ELLA: Igor y Abel, los mejores amigos de mi novio
Mi primer novio no logra satisfacerme. Tal vez jugar con sus dos amigos sea la solución.
Somos una pareja de amigos apasionados por el sexo y la literatura. Una reciente revelación en nuestras vidas nos ha convencido de la necesidad de confesarnos nuestras experiencias, morbos y fantasías. Ambos hemos coincidido en que la mejor manera de hacerlo es compartiéndolas en forma de relatos.
Hoy Ella es la protagonista.
En cuanto mi madre salía de casa me preparaba para él. Al principio procuré escoger la ropa más sexy de mi vestuario. Luego me di cuenta de que era poco práctico, ya que apenas me duraba puesta unos instantes. Dejé de comerme la cabeza pensando en conjuntos provocativos y opté por la ropa interior. Braguitas o tanga, el top que llevara puesto en ese momento, una camiseta larga que vestía por casa, tal vez el sujetador si acababa de llegar y no me había librado aún de él. Luego esperaba.
Como de costumbre Elías apareció en el jardín apenas cinco minutos después de que mi progenitora me hubiera dejado sola. Le esperé en la planta baja, en el salón, donde ahora él prefería follarme. Ya había dejado la puerta abierta para él así que me quedé plantada en medio de aquella amplia estancia vestida con unas diminutas bragas y un top tan fino que mis pezones se transparentaban. Estaba ansiosa. ¿Disfrutaría aquella vez por fin, de un orgasmo con él en mi interior?
Entró y sin mediar palabra se acercó a mí y me dio un beso largo, profundo, intenso. Me dejaba sin respiración con su empuje mientras restregaba sus manos por todo mi cuerpo, mancillándolo con sus manoseos, impregnándolo de su sudor. Introdujo sus dedos bajo mis braguitas y alcanzó mi coño, frotándolo con fruición. Me calentó como siempre lo justo como para dejarme preparada para su lengua. Me despojó de un tirón de mi ropa interior y sumió su lengua en mi coño.
Siempre lograba que me corriera así. Sentirle devorándome me mojaba por completo y me hacía alcanzar el orgasmo con una rapidez sorprendente. Sin embargo, a pesar de todo aquel placer, ansiaba otro de un tipo completamente diferente. Quería compartirlo con él, deseaba que me hiciera alcanzar todo aquel gozo mientras me penetraba. Pero toda la habilidad de Elías para los preliminares se tornaba en torpeza al follarme. Pensé en aquella primera vez en el jardín al mirar a través de la ventana y ver la hamaca donde me había desvirgado. No correrme con su polla en mi interior me pareció normal en aquel momento. Ahora, tras decenas de repeticiones fallidas, aquello me tenía desolada.
A él no parecía importarle lo más mínimo. Se despojó de su ropa y orientó su polla erecta hacia la entrada. Con un empujón me penetró y comenzó su habitual zarandeo. Aquello me resultaba placentero, sobre todo por el morbo de tener a un macho entre mis piernas ávido por disfrutar de mí. Por desgracia, Elías no estaba tan pendiente de que yo disfrutara. Decepcionada presencié cómo una vez más salía de mí y sin intentar aplazar su orgasmo comenzaba a masturbarse para pringar mi cuerpo.
Aquella tarde sin embargo compartimos frustración. En el mismo instante en el que un chorro de semen abandonaba el capullo de Elías en dirección a mi blanco abdomen, la puerta de casa se abrió, el resonar de unos raudos tacones contra el suelo se hizo cada vez más audible y la figura de mi madre apareció en el salón. Nos miró durante unos segundos, como intentando hacerse cargo de lo que veía. A su hija, atenazada por el nervio, escapando de la corrida de aquel chico aterrado que, para su desgracia, no dejó de expulsar leche ante la mirada de mi progenitora. Ella reaccionó con una naturalidad sorprendente mientras estudiaba el cuerpo de mi novio.
-Perdón. Es solo un minuto. –Y se perdió escaleras arriba.
