Ella.

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Abrázame fuerte. Así. Adoro que tu calor y el mío se hagan uno. Estoy segura de que incluso se acompasan los latidos de nuestros corazones. Bésame. O mejor, deja que te bese. Querría que fueras mar para sumergirme en ti y que me envolvieras en un abrazo total y redondo. Nuestras bocas unidas serían gruta en que retozarían los pececillos juguetones de las lenguas. Tus manos y mis manos, tus pechos y los míos, ambas en lo más alto, las dos, puñados de cabellos que en sí mismo nada son, pero que sabiamente combinados se realzan en el milagro de la trenza…

Hoy estoy tierna ¿sabes? Tierna y vulnerable. Necesito cariño. Cierro los ojos y vuelvo a ser niña. Acúname. Deja que recline mi cabeza en tu regazo. Ahora mismo me siento a tu merced. Podrías hacer de mí lo que quisieras. Me columpio en tu amor, y este ir y venir dulce e inmóvil consigue que el tiempo se detenga. Me acaricias el cabello y me sé gata perezosa en tus manos sabias.

Tienes el poder. Eres mi reina. ¿Qué soy yo para ti? No me respondas. Soy demasiado feliz como para tentar la suerte con preguntas. Prefiero jugar a que me amas. Deseo que me beses los párpados cerrados. Si lo haces sin yo pedírtelo, sabré que hay palabras sin palabras con las que nos comunicamos en silencio.

Bueno, no importa. No me besas, pero tus dedos me acarician el cuello. Trazan por él caminos imposibles. Avanzan. Vuelven atrás. Zigzaguean. Se aposentan en la concavidad que forma la indecisa frontera de tronco y cuello. Se aprestan entonces para más audaces andaduras. Te dejo hacer. Me siento en la encrucijada de la ternura y del deseo. Me desabrochas un botón de la blusa. Otro. Otro más.

Llevo el sujetador que te gusta. Ese que dices que te pone. Lo compramos juntas ¿recuerdas? Me besaste en el probador. Todavía me tiemblan las piernas al recordarlo. Era muy al principio de lo nuestro. Aun no acababa de creer que te gustaba, y me besaste. Me sentí empapada. Despertaste mis demonios y mis jugos. Gracias, amor, por enseñarme el color de los milagros.

Sigue. No te detengas. Sé buena conmigo. Resbala por la curva de mi pecho. Ábrete paso por debajo del sujetador. Querría, a veces, dirigir tu mano por mi cuerpo, llevarla y traerla por mi piel, convertirla en mariposa o zarpa según me apeteciera. Pero no. Mejor así. Los caminos no tienen voluntad. Mi pecho es hoy camino de tu mano. Tal es su maravilla y su grandeza. Caminas por él. Buscas su centro. La areola rugosa. El pezón abultado. Lo rozas con la yema de los dedos produciendo descargas eléctricas en ese imposible cable que, a despecho de los tratados de anatomía, une pezón y sexo.

Ha anochecido. "¿Quieres que acabe de desnudarme?" te pregunto. Asientes con un gesto. Me incorporo y me desabrocho los corchetes de la falda. Me dejas hacer, sentada en el sofá. Me miras. Por un momento me siento insegura. Sonríes y el mundo se recompone. Recobra sus exactas dimensiones. Bajo la cremallera. La falda se desliza y se acurruca a mis pies en revoltijo. Llevo el tanga negro. No lo compramos juntas. Me lo regalaste porque sí. "Deja -te pones en pie-.El tanga quiero quitártelo yo".

Tus manos. Tus manos rozándome la cintura. Tus manos acariciándome las caderas. Tus manos abarcándome las nalgas. Tus manos bajándome el tanga. Tus manos a milímetros de mi sexo. "Ven. Vamos a la cama". La sultana y su esclava. Yo abro camino. Tú me sigues al rastro.

Me tiendo sobre las sábanas, ofrecida. El hecho de que yo esté desnuda y tú vestida añade un punto de erotismo al calor de la noche. "Haz de mí lo que quieras". Lo haces. Te sientas en el borde de la cama y te inclinas sobre mí.

Ahora, aunque sea un momento, me besas los párpados. Me lames la nariz. Introduces la punta de la lengua en mi oído. Me estremezco. Sabes ponerme la carne de gallina. Me mordisqueas el lóbulo de la oreja y me nacen nuevos cables que acaban en mi sexo y le trasmiten una electricidad dulce y excitante. Julio Cortázar definía el beso en la boca como un milagro de flores y de peces. Tenía razón. Peces y flores. El perfume de tu aliento me aroma la lengua. Soy porque tú eres.

Tu lengua me da vida. Sigues explorando mi cuerpo con ella. Me lames los pezones. Primero el derecho. Luego el izquierdo. Los tengo muy sensibles. Lo sabes y abusas de mí. Adoro que abuses. No hay nada como sentirme tuya. Suena a paradoja, pero solo así sé que soy libre. Aunque sobran las filosofías. Me encanta que me chupes los pezones y punto. Eres una chica modosa, correctísimamente vestida, y le estás lamiendo los pezones a tu amiga desnuda, que se retuerce de gusto. Una estampa maravillosa para el recuerdo.¿No crees?

Tu lengua es incansable. Prosigue su andadura. Me atiza lametones en el ombligo. Baja poco a poco. Con lentitud. Se demora en mi vientre. Me impaciento. Retengo incluso la respiración para no perder detalle de su avance. Se detiene en la frontera del pubis, justo donde comienzan los pelillos rubios. Abro las piernas más todavía. Ven. Ven ya. No me atormentes.

Bucea en mí. Nada en mi interior. Piérdete en mi carnoso laberinto. Tu lengua hace nacer el mar. A su empuje, brotan mis jugos. Ahora se detiene. Se prepara. Es el momento de la verdad. Tu lengua sabe donde tengo el centro. Conoce el botón recogido donde nacen los maremotos y las noches sin sueño. Mi punto más sensible. Lo tanteas con la punta de la lengua y me haces gemir de placer. Arqueo la espalda para ofrecerte la vulva. Otro lametón. Otro más. Un tercero. Te tomo por la nuca, mi mano rozando el cuello de tu blusa, para que no te separes de mi clítoris. Me apartas el brazo.

Es un modo refinado de torturarme. No puedo tocarte. Tú a mí sí. Y me subes. Me elevas. Tu lengua es la cuerda que me hace bailar a tu son. Sé que estoy hablando, pero ignoro qué digo. He perdido el sentido. Soy solo sensación. Viento hondo y distinto. Fuerza oscura. Ola poderosa que todo lo llena. Y tú sigues comiéndome el sexo, tejiendo amor en él. Ya no estoy desnuda.

Me hiciste con tu saliva el mejor de los vestidos. Me traes y me llevas. No sé por quién, pero redoblan las campanas. Hay un prado en derredor, un prado verde en que florecen amapolas.

Así. Sigue así. Sigue así, amiga mía, hasta que me mates de placer. Sigue así hasta que muera