Ella era mi luz, Pte 2

De muchas cosas me arrepiento.

De muchas cosas me arrepiento.

El arrepentimiento es el sentimiento que más me destruye. La culpa. Podrán pasar años y seguiré pensando que siempre pude haberlo hecho mejor. ¿Perfeccionista? No. Paranoica más bien. ¿A ustedes también les pasa?

Regresar a mi habitación cada día pensando en que pude haber dicho “Sí”, o “No” con toda autoridad. Llegar a la almohada y repasar cada momento del día en que pude haber sido más autoritaria, o desprendida, más relajada o mandona. Encontrar las palabras únicamente cuando ya no se necesitan es algo que me pasa muy a menudo.

De muchas cosas me arrepiento.

Esa noche había salido con mi hermano y su mejor amigo. Fuimos a un bar que recién inauguraban. Naturalmente mi hermano no sabía de mi orientación, y en ese momento ni yo misma me entendía. Nunca he roto reglas. Tenía quince años y si salía era acompañada de un adulto, esa noche probé mi primera cerveza. Mi primera cerveza en un bar, porque la primera en la realidad fue cuando tenía unos cuatro años y después de tanto insistirle a mi papá, terminó dándome a probar un trago. ¡Qué asco! – Pensé. Pero en esta ocasión no analizaremos la raíz y la psicología de mis vicios. Quedemos en que la primera vez que probé una cerveza a conciencia fue esa noche en ese bar.

Había una pista de baile, una barra en un segundo piso, luces y música a reventar. Mesas en todos lados, gente heterosexual sentada en ellas. Mucha gente heterosexual y yo confundiéndome entre toda esa gente. Una niña aparentando ser cool en un ambiente como ese, lo único que podía hacer era analizar su entorno y adaptarse. Una mesa llena de hombres a la par mía, hablando, tomando, fumando, la esposa de uno de ellos sentada inmediatamente a la izquierda de él.

La chica no dejaba de ver a mi mesa, parecía tener profundo interés en mi hermano o en su amigo. Parecía.

Era alta, tenía unos 25 años, vestido negro, cabello negro suelto, sonrisa hermosa, ojos grandes.

Tenía todo para atraerme. Y lo hizo. A las mujeres nos meten un chip desde pequeñas, el chip de: “si no soy tu amiga, soy tu enemiga” y andamos por la vida atacándonos y viéndonos de reojo como si todas nos debiéramos algo. Sonreírnos entre desconocidas en la calle es algo mítico o como si de otra dimensión se tratase. En mi mente sólo existía la posibilidad de que si esta chica miraba a mi mesa era por interés masculino o por una detallada crítica acerca de mi forma de vestir. Pues bien, ni uno ni lo otro.

Mi hermano fue al baño y su amigo a la barra. Me quedé sola en ese momento, honestamente podía haber estado haciendo mil cosas y sentirme mejor de lo que me sentía estando ahí.

Tomar a más no poder no era un plan y bailar con mi hermano tampoco. Me acerqué a la barandilla como persona asocial que soy, nada más a ver bailar al resto y además porque me dolía el culo de estar sentada sin nada más importante que hacer.

Después de un corto instante se acercó la que yo pensaba era la esposa del sujeto sentado en la otra mesa. Y digo “esposa” porque mi mente prejuiciosa no me dejaba entender qué podría estar haciendo una mujer tan hermosa sentada tan cerquita de un sujeto feo, gordo y sudoroso; excepto que tuviera un nivel de compromiso equivalente al de un matrimonio.

O bien él era narco y adinerado y ella su dama de compañía.

Por amor las mujeres hetero aguantan a cualquier hombre básico aunque ni siquiera sepan dónde queda ubicado el clítoris. Pero hey, allá ustedes. Las traería a mi mundo, pero no se dejan ayudar.

Se acercó, me tocó la mano derecha, la dejó ahí por una eternidad en mi mente, equivalente a unos segundos en la realidad. Lo juro, Juro que el tiempo pasó lento. Me quedé inmóvil y ella me vio sonriente. Sentí que me conocía, ¡qué absurdo! Nunca la había visto en mi vida, pero podría asegurar que ella me sabía sola y confundida, la sentí como un imán cerca de mí, sonriente y segura de sí misma. Por Dios, qué sensual era, y yo tonta y pequeña.

De muchas cosas me arrepiento.

Me dijo: ¿quieres bailar?

Y sólo pude decir: “No, quizás en otro momento”

Ella apartó su mano de la mía, su sonrisa se borró y miró al frente. Dio la vuelta y bajó al primer piso.

La vi desaparecer mientras bajaba las gradas.

Me quedé congelada. Era la primera vez que una desconocida me invitaba a bailar, me coqueteaba y yo cometí el enorme error de rechazarla.

No olvido muchas cosas y ciertamente no la olvido a ella. Era hermosa y estaba sola, quería bailar conmigo. La sensación de su mano en la mía me erizó. Por un instante no pude respirar.

Tenía quince años. Una hermosa desconocida me pidió bailar con ella y casi se me detiene el corazón. Entre temor de verme descubierta y placer inmediato al sentir su interés, me dividí y solamente pude decir “No”.

De muchas cosas me arrepiento, esa fue la primera.

Regresé a mi casa, a mi cuarto, a mi tv. Era temprano todavía, en Starz presentaban “The L Word”

Vi mujeres besándose, amándose, cogiéndose. Lo deseaba para mí, y cuando tuve la oportunidad de abrir una puerta y simplemente acercarme a una para terminar aceptando que me gustaba, No pude.