Cumplió su promesa. No había terminado Elías de ponerse los pantalones cuando ella ya bajaba.
-Ya no os interrumpo más. ¡Hasta luego! –Y se fue como si nos hubiera pillado viendo una película o charlando del tiempo.
Elías no tardó ni un solo instante en largarse y dejarme allí ocupada en limpiar su semen del parqué y la tapicería del sofá. Estaba insatisfecha, airada y avergonzada. Me percaté de que aquello, probablemente, era lo que significaba tener novio. Empecé a dudar de si era realmente lo que quería. Aunque se suponía que debía estar enamorada de mi dulce canalla, no sentía ningún cariño por Elías y el sexo, que era lo que me interesaba, resultaba decepcionante. ¿Qué ganaba yo con todo aquello?
Al regresar mi madre me convocó a una de nuestras habituales charlas en el jardín. Tumbadas sobre las hamacas en bikini disfrutábamos del calor de la noche y compartíamos intimidades. No esperé reproches. Ella ya no era así.
-Al menos está bastante bueno. –Dijo mi madre.
Teniendo en cuenta la imagen que había presenciado aquella tarde, con él desnudo y lefando nuestro salón, poco la quedaba por ver de la anatomía de mi novio.
-Sí, al menos eso sí.
-Uy, eso suena a problemas. Cuéntame.
-Lo paso bien con él –intenté explicarme- pero… Ya sabes. Solo antes de hacerlo. No mientras lo hacemos.
-¿No te corres con la penetración?
Desde que descubriera semanas antes que ya gozaba de la compañía sexual de un chico, ella era muy directa. Como bien decía, prefería ser ahora una confidente amistosa que una madre supervisora.
-No. Y lo peor es que a él no parece importarle. Viene a lo suyo y ya está.
-Normal.
-¿Cómo que normal?
-Pues sí. ¿Qué creías hija, que ibas a encontrar a un hombre que te diera lo que te pide el cuerpo a la primera? Hay que buscar y probar mucho.
¿Me estaba sugiriendo mi madre que fuera de flor en flor? Captó el significado de mi reacción.
-No me pongas esa carita. Disfruta del sexo como tú quieras y con quien tú quieras y haz disfrutar a los demás. Eso no tiene nada de malo aunque mucha gente diga lo contrario. Eso sí, te he dicho siempre que tengas claro lo que quieres.
Acepté los sabios consejos de mi madre y me dispuse a ponerlos en práctica al día siguiente. Ella me había prometido intimidad y estaba segura que Elías aparecería para, al menos, comentar lo que había pasado el día anterior. Quería aclarar con él mi frustración y convencerle para probar otras cosas. Pero las horas pasaron, mi madre volvió y Elías no había aparecido.
Al llegar la noche me di por vencida. Charlé un rato con mi madre y me retiré a mi cuarto dispuesta a irme a la cama. Fue en ese momento cuando llamaron a la puerta. Me sorprendió no solo por el horario sino porque Elías nunca llamaba. Prefería escabullirse entre los setos del jardín antes de colarse en nuestro salón. Bajé vestida únicamente con un pequeño short ajustado y un mínimo top de tirantes. Al abrir la puerta encontré a Elías, pero no estaba solo.
A su lado había dos chicos, tal vez algo más mayores que él, mejor vestidos y visiblemente menos borrachos. Mientras Elías hacía lo posible por mantenerse en pie, ellos simplemente parecían un tanto ruborizados por el efecto de la bebida. Por supuesto aquel efecto en sus rostros se agravó al contemplar mi cuerpo. Capté en su reacción que mi aspecto había causado en ellos todo un impacto.
-Hola pijilla. Estos son Igor y Abel, mis colegas. ¡Dos tíos cojonudos!–Dijo Elías a modo de presentación.- Vente con nosotros que hay fiesta.
-Es muy tarde. –Sus dos amigos no me quitaban ojo. Mi vestuario no era el mejor para ser presentada a nuevas personas.
