Ella es el disfrute de todos

En una fiesta de carnaval, María resulta ser muy buena anfitriona… Incluso demasiado.

Hace unos años, María organizó una fiesta con una veintena de personas. En aquella época vivía en un bloque de pisos que disponía de un club social que podías reservar para eventos, así que lo aprovecharon. La fiesta era con temática de carnaval, con algunas personas disfrazadas, otras no… En realidad era una excusa como cualquier otra para reunirse.

En cuanto María apareció disfrazada, atrajo miradas de inmediato: Llevaba un disfraz ceñido de súper heroína, todo en una pieza, llevando solo debajo las bragas. A pesar de que no enseñaba apenas piel, no hacía falta, adivinándose todas y cada una de las formas de su cuerpo.

Un rato después, mientras la gente iba comiéndose los aperitivos y bebiendo, uno de los amigos, Pedro, se acercó a María:

-          Me encanta tu traje – señaló él.

-          Oh, gracias, me lo puse especialmente para que lo vieras tú – sonrió ella.

-          Lo malo es que así voy a estar firme toda la noche – admitió él.

María soltó una carcajada, sonrojándose.

-          Es una suerte y una pena que no haya más privacidad – contestó ella.

-          ¿Verdad? – suspiró él.

Mientras tanto, la gente seguía charlando en grupos, saludándose y poniéndose al día. En una de esas conversaciones, otro amigo, Fabio se quedó frente a María:

-          ¿Mucho frío? – preguntó él.

-          ¿Eh? – se quedó extrañada María.

Él señaló sus pezones con ambos dedos de la mano.

-          Parecen hasta afilados – rió Fabio.

-          Pues sí, un poco de frío sí que tengo – rió María.

-          Yo te quitaría el frío rápido – le soltó Fabio.

-          No creo que eso ocurra, no cuentes con ello – retrocedió ella, riéndose.

Luego se creó un gran corro, con casi toda le gente hablando junta. Había algunos sofás, pero no suficientes para todos, así que había gente de pie y también gente que había cogido sillas de otros lugares para sentarse alrededor. Al ver la escasez de asientos, uno de los que estaba sentado en el sofá, Pablo, le habló a María:

-          Ven, siéntate encima – dijo, juntando sus piernas y ofreciéndose.

Pablo la verdad es que era un chico bastante atractivo, con su pelo largo y rizado y su cara de pillo. Lo conocía desde hacía años, exnovio de una amiga en común, y siempre había tenido bastante confianza con él, a pesar de que se habían podido ver realmente poco. María se lo pensó solamente un segundo.

-          Vale, a ver que no te aplaste nada… - rió ella, sentándose encima.

Se quedó María sentada sobre las piernas de Pablo, dándole la espalda. El acabó poniéndole las manos en la cintura y los muslos a ella, apoyando también la barbilla en su hombro desde atrás. Estando así, María fue excitándose más y más ante la cercanía de Pablo. Le trastornaba pensar que apenas la separaba una pizca de ropa de la entrepierna de él…

A María ya le estaban entrando calores cuando decidió levantarse, porque si no iba a hacer alguna locura…

-          Gracias por el asiento, voy a darme una vuelta – le sonrió María a Pablo.

Por un instante ella esperó que Pablo dijera “voy contigo”, y dieran “una vuelta” juntos… Pero no, él se despidió de ella y siguió charlando con el resto de amigos. María intentó no darle importancia, olvidarse del calentón que llevaba encima y, ya que apenas había comido, fue a por los aperitivos… Descubrió que el traje (que cubría hasta los dedos) le molestaba para coger la mayoría de cosas, además de que se le iba manchando.

-          Creo que voy a ir arriba a cambiarme, con este traje no puedo comer –se rió en voz alta María, mostrando los dedos de su traje llenos de migas – gato con guantes no caza ratones…

Hubo algunos comentarios diciendo que se dejase el traje, que estaba muy guapa con él, y alguna broma subidita de tono.

Pedro, que estaba a su lado, le habló a María:

-          ¿Si vas arriba puedo ir contigo? Necesito ir al baño – dijo él.

No había baño en aquel salón, así que era algo razonable, de modo que se fueron juntos hacia el bloque, hablando por el camino. La casa estaba en el piso quince, así que el viaje en el ascensor no era corto.

-          Ufff… Es que estás tremenda, perdona que te lo diga, pero es que… Ufff…  – le dijo de pronto Pedro a María.

