Ella llamó a la puerta de su despacho

Una joven universitaria va a visitar a su profe a su despacho...

Ella llamó a la puerta de su despacho, escuchó un “adelante” y entró. Él puso cara de sorpresa, siempre parecía sorprenderse cuando ella iba a verle, aunque era algo que últimamente hacía bastante a menudo. Le gustaba subir a su despacho a escondidas de sus compañeras, los besos en silencio para que nadie les oyera, los sustos si escuchaban pasos acercándose, disimular si finalmente alguien llamaba a la puerta y entraba, entonces rápidamente se colocaba al otro lado de la mesa y ponía cara de alumna formal. Ella estaba en primero de carrera y él era su profesor, y le sacaba 23 años. No sabía muy bien cómo había empezado pero llevaban varios meses viéndose fuera de la universidad, ninguno de los dos lo había planeado, simplemente surgió. Se lo pasaban bien juntos, hablaban mucho, a pesar de la diferencia de edad se entendían bastante bien y se parecían en muchas cosas, había cariño y complicidad. Y el sexo era increíble.

Él la miró con una sonrisa traviesa, la abrazó y le dio un beso húmedo y lleno de deseo.

-          Hola golfilla. ¿Qué haces aquí?- A ella le encantaba que la llamara “golfilla”. Le encantaba ser su golfilla.

-          Tengo un rato libre antes de la siguiente clase y he venido a hacerte una visita- para decir esto puso su mejor cara de alumna inocente y morbosa.

-          ¿A hacerme una visita a mi o a la gorda?-  “ La gorda” era su polla, esa polla que a ella le volvía loca, que le encantaba tocar, besar, chupar y sentir abriéndose paso dentro de su cuerpo. Y era realmente gorda.

-          Ummm…a los dos…- le contestó poniendo su mano encima del bulto que empezaba a crecer en su pantalón.

A ella le fascinaba esa polla, le encantaba notar cómo se le ponía dura, tocarla, lamerla, chuparla, acariciarla y jugar con ella. Notar lo cachondo que ella podía llegar a ponerle, a su profesor, a un hombre más de 20 años mayor que ella, que volvía locas a todas sus compañeras, la hacía sentirse poderosa y muy, muy excitada. De hecho estaba empezando a sentirse muy excitada. Él la había puesto contra la pared y estaba besándola mientras le apretaba un pecho con una mano por encima de la ropa y metía la otra mano por debajo de su falda. Ella ya sabía cómo tenía que vestirse cuando iba a verle. Él metió la mano por dentro del escote y empezó a jugar con sus pezones, a pellizcarlos, a morderlos, mientras con la otra mano la masturbaba por encima de las bragas.

-          Así que quieres jugar, ¿no golfilla? A eso vienes, ¿verdad? A que te folle- Al decir esto metió los dedos por debajo de sus bragas, tocando directamente su sexo. – Este coñito pelón está muy mojado… Hay que ver lo formal que pareces y lo putita que eres. Eres mi putita. ¿A que sí?

Ella asintió mientras sentía como los dedos de él iban entrando en su sexo húmedo. Le gustaba ese lenguaje tan vulgar que usaba sólo con ella, era tan diferente de la actitud recta y seria que tenía en clase. Ella era la única que conocía las dos facetas, le admiraba en la de profesor y se dejaba llevar en la de amante. Él tenía mucha más experiencia que ella y sabía cómo ponerla a cien solo diciéndole una frase al oído. Ella gemía y disfrutaba, el sexo con él era increíble.

-          Quítate las bragas y abre la puerta

-          Pero,¿ y si nos ven?

-          Por eso mismo, sé lo cachonda que te pone que alguien pueda vernos. Además, escucharíamos sus pasos antes de que llegara. Venga, quítatelas, ¿No querías jugar? pues te vas a enterar de lo que es jugar duro.

Ella obedeció, estaba en primero de carrera y que alguien la viera en esa situación podría suponerle bastantes problemas, pero el morbo y la excitación pudieron más.

Él abrió la puerta y se volvió hacia ella con una sonrisa llena de deseo.  La apoyó contra la mesa, de espaldas a él, le levantó la falda y siguió jugando con sus dedos en el sexo de ella, que ya estaba completamente empapado, mientras le besaba el cuello y le tiraba del pelo hacia atrás con la presión justa para no hacerle daño. Entonces, muy despacio, empezó a meterle un dedo en el culo.

-          ¿Te gusta?-

-          Ufff…siiii.- Las primeras veces que se lo hizo le resultó un poco incómodo, pero ahora le encantaba que él jugara con su culo. Y a él su culo le gustaba especialmente, decía que no tenía nada que envidiarle a una cubana, así que su idea era prepararla poco a poco para metérsela por ahí. Pero no había prisa. No quería hacerle daño, quería que disfrutara.