-Venga tía…. No seas floja. Vente un ratito. Venga…
No sé por qué acepté. Tal vez fue el deseo de pasar un rato con él, la curiosidad de ver lo que tenía preparado o la necesidad de comprobar que no se conoce realmente a alguien hasta que has salido de fiesta con él. Sustituí los shorts por una pequeña falda, me calcé unos tacones y bajé. Bastante avanzada estaba la noche como para demorarla más.
Caminamos los cuatro por las ruinas dirigiéndonos, para mi sorpresa, hacia el escondite en el que había compartido con Elías nuestros primeros magreos. No era el lugar más acogedor del mundo de día, así que de noche resultaba casi aterrador. En cambio, mis nuevos acompañantes parecían acostumbrados al camino. Igor era el más alto. Estaba muy delgado, tenía un rostro agradable y un peinado con el que intentaba escapar de su clase social. Abel era más bajo y fornido, olía a colonia y daba la impresión de que mi mera visión era suficiente para excitarle.
Me cedieron el lugar junto a nuestro guía para, a mis espaldas, comentar sus impresiones sobre mi físico.
-Vaya piba, tío. Menuda nena. –escuché cuchichear a Abel.
-Puto Elías, ¿qué las da, macho? –Contestó Igor.
Con mi ego encendido llegamos a nuestra meta. Allí la cantidad de botellas vacías había crecido desde la última vez. Junto a ellas otras llenas aguardaban el mismo destino. Igor y Abel ocuparon el asiento donde tantas veces me había corrido, mientras que Elías se dejó caer en un mugriento colchón arrastrándome a su lado.
No dejó de beber desde que llegamos, como si no le importada mi presencia allí. ¿Para qué me había ido a buscar? El efecto del alcohol aumentaba su desinhibición para satisfacción de sus colegas. Abel estaba mucho más pendiente de mis piernas que de su bebida, mientras que Igor tiraba de la lengua a mi novio para que le confesara nuestras intimidades.
-La de pajas que me has hecho en el sofá ese, eh pijilla.
-Eres gilipollas. –Le reproché.
-Ya será menos, Elías. Si la chavala parece inocentilla. –Le provocó Igor.
-Ja. Tú lo has dicho. Lo parece. Es una guarrilla mi niña aquí donde la veis tan limpia.
Mientras hablaba sus manos me habían rodeado por la cintura y me sobaban sin pudor ante la mirada de sus dos amigos. Supe entonces que aquel era el objetivo de haberme invitado a salir; exhibirme como un trofeo de caza ante sus compadres.
-Bueno… -continuó Elías- si veis ayer qué liada. Puf. Me la estaba follando y entró su madre y nos pilló dale que te pego. ¿A que sí pijilla?
Rieron y él, envalentonado por su aprobación, levantó mi falda y metió su mano bajo mis bragas. Igor y Abel no perdían detalle de aquella operación y de cómo, para mi vergüenza, mi excitación se hacía visible.
-¿Y cómo es tu madre? –Me preguntó Abel- ¿Es como tú?
-¡Qué va! –gritó Elías- Está mil veces más buena la madre.
Aquello me sentó como un tiro. Me revolví y me zafé de él. No fue tan difícil, ya que estaba muy debilitado por la bebida. Cayó sobre el colchón y no fue capaz ni de levantarse para detenerme. Al salir del edificio escuché la voz de Igor.
-Oye, si quieres te acompaño, no vaya a ser que te pierdas.
-Bueno, si me tengo que perder me pierdo yo sola.
-Perderte tú sola no tiene gracia. –Dijo con la que sería su sonrisa más seductora.
Se acercó a mí, puso su mano en mi cintura y tiró juguetonamente de mi top intentando levantarlo. Cuando se reclinó sobre mí para besarme, aparté mi rostro. Le miré con cara de pocos amigos y seguí caminando dejándole allí plantado. Mientras volvía a casa pensé en lo ocurrido. Medité sobre la deplorable conducta de Elías, en cómo por fin se había mostrado ante mí como un pelele poco atractivo, un vulgar borracho que fardaba de sus batallitas ante sus amigos. Sí, me volvía loca su cuerpo y su contacto, pero ¿realmente merecía la pena tanto castigo para tan poca recompensa?