-          Perdonado, si me puse este traje precisamente para que pudieras verme bien – rió ella, volviéndole por momentos el calentón que había tenido con Pablo – así ves lo que te espera en tu próximo regalo de cumpleaños personalizado.

Pedro la miró sorprendido.

-          Si lo quieres, digo… - sonrió María – si no, me pienso otro regalo…

-          No, no, ese está bien, sí, desde luego – dijo enseguida Pedro.

Llegaron a la casa, sacándose María las llaves de un bolsillo del traje.

-          ¿Sabes? – empezó a hablar Pedro – no he venido nunca a esta casa vuestra y me siento como si estuviera yendo a un hotel contigo.

María se detuvo, mirándole. Aunque tenía a Pablo en la cabeza, estaba muy excitada con la situación.

-          ¿Eso es que quieres llevarme a un hotel? – sonrió ella.

-          Son cosas que se me ocurren, mi mente que divaga… - contestó él.

Una vez los dos dentro, cerraron la puerta, quedándose en penumbra en el recibidor.

-          Porque los dos somos decentes y cortados, que si no… - rió Pedro.

-          ¿Tú crees? – contestó ella, acercándose más.

María deslizó la mano por el muslo de Pedro, dirigiéndose hacia la entrepierna.

-          ¿No vas a pararme? – preguntó ella.

Pedro tragó saliva.

-          No creo… - admitió él.

-          Pues entonces… - dijo María, palpándole la entrepierna, pegándose a él, acercando los labios a su oído – yo creo que te mereces un adelanto del regalo de cumpleaños, para ver si te gusta o prefieres otra cosa, ya sabes…

-          Tendría interés en verlo, sí – suspiró Pedro.

Ella le mordió con suavidad el lóbulo de la oreja:

-          Voy a bajar a comértela – fue susurrándole ella – y luego quiero que me folles.

-          Suena bien ese adelanto… Muy bien… – contestó él.

María se arrodilló delante de él, bajándole los pantalones, revelando aquel pene hinchado a más no poder.

-          Pues sí que la llevas preparada hoy, sí… - rió ella, dándole los primeros lametones.

-          Es que llevo más de una hora así de excitado por ti – contestó él.

-          Bueno, pues yo te lo arreglo, no te preocupes – le guiñó el ojo María.

Mientras se metía el miembro de Pedro en la boca, ella se fue quitando el traje.

-          Qué habilidad – le dijo él desde arriba.

-          ¿Cuál? – contestó ella, sacándose la polla de la boca solo para decir esa palabra.

-          Chuparla mientras te desnudas – suspiró él.

-          Si juntas prisas y ganas… Sale esto – contestó ella, chupándola con más energía.

Pronto María estuvo desnuda de cintura para arriba.

-          ¿Me ayudarías a quitarme el resto? – preguntó ella, levantándose y poniéndose contra la pared.

-          ¿Qué hago? – contestó Pedro, pegándose a ella, acariciándole los costados y los pechos.

-          Termina de bajarme el traje – sonrió ella, girando la cabeza.

Pedro agarró el traje y empezó a bajarlo, viendo que estaba tan ceñido que bajaban también las bragas juntas.

-          Adiós a las bragas, ha sido muy práctico – rió María.

Él le dejó el traje y las bragas a la altura de las rodillas, cogiéndose el pene y frotándolo contra las nalgas de ella.

-          Ahí en el cuarto de al lado tienes condones en la mesilla de noche… - señaló ella, moviendo también las caderas contra él.

Después de darle un beso en el cuello, Pedro la soltó para ir enseguida a por el condón. María se quedó apoyada contra la pared, tocándose con una mano su clítoris húmedo. Enseguida volvió él, colocándose detrás de ella, dirigiendo su miembro entre las nalgas.

-          Entra sin más, me tienes muy mojada y abierta ya – le invitó ella.

El pene de Pedro se deslizó sin problemas dentro de ella, gimiendo los dos.

-          Oh, dios, qué gusto… - susurró él, besándole el cuello.

-          Sí, fóllame fuerte así… - contestó ella.

Pedro no se contuvo, sujetándola por el cuello y la cintura, penetrándola con fuerza, acelerándose.

-          Me tienes muy bien enganchada, así vas a hacer que me corra… - gimió María.

Él se pegó más a ella aún.

