Ella es así
Escena corta de una sumisa perfecta
Tiene 18 años, es rubia, delgada, y parece muy seria. Es mi esposa. Yo tengo 55 y me gusta todo de ella. Se sienta a mi lado en el salón. Lleva un bonito collarín, que no es igual que los de las perras, pero los recuerda mucho. Junta sus brazos bajo las tetas, como abrazándose. El pequeño vestido abre su escote cubriendo apenas sus bonitos pezones. Lleva un tanga minúsculo que se puede ver por lo corto de la falda, y revela que su coño está perfectamente depilado.
Le aparto a un lado el tanga, mientras sigue sentada en silencio. Así puedo contemplar los dos pequeños aros que luce en los labios del coño. Le pongo sus manos en la nuca para que abra mejor las piernas y jugar un poco con el otro piercing que lleva en el clítoris. Al moverse, su escote se abre más y muestra ya sus pezones, apresados con gomas del pelo con perlitas. Los acerca a mi pecho y los frota, mientras estiro del piercing de su clítoris, que es como un mando para hacerle sacar la lengua chorreante.
Le hago sujetar los aretes para que se le abra bien el coño, que brilla por su humedad. Apoyo mi puño en la cavidad, y lo absorbe entero suavemente. Mientras, le agarro la cabeza, alzándole la nariz con mi pulgar. Se le pone una bonita cara de cerda y sus babas resbalan hasta el ombligo. Azoto sus tetas liberadas, que chapotean untadas con su río de saliva.
Me detengo unos instantes a disfrutar de su boca con la mía. Entrelazo mi lengua son la suya, se la muerdo, mastico también sus preciosos labios, bebe mi saliva, jadea suavemente, me lame la cara. Siente un ligero dolor en la mandíbula, a causa de mis dedos apretándola para manejarla a mi antojo.
Ladea grácilmente su cabecita, en un gesto conocido. Me está pidiendo sin palabras que le dé permiso para correrse. Muevo mi puño en su interior, sin responderle, y luego lo saco de un golpe. Le pongo un gancho de nariz, que ella sabe que es una señal para que se trague mi polla entera. Me gusta empujarle la cabeza con mis zapatos, mientras escucho el sonido gutural de su garganta martilleada por mi glande. Observo que disfruta, porque sus manos a la espalda se arañan entre sí.
Retiro mis pies de su cabeza y ella sigue succionando. Sé que le encanta sentir sus rodillas contra el duro suelo mientras ejerce de cerda aspiradora. Le agarro de la gargantilla para ver su cara y me sonríe bella, con la boca levemente desencajada y sus propias babas emergiendo ya por su nariz enganchada. Vuelve a ladear su cabecita, rogándome ya el orgasmo. Le hago darse la vuelta para clavarle la polla en el culo, y mientras la follo a golpes emite sus exquisitos gruñidos de puerca en celo.
Mientras la enculo aprovecha para lamer el pequeño charco de fluidos que ha dejado en el suelo. Las perlitas de las gomas de sus pezones chocan con las baldosas y hacen un ruidito casi infantil. Le doy permiso para tocarse la vulva y grita mientras se la frota, entre embestida y embestida mías en su ano. Vuelvo a voltearla y la coloco a horcajadas sobre mí, follándole el coño, con su tanga aún puesto, retirado a un lado. Tomo sus pezones en mis manos y los masajeo con mis dedos, alargándolos y endureciéndolos más.
Le doy permiso para que se corra cuando sienta mi semen regándole las entrañas. Entonces pronuncia su primera palabra: gracias. No tenía autorización para hablar como una humana, así que entiende bien la sarta de bofetones que recibe mientras me corro, dando paso a su orgasmo permitido. Se escurre agotada hasta el suelo, desde donde me limpia la polla con su lengua. Tras unos segundos de calma, le ordeno beber y traga toda mi orina. Ha actuado casi todo el rato con corrección, y se lo hago saber. Vuelve a sonreírme, consciente de que por fin tendrá sus añorados aros en los pezones, para poder sentirse mi esclava incondicional.
Se aleja canturreando a la cocina. Ya es la hora de prepararme la comida.