Luego mi cabeza me llevó a un lugar oscuro. Rememoré las miradas lascivas de Abel y el descaro de Igor, saboreé su deseo por mí y me sentí increíblemente excitada. ¿Cómo podía ser que la mera sugerencia de una así perversión tuviera aquel impacto en mí? Pensé en volver y aceptar la oferta de Igor, pero me tranquilicé, usé la razón y caminé hacia mi casa. Elías, me dije, es más que un cuerpo, es más que solo sexo. Es tu primer novio. Te gusta por muchas otras cosas. ¿Verdad? ¿Verdad?
¿Qué cosas? Apenas le conocía. ¿De qué coño estaba hablando? Estaba muy enfadada con él, ¿pero qué esperaba? Tenía mi parte de culpa. Era un macarra por el que me había dejado llevar para obtener sexo a cambio. Eso era lo que buscaba: depravación inmediata, sentirme mujer, liberarme de mi estigma de niña buena. Lo que no me esperaba era todo aquel rollo de novios de verano y mucho menos ser utilizada para inflar su ego ante sus amigos.
Me llamó al día siguiente. Decía estar arrepentido, sentía lo que había pasado, prometió que no volvería a ocurrir. Todo aquello no le pegaba y no le creí ni por un momento. Me invitó a salir, esta vez por el centro de la ciudad, y acepté sin dudarlo. Saldría de fiesta pero no volvería a dejarme llevar por sus bandazos de borracho. Si Elías no me daba lo que quería, buscaría a quien estuviera dispuesto a hacerlo.
Me puse una corta falda ajustada, un top que dejaba mis brazos y mi espalda al descubierto y me calcé unos tacones. Recogí mi pelo en una coleta, potencié el rubor de mis mejillas y pinté mis labios. Me sentí preparada para una batalla. Al verme así mi madre silbó de admiración.
-¿Sales a cazar?
-A procurar que no me cacen.
-Bueno… eso tampoco está nada mal si el cazador merece la pena. –Sugirió con picardía.
Cogí un bus y llegué al lugar acordado. Era una discoteca tenebrosa atiborrada de gente de mi edad y tíos mucho más mayores. Pronto atraje miradas de aquellos depredadores hambrientos por un trozo de carne de instituto, pero al rato llegaron mis acompañantes. Igor y Abel volvían a mostrarse presentables, pero Elías apareció tambaleándose. Supe en ese mismo instante que aquella sería mi última noche con él. Y supe, también, que si quería llegar a casa bien follada solo tendría que planear bien mi jugada y dejarme llevar por mis instintos.
Tras darme un beso de regusto etílico y una impudorosa sobada, Elías se centró únicamente en la barra en busca de nuevas dosis de alcohol. El ambiente estaba cargadísimo, la gente se frotaba sudorosa y el ruido era atronador. Aprovechándolo, Igor se reclinó hacia mí para hablarme directamente al oído.
-Este Elías no te hace el caso que te mereces. –Sin duda no se andaba por las ramas.
Abel contratacó cogiéndome del brazo y aplicando una pequeña caricia.
-Olvida a estos dos, que son unos mujeriegos. Vente a bailar conmigo un rato guapísima.
-Voy al baño. –Me excusé.
Me tomé mi tiempo porque lo necesitaba. Mientras hacía cola para entrar en un repugnante servicio medité fríamente sobre cuál de mis dos acompañantes me daría lo que necesitaba. Igor era atractivo y parecía tener más experiencia mientras que Abel, pese a su poco agraciado físico, tenía pinta de ser un auténtico pervertido. Pensé incluso en dejarles plantados y buscar entre aquella maraña a algún desconocido, pero la perspectiva de un acto tan perverso como esa terrible traición me calentaba más que ninguna otra cosa.
Volví junto a Elías. Era una tonta pero, segura de que nuestra relación no pasaría de aquella noche, decidí ofrecerle la oportunidad de una despedida. Supongo que en cierto modo me aterró sentir el morboso efecto en mi cuerpo del mal que había planeado como venganza por su actitud.