-          ¿Así te gusta que te follen?  - le dijo Pedro - ¿Con las tetas bien apretadas contra la pared?

-          ¡Sí, sí! – gritó María sin contenerse, moviendo las caderas también.

Los dos se movieron frenéticamente, llenos de morbo. Pedro besó con fuerza el cuello de María, bombeando a su interior una abundante corrida.

-          ¡Oh, sí, sí! ¡Córrete, dentro, hondo! – gimió María.

Mientras Pedro terminaba su orgasmo, el de ella comenzaba, temblándole las piernas y gimiendo sin control. Después de darle Pedro un último beso en la nuca, se separaron ambos, entre risas algo nerviosas.

-          Teníamos algunas ganas tú y yo – sonrió María, girándose y besando a Pedro.

-          Bufff, ya ves… - rió él.

Se separaron. María fue a cambiarse y él al baño, el plan inicial, para así poder regresar con el resto sin que fuera demasiado descarado todo. Ella se puso un vestido fresco, negro, escotado y con tirantes.

Mientras bajaban en el ascensor, María se notaba todavía húmeda y excitada. Sin pensárselo, se lanzó sobre Pedro, besándolo con ganas.

-          Lo de antes… - empezó a decirle ella – me encantó, tenía muchas ganas de tu polla, perdona que te lo diga – rió al final María.

-          Yo siempre presto mi espada a una dama en apuros – sonrió él.

-          Si no fuera porque sería muy obvio… - empezó a decirle ella – me quedaría contigo arriba follando.

-          Pues… - la cogió por la cintura él – porque no querrás volver, porque yo sí.

Se quedó pensando por momentos María, el tiempo que el ascensor llegaba abajo.

-          No, no… - contestó al final ella – soy la anfitriona, no puedo irme y ya está, sería muy feo…

-          Ya… - asintió con la cabeza sin ganas Pedro.

María lo sujetó por el brazo, besándolo con fuerza.

-          Esto no quedará así, ya buscaremos otra oportunidad… - susurró ella – tengo muchas ganas de comértela… Pero no, tengo que ser responsable…

Para desgracia de Pedro, después de eso, María caminó con determinación de vuelta con el resto.

Los dos se reunieron con el resto y la velada siguió adelante. María apenas pudo comer, ya que se sentía todavía algo excitada, así que se dedicó a más a hablar con la gente. En cierto momento, cuando estaba algo más sola, se le acercó Pablo:

-          ¿Sabes? Te veo bien… Hacía tiempo que no nos veíamos, pero me alegro de verte bien… - dijo él.

-          Es bueno de vez en cuando reunirse y reencontrarse y esas cosas… - sonrió María, dando un trago a su bebida.

-          Sí, porque al paso que vamos… No me dio tiempo a ver siquiera donde vivías y ya estás en la siguiente casa – comentó Pablo.

-          También es que en esta casa es más fácil invitar a gente – explicó María.

-          ¿Sí? ¿Es grande? – preguntó Pablo.

-          Ah, no – río ella – pero digo que lo de que tenga el club social y se pueda reservar, permite estas cosas.

-          Oh, ya veo – asintió él.

María se quedó por unos momentos pensando, un poco con la cabeza, un poco con la entrepierna.

-          Si en algún rato te aburres... – se animó a decirle a Pablo – y quieres que te enseñe la casa, me lo dices y vamos.

-          Pues cuando te venga bien, yo ya he saludado a todo el mundo. Solamente estoy charlando por allí, comiendo por allá y esas cosas… Estoy libre – sonrió él.

-          Pues… - le devolvió la sonrisa ella - ¿quieres que vayamos?

Se encaminaron hacia la casa. Mientras subían en ascensor, María se notaba humedecerse al recordar la visita anterior de Pedro y la perspectiva de Pablo… Aunque no sabía si iba a ser posible.

-          Bueno, pues esta es mi casa – abrió la puerta María, invitándole a entrar.

Pablo entró al recibidor.

-          Qué amplio, me encanta – comentó él.

-          Sí, la verdad – rió María, nerviosa, para luego adelantarle y encender la luz de la cocina, justo al lado – y aquí está la cocina…

-          Qué piso más bien apañado… - dijo Pablo.

Ella se movió al otro lado, encendiendo la luz de la siguiente habitación:

-          Y este es el dormitorio… - anunció María.

