Ella lo cambió todo - parte VI

Llega la hora de mi cita con Vanesa. Nos sinceramos y todo indica que mis sentimientos son correspondidos... ¿o no? Incluye fantasía - y mucho amor ;-)

Crucé el portal del edificio con ilusión y miedo a la vez. No quería creerme demasiado que Vanesa quisiera algo de mí, pero hacía tantos días que no tenía la oportunidad de hablar a solas con ella… La perspectiva de volverla a ver me llenaba de emoción. Y excitación.

Una vez en el exterior, miré a mi izquierda y mi derecha, en la acera. Varios oficinistas se alejaban, quien para buscar su coche, quien para irse andando. Algunos solos, otros acompañados por colegas, amigos, parejas. De Vanesa ni rastro.

No, no por favor, no me hagas esto…

Entonces sí que la vi: bajó del asiento del conductor de un coche gris oscuro, aparcado a una decena de metros de donde me encontraba, cerró la puerta y se me acercó.

Al mediodía no me había fijado en el pantalón que llevaba, que era de auténtico delito: ceñido, como siempre, marcaba a la perfección sus curvas y a la imaginación sólo dejaba la duda del color del tanga que llevaba debajo.

–Hola. ¿Te parece bien si vamos al Roma?

El Roma era un bar, más bien una cafetería, a un par de manzanas de la oficina; un lugar tranquilo y acogedor, de luces discretas, mesas de madera y una inmensa carta de cafés e infusiones.

–Sí, perfecto, ahí podremos hablar -convine.

Una vez allí y con sendas tazas de té entre las manos, no nos quedó más remedio que ir al lio.

–A ver… ¿de qué querías hablar? –Solté rudamente, exagerando en mi intento de no parecer desesperada por reconciliarme con ella.

–No me hables así, vengo en son de paz. Verás, eran dos cosas. Quería saber si estabas bien, por lo de los desmayos; pero ya me contestaste antes y si me dices que va todo bien no voy a insistir más.

–Va todo bien –confirmé mintiendo. –¿Y aparte de eso?

–Lo otro es que quiero pedirte perdón por haber sido tan borde.

–Vaya, sí que lo fuiste, sí –refunfuñé tamborileando con los dedos en la taza de cerámica que tenía entre las manos.

–Borde y cínica. Y estúpida. Yo… no soy así, no me gusta ser así.

Parecía realmente arrepentida. Me moría de amor por esa dulce carita y quise aliviar un poco la tensión que se estaba apoderando de ella.

–Oye, entiendo que te sintieras incómoda y que quisieras zanjar ese tema, no pretendo nada de ti sólo porque nos hayamos besado – Bueno, en realidad sueño con llevarte a la cama desde que te conocí , pensé. – Pero me dolieron tus palabras, las formas que empleaste.

Y que eres tan jodidamente guapa. Eso sí que me duele, día sí y día también. Y que sean otros los que te comen la boca, los pechos y...

–No, si en eso tienes toda la razón, no tenía ningún motivo para hablarte como lo hice. –Acompañó sus palabras la tímida sonrisa de quien sabe que la ha cagado. –No tengo ni por donde agarrarme para intentar justificarme, sólo espero que me puedas perdonar. No quería hacerte daño, pero sí que lo hice. Y mucho –concluyó, mientras estudiaba las estrías de la madera de la mesa.

Por mi estás perdonada aun antes de hacer algo malo, siempre te perdonaré Vanesa, por mucho daño que me hagas.

–Lo único que quizá deberías haber evitado era lo de chivarte con Jaime… Es mi superior directo y ahora tengo una falta grave en mi expediente…

–¿Cómo? No, espera, yo no me he chivado con nadie –se sobresaltó. –Cuando te fuiste, después de la escenita que montamos, él se me acercó y me dijo que lo había visto todo, aunque no creo que haya oído gran cosa. Quiero decir, lo del beso no creo que lo sepa, sólo que habíamos discutido de mala manera. Te aseguro que no le he dicho nada, no tengo ningún interés en que lo nuestro salga a la luz.

–¿Lo nuestro? –Se me aceleró el corazón. “Lo nuestro”: ¿cómo podía sonar tan bien algo tan sencillo? Dos palabras que lo decían todo.

–Lo del beso.

–Creo recordar que dijiste que había sido una gilipollez, un beso de mierda. No parecía tener importancia para ti –empezó a emerger mi parte más rencorosa, la que en ciertas circunstancias debería quedarse callada.