-Vámonos. Este sitio es un asco.
-¿Adónde vamos a ir, pijilla? –Para mi decepción, estaba al borde del colapso. Elías no iba a poder salvarme de mí misma.
-A nada de aquí han abierto un sitio nuevo. –dijo Igor- Vamos a ver cómo es.
Salimos y ellos casi tuvieron que arrastrar a Elías. Al verse en la calle les apartó, se aferró a mi cuello y me arrastró en su caída. Terminé sobre él en el suelo aunque pronto fui rescatada por mis acompañantes. Tiraron de mí y se olvidaron por un momento de su balbuceante amigo caído.
-¿Te has hecho daño? –Preguntó atento Igor. Y a continuación me dio un abrazo, como de consolación, aunque fue para lanzarme un nada sutil magreo.
-Ey, aprovechado. –Protestó Abel medio en bromas- No te fíes de este que se aprovecha de ti.
Levantaron por fin a Elías y caminamos de esa guisa por las callejuelas hasta llegar a una hermosa plaza presidida por un edificio de aspecto señorial. Fuera era visible el cableado eléctrico pendiente de alimentar un letrero todavía no instalado. El lugar estaba desierto.
-¿Estará abierto? No parece. –Argumenté.
-Igual no. No sé. Creía que sí pero no tiene pinta. –Repuso Igor contrariado.
-Si sirven vino se entra. –Gritó Elías, como activándose ante la presencia de una nueva oportunidad para beber.
Le seguimos al interior. La puerta metálica chirrió para darnos acceso a un largo pasillo. Salvo por una leve luz rojiza todo eran tinieblas. Elías se adelantó, Abel le siguió y yo intenté avanzar casi a tientas. Sentí entonces que me agarraban del brazo y estuve a punto de chillar. Igor me empotró contra la pared, me sujetó contra ella y me besó. Fue toda una invasión, sin previo aviso. No le devolví el beso, pero él no cesó. Apartó la mano de mi brazo y subió a mi top, manoseando vulgarmente mis tetas, con pasión pero sin cariño. Le aparté y seguí andando dejándole atrás.
Llegué a la gran estancia del local sin que Elías me prestara ni la más mínima atención. Solo Abel se percató de cómo intentaba arreglar mi ropa y se figuró lo que acababa de ocurrir. Noté cierta sensación de derrota en su rostro.
El lugar era espectacular. En el interior de aquel céntrico caserón se estaba creando una moderna discoteca. A pesar de que las obras estaban claramente a medias, ya se podía apreciar su sofisticación. Me sentí hechizada. Elías se ocupó de destrozar aquel momento.
-A ver, ¡es que aquí no sirve nadie! ¡Eh! ¡Camareroooo!
Igor surgió de las tinieblas y comprobando la distracción de Elías se colocó junto a mí. Cogió mi mano y con un descaro imperdonable, la llevó a su paquete.
-Mira cómo me tienes. –Palpé unos segundos su polla dura bajo el pantalón y aparté mi mano.
-Déjame.
-Déjala en paz, tío. –Le susurró Abel- Córtate, que está el novio a un metro y es tu mejor amigo, no me jodas.
-Tú cállate, que ni jodes ni dejas joder. –Le espetó airado Igor. –Si el puto Elías no se entera de nada es su problema, no te jode.
-¡Caballeros!
La voz tronó a nuestras espaldas y sobrecogió nuestros corazones. Nos giramos eléctricos los cuatro. Hasta Elías recobró por un momento la coordinación para volverse hacia el hombre que reclamaba nuestra atención.
-Señores, señorita, nuestro local está cerrado.
Aquel era el hombre más grande, misterioso y magnético que había visto en mi vida. Debía medir más de dos metros y sus músculos se marcaban claramente bajo su ropa. Su piel negra contrastaba con el blanco impecable de su camisa, que como el resto de su vestuario vestía con extrema pulcritud. Sus ojos, extrañamente azulados, se clavaron en mí.