Nada más entró Pablo comenzó a reír un poco. Siguiendo su mirada, María pronto descubrió el motivo: Pedro se había dejado el cajón de la mesilla de noche abierto, con la caja de condones abierta y desparramada por la cama…

-          Ufff… qué vergüenza, disculpa… - corrió enseguida a recogerlo María.

-          Qué va, mujer, no te preocupes, por mí ni lo recojas – rió él – si está muy bien que una chica se divierta…

-          Me muero de vergüenza… - bajó la cabeza sonrojada María, guardando los condones en la caja.

Pablo se apoyó en la pared, entretenido.

-          Así que… - empezó a hablarle él - ¿Pedro y tú…?

-          ¿Tanto se notó? – preguntó ella, algo preocupada, guardando la caja de condones en la mesilla y cerrándola.

-          A ver, sí, algo se notó – soltó una carcajada él – entre cómo os fuisteis y cómo volvisteis… Pero bueno… Realmente da igual, supongo… ¿O mantenéis en secreto por algo que estáis juntos?

-          No estamos juntos – negó algo sorprendida María.

-          Ah, ya entiendo… – soltó una risita Pablo – también está bien igualmente.

María se dirigió hacia la puerta, muerta de vergüenza. Pablo, en lugar de salir con ella, se dirigió hacia la cama y se agachó, recogiendo un condón.

-          Te habías dejado este – dijo él, ofreciéndoselo con la mano.

Sonrojada y sin mirarle a la cara, cogió el condón de su mano y fue hacia la mesilla a guardarlo.

-          En realidad… - empezó a decirle Pablo desde la puerta – si no quieres guardarlo también me parece bien.

-          ¿Qué? – preguntó extrañada María, quedándose quieta frente al cajón abierto, sin girarse.

-          Que si quieres le podemos dar buen uso – contestó Pablo.

A María se le cayó el condón al suelo de la sorpresa, hablándole sin girarse mientras lo recogía:

-          ¿Ya sabías que yo quería…? – susurró ella.

-          Sí, mujer, no era muy difícil… - rió él.

-          Ahora ya no voy a poder ni mirarte – se giró ella lentamente, con el condón en la mano y la mirada hacia el suelo.

Pablo se acercó a ella, cogiéndola por las manos con dulzura.

-          ¿Después de invitar a Pedro a follarte en tu casa te da vergüenza hacer lo mismo conmigo? – rió él.

-          Sí… No, no sé – rió nerviosa ella a su vez.

-          Si te apetece, aquí estoy – dijo él, tomándola por la cintura.

Con los ojos cerrados y roja como un tomate, María levantó la cabeza, besando a Pablo en los labios. Él le correspondió el beso, alargándolo, mientras la mano de ella se deslizaba hacia la entrepierna de él, palpando el bulto.

-          ¿Eso quieres? – le susurró al oído Pablo.

-          Sí… - admitió ella – hace tiempo que sí…

María comenzó a desabrochar el pantalón de Pablo, dejando salir al exterior su pene.

-          Si llego a saber que querías esto, lo hubiésemos hecho antes… - confesó él.

Ella se sentó en el borde de la cama, tomando a Pablo por las piernas para que se colocase delante de ella, empezando a chupársela.

-          Ufff… Nunca me hubiese imaginado esto… - suspiró él – siempre pareces recatada y hasta puritana…

-          Pero si esta noche casi se me trasparentaban los pezones con el disfraz – rió ella, más relajada, lamiendo el lateral del miembro.

-          Bueno, eso me sorprendió, lo admito… - rió él – igual que cuando te sentaste encima…

-          Yo qué sé, me das confianza, supongo… - contestó ella entre lametones.

Mientras seguía con la boca ocupada, María fue quitándose los zapatos y las bragas. En cuanto terminó, Pablo se arrodilló frente a la cama, colocándose entre sus piernas. Ella se rió algo nerviosa cuando empezó a sentir los besos en su clítoris, con la lengua repasando sus recovecos.

-          ¿Así empiezas? – suspiró ella, dejando caer la espalda en la cama, abierta de piernas.

-          Me has invitado, es lo mínimo… ¿no? – rió él.

-          Sí, claro, claro… - gimió ella, notando como Pablo le succionaba el clítoris.

La boca de Pablo siguió recorriendo la entrepierna de María, a veces más rápido, a veces más lento, sin a apenas pausa. María escuchó un sonido rítmico familiar:

-          ¿Te estás tocando mientras? – preguntó ella con una sonrisa lujuriosa.

