Ella (II)

La obsesión comienza a convertirse en realidad.

Segunda parte de la serie. La primera parte: https://www.todorelatos.com/relato/159219/


Aquella noche de viernes dormí poco y mal. Una mezcla de excitación, intranquilidad, deseo y humillación me turbaba. Me levanté aburrido de no poder dormir y me fui a la ducha, me quité la camiseta y vi su tanga en el espejo.

— ¿Debería quitármelo? Total, no se va a enterar — Pensaba, en un desesperado intento de auto justificación.

O igual sí. Esa cabrona bien pudiera darse cuenta. Tenia marcas en los lugares donde su prenda me apretaba, que básicamente era en todos los lados. Y mientras miraba y pensaba, de nuevo mi polla reaccionaba, no de una manera rotunda, sino sutil e insidiosa.

Aparté estos pensamientos, me duché, vestí y empecé a hacer quehaceres. Agacharme era un recordatorio constante, tanto de la prenda como de mi erección. Y durante toda la mañana la sombra de “Ella” me acechaba. Bajé a la calle a hacer unos recados: ni pensé en ponerme otra ropa interior. El resto del día estuve igual de inquieto, revuelto. Decidí quedarme en casa porque no me apetecía salir o hacer nada en sociedad: no era una buena compañía para nadie tan intranquilo. Así que rechacé el ofrecimiento de unos amigos de salir. Volví a dar una pobre escusa y fueron muy amables en no comentar nada. La verdad es que el recuerdo de la noche anterior apenas me dejaba concentrar o interesarme en otra cosa.

Estaba en el sofá viendo una gilipollez en la tele, desganado, cuando el móvil sonó. Era una videollamada. Acepte la llamada por curiosidad y ¡Era Ella!

— Hola, zorra. Espero que hayas seguido mis deseos — Pero, no tenía mi teléfono ni yo el suyo ¿Cómo...?

— Si, Ama. No me los he quitado y tampoco me he masturbado. Me he duchado esta mañana con su tanga puesto y pensando en usted —

Ella podía verme a mí pero no había imagen suya, solo la pantalla en negro, como sus ojos. Pero podía oír su voz y hasta casi sentir su mirada.

— Coloca el móvil para que te vea de cuerpo entero, desnúdate y exhíbete ante mí, esclavo —

Así lo hice. Coloqué el móvil y desnudándome menos su tanga, me situé ante la cámara. Alguna vez había experimentado sexo virtual pero esto no era como en aquellas ocasiones, era como mostrar un pedazo de carne en el mercado. Y, sin embargo, estaba excitado, caliente, inquieto.

— Estas precioso con el tanga, putilla. Pero deseo que tu pichita tenga un aspecto más pulcro. Ve al baño con el móvil. Quiero verte afeitarte todo ese pelo sin dejar nada. Y no te atrevas a quitarte el tanga —

Estaba sin palabras ¿Un aspecto más pulcro? Acojonante, pero me hervía la sangre.  A cada nuevo epíteto me sentía efectivamente eso: su putilla. Y como tal, me fui al baño sin perder un segundo en dudas. Colocando el móvil encima del lavabo, me enjabone toda la zona, que iba a ser la parte fácil. Con los nervios y la excitación olvide recortar el pelo un poco antes. Eso si que no iba a ser tan fácil y menos combinando un pene erecto y unas tijeras en la misma zona.

— Mira que eres gilipollas, putilla —

— Si, Ama. Me estoy dando cuenta —

Aquello seria hilarante si no estuviera tan cachondo y aquella negra pantalla no me estuviera mirando. Recorte como pude las zonas con mas pelo y, el roce con el tanga, el jabón y la situación, catapulto mi excitación a cotas dolorosas. Mi polla sobresalía del tanga sin control, las ganas de masturbarme eran colosales y yo, con una cuchilla en la mano. Me afeité con ella como pude, primero la zona púbica, luego las ingles y finalmente es escroto. Volviendo a repasar todo una vez más.

