Ella lo cambió todo - parte I

De cómo una mujer casada y supuestamente hetero se enamora locamente de otra mujer y debe replantearse su vida. Parcialmente autobiográfico. Contiene fantasía, lésbico, hetero e infidelidad.

Una mañana como muchas otras, desperté molesta por los ronquidos de mi marido: treinta y pocos años, y ya roncando como un viejo.

Lo miré un segundo preguntándome dónde se escondería ese chico del que me enamoré, si es que existió realmente en algún momento o sólo había sido fruto de mis imaginaciones. Barba de cuatro días, barriga cervecera, y esos ronquidos… No, no era así cómo me lo imaginaba; no era así como imaginaba despertar una vez casada. No con semejante panorama. Y esos ronquidos, por el amor de Dios.

Él también despertó y alargó instintivamente una mano hacia mi culo, sobándome con poco miramiento. Unas manos ya ásperas, como todo en él, últimamente. Antes eso me gustaba, me ponía cachonda tener a un hombre metiéndome mano, me hacía sentir hembra, me ponía a mil. Pero ya no…


Resulta que unas semanas antes había pasado algo que me cambiaría para siempre: la vi a ella. Fue un auténtico flechazo: su rostro angelical, sus ojos verdes, su voz de miel… y un culito perfecto que desafiaba la gravedad… Tenía que llegar a los treinta para descubrir que una mujer podía volverme completamente loca de deseo.

Era una nueva compañera de trabajo, se llamaba Vanesa. Vane para los compañeros, por supuesto. Para mí, la mujer que estaba a punto de poner patas arriba mi vida. En un primer momento me esforcé, intenté comportarme, no mirarla con tanto descaro, quitarme esa tontería de la cabeza… Por el amor de dios, ¿qué me estaba pasando?

Pero quién puede mantener la sangre fría delante de semejante espectáculo: tenía veinticinco añitos, y su cuerpo perfecto delataba toda su juventud: un cuerpo esbelto y algo musculado, casi atlético, que sin embargo no perdía ni un ápice de feminidad; unas piernas larguísimas, delgadas pero bien formadas, que parecían no acabar nunca hasta que se juntaban ahí, donde empezaba ese culo de infarto y donde yo me sorprendí imaginándome ahogar de puro placer.

Sus pechos eran más bien pequeños, en línea con su delgadez general, pero bien erguidos e irresistible para cualquier mano con vida.

Los cabellos castaños y lisos le acariciaban los hombros y me invitaban constantemente, como una tentación imposible, a acercarme por detrás para intentar robar una gota de su aroma.

Y sus ojos… sus ojos verdes como el mar, profundos como una tormenta, que me embrujaron desde la primera mirada… ¡qué no hubiera dado por pasarme la vida entera contemplándolos!

Contemplarla: no podía hacer otra cosa que contemplarla, sin parar. Su presencia me arrebataba, me abstraía de la realidad. Como si fuera un imán y yo un minúsculo trocito de metal, era totalmente incapaz de separar mis ojos de su figura.

Todo esto ocurría en el secreto de la oficina, donde casi todos conocían bien a mi marido y probablemente me consideraban la mujer más hetero y fiel del mundo, cosa que siempre había sido hasta aquel momento. ¡Qué pensarían si me vieran embobada escaneando cada centímetro de Vanesa, cada puto segundo de mi jornada laboral! , pensaba.

Pues una amiga de Vanesa, que la pasaba a recoger a la salida del trabajo, sí que se dio cuenta. También he de admitir que a veces no hacía demasiado para esconder mis miradas, tarde o temprano alguien me tenía que pillar… Y mientras Vanesa o no se enteraba de nada, o se hacía la tonta, su amiga me devolvía cada una de las miradas que le lanzaba a la otra, con una sonrisa pícara, retadora. Parecía desafiarme. Parecía divertida. Quizá incluso interesada. Y tengo que admitir que la chica no desmerecía, era realmente atractiva, bonita de rostro y con un tipazo que llamaba la atención a más de un chico en la oficina. Pero yo… yo me acababa de enamorar hasta las trancas de su amiga.

Por la tarde, al volver del trabajo y encontrarme a mi marido en el sofá con la cerveza, empecé a tener serias dudas sobre mi atracción hacia el género masculino. Me preguntaba cómo podía haberme gustado “eso”, hasta entonces. Cómo, habiendo tanto ángel en forma de mujer suelto por ahí. No, a Vanesa no me la imaginaba echando barriga y eructos de aquella manera.


