaginaba la jugada pero ella se dejaba hacer, siempre lo había echo, había un no sé que de sumisión en su forma de ser que la dominaba y a la vez le hacía sentir placer. Por eso procuraba siempre pasar lo más desapercibida posible. Esa noche para la cena de empresa se había puesto un vestido corto a juego con unos tacones azul cielo y unas medias de estrellitas preciosas.
Estaban en los postres cuando a Juan se le cayó la cucharilla del café, le guiño un ojo a Alberto y retiró la silla para bajarse a buscar su cucharilla. Mientras hacía conque la buscaba rozó la rodilla de Bea. Esta por su parte no reaccionó, o se hizo la sueca, a lo que Juan replicó con un segundo roce en el muslo, Bea dio un pequeño respingo, pero continuó manteniendo la compostura. Para entonces Juan comenzó a subirle el vestido desde la mitad del muslo hacia arriba, Bea no cerró las piernas por lo que Juan interpretó que ella estaba de acuerdo.
Continuó subiendo el vestido hasta donde pudo, para meter la mano entre las piernas de Bea, y notar el tremendo calor que despedía. No quiso precipitarse así que sin llegar a tocar el tanga comenzó a acariciar suavemente ambas piernas, cada vez más arriba, hasta que sin más remedio Bea hizo por cerrarlas, justo cuando estaba en la zona púbica.
Juan no podía aguantar más así que sin dudarlo un instante le apartó el tanga y se lanzó a lamerle los labios, ella intentó cerrar las piernas en primera instancia, pero finalmente claudicó y fue abriéndolas cada vez un poquito más, tratando de disimular todo lo que podía porque estaba recibiendo oleadas de placer. Para facilitarle el trabajo a Juan, escurrió el culillo un poco para adelante en la silla abriendo las piernas casi del todo. Mientras Juan trabajaba duro con la lengua, los labios, el clítoris, hasta que finalmente ella dio un pequeño respingo que fue seguido de un hilillo de dulce placer saliendo de su húmedo y caliente coño.
¿que tal te fue buscando la cucharilla? preguntó Alberto - De maravilla, respondió Juan - Eso sí tengo que cambiarme...