— Lávate el rabo y bájate un poco el tanga para que pueda verlo —

Me lave todo el jabón y los pelos con agua, que no consiguió atenuar mi subidón sexual, y me baje el tanga acercándome a la pantalla. Tenia el pubis enrojecido y todas las marcas de llevar el tanga desde hacía un día ya.

— Estas aceptable, putilla. Al menos está más higiénico — Pasó medio minuto mientras me movía el miembro para que comprobara que el rasurado era perfecto. Y claro, con ese movimiento me seguí poniendo burro. Mucho mas cuando sabia que miraba. Las ganas de pelármela delante suya eran casi incontenibles. Deseaba, no, necesitaba que me lo ordenará.

— Bien, putilla. A partir de ahora te afeitarás cuando te salga algo de pelusilla. Te quiero siempre bien pelado. Y recuerda no quitarte el tanga ni masturbarte —

La llamada se cortó y me quede un poco parado, excitado y con la tranca a todo lo que daba. Joder, vaya bajonazo. Estaba acostumbrado a un mundo de hombres, donde la eyaculación se daba por hecha. Y ella me había demostrado que no todo el mundo era como pensaba. Y lo peor, el bajonazo no se veía reflejado en la erección. Así que decidí darme una ducha y tranquilizarme, lo que contuve a duras penas. Seguía muy cachondo pero al menos podía moverme con comodidad.

Cenar, una película y un libro, mantuvieron mis pensamientos alejados de ella. Eran las dos de la mañana cuando me metí en la cama, pensando de nuevo en ella. Estaba loco de deseo pero, en lugar de pensar en hacer el amor con ella; No, en follármela, pensaba en obedecerla, en mirarla pendiente de un gesto suyo de reconocimiento, de cariño. No quería un placer físico sino cualquier tipo de reconocimiento por su parte. Y bajo estos pensamientos, como un ruido de fondo, esa ilusión, esa ansia, esa sed. Al final conseguí quedarme dormido muy tarde.

El domingo estaba mas tranquilo, sereno. El ruido de fondo existía, pero lograba ignorarlo. A media mañana sonó el móvil. Era un mensaje de WhatsApp. De nuevo ella y un mensaje: “hazte una foto de tu pichita y envíamela”. Así lo hice y a los pocos minutos llegó otro: “Esta tarde a las cuatro en mi casa. Ni se te ocurra retrasarte. Avísame cuando llegues al portal”. Aquel mensaje voló por los aires todos los pensamientos experimentados el día anterior. Me puse como una maruja a elegir la ropa, a afeitarme. Al menos, de la ropa interior no tenia dudas, todo un alivio.

Al ser domingo, fui en mi coche con mucho tiempo de sobra. Tuve que esperar media hora en el portal de ella, contando cada minuto y sacando el móvil compulsivamente. Esa mezcla de ¿Miedo? y deseo, esto último estaba más allá de toda duda, me tenía intranquilo. Me sentía como un ratón acercándome al trozo de queso en la trampa. A las cuatro en punto le mande el mensaje haciéndole saber que estaba allí. Ella respondió: “sube a mi casa, te dejo la puerta abierta. Quiero que te presentes desnudo ante mí en el salón”. Cuando llegué a la puerta, estaba entreabierta.  La duda me asalta ¿Debo quitarme el tanga o no? Ha dicho desnuda y francamente, es como no llevar nada. Al final me decidí por quitármelo y después de todo, había dicho desnudo. Quitarme su prenda intima fue un jodido alivio a pesar de la cachondez aparejada.