Así pasaron algunos días, hasta que por fin conseguí coincidir disimuladamente con ella en un descanso en el trabajo. Tomando un café, aproveché que estábamos solas para saber algo más de ella, y no digo ya seducirla, pero al menos sondear la posibilidad de cierta disponibilidad por su parte.

Recordé haber oído hablar de un estudio según el cual casi todas las mujeres somos bisexuales; conmigo desde luego habían acertado, ¿pero con ella? ¿Estaría dispuesta, estaría interesada en tener una aventura lésbica con una compañera de trabajo casada?

Una parte de mi estaba aterrada: nunca había estado con una chica y nunca le había sido infiel a mi marido; no tenía ni idea de cómo seducir a una mujer. Pero mi corazón me empujaba a intentarlo. No sentía culpabilidad hacia mi marido, sólo el deseo abrasador de fundir mi piel con la de aquella joven mujer.

Estuvimos hablando las dos durante algunos minutos. Ella me explicó que acababa de terminar un master y ese era su primer trabajo decente, que estaba muy a gusto y que todo el mundo la trataba bien en la oficina.

Yo pensando anda que te trataría bien yo a ti en la cama, guapa , y mientras contentaba un:

-Qué bien, me alegro de que haya empezado todo con buen pie.

Me habló de sus aficiones: en algunas hasta coincidíamos, por ejemplo en que las dos salíamos a correr. Se me pasaron por la cabeza un montón de pensamientos ordinarios y hasta de mal gusto sobre lo de correr , posiblemente juntas .

Me acaloré, de repente tuve miedo de meter la pata y decidí volver al trabajo para tranquilizarme.

Desde luego que hablar con ella y conocerla mejor no había hecho más que acercarme con un buen empujón hacia abismo de la pasión. Un abismo que quedaba a dos centímetros escasos de mis pies: dos centímetros más y caería de cabeza, sin posibilidad de salir ni de volver atrás.

Ese día me quedé con un calentón notable: desde ese café de media mañana no hice más que pensar en ella. Al mediodía decidí no ir a comer con mis compañeros y preferí salir a la calle para tomar el aire e intentar reponerme un poco.

Fui a un parque cercano a la oficina, me senté en un banco solitario y, a la sombra de unos árboles preciosos, defraudé todos mis buenos propósitos y dediqué mi hora libre a pensar en ella.

Cerré los ojos, me relajé e imaginé como sería nuestro primer acercamiento.

En mi mente fue un acercamiento dulce, hasta respetuoso, ideal para toda “primera vez. Me vi aproximándome a ella por detrás, apartándole el pelo suavemente de la nuca. Inspiré el aroma de sus cabellos y de su piel, le besé dulcemente el cuello mientras le cogía una mano con la mía. Le acaricié ese brazo izquierdo que conocía a la perfección de tanto mirarlo en la oficina; con el tacto reconocí cada una de las pulseras que llevaba. Luego le giré despacio la cabeza, hasta tener su hermoso rostro frente al mío. Con la yema de mi dedo índice seguí el perfil de su perfecta nariz susurrándole que la quería, que la quería tanto… Y mientras me perdía en el pecaminoso mar de sus ojos verdes, nuestras bocas se acercaron lentamente, casi frenadas por la intensidad del momento, hasta juntarse soltando chispas. Esos labios finos y rosados que me tenían tan hambrienta… me esperaron y me acogieron, se dejaron saborear poco a poco, en una mezcla de dulzura y fuego, para luego abrirse de par en par y dejar entrar mi lengua para que jugara con la suya.

En mi imaginación nos devoramos entre sonrisas de complicidad y lágrimas de emoción, mientras mis dedos se entrelazaban a veces con los suyos, en otros momentos con su suave cabello. Con una mano le recorrí la espalda de arriba abajo haciéndola vibrar de deseo. Con la otra empecé a desnudarla despacio, quitándole una camiseta y un sujetador que en mis fantasías no tenían ya demasiada importancia.

Entonces me separé dolorosamente de su sabrosa boquita, recorrí con mis labios su cuello aterciopelado y descendí hasta encontrar sus pechos; los cogía delicadamente con mis manos, como si fueran el más sagrado de los regalos, y los adoré y los besé. Hundí mi cabeza entre ellos, inspiré profundamente inhalando todo el olor de esa mujer que me había hecho perder la cabeza, me impregné de su olor imaginario. No pude contenerme y me vi comiendo y mordisqueando esas tetas preciosas, lamiendo sus pezoncitos hasta hacerlos sobresalir, chupándolos como si me fueran a dar la vida.

