Ella es mi vida

No todo es sexo, hay más.

El sexo es maravilloso, es algo que la naturaleza nos ha dado y tenemos que disfrutar de ello. ¿Pero cómo lo disfrutamos?. Es evidente que entre hombres y mujeres hay diferencias y diferencias sustanciales. Siempre hay excepciones, pero por lo general, los hombres nos comportamos de forma "salvaje" por agriar un poco nuestra conducta, mientras que las mujeres se muestran más sensibles.

Es precisamente esa sensibilidad la que me enamora. Siempre hay un momento para todo lo que nos apetece. El espíritu indomable de los varones, que en el momento que sentimos el deseo del sexo, tenemos que actuar ya. Llegar y meter.

En algunas ocasiones me he comportado como cualquier otro, adoptando la postura del misionero mientras mi mujer accedía solo por complacerme. Está bien de vez en cuando puesto que las ansias de fornicar en la mujer es menor, mucho menor, que en los hombres.

Pero a pesar de la tolerancia de mi pareja para satisfacerme en esos momentos de insaciable sexo, no es lo que me gusta. Me vacio y ya está. Solo es sexo.

Lo maravilloso está cuando el juego prevalece sobre el instinto. Ese juego que permite un acercamiento, un roce, una palpitación. Buscar entre la ropa la suavidad de la piel que me estremece y me hace disfrutar de la pasión. Una caricia, un beso, oler su pelo y su piel perfumada. Ante esto, lo demás no vale para nada.

Sentados frente al televisor, viendo una película del genero que sea, abrazado a mi mujer, es un placer tan grandioso que no lo cambio por nada en este mundo. Un sorbo de café o licor o refresco, qué más da, lo importante es estar en la compañía de la persona adecuada.

Termina la película ya avanzada la noche. Un bostezo me hace saber que está cansada y que las sábanas necesitan su presencia. El placer de tomarla en brazos con la dulzura que ella se merece, me hace llevarla hasta nuestro rincón.

La dejo sobre la cama reposando su maravilloso cuerpo. Mis labios se acercan a los suyos para desearle unas buenas noches. Sus manos que acarician mis mejillas mientras me aparto, me piden que mi corazón se quede acompañándola.

No puedo, ni quiero, separarme de ella ni un instante. Accedo a un nuevo acercamiento para que nuestros labios se vuelvan a juntar. Mis manos, lejos de aprovechar esa circunstancias para tocar lo que siempre hacemos, se limitan a acariciar su suave pelo, masajeándolo en toda su extensión con especial atención en la nuca donde encuentra la relajación que necesita.

Nunca cuento el tiempo mientras la acaricio, me da igual lo que puedo estar. Cinco minutos, una hora, tres horas...., qué más da, la maravilla de rozarla no tiene límites.

La noto suspirar. Su aliento me enriquece, me estremece, me conmueve..... poco a poco voy soltando los botones de su camisa, bajo la cremallera de su falda y sin que ella tenga que hacer el más mínimo esfuerzo, la libero de la atadura de la ropa. El sujetador lo suelto con cuidado y el tanga lo deslizo por sus piernas hasta que su cuerpo queda desnudo ante mí.

El primer deseo es tocar sus pechos, pero me resisto a manipular sus encantos a la primera oportunidad que tenga. Eso vendrá después.

Ahora lo que toca es calentarme las manos frotándolas entre sí para que no sienta el frio acumulado, que la yema de los dedos estén lo suficientemente templadas como para hacerle sentir.

Me impregno las manos con aceite de romero y las paso por su espalda, sus hombros, su cuello. Las bajo hasta la cintura para volver a subirlas y seguir con el masaje donde más lo necesita.

No pienso en mí, no pienso en mi placer ni en mis deseos más primitivos. Solo pienso en ella, que esté cómoda, feliz, relajada.....

Mis masajes continúan por todo su cuerpo desnudo, sus piernas. Las abro para facilitar a mis manos poder tocar la cara interna de los muslos y relajar sus piernas cansadas. Hasta los tobillos. Otra vez para arriba. Otra vez para abajo. Una vez y una vez más.

Hago que se gire para continuar con mi labor por los brazos, desde el hombro hasta las manos. La cintura esculpida también tiene su ración de caricias.

Le levanto una pierna para colocarla encima de mi hombro, tenso sus tendones, estiramientos continuados. Termino con la pierna derecha y continuo con la izquierda elevándola y masajeándola.

La dejo reposar al término de de tanta fricción. Pero me gusta seguir tocando esa hermosa piel. La giro para ponerla nuevamente como al principio y esta vez, la yema de mis dedos pasan por su espalda, a la altura de los hombros, con suavidad, sin presión alguna como en el masaje.

Deslizo mis dedos lentamente, de la derecha a la izquierda, de la izquierda a la derecha, de arriba abajo y de abajo a arriba.

Recorro cada milímetro de su espalda y un beso se me escapa es su cuello perfecto.

Esto es lo más grandioso que me apetece hacer a mi mujer y a pesar de llevar 20 años casados, cada vez que la toco, la miro y la beso, es como si no hubiera pasado el tiempo para ella.