–Ana, se me fue la olla. No tenía que haber dicho eso. Escucha… no tenía que haberlo dicho, primero para no hacerte daño, sabiendo lo que sientes por mí…–sus ojos me buscaron a través del vapor de las teteras –y también…

–¿Sí? –Dios, es que estaba tan guapa con ese jersey rojo que le bordeaba la figura como si se lo hubieran pintado encima.

–Y también porque eso no es lo que pienso, joder; no fue una gilipollez. Ese beso no fue ninguna gilipollez –ratificó pronunciando lentamente cada sílaba.

Me quedé boquiabierta. Esto empezaba a hacerse interesante.

–¿Qué… qué quieres decir?

–Uff… creo que más que un té tenía que haberme pedido un par de copas –contestó cortada.

Miró alrededor, como para ver si aquel lugar sería lo bastante discreto para lo que iba a venir a continuación; una vez confirmado eso, suspiró y se armó de valor para llegar al quid de la cuestión. Con su mano derecha buscó mi mano izquierda, que descansaba, aunque histérica, encima de la mesa.

–Ese beso para ti no fue una estupidez, lo sé de sobra. Tus palabras, tus miradas, como te estremeces cuando te rozo… el cuerpo no miente. No soy tan estúpida como para no darme cuenta de lo importante que es para ti. Ni tan cínica como para menospreciarlo.

–¿Entonces por qué dijiste lo que dijiste? Sigo sin entender nada.

–Porque estaba hecha un lío –levantó la voz. –Y reaccioné de la peor manera posible, descargando sobre ti todo mi desconcierto. Eso es, estaba desconcertada, confundida.

–¿Confundida por...? Si para ti sólo fue un beso y nada más, ahí quedó cerrado el asunto. Podías limitarte a pasar página…

–¿Tú pudiste pasar página?

–No, claro que no, pero no es lo mismo; yo estaba, estoy loca por ti, cómo va a ser lo mismo…

–Pues yo tampoco he podido.

¡¿Cómo?!

–Me gustó besarte, Ana, y decir que me gustó, y mucho, se queda corto.

¡¿Cómo?!

Otra vez mirando alrededor. No había ningún conocido y pudo seguir con su confesión, mientras yo guardaba religioso silencio. Seguramente le estaba costando expresar todo aquello y no quería interrumpirla sin que hubiera terminado. Aguanté mis ganas de tirar al suelo el puto té, las tazas y todo, de abalanzarme sobre ella y dejar que un nuevo beso le quitara el sitio a tanto hablar. Se me fueron los ojos a sus tetas. Qué no hubiera dado por hundir ahí mi cara en ese momento…

Vanesa no pareció haberse percatado de tan romántico detalle y siguió explicando:

–Lo que quiero decir es que ese beso no fue una gilipollez ni para ti… ni para mí.

Dios mío que me muero…

–Cuando nuestros labios se rozaron por primera vez…– continuó –¿lo recuerdas? lo hice por cariño, por ternura, supongo, por lo que me acababas de decir. Estabas tan… tan… enamorada, que no pude evitar agradecerte algo tan bonito.

Ay, es que es tan dulce… Me la comería entera…

–Pero lo que no había pensado, ni planeado, ni siquiera imaginado, era lo que vendría después: cuando nos separamos, después de ese primer contacto entre nuestros labios – qué habrá sido, un segundo o poco más, ¿verdad? – ese segundo se me hizo eterno. Me di cuenta de que quería más, de que quería seguir pegada a tu boca, no lo podía evitar. Y cuanto más nos besábamos más quería besarte. Tus labios eran como una droga para mí en esos momentos, me parecía no tener nunca suficiente.

Era como descubrir algo nuevo, algo inconcebible, morbosamente prohibido y por eso mil veces más excitante que cualquier otra cosa en el mundo. No sé si es que tengo la memoria corta o qué, pero no recuerdo ningún beso como el tuyo: la tensión y el deseo del momento, el sabor y la suavidad de tu boca... Y como encajaban tus labios en los míos: me pareció que estabas hecha aposta para mí, que éramos las dos mitades del mismo molde. Fue todo especial. Fue todo… perfecto.

–Para mí también lo fue. El primero con una mujer. Especial y perfecto, como tú –confesé con el corazón rebosando felicidad y un cosquilleo inconfundible entre las piernas.

–No soy perfecta, para nada. –Se entristeció, sacudiendo la cabeza. –Mira lo que te hice después… Pero es que me asusté de lo que había sentido contigo. Cuando volví a casa, con mi novio, sin tanto calentón, lo pensé, le di muchas vueltas. Ana, yo soy hetero y no…

–¿Y si dejas de ponerte etiquetas? Yo también pensaba ser hetero, ahora me limito a constatar que sí pude enamorarme de una mujer. ¿Eso en qué me convierte? ¿En lesbiana, en bisexual? Ni lo sé, ni me importa. Sólo sé que me encantas, me enloqueces.