Así me presente ante mi Ama. Ella estaba sentada en el sofá donde el viernes me dejo probar su sexo. Su melena ondulada le caía sobre los hombros y vestía informalmente: unos pantaloncitos sueltos que apenas cubrían el principio de los muslos y una camiseta holgada de tirantes. Atuendo casero, pero a mí me parecías una reina en tu poltrona. Lánguidamente, te levantaste de tu trono y te acercaste mirando a tu propiedad. Mientras me rodeabas, una de tus manos me rozo casualmente en el muslo y luego, de nuevo en mi nalga. Mi piel reaccionó tal y como me sentía en mis pensamientos, erizándose como si una ráfaga de frio hubiera atravesado la habitación.  Notaba tus ojos negros fijos en mi aún detrás, evaluándome.

— Putilla. No tienes mucho pelo, afortunadamente. Odio a los hombres peludos. — Su tono de voz era calmado, tranquilo. Pero ese tono acerado estaba ahí, dispuesto a saltar en cualquier momento.

— Aun así, deseo que no haya nada de nada. Esta semana iras a una clínica estética y te depilaras por láser. Todo el cuerpo por debajo del cuello. Vas a estar preciosa —.

Una de sus manos manoseó una de mis nalgas y me sobresalté con un leve quejido                                        —¿Entendido? — Preguntó elevando el tono de voz y dejando entrever el acero detrás de sus palabras.

— Si, Ama. Perfectamente— A ver como coño iba a explicar la total ausencia de pelo en los vestuarios de la piscina donde solía ir a nadar o cuando me cambiara en las casetas durante las obras del trabajo. El cachondeo iba a ser épico.

Se acerco a uno de los cajones de una cómoda de su salón, abriéndolo y sacando un objeto de ahí. Era una cuerda de un dedo de gruesa, enrollada. — Normalmente, dado que eres mi zorra, te marcaria con un collar. Pero aun eres una zorra salvaje y sin domesticar. Tendrás que ganar el derecho a llevar el collar. Mi collar. —

Se acercaba desenrollando aquella cuerda, debía tener unos 3 ó 4 metros. La dobló en dos y, con manos expertas, hizo un nudo en uno de los extremos, que rápidamente se convirtió en un nudo corredizo.

— Hasta que te ganes ese derecho, como decía, te pondré esta cuerda, para que tengas bien claro quién es la zorra y quien la Ama ¡Arrodíllate! Eres demasiado alto, gilipollas — Mas que arrodillarme, me deje caer al suelo alfombrado, provocando una sonrisa y un brillo triunfal en sus ojos. Me ajusto el nudo en el cuello. Y estiro la cuerda hasta dejarla bien prieta. Sobraba cuerda a partir del nudo, a modo de correa, la cual alargo hacia mi — Sujétala —

Salió de mi campo visual, enredando de nuevo en el cajón de otro mueble. La oía acercándose de nuevo y al verla se me paro la respiración. Llevaba en sus manos una enorme y jodida polla de goma. Negra para mas señas. Mas que su longitud, me intimidaba su anchura. No sé qué demonios pretendía con esa cosa. Me imagina el peor de los casos y mi respiración se aceleraba, obviamente, no de excitación. Jamás había probado a penetrarme el culo, ni siquiera con un dedo. De hecho, mi mentalidad masculina heterosexual declaraba la entrada de cualquier objeto Anatema. Con mayúsculas.

Me bordeaba andando lentamente, disfrutando de la inquietud que leía en mis ojos y, porque no admitirlo, el miedo que casi se podría percibir en la atmosfera. A veces me rozaba con él, arrastrándolo durante unos breves instantes, mientras seguía rodeándome lentamente. Al rato, coloco el pollón de goma debajo de mi barbilla y me obligó a levantar la cabeza hasta mirarla, mientras se volvía a hacer cargo de la correa.

— Abre bien la boca — Lo hice sin dudar — Saca la lengua todo lo que puedas — Ordenó con una medio sonrisa y una expresión entre divertida y seria. Introdujo aquel rabo en la boca. Al principio solo unos centímetros, mientras daba vueltas con él para poder ensalivarlo bien. A medida que lo conseguía, iba metiéndolo más y más, con ocasionales rotaciones. Aquella cosa apenas dejaba espacio en mi boca y seguía avanzando inexorablemente hacia dentro. Ahora sabia lo que se sentía al ser una putilla a la que le introducen semejante aparato. Quien me lo iba a decir, pero la verdad es que me ponía cachondo.