-          Sí – admitió él, en una pausa corta.

-          Ufff… Cómo me gusta saberlo – gimió ella.

María tomó por la cabeza a Pablo, dirigiéndolo ella también, disfrutándolo bien.

-          Si sigues así me voy a correr… -suspiró ella.

-          Ujum – contestó con la boca ocupada Pablo.

Él aceleró aun más sus movimientos con los labios y lengua, aferrándose a los muslos de María, que se retorcía mientras iba llegando al orgasmo, gimiendo de placer, dejándole toda la barbilla mojada.

Cuando todavía el mundo le daba vueltas, María escuchó el sonido del plástico del preservativo. Soltó una carcajada y apoyó los pies en la cama, arqueando las piernas y separándolas.

-          Iba a preguntarte, pero me lo tomaré como una invitación – le susurró él, inclinándose sobre ella.

-          Lo es, lo quiero… - suspiró ella.

Pablo no se hizo de rogar, penetrándola con facilidad con lo abierta que estaba, moviéndose en ella. Pronto colocó a María con las piernas encogidas, apoyándose en ella y tomando velocidad.

-          ¡Qué ganas te tenía! – dijo María.

-          Y yo, bufff, y yo… – contestó tomando aire Pablo.

-          Aprovecha entonces, aprovecha… - gimió ella.

Él se aceleró aun más, follándola con fuerza, sacudiendo toda la cama, mientras María gemía más fuerte. Pablo siguió penetrándola, sujetándola por las piernas, sin detenerse hasta llegar al orgasmo en ella, dejándose caer luego a su lado.

-          Buah, qué calladito te lo tenías… - rió Pablo una vez se recuperó un poco.

-          ¿El qué? – sonrió ella, sorprendida.

-          Pues que disimulas muy bien la gozada que eres para estas cosas… - suspiró él.

-          Prejuicios que tiene la gente – se encogió de hombros ella riéndose.

Al poco los dos se vistieron y volvieron con el resto. María se descubrió a sí misma excitada de nuevo en cuando bajó del ascensor, notando que solo de caminar y rozar los muslos ya estaba volviendo a encenderse…

María se tomó una copa y se sentó en el sofá, esperando “enfriarse” un poco. Habló con la gente, comió algo más… Todo siguió con normalidad. A veces le daba la impresión a María de que la miraban de más o que hablaban sobre ella, pero no debían saber nada. Tanto Pablo como Pedro eran dos chicos que no iban a ir por ahí presumiendo de habérsela cepillado, así que se propuso dejar de esas paranoias.

Un grupito se puso a jugar al póker (cuatro chicos y una chica) y como querían ser seis y les faltaba una persona, María decidió unirse. Hacía muchos años que no jugaba y apenas se acordaba de nada, teniéndole que recordar las reglas y combinaciones. Iban a poner diez euros cada uno, una cantidad más simbólica que otra cosa.

Fueron jugando, y en las primeras jugadas María fue perdiendo dinero rápidamente, por una mezcla de inocencia y falta de experiencia. Hubo un momento que se dio cuenta de que tenía muy buenas cartas (todas del mismo palo) pero apenas disponía de dinero para apostar… Y estaba segura de poder remontar con esas cartas.

-          Me voy a subir a casa a por más dinero – declaró María.

-          ¿Qué dices? – rió Adrián, uno de los que jugaba – ¡No hagas un viaje arriba para eso, mujer! Además, no se vale añadir dinero, que si no esto se nos podría desmadrar…

-          ¿Entonces? – protestó María – Yo necesito más dinero, quiero subir la apuesta.

A diferencia de los faroles anteriores de María, todos vieron que parecía bastante segura esa vez… O era una actuación mejor, o esta vez sí tenía buenas cartas.

-          Yo te presto cinco euros – ofreció Fabio, que también estaba jugando.

María le miró, desconfiada.

-          ¿Y tú qué ganas de todo esto? – preguntó ella.

-          Me devuelves ocho cuando ganes, o hacemos otro trato si quieres… - contestó Fabio – si me da igual, yo esta ronda ya no sigo… - dijo, dejando sus cartas.

Ella se lo pensó unos momentos, volviendo a mirar sus cartas.

-          Vale, venga, dame – pidió María.

Fabio le dio el dinero y ella lo usó para subir la apuesta. Solamente otro de los chicos, llamado Nacho, igualó la apuesta, retirándose el resto.

