Ella
La lujuria de una relación en la que el morbo está en ser en un lugar público.
Había quedado con ella en la terraza de aquel bar céntrico a las siete de la tarde y, cuando eran las siete y cuarto, apareció aquel lujo de la vista, una mujer de curvas voluptuosas cubiertas por un vestido de una sola pieza, con escote generoso y los admirables muslos a la vista de cualquiera, la democracia del deseo, todos podíamos disfrutar viéndola.
Llegó a mi mesa, se quitó las gafas de sol, me dio un par de besos y se sentó en la misma mesa justo en frente de mí. Yo estaba bebiendo un Martini y ella pidió lo mismo. Empecé a hablar de sol y calor y ella me interrumpió diciendo que no sabía lo que era calor de verdad, sin decir más mojó un dedo en mi copa y marcó sus pechos con una línea húmeda mientras miraba fijamente la reacción de mis ojos. Eres una provocadora, mira lo que consigues, dije yo y cogí su mano por debajo de la mesa y la llevé hasta el hinchazón repentino de mi entrepierna.
Luego dicen que el alcohol inhibe la erección, dijo ella. Llegó el camarero con su copa, yo bebí un poco de la mía, lo suficiente para que mis labios se humedecieran y ofrecerle el sabor del Martini en mis labios, ella no rechazó la propuesta, sin dudar repasó con su lengua todo rastro de bebida en mi boca. Volvió a su sitio comentado lo que le gustaba el regusto que le había dejado, llevó un dedo a su boca para subrayarlo y lamió el dedo, la lengua rodeando lentamente el dedo y recorriendo, luego, el labio inferior de un extremo a otro, todo esto sin moverse de su sitio.
Era yo el que estaba agitado con la certidumbre de que alguna de las muchas personas que por allí había estuviera viendo la escena. Se te ve muy segura y provocadora, pero tal vez no lo suficiente, ¿eres capaz de quitarte las bragas aquí mismo?, le propuse. Tras mirara un lado y a otro se contorneó lo suficiente para poder dejar en mis manos, por debajo de la mesa, el tacto, caliente y húmedo de su prenda íntima. Ahí las tienes dijo muy segura de sí con una sonrisa pícara en los labios, ahora vas a follarme donde yo te diga cabrón.
Me agarró de la mano, me hizo atravesar el bar y me hizo acompañarla al baño de mujeres, una vez dentro atravesamos otra puerta más y, tras cerrarla impulsivamente de un golpe, se abrazó a mi culo y comenzó a besarme el cuello con frenesí, mis manos descubrieron sus pechos y pellizcaron sus pezones, mi lengua se perdía por el medio de su tetas. Se subió el vestido pidiendo placer y, justo en ese momento, se oyó entrar alguien, se acercó al oído y susurró suplicante: "¿Ahora no vas a parar verdad?".
Yo, por toda respuesta, saqué mi verga tersa y de una embestida decidida entré hasta sentirla entera dentro de ella, gimió, de placer, de sorpresa y, quizá, algo de dolor.
Un acto reflejo llevó mi mano a tapar su boca, sin quitarla, la follé con fruición, deprisa, agitadamente, sin pararme, saqué mi lengua, lamí la mano que cubría su boca y la fui retirando poco a poco para que que se encontraran las dos lenguas y se entrelazaran frenéticamente.
Por sus ojos y sus movimientos anhelantes vi que se iba a correr, a mí, tampoco me faltaba mucho, por eso agarré sus nalgas, mi boca intentaba abarcar su boca y su barbilla, embestí con mi polla todo lo rápido que pude hasta explotar, eyacular y mezclar los más calientes y placenteros fluidos dentro de su acogedora cueva ardiente.