— Así, muy bien, mi putilla. Abre más la boca y saca bien la lengua. — Aquello amenazaba en desborde catastrófico. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: al llegar a mi garganta el reflejo del vomito apareció. La arcada trataba de expulsar ese rabo descomunal pero la presión que ejercía ella no lo dejaba. Entonces, entendí el uso de la correa y el collar: Cogió la correa de mis manos y, agarrándola cerca del nudo, contenía los espasmos mis arcadas. Cada una de ellas hacia que el nudo me apretara un poco el cuello, aunque relajaba en cuando volvía a mi posición. Cuando juzgó que ya había suficiente lubricación, comenzó el vaivén de entrada y salida. En cada entrada las ganas de vomitar y, en ocasiones la tos, hacían que la cuerda se hincara en mi cuello. Mientras que, en las salidas, mis pulmones y mi cuello tenían un descanso.

— ¡Manos quietas, Putilla! — Chillo viendo mis intenciones de apartarla, por puro reflejo, antes de poder materializarlas y conseguir más aire — ¡Pon tus manos sobre los muslos! — Me ordeno, después abofetearme. En aquel momento las babas colgaban de mis labios y muchas de ellas ya mojaban mi pecho. ¡Redios! Mi polla palpitaba con una dureza pocas veces alcanzada ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía provocarme tanto con solo esto? ¿Qué mierda pasaba dentro de mi cabeza? Darme cuenta de aquel cúmulo de sensaciones, de preguntas sin respuesta, me hizo aceptar con mejor disposición todo: la cuerda, la incomodidad, aquella violación, los bofetones…. Todo.

Ella seguía follándome la boca, porque estaba haciendo eso: follarme la boca sin compasión. Se me escapo algún gemido que no significaba otra cosa que mi rendición sin condiciones ante mi Ama. Ella sonreía mientras se mordía el labio inferior disfrutando del momento: de la sumisión y de la sensación de poder que la embargaba. Después de unos minutos, saco ese pollón con un jadeo final por mi parte al terminar esa invasión. Me restregó bien la polla por toda mi cara, pringándome más aún. Mi erección ahí seguía, impertérrita. y mi pequeña pollita, en comparación con lo que me acababa de comer, se erguía orgullosa. A pesar de la degradación o mas bien, debido a ella. Las babas que había soltado, no podía tragarlas ya que el pollón me lo impedía, encharcaban mi pecho, mi barriga y me llegaban hasta la zona púbica.

Ella tiro de la correa, haciéndome gatear hacia el sofá. Ella se sentó, con una pierna apoyada en la parte de arriba. Sus pantalones muy cortos dejaban entrever la mata indómita de su coño. Ella se dio cuenta de mi mirada y contribuyo a la visión apartando levemente el pantaloncito. Aunque intentaba disimular, miraba embelesado.

Aquella polla negra vuela rauda y me arrea un buen bofetón — ¡Mi coño no se mira a no ser que te de permiso! — Mi cabeza se inclina tal y como ha ordenado. La televisión ha estado encendida todo este tiempo. Ella se dedica a mirarla sin mucho interés, mientras sujeta la correa, manteniéndola tensa. Tira poco a poco de ella, sin mirarme hasta acercarme mi cabeza hacia uno de sus muslos, parándose antes de poder tocarla. Su brazo más cercano se mueve rápidamente y me encojo esperando otro golpe, pero esta vez no llega, solo acerca sus dedos a mi cabeza y empieza a acariciar y rascar mi cabeza. Como se haría con tu mascota, de una manera distraída pero no exenta de cierta dosis de cariño. Los pelos de la nuca se me erizan. No se lo que siento ¿Agradecimiento? ¿Reconocimiento? Y tampoco se lo que quiere demostrar ella, pero me gusta.