-Salgan, caballeros. Les sugiero volver cuando abramos al público nuestro establecimiento. –Noté que pese a su cuidada dicción, era perceptible un acento extranjero.
Mis compañeros estaban totalmente acojonados ante la presencia de aquel hombre que les doblaba en edad, atractivo y tamaño. Caminaron cabizbajos, casi disculpándose y yo les seguí con la misma actitud. Al llegar a su lado, su enorme mano de ébano se posó en mi brazo. Me sorprendí tanto que de mi boca emanó un suspiro y sentí que mis rodillas flaqueaban.
-Tú, bebé, mírame.
Me cogió de la barbilla para que alzara mi cara ante sus ojos. La estudió unos segundos.
-¿Cómo se llama tu mamá, bebé?
Me sorprendió la pregunta, pero no tuve coraje para evitarla.
-Mi mamá se llama Aurora. –Respondí sintiéndome una niña de parvulario.
-Sí, tus ojos y tu piel son de Aurora. Dile a tu mamá que León la extraña. Espero veros pronto a las dos en mi negocio. Estáis invitadas.
-Claro… -Susurré sin entender del todo lo que me acababa de decir aquel impresionante gigante.
Me liberó y corrí a reunirme con mi séquito. Al verlos en la calle me parecieron una banda de inútiles críos en comparación con aquel coloso. No entendí el motivo, pero aquel breve contacto de su manaza en mi rostro había terminado por encenderme. Me había sentido ante él pequeña, inocente, dulce, como aquella niña con la que quería acabar, y al mismo tiempo más hembra que nunca antes. ¿Cómo podía haber sentido tanto con tan poco? Ni tan siquiera me paré a pensar por qué conocía a mi madre y qué quería de ella.
De camino a la parada de bus Igor siguió presionándome con sus toqueteos mientras que Abel lo hizo mediante cumplidos. Ambos parecían saber cuál sería el premio para uno de ellos aquella noche y seguían compitiendo por él, uno confiado en sus posibilidades y el otro jugando sin nada que perder. Mientras, Elías hacía lo posible por caminar sin caer al suelo.
Al llegar a la parada Igor no perdió el tiempo. Aprovechando que Abel acomodaba a Elías en un asiento, se pegó a mi espalda clavando su erección en mi culito. Al ser más alto que yo, tuvo que doblar sus rodillas para quedar a mi altura. A pesar de lo escandaloso de su pose, no se cortaba y yo, avergonzada, no pude sino asumir que aquel trato acentuaba mi excitación.
-Dios tía, cómo me pones. Estás la hostia de buena.
-Para joder, que está Elías ahí. –Le dije sin mover mi cuerpo lo más mínimo ante su fricción.
-Y qué más da. Yo creo que eso me pone hasta más cachondo.
Estuve a punto de admitir que a mí aquello también me estaba poniendo el coño a mil, pero Abel intervino apostando por la destrucción.
-Elías, tío, que no te enteras de nada. –dijo mientras le zarandeaba intentando que reaccionara.- Mira lo que le están haciendo a tu novia.
-Que la hagan lo que quieran… -Dijo Elías con gran esfuerzo para articular la frase.
Llegó nuestro autobús y subimos, con Abel cuidando de Elías y con Igor cuidando de mi culo. No me quitaba las manos de encima, sobándolo sobre la tela de mi falda. Me arrastró hasta los últimos asientos del vehículo vacío mientras que Abel acomodó como pudo a Elías unos sitios más adelante. Aprovechando nuestro aislamiento Igor me volvió a besar aunque esta vez sí contó con mi colaboración.
Tanto sobeteo, el ardor que despertaba en aquel chico, el deseo que su amigo sentía aún por mí y la presencia de mi supuesto novio habían logrado despertar en mí un oscuro morbo. Me sentía una criatura malvada que jugaba a su antojo con aquellos tres chicos para satisfacer sus bajos instintos. Me encantó sentirme así, tomar conciencia de que aquella naturaleza era también parte de mí.