Luego me fui arrodillando delante de mi diosa, mientras mi lengua descendía por su vientre malditamente plano, envidia de toda mujer, hasta detenerse para jugar con su apetitoso ombligo; mis manos se despachaban a gusto con ese culo que tanto me traía loca, apretando esas nalgas, amasándolas, palmeándolas, pensando que eran todas para mí.

Entonces le desabroché el ajustado pantalón que Vanesa llevaba en todos mis sueños, lo bajé despacio, casi con ternura, cogí aire y… me estremecí sólo de pensarlo.

Tenía que volver al trabajo, tranquilizarme y volver a entrar en esa jaula de deseos incipientes y atrozmente insatisfechos.


Cuando por la tarde ya estaba en casa y mi marido volvió del trabajo, me abalancé literalmente sobre él; desde luego que no era su cuerpo lo que quería, pero estaba tan excitada después de mi aventura imaginaria del mediodía, y de ocho horas de Vanesa delante de mis narices, que no podía aguantar más. Le agarré de la nuca, le besé y le metí con fuerza la lengua en la boca. Hacía años que no le besaba con tanta pasión. Le comí la boca como si no hubiera un mañana mientras mi mano se deslizaba debajo de su camisa y le acariciaba con ansia la espalda, arañándole de desesperación. Después fui bajando las manos y le agarré fuerte de las nalgas, apretando todo su cuerpo contra el mío y sintiendo el bulto de su excitación contra mi pelvis.

Él estaba en las nubes, me preguntó:

-¿Qué te pasa? ¡Me encanta que estés tan cachonda!

Y yo:

-Sí cariño, es que tenía muchas ganas de ti…

Y mi conciencia diciéndome: mentirosa .

Porque desde luego que no era en su cuerpo en el que pensaba, no era su piel la que quería devorar, no era su olor el que quería que me empapara. Esa maldita barba, ¡mierda! Y esos pelos por todas partes… Como voy a pensar en ella sintiendo esto , me preguntaba.

A los pocos segundos él estaba dominado por una erección notable, de esas que hacen que un tío ya no responda de sí. Me dio la vuelta, me puso con las manos contra la pared, me bajó los vaqueros, me apartó el tanga mojado y de un solo golpe me metió su gorda polla hasta el final, cogiéndome por detrás como un animal.

Ciertamente no era lo que había deseado durante el día, pero las ganas pudieron más que los detalles, y me dejé montar a un ritmo endiablado que hacía tiempo creía olvidado.

Con cada embiste me sentía sus pelotas golpearme con fuerza, oía sus empujes y mis jugos producir ese típico “plas, plas”. Él me agarró de las tetas casi con violencia, apretándome de los pezones demasiado fuerte ( malditas manos de hombre , pensé), y aumentó el ritmo, mientras me comía el cuello dejando tras su lengua un rastro de babas que por primera vez en mi vida me disgustaron profundamente.

Por suerte poco duró la cosa: diez minutos, hasta que él se derrumbó encima de mi espalda como un saco vacío, gruñendo. Sentí encima de mí su tórax sudoroso y peludo. No, desde luego que no era esa la sensación que ardía en deseos de probar.


Más tarde, por la noche, cuando él ya dormía, me quedé despierta a su lado, en la cama. Él roncaba, como no, y yo dándole la espalda miraba por la ventana. ¿Cómo se había podido acabar todo aquello, así de golpe? ¿Por qué me molestaba tanto todo de él? Sus ruidos, su cuerpo, su manera de tocarme… No sería por…

Sí, desde luego que sí. Sabía perfectamente la razón de todo aquello. De por qué todo lo que antes me volvía loca de deseo ahora me molestaba.

Porque ya no era el vigor de un fuerte cuerpo masculino lo que ansiaba, sino la dulzura y la delicadeza del cuerpo de Vanesa. Esa piel que aún no había ni rozado, pero que imaginaba tan vívidamente sin ni siquiera tener que cerrar los ojos.

Era una locura, no podía estar pasándome a mí, hetero de toda la vida. Pero me estaba pasando y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí viva.

[... continuará...]

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Este es mi primer relato y espero que os guste como a mi me gustó vivir esta historia en primera persona. ¡Gracias por leerme! Agradezco de antemano todos los comentarios, postivos o críticos, que sin dudas me ayudarán a escribir mejor mis proóximas historias.