Ella

Cuando uno regresa tarde del trabajo, pueden ocurrirle cosas como esta. A veces, es bueno perder el último tren.

ELLA

Dos de la madrugada. Estación de cercanías de una ciudad cualquiera. El tren vacío, prácticamente. Subo en el segundo vagón, me siento hacia la mitad. Cinco minutos para que salga hacia su destino. Suena la bocina, va a arrancar. En ese mismo instante una mujer de mediana edad irrumpe en el lugar. Me mira fijamente. Se sienta en la butaca contrapuesta a la mía al otro lado del pasillo. Me vuelve a mirar, como para decirme algo, pero no dice nada. El traqueteo anuncia que nuestro tren toma velocidad, en media hora habré llegado a mi pueblo.

Abro el periódico por cualquier página, miro de reojo a mi compañera de viaje. Ella está observando por la ventana como pasan las luces de las casas. Inicio la lectura de un artículo sobre la guerra de Líbano, es interesante. Oigo un jadeo, cuando miro hacia ella, veo que está masturbándose con las piernas medio abiertas, los ojos cerrados, las bragas cayéndose sobre una pierna, los zapatos vacíos. Disimulo.

Ella dice algunas palabras ininteligibles. Se acerca, se sienta ante mi, me mira, abre sus piernas, me incita diciendo que se lo coma. Me arrodillo, está inundada, paso mi lengua como un perrito sediento por su recipiente, tropiezo en el clítoris. Amargo su sabor, árido incluso. No dejo de lamer, ella sujeta mi cabeza y la aprieta contra su coño. ¿Quiere asfixiarme?. Ajjjj. Me aparto, menos mal, puedo respirar. Me empuja.

En un instante abre mi bragueta y se mete mi erecta polla en su boca, temo correrme en ese instante, pero resisto. Echo mi cabeza para atrás, joder, que mamada, su lengua explora sin descanso cada vena dilatada de mi miembro. Me da pequeños mordiscos, que anticipan una mezcla de placer y dolor. Agita sin interrupción su culo, mientras engulle todo lo que puede. Se ha enganchado a mis huevos con su boca como un boxer, no suelta, aprieta, succiona. Grito, es una bestia, pero siento placer, mucho, nunca demasiado.

Se da la vuelta, me muestra sus nalgas, mira hacia atrás, y me pide que la folle. Lo hago y lo sueño. La envaro como un toro, grita. La llamo puta, mientras le clavo mi polla hasta el asiento. Esto es imposible, pero está ocurriendo, no voy a resistir mucho, y menos escuchando sus gemidos agudos. Me corro, largo y profundo. En la última embestida ella se ha quedado quieta, muy quieta, casi sollozando. Se limpia, me limpio.

Nos sentamos. Me mira, la miro. Entonces se decide a hablar.

Cabrón, sigues follando tan bien como siempre, lástima que te hayas casado con mi hermana, pero da igual, todo queda en familia, ¿verdad?.

No digo nada, abro el periódico y sigo leyendo el artículo de la guerra del Líbano. Ella se va al servicio, a maquillarse y arreglarse la ropa. Tiene razón, lástima que me haya casado con su hermana.