A pesar de mi calentura en aquellos momentos, mantuve la cabeza fría. ¿Qué quería?, pensé. Lo que buscaba aquella noche era experimentar por fin un orgasmo con un hombre dentro de mí. Era la sensación que anhelaba, la que quería probar, la que tanto había buscado. ¿Pero y si, como Elías, Igor no daba la talla? Mientras sus manos exploraban mi abdomen y subían a mis pechos, concluí que necesitaba una alternativa.
-Se está mejor aquí atrás. –Le dije a Abel para su sorpresa y, sobre todo, la de mi acompañante.
Dudó unos segundos, comprobó que Elías estaba casi comatoso y caminó hacia nosotros. Se sentó a mi lado y quedé entre los dos. No deseaba tomar la iniciativa porque sabía que aquello sería ponerles las cosas demasiado fáciles. Quería que se esforzaran por complacerme, que compitieran por ello, como habían hecho aquella noche. Abel, que llevaba deseándolo desde que me había conocido, llevó su mano temblorosa a mis muslos y, como calibrando mi permiso, la subió poco a poco en dirección a mi entrepierna.
Igor se centró en mis pequeños pechos. Parecía que su máxima aspiración era masajear mis pezones apretándolos contra la palma de su mano. A la vez, me besaba casi lamiendo mis labios. Noté que estaba fuera de sí. Abel llegó al límite alcanzando mi tanga bajo la falda. Lo apartó y fue directo a manosear mi coñito. Yo les dejaba hacer, como si estuviera en sus manos, y me dio la sensación de que aquella actitud les excitaba aún más. Sin embargo no pude contener mi curiosidad.
Mientras el autobús avanzaba por las calles casi desiertas de la ciudad con nosotros como únicos pasajeros, alcancé el bulto en el pantalón de Igor, bajé la bragueta y liberé su gloriosa erección. Tenía una polla larga y fina, de piel clara y glande rosado. La cogí con firmeza y empecé una lenta paja. Noté que Abel se había detenido, admirando alucinado mi labor. No lo dudé y le apliqué el mismo tratamiento. Al contrario de Igor, que mantenía el tipo, al abrir su pantalón Abel se mostraba ya al borde del colapso. Su verga parecía la antítesis de la de su amigo, más corta, más gorda, más oscura, más amoratada por la excitación. En mi mano, en cambio, se mostró igual de dura.
Noté entonces que llevábamos demasiado tiempo parados y, alertada, miré hacia el asiento del conductor. El hombre admiraba en el espejo retrovisor, hipnotizado, lo que ocurría en nuestro asiento. Mi novio, un par de sitios delante, fuera de combate. Sus amigos lamiendo mi cuello, sobando mis pechos, acariciando mi coño. Y yo, sin vergüenza alguna, masturbándolos a la vez, con cada una de mis manos ocupada por sus pollas. Al notar mi mirada el hombre salió de su hechizo y, zarandeando confuso la cabeza, siguió hasta nuestro destino.
Al bajarnos Elías pareció recobrar un tanto sus capacidades mentales y motrices. Incluso por un breve lapso, se extrañó de que sus amigos se abrocharan sus pantalones con enormes dificultades para ocultar sus pollas duras en su bragueta. Emprendió la marcha tambaleante e intentamos seguir su paso, preocupados por si caía en alguna ruina, pero no tanto como para que dejaran de tocarme el culo hasta llegar al refugio. Allí Elías perdió la poca energía que le quedaba y cayó al colchón. A mí me acomodaron en el sofá mientras sus manos seguían explorando lugares de mi anatomía que aún no habían palpado. Pocos quedaban a aquellas alturas.
-Joder, esto está mal. –Dijo Abel al ver cómo Elías nos miraba con ojos vidriosos.
-Mira tío, si está mal que lo diga ella. –Repuso Igor.- ¿Qué quieres tú, pijilla?
Les miré un par de segundos, manteniendo el suspense para sufrimiento de sus erecciones.
-¿Es que no lo habéis pillado? Yo quiero follar.