–Ese es el problema. Tú enloqueces por mí, yo a cambio no lo sé. Estoy hecha un lío, no sé bien lo que quiero.

¿Estaba dudando? ¿La mujer que con aires de superioridad había dicho no querer nada conmigo en realidad tenía dudas sobre si quería algo o no?

–Qué te voy a decir… Te entiendo perfectamente –me hice la comprensiva. De cierta forma también había pasado por lo mismo. –Sabes, cuando me di cuenta de que sentía una atracción “particular” hacia ti, durante unos días también estuve dudando. No entendía por qué me estaba pasando algo así, simplemente no encajaba con el resto de mi vida y con lo que yo había sido hasta ese momento. No encajaba nada, pero pasó, tardé en asimilarlo, pero lo conseguí.

Jajaja, la que ayer se derretía entre los brazos de su marido intentando negar lo innegable, ahora presume de haberlo asimilado. Anda que…

–Yo… es que he intentado olvidarlo y no darle importancia, pero me cuesta. Cuando menos me lo espero, lo recuerdo. Todos los detalles, las sensaciones, las palabras, todo. ¿Recuerdas cuando te aparté el pelo de la cara?

Asentí.

–Yo también. Recuerdo todos los putos detalles. No consigo superarlo…

–¿Y estás segura de que quieres hacerlo?

Silencio. Miradas. Mejillas ruborizadas.

–Vamos, Ana, no tiene ningún sentido. ¿Y nuestras parejas? ¿Y el trabajo? No hay por dónde cogerlo, ¿no te parece que lo mejor sería que lo dejáramos en un recuerdo y que miremos hacia adelante en vez de martirizarnos pensando en eso?

No, guapa, lo mejor sería que te dejaras de pamplinas, que nos besáramos aquí y ahora y que acabáramos comiéndonos entre sábanas de seda. Que mandáramos a la mierda nuestras vidas ordinarias, que olvidáramos el mundo entero y que esta noche fueras mía. Que mañana despertáramos juntas y abrazadas, y que mi desayuno fueras tú.

–En eso te doy toda la razón: lo más lógico y sensato sería guardar lo que pasó en un cajón, hasta tirar la llave si quieres, y seguir con nuestras vidas. Pero gracias a dios en este mundo no manda la cabeza, sino el corazón; y si la cabeza sabe olvidar, al corazón le cuesta una barbaridad. Y dudo que ninguna de las cosas realmente importantes en la vida, las que vale la pena recordar, sean fruto de decisiones racionales. Las sensaciones, los olores, las canciones, los sentimientos… eso es con lo que nos quedamos.

Vanesa me miró fijamente, sopesando mis palabras. No sé de dónde me habían salido, puesto que veinticuatro horas antes intentaba convencerme de lo mismo que acababa de argumentar ella. Estaba desmintiendo todos mis buenos propósitos y mis convicciones más racionales, había desconectado el cerebro y le había cedido totalmente el control a mi ser más auténtico, sin máscaras:

–Las locuras son la sal de la vida, el resto… sólo es currículum –explicaba como borracha, y de cierta forma lo estaba: estaba totalmente obnubilada por su presencia. Tenerla ahí, delante de mí después de tantos días y tantas lágrimas, era algo que me raptaba y que elevaba mis sentidos a un mundo en el que no se admitían razonamientos.

Entonces me di cuenta de que nuestros dedos estaban entrelazados encima de la mesa. No sé decir cuándo mi mano, que estaba debajo de la suya, se había girado para que nuestros dedos se unieran, pero ahí estaban: se habían buscado y se habían encontrado. Me detuve mirando esa discreta pero especial señal de unión; los ojos de ella hicieron lo mismo. Nuestras miradas volvieron a levantarse a la vez. Sin sonrisas, ni palabras, ni dudas, ni explicaciones. Apreté suavemente esa mano cálida, la acaricié con el pulgar, trazando suaves círculos en su piel. Sus labios se entreabrieron mientras algo tomaba posesión de sus ojos, cuyas pupilas empezaban a dilatarse.

–Para las dos ese beso fue tan perfecto que no podemos dejar de pensar en ello y ya no hay vuelta atrás, no lo podemos borrar –le recordé. –Yo sé… estoy segura de que no quiero que se quede en el pasado, quiero volverlo a vivir hoy y mañana y cada día de mi vida. Y no hablo del recuerdo, hablo de besarte, de estar contigo. Tú también deberías decidir qué quieres hacer. Cabeza o corazón.