-          A ver qué tienes – sonrió sin ocultar cierto nerviosismo Nacho.

María enseñó orgullosa sus cartas, lanzándolas sobre la mesa:

-          ¡Color! – gritó ella, levantando los brazos.

Varios vitorearon también, uniéndose a las celebraciones, pero antes de que pudiera coger el dinero María, Nacho la detuvo:

-          María… Lo siento – sonrió, bajando la cabeza – me duele decírtelo, y eso que me llevo yo el dinero…

-          ¿Qué dices? – dijo María, extrañada.

-          Pues que no todas las cartas son del mismo palo – señaló Nacho – tienes una que es un rombo, y el resto corazones…

Estalló una carcajada general, incluso entre los que no estaban jugando pero estaban escuchando. María y Fabio se llevaron las manos a la cabeza.

-          ¿Pero cómo me haces esto? ¡No tenías nada! – rió Fabio, mirando a María.

-          ¡Yo creía que podía ganar! Estoy ciega… - admitió María - No sé si será la bebida o qué, no creía haber bebido tanto como para eso… Pero mira… Ahora estoy sin nada.

-          Y a mí solo me quedan dos euros ahora – protestó Fabio, resignado.

-          ¿Lo siento? – dijo María poniéndole ojitos.

-          Bah, si da igual… Tampoco quería seguir más, Nacho va a desplumarnos a todos a este paso… - dijo Fabio, levantándose de la mesa.

María se levantó también, entre aplausos y bromas de los que no estaban jugando al póker. Se fue detrás de la barra del club, similar a la de un bar, para poner algo de distancia e intentar sentir menos vergüenza. Pronto se le acercó Fabio.

-          Menuda me has hecho antes… - rió él, apoyándose en la barra a su lado.

-          No se me dan bien esos juegos… - suspiró ella.

-          Y ahora me debes cinco euros… ¿Cómo me lo vas a compensar? – preguntó él.

Ella soltó una carcajada.

-          Ni te pienses que voy a hacer nada contigo por cinco miserables euros – rió María.

-          Pero cinco euros son como varias cervezas, yo gano poco dinero… Quizás para ti no, pero para mí, cinco es mucho… - contestó teatral Fabio.

-          Ni hablar – siguió riéndose ella.

-          ¡Oh, vamos! ¿Qué tengo que hacer para que aceptes? Pide, lo que sea – insistió él.

-          No hay nada que puedas hacer – negó con la cabeza ella.

-          ¿Y cómo arreglo esto entonces? – dijo él, separándose de la barra y dejándole ver el bulto en sus pantalones.

María se rió y apartó la mirada. Por un instante se sintió tentada a alargar la mano y tocarle, pero decidió que no estaba tan loca…

-          Pues vas y te tocas en el baño, a mí qué me cuentas… - respondió María.

-          ¿Eso es que me invitas a tu casa? – dijo enseguida Fabio.

En cuanto lo dijo, María cayó en la cuenta que era verdad. Como no respondía ella, Fabio le habló:

-          Necesito ir al baño – dijo él, con una sonrisa.

-          Soy una bocazas… - bajó la cabeza María.

Se lo pensó unos momentos María. Realmente le apetecía irse un rato, porque allí aun seguía acordándose del momento humillante en el póker… Y aunque no pensaba hacer nada con Fabio, porque no le excitaba demasiado él, la idea de que se tocase en su baño, obviamente pensando en ella, con ella a unos metros… De alguna forma le gustaba.

-          Venga, vamos… - concedió ella finalmente.

Sin acabar de creérselo, Fabio la siguió a la casa. Una vez dentro, María le indicó dónde estaba el baño:

-          Ahí está, haz lo que quieras – rió ella, yéndose a sentar al salón.

Fabio la miró con lujuria, yendo hacia el baño:

-          Que sepas que me gusta la idea de que te quedes ahí fuera… - dijo él.

Ella no dijo nada, pero también le daba morbo…

Sentada en el sofá, María cogió el móvil, para hacer tiempo, intentando ella misma no excitarse con Fabio y centrarse en otras cosas… Se le ocurrió mandarle un mensaje a Pedro: “Lo de antes me gustó mucho… Ojalá se repita pronto…”. Al no recibir respuesta, decidió enviarle el mismo mensaje también a Pablo.