-Joder… -Gimió Abel al escucharme aquello.
Igor no perdió el tiempo con palabras. Llevaba días fantaseando con aquello y estaba ávido por llevarlo a cabo. Se desnudó a una velocidad récord para a continuación bajarme el tanguita, subir mi falda y dejar mi coño a su merced. Me moría de ganas de notar una polla distinta a la de Elías en mi interior y mi deseo no tardó en ser complacido. Sin ceremonias Igor me penetró al tiempo que comprobaba el estado de Elías. Ante mi gemido al sentirme invadida, mi novio, que nos miraba como si no comprendiera lo que ocurría, simplemente gruñó.
Igor inició un ritmo brutal, usando mi cuerpo para su placer sin tal vez comprender que yo estaba haciendo lo mismo con el suyo. Junto a nosotros Abel no quitaba ojo con una expresión en el rostro que reflejaba su incredulidad ante lo que estaba pasando. Mi amante me estaba sumiendo en un golpeteo tan placentero que me noté húmeda como nunca antes. Supe que su habilidad no era la única fuente de mi excitación, sino que la mera situación, el morbo de sentirme observada, deseada y muy malvada, me calentaba aún más. Contemplé la cara del chico que taladraba mi coño y supe que aquello iba a terminar pronto.
No me equivoqué. Igor la sacó, se pajeó y lanzó multitud de finos chorros de semen contra mi piel y mi ropa. No me lo podía creer. Aquel chaval, después de toda aquella noche de toqueteos, ardor y promesas, me había dejado tan insatisfecha como el novio que hacía lo posible para no vomitar a un palmo de nosotros. Estaba cachonda y me negué el lujo de quedarme una vez más sin premio para sumirme después en la autocompasión.
Miré a Abel y con voz de gatita le susurré.
-¿No ves que sigo súper cachonda?
El chico no se lo creía. Estaba tan anonadado y al mismo tiempo tan erecto que por poco se cae al bajarse los pantalones y colocarse entre mis piernas, en el mismo lugar en el que segundos atrás estaba su amigo. Con mi ayuda dirigió su polla dura y gorda a mi coño mojado y me penetró. Su vaivén, para mi sorpresa, fue mucho más violento, rápido y efectivo que el de sus amigos. Abel me dio con todo y yo lo recibí agradecida. Aquello era lo más delicioso que había sentido hasta entonces. Noté que se encendía la mecha de una bomba en mi interior y pronto empezó a fraguarse la explosión. Cuando llegó me pareció inverosímil.
Aquel chaval fofo y no muy seguro de sí mismo estaba concluyendo una obra que había durado toda la noche, llevándome a un acto final apoteósico. Sentí que me derretía entre mis piernas y empecé a gritar como nunca antes. Igor aplaudió mi orgasmo infinito, Elías negó con su cabeza y Abel empezó a correrse sobre mí manchando los pocos lugares de mi vestimenta que aún no estaban cubiertos de semen. Cuando salió de mí supe que de haber seguido, habría prolongado mi placer hasta el amanecer.
-Joder, Elías, lo siento. –Dijo Abel. Igor miraba a mi novio con una sonrisa maligna mientras se ponía los calzoncillos.
Yo me limité a incorporarme, recoger mi tanga, colocarme la ropa y dirigirme a la salida.
-¿Dónde vas puta asquerosa? –Gimió Elías, mi primer novio, desde el colchón que soportaba su cuerpo derruido.
-Ya me he corrido así que me voy a casa, como siempre has hecho tú y como seguramente harían tus amigos. Así que si de ahora en adelante alguno de vosotros aparece por allí, llamo a la policía.
Salí con aquella brutal despedida de las ruinas para no volver jamás. Estaba más preocupada de mi futura vida sexual que de haber herido el orgullo de aquellos chavales. ¿Significaba lo que acababa de experimentar que siempre iba a necesitar más de un chaval para saciar mi deseo?
Supe entonces que la solución no era encontrar varios chicos, sino lograr ser seducida por un hombre.