Vanesa no contestó. Se mordió el labio inferior. A través de ese único punto de contacto, nuestras manos, hubiera querido hacerle entender que la quería con locura y convencerla de que se atreviera a seguir sus impulsos.

–¿Nos vamos? –le propuse.

Vanesa asintió, tragando saliva y sin pronunciar palabra.


Pagué las infusiones y mientras salíamos a la calle le acaricié discretamente la espalda. Estaba tan cerca de ella que vi cómo se le erizaban los pelos en la nuca. Sus movimientos se habían hecho más pausados e intensos. No me quedaba duda de que estaba tratando de elegir por qué bando decantarse. ¿Se quedaría con lo racional y lo conveniente, o se atrevería a subirse a la montaña rusa?

Aunque me moría por abrazarla, besarla y suplicarla que se entregara a la locura, no quise presionarla; respeté su silencio y una vez en la calle evité tocarla, pensando que podría resultarle inoportuno.

En vez de ir hacia nuestros coches, dimos una vuelta; pasear siempre va bien para aclarar las ideas, aunque generalmente para eso uno se va a pasear sólo y no en compañía justamente de quien le ofusca la razón.

Llevábamos un rato caminando y Vanesa seguía callada, cabizbaja. Tenía pinta de que habría podido seguir así horas y horas, así que pensé que quizá había llegado el momento de echarle un cable para se decidiera de una vez.

–Vanesa, me parece que por muchas vueltas que le des, no terminas de aclararte. ¿Sabes qué? A lo mejor si te vuelves a poner en situación te quedará más claro qué es lo que quieres.

Pasé mi brazo derecho detrás de su espalda, mi mano deteniéndose en su hombro. Mis dedos no se atrevieron a ir más allá de una suave caricia.

–¿Te molesta? Dime si te incomoda –le dije.

–No, está bien –contestó. –Me gusta, es… reconfortante.

¿Cómo que reconfortante? Bueno, poco a poco. Con que no me mande a la mierda, todo son progresos.

Apreté un poco más el brazo y la mano, atrayéndola ligeramente hacia mí.

Se dejó hacer. Bien.

Bajé la mano del hombro a la cintura, ciñéndola como si dios la hubiera hecho a medida para mí, para que siempre pudiera llevarla así.

–Ana, no me siento cómoda así en la calle. Sabes…

Mierda.

–Sí, sé lo que me vas a decir. Las dudas, el qué dirán y eso. Lo entiendo –suspiré. La entendía, pero me jodía a más no poder. –Entonces dime, ¿qué quieres que haga?

Silencio. Me puse delante de ella y con dos dedos le levanté la barbilla, para que me mirara a los ojos. Mi otra mano seguía en su preciosa cintura.

–¿Qué quieres, Vanesa? ¿Que te suelte o que vayamos a otro sitio, juntas?

–No lo sé… –sacudió tristemente la cabeza; en los ojos se le leía una confusión como avergonzada.

No era capaz de tomar una decisión. La tomé yo por ella: la solté. Me maldije mientras lo hacía, pero la solté, dando un paso hacia atrás, esperando que ella me pidiera no hacerlo.

Pero permaneció callada.

–Yo no te puedo forzar en esto, Vanesa, si no quieres...

Más silencio.

Entonces di la vuelta y, con los ojos llenos de lágrimas, me dirigí hacia el parking donde por la mañana había dejado el coche. Para cuando llegué, mis mejillas estaban surcadas de agua, sal y mascara de pestañas; mi pecho se sacudía, víctima de unos sollozos que no podía reprimir, y amenazaba con quebrarse. Me dolía respirar.

Busqué las llaves del coche en el bolso y las saqué juntos con unos kleenex, a cuál más necesario. Inserté las llaves. Abrí la puerta.

Antes de subir, miré por donde había venido, con la estúpida, patética esperanza de que ella me hubiera seguido, que corriera hacia mí gritando mi nombre, que se lanzara entre mis brazos y nos fundiéramos en ese beso que llevaba ansiando toda la tarde.

Pero la acera estaba desierta. Arranqué el motor y me alejé, despacio, intentando distinguir la carretera entre las lágrimas.

[... continuará...]

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Este es mi primer relato y espero que os guste como a mi me gustó vivir esta historia en primera persona. ¡Gracias por leerme! Agradezco de antemano todos los comentarios, postivos o críticos, que sin dudas me ayudarán a escribir mejor mis próximas historias.