Ya tenía las tetas por fuera de la camiseta, y él se dedicaba a acariciarlas y darle suaves pellizquitos en los pezones

-          Aaaay!, no aprietes tanto- se quejó ella, aunque realmente tampoco le había dolido mucho, él sabía perfectamente dónde estaba el límite.

-          Ya verás cómo te gusta que te pellizque los pezones mientras te corres. Mira cómo me la pones- le dijo mientras pegaba su paquete, ya totalmente empalmado, al culo de ella. Te encanta ponérmela dura ¿verdad?

-          Sí, me encanta, me encanta ser tu golfilla y que me folles aquí en las horas de tutoría- Le dijo ella con una mirada traviesa.

-          ¿Ah si? Pues te vas a enterar… No puedes hacer ruido, acuérdate de que la puerta está abierta…- Le dijo eso siendo consciente de que la pondría aún más cachonda, y comenzó a besarle el culo, a lamer su sexo, a meter su lengua dentro de esa intimidad caliente y húmeda que estaba abierta para él.

Ella se agarraba al filo de la mesa para no perder el equilibrio, y se mordía la lengua para no gritar de placer. Él sabía muy bien lo que le gustaba, así que mientras lamía metió un dedo en su sexo empapado y empezó a moverlo adentro y afuera rítmicamente, y luego metió otro. Ella estaba a punto de correrse y él lo notó, y volvió a meter el dedo pulgar en ese culo que le volvía loco. Entonces ella no pudo aguantar más, tuvo un orgasmo largo y delicioso, él seguía lamiendo, nunca paraba hasta que ella lo quitaba, entonces se apartaba riéndose.

-          ¿Te has corrido, eh putita? – le dijo sonriendo cuando ella finalmente se movió para separarse.

-          Ummm… sii, uff, ha estado genial..- Dijo, aún recuperándose.

-          Ahora… le toca a la gorda, ¿no?. Chúpamela un poquito… - Le pidió él desabrochándose el pantalón y mostrándole su polla, enorme y perfecta.

Se sentó en su silla y ella se puso de rodillas y empezó a jugar con ella, primero, dando besitos y suaves lametones, luego chupandola en círculos. Le gustaba como sabía, quería alargar el momento, hacerle disfrutar. Pero él tampoco podía aguantar mucho más. Puso una mano en la nuca de ella y la empujó hacia abajo, metiéndosela totalmente en la boca. Ella se dedicó a lamer y a disfrutar, y a acariciarle mientras lo hacía. Le gustaba hacerlo, y a él le excitaba muchísimo oírla gemir y ver cómo se mojaba mientras le practicaba sexo oral. Había estado con muchas mujeres, y la mayoría de ellas habían accedido a sus deseos solo por complacerle. Ella no, ella era como él, disfrutaba haciéndolo, le gustaba el sexo. Era clara, sincera, coherente, valiente, y pasaba de moralismos absurdos. Ella no era nada habitual, tanto que él había llegado a pensar que era una pena no tener 20 años menos.

-          Para, pequeña, quiero metértela

Ella estaba deseando que se la follara, que le diera muy fuerte, como él sabía que le gustaba, así que paró y se colocó otra vez de espaldas apoyada en la mesa, ofreciéndole su culo, su sexo húmedo y expectante. Ofreciéndose a él. Él miró esa imagen y pensó nunca había deseado a nadie como deseaba a esa niña, que era más joven que su hija, que tenía su vida por empezar, y sin embargo se comportaba de manera mucho más madura que todas las mujeres que había conocido, y no solo en lo referente al sexo.

Se acercó a ella y rozó su sexo con su polla hinchada. La movió arriba y abajo deslizándola por su humedad.

-          Te voy a follar pequeña

-          Siiii, venga!!- Ella también estaba ya más que impaciente.

Entonces notó como el miembro de él se abría paso dentro de su sexo. Al principio siempre le dolía un poco, porque la gorda era realmente gorda, pero ese dolor le gustaba, y además no tardaba apenas nada en transformarse en un placer indescriptible. Él la cogió por la cintura y empezó a moverse dentro de ella, primero despacio, y poco a poco cada vez más rápido.

-          ¡Dame más fuerte!- le pidió ella, y él obedeció, empezó a follarsela de una manera brutal, salvaje, primitiva, increíblemente placentera. Hasta que le anunció que iba a correrse y se derramó dentro de ella con un suspiro que salió de lo más profundo de su cuerpo.

Se abrazaron, rendidos, sonriendo, mirándose con ternura.

-          Tengo que irme, tengo clase en cinco minutos- dijo ella mientras se vestía

-          Espera, voy a recomponerte un poco- le contestó él mientras le arreglaba el pelo- Dame un beso preciosa.

Ella se lo dio, se miraron, con una mirada llena de complicidad y se fue.

Y cerró la puerta de su despacho.