No recibió respuesta de ninguno de los dos y habían pasado unos cuantos minutos ya. De Fabio no sabía nada. María se acercó a la puerta del baño:

-          Fabio… ¿Estás vivo? – preguntó riéndose ella.

-          Sí, pero falto de motivación… - respondió desde dentro él.

-          No voy a entrar – rió María.

Pasaron unos instantes antes de que recibiera respuesta:

-          Vale, no entres, pero respóndeme una cosa… - dijo él.

-          Dime – concedió ella.

-          ¿Te gusta que te aten? – preguntó él.

María se quedó parada un momento, tragando saliva antes de responder.

-          Sí, pervertido – dijo ella, no muy alto.

Esta vez pasó algo más de tiempo antes de la siguiente pregunta:

-          ¿Podría atarte? Sin tocarte, solo verte atada – dijo Fabio a través de la puerta.

Ella se lo pensó unos momentos. Empezaba a excitarse más.

-          Pero sin tocarme – avisó ella.

-          ¿Y cómo te ato entonces? – protestó él.

-          Emmm… - se quedó pensando María – bueno, vale… Pero lo justo para atar, sin aprovecharse, que nos conocemos…

Fabio salió del baño, con los pantalones bajados pero el miembro dentro de los calzoncillos, notándose mucho el bulto.

-          ¿Dónde tienes lo de atar? – preguntó directo Fabio.

María reaccionó, llevándole hacia la habitación, abriéndole un cajón donde lo guardaba todo.

-          Ufff… - suspiró Fabio, tocándose – aquí hay de todo, cuerdas, antifaz, vibradores, dildos… A alguien le gusta jugar por lo que veo – le guiñó un ojo él.

-          Venga, no me avergüences más – rió ella, cerrando los ojos y apartando la mirada.

-          ¿Puedo ponerte el antifaz? – dijo él.

-          Casi mejor – suspiró ella, dejándose llevar ya.

Fabio se acercó a ella, poniéndole el antifaz, para luego tomarla por la cintura, dirigiéndola de vuelta al salón.

-          Ven, siéntate aquí – dijo Fabio, sentándola en una silla.

María se dejó hacer. Fabio le ató las manos a la espalda, atándola también al respaldo de la silla. Ella empezó a notar como se iba excitando más.

-          Ufff… Qué visión… - dijo Fabio delante de ella.

María podía escuchar a Fabio masturbándose delante, a poca distancia. Sin querer, se relamió los labios y los entreabrió.

-          Joder, qué carita acabas de poner… - suspiró Fabio - ¿Eso es que te gusta a ti también?

-          Sí… - admitió María en voz baja.

Fabio se acercó aun más. María abrió un poco más la boca y sacó ligeramente la lengua.

-          ¿Eso es que quieres que me acerque más? – susurró Fabio, y al verla asentir con la cabeza, le colocó la mano en la nuca - ¿Ahora ya te la quieres comer?

María gimió de morbo y asintió.

-          ¿Tanto te gusta comértelas que salivas y todo de ganas? – dijo él.

-          Ajá – confirmó ella, con la boca abierta y lista.

-          ¿Te pone mojada chupar pollas? – preguntó él.

-          Mucho, compruébalo… - ofreció ella.

María levantó el culo de la silla como pudo estando aun atada, pero lo suficiente como para que Fabio le levantara el vestido y le bajara las bragas, para luego acariciarle entre los muslos.

-          Ya veo, qué mojada vas y aun no has hecho nada, qué guarrilla – susurró Fabio.

En ese momento sonó el teléfono de María, que estaba en la mesa, al lado.

-          Oh, vaya… - rió de pronto Fabio – qué previsualización de mensaje más interesante…

-          No cotillees mi móvil – advirtió María, con tono distendido pero en serio.

-          Si no lo he tocado, pero la pantalla ha mostrado el mensaje que te ha llegado… De Pedro – dijo Fabio.

-          Mierda – rió María al verse descubierta.

Fabio empezó a leerlo:

-          Dice “si estás arriba, avisa y echamos otra ronda” y guiña un ojo… - leyó Fabio - ¿Quieres que le conteste algo? ¿Decirle que suba?

-          No – dijo en voz baja María, avergonzada.

-          Convénceme – contestó él.

María dejó la boca abierta y echó la cabeza hacia delante, ofreciéndose. Pronto le entró dentro el pene duro de Fabio. Ella se entró por completo a la mamada, recorriendo el miembro de Fabio con su lengua y labios por completo.