Sigue rascando a su perrito a ratos cuando, me ordena que me ponga entre sus piernas.  Así me situó, de rodillas y a los pies de mi Ama. Me mira con expresión severa. Juega con uno de sus dedos en las babas que tengo en la barbilla. Interesada, casi con cariño.

— Hoy te has portado bien, zorrita — Me dice mientras con uno de sus pies juguetea con mi rabo. Recuperando mi perdida erección — Quítame los pantalones. Puedes admirar el coño de tu Ama — Así lo hago, arriesgándome a recorrer con uno de mis meñiques toda su pierna, notando el relieve de los incipientes pelos al crecer o la agradable suavidad de su piel, mientras deslizo sus shorts. Ha sido increíble esa mezcla de placer, riesgo y atrevimiento.

Cuando miraba esa negrura rizada y con abundante pelo. Me di cuenta de que tenia que tener la misma expresión que un perro en una jornada de caza, cuando ve la presa caída y solo espera la voz de su amo para cobrarla. La orden llego:

— Putilla, cómeme el coño —

Creo que hundí mi cabeza mucho antes de que terminara la palabra “coño”. Hoy no estaba húmeda, chorreaba. Con tanto pelo púbico no se notaba desde lejos pero después de todo, era humana y estaba cachonda. Si la primera vez que lo hice noté que su sabor me iba a gustar, ahora no había duda. Me encantaba. Siempre me han gustado los coños bien mojados, exageradamente mojados, por lo que retozaba como un cerdo en la cochiquera. Mi Ama mojaba mucho cuando se excitaba y no encontraba las palabras para agradecer tal placer y suerte.  Creo que ella notaba mi ansia y eso le gustaba: sonreía con los ojos cerrados. La cuerda tiraba de mí, contribuyendo a reforzar el sentimiento de pertenencia de “su putilla”.

La perra. O sea, el que suscribe, Lamia desesperadamente cada gota de aquel dulce flujo. Recorriendo cada pliegue de su coño, deseé poder usar mis manos para poder darla más placer, pero no me atreví. Al principio, evitaba deliberadamente la zona de su clítoris, que estaba hinchado y muy sensible. Me dedique a morder, lamer y chupar sus labios. A intentar meter mi lengua hacia su vagina lo más profundo posible.

Atento a las maniobras que mayor respuesta tenía, noté que encantaba que llegara muy adentro con mi lengua, así que me esforcé en eso. Cuando juzgué que estaba a punto, lancé mi asalto final a la pepitilla ¡Je! Sus jadeos y la respiración entrecortada me decían que había acertado. Después de apenas medio minuto empezó a gemir, creciendo su intensidad hasta que arqueo la espalda y convirtiéndose su coño en un lago que no cesaba de manar, los jadeos fueron apagándose. Seguí deleitándome lamiendo el coño de mi ama, dejándolo solo manchado por mi saliva.

Cuando se serenó, agarro mi cabeza con las dos manos, esta vez sin usar la correa y girando mi cabeza, la apoyo en su sexo, acariciando mi cabeza lentamente. No me podía verme mi cara, ni yo la suya, pero creo que ambos estábamos muy satisfechos sin género de dudas. Ella muy relajada del reciente orgasmo y yo, feliz y completo después de habérselo provocado. Si fuera un gato, ronronearía feliz y contento, acurrucado al lado de aquel lugar cálido, húmedo y seguro.

Solo sabia que aquel momento no lo olvidaría jamás ¿Se podía contar aquello como sexo? ¿Cómo haber follado con ella? Si. Así lo pensaba. Sin dudas. No la había penetrado, no me había corrido, pero me daba igual. No cambiaria un polvazo con ninguna mujer del mundo por aquel momento. Estaba en el cielo. O al menos, así me sentía ahora mismo.