-          Ufff, sí que convences bien, sí – gimió él.

Ella asintió y emitió una risita, teniendo la boca ocupada.

En esos momentos se escuchó el sonido de otro mensaje al móvil de María.

-          A ver la previsualización… - dijo Fabio.

Mientras miraba la pantalla, tomó a María por la nuca, empujándole la cabeza y haciéndola tragar hasta el fondo.

-          Interesante también… - suspiró Fabio.

María se atragantó, lo que hizo que Fabio la soltara, pero para su sorpresa, ella en lugar de apartarse, se mantuvo con la boca bien llena, sacando incluso la lengua para lamerle con la puntita un huevo… Y finalmente apartarse.

-          Bufff… Casi me corro – tomó aire Fabio.

-          Intentaba que no leyeras el móvil, distraerte – sonrió María.

-          Si lo llegas a hacer antes, quizás podrías haberlo conseguido… - contestó él.

-          Vale, ya lo sé para la próxima… - dijo ella, volviendo a mamársela.

Fabio no podía decir nada viendo como su pene desaparecía en entre los labios de María una y otra vez.

-          Nadie dijo nada entonces… ¿no? – paró un momento María, sonriente.

-          Qué mala eres, así es difícil decir nada… - suspiró Fabio, volviendo a recibir las atenciones de ella – pero era Pablo… Decía algo de que lo de esta noche juntos había sido la sorpresa del año, que ojalá repetir pronto, o algo así.

María se rió con la boca llena, pero sin apartarse. Fabio terminó de atar cabos.

-          ¿Me quieres decir que te has follado esta noche a los dos? – preguntó Fabio, apartándose de ella un momento.

-          Puede – rió ella.

Fabio se arrodilló frente a la silla, acercando su pene y separando los labios vaginales, haciendo rozar su miembro con el clítoris de María. Ella empezó a gemir alto.

-          ¿Y a cuántos más te piensas tirar hoy? – preguntó Fabio.

-          A ti, a ti… Tú – gimió María.

-          ¿Quieres que te la meta? – preguntó él, rozando más rápido el clítoris con su pene.

-          ¡Sí, sí! – contestó enseguida ella.

Él se sacó un preservativo entonces, poniéndoselo y volviéndola a rozar en el clítoris.

-          ¿Les digo algo a Pedro y Pablo? ¿Les invito? – propuso Fabio.

-          No seas malo, si ya me tienes toda para ti – rió María.

Movió la cadera Fabio, penetrando a María, haciéndola gemir.

-          ¿Te gusta? – preguntó él.

-          Mucho… - gimió ella.

Fabio se fue acelerando más. Le bajó el vestido por el escote a María, sacándole los pechos del sujetador y agarrándoselos. Ella empezó a gemir más sonoramente, temblándole las piernas, lo que hizo que Fabio se fuera excitando más y más, sujetándola fuerte por las tetas mientras comenzaba a bombear en su interior, oyéndola a ella llegar al orgasmo también.

Él se apartó después, sentándose a su lado.

-          ¿Has llegado y todo? – rió él, recuperando la respiración.

-          Sí… Mucho morbo – admitió ella, aun atada y con el antifaz.

Pasado un minuto, algo más tranquilos los dos, María le habló:

-          ¿No vas a soltarme? – dijo con una risita.

-          ¿Debería? ¿O llamo a algún otro? – contestó Fabio.

-          No seas malo, suéltame – rió ella.

Fabio no se hizo más de rogar y la soltó.

-          Solo porque eres muy buena anfitriona – aseguró él.

Finalmente Fabio fue poniéndose la ropa. María no se puso las bragas, sintiendo su entrepierna aun húmeda.

-          Fabio… Una cosa… - empezó a decirle María – cuando bajes, dile a Pedro que suba…

-          Qué fuerte me parece – rió él.

María se sonrojó entera.

Así siguió la noche. Pedro volvió a subir a la casa, y después de él, Pablo… Y ya casi al amanecer, Fabio volvió a ser llamado.

Cuando María se despertó al mediodía, se encontró desnuda con Fabio en la cama, haciéndolo de nuevo juntos. Finalmente, cuando se quedó sola María, volvió a tumbarse en la cama, a seguir durmiendo y ser consciente un poco de la locura que había sido la noche… Y que desde luego, si esos eran los efectos de su disfraz o sus ventajas como anfitriona, pensaba repetir en cuanto se pudiera…