Ella

Teníamos todo el día y el fin de semana por delante… y había empezado de la mejor manera, haciéndole el amor a la dueña de mi corazón.

Habíamos estado planeando este viaje por meses. Surgió como una idea casual en la primera cita que tuvimos, un simple “Hay que irnos un fin de semana, tú y yo. Querétaro, Guanajuato, San Miguel; a donde quieras pero solo tú y yo…” fueron sus palabras exactas.

Han pasado un par de meses desde esa primera cita, las cosas han tomado un rumbo que nos hace felices a las dos y, aunque tuvo un inicio un tanto peculiar, entre ella y yo siempre ha sido todo muy natural y sin esfuerzo. El inicio de nuestra relación se remonta a mis últimos, y sus primeros, semestres de la universidad. Nos conocimos participando en un “concurso de belleza” de la facultad. Hubo un clic inmediato, apenas nos presentamos y empezamos a platicar, la compatibilidad fue muy evidente. Durante algunos años fuimos compartiendo experiencias que nos acercaron más, la confianza creció y, aunque no nos veíamos diario, sabíamos que contábamos la una con la otra.

Esto era algo que yo recordaba frecuentemente, el hecho de que todo comenzó como un amistad, que poco a poco fue desarrollándose la atracción… y cómo habíamos llegado a tener esta química tan arrasadora, que nos llevaba a tener encuentros apasionados, pláticas profundas y momentos de silencios en los que simplemente estábamos. Mientras estaba empacando, mis pensamientos tomaron ese rumbo romántico y cursi que solo ella sabe despertar en mí.

Íbamos a escaparnos de fin de semana, aprovechando que yo estaba de vacaciones y ella no tenía cursos ni trabajo, habíamos reservado un hotel en San Miguel, Gto., ciudad que a las dos nos gusta, con su arquitectura tan imponente, su vida nocturna y sus calles que despiertan el romanticismo de cualquiera. El estómago se me encogía cada que pensaba en los días que teníamos por delante. A pesar del tiempo, ella seguía poniéndome sumamente nerviosa. Sería por la impresionante atracción que teníamos o porque nunca dejaba de sorprenderme el poder que tiene sobre mí, pero cada vez que teníamos una cita o solamente iba a verla, la cosquilla en la panza era inevitable.

Me perdí en mis propios pensamientos mientras terminada de empacar y me apresuré a irme. Me urgía encontrarme con ella para irnos.

Acabamos de llegar, el viaje fue tranquilo y breve. Decidimos venir en autobús, porque ninguna de las dos confío en que mi coche lo lograra en la carretera; así que salimos lo más temprano que pudimos para tener todo el día para nosotras.

El trayecto estuvo lleno de miradas de complicidad, manos entrelazadas y dedos que hacían figuras en la piel de la otra, en un vago intento de calmarnos, logrando solamente hacer crecer la expectativa. Hablamos de nosotras, de lo mucho que habíamos esperado la oportunidad de escaparnos y estar solo ella y yo. El camino se hizo breve porque estuvimos platicando, riendo y tratando de controlar los nervios y las ganas de estar juntas.

Con ella todo era nuevo, siempre había primeras veces; quizá no para las dos, pero siempre conseguíamos que una o la otra viviera cosas nuevas; y esta no iba a ser la excepción. A estas alturas ya estaba acostumbrándome a que con ella todo es por encima del estándar; así que sabía que este fin de semana iba a superar, por mucho, cualquier expectativa que pudiera tener.

Cuando llegamos a la central, tomamos el servicio de taxi y le indicamos que nos llevara al hotel. Hotel que nos costó mucho elegir por todas las opciones que teníamos. Hoteles boutique, antiguos, modernos, coloniales, rústicos, minimalistas… y aunque, honestamente, me habría dado lo mismo, elegimos uno en el centro de San Miguel, con vista hacia la Plaza Principal, hermoso.

Mientras ella daba sus datos en el lobby, la observaba. Verla moverse ha sido uno de mis pasatiempos favoritos, disfruto mucho observar sus gestos, su mirada concentrada, su voz cuando habla con la gente, cómo se acomoda el cabello de lado… toda una experiencia sensual, como si cada uno de sus movimientos fuera estudiado, pero sabiendo que no es así, que ella así es, naturalmente sensual. No dejaba de sorprenderme la facilidad que tiene para despertar cada célula de mi piel con un deseo que me consume poco a poco, con unas ganas de tomar su cara entre mis manos y besarla tan profundamente que cada centímetro de su piel se erice… no podía esperar más y el trámite estaba tomando demasiado tiempo para mi gusto.

Cuando por fin nos dejaron instaladas en nuestra habitación, solo nos tomamos unos segundos para apreciar la belleza del decorado y la vista del jardín principal. Era temprano, la gente apenas empezaba a salir a caminar… yo me dirigí a dejar mi bolsa sobre la mesa, cuando de pronto sentí sus manos en mi cintura; rodeándome por la espalda, hizo a un lado mi cabello y me besó en el cuello, se me escapó un leve gemido y cerré los ojos, dejándome llevar por el cúmulo de sensaciones que sus caricias me provocaban. Me giré despacio hasta que me encontré de frente con ella, nuestras miradas se cruzaron y el deseo estalló. Se lanzó por mi boca, entrelazando sus dedos en mi cabello, al tiempo que yo la rodeaba con mis brazos y me pegaba a su cuerpo, sintiendo cada centímetro de su piel tibia, deleitándome con el calor que emanaba. Me besaba con fuerza, con ganas, acariciando mi lengua con la suya, encajando sus dientes en mis labios, encendiendo mi deseo cada vez más.

Empecé a desabotonar su blusa y me hizo girar para dirigirnos a la cama, no dejó de besarme y yo seguí acariciando su piel mientras íbamos deshaciéndonos de la ropa. Yo estaba totalmente cegada por el deseo, no pensaba en otra cosa que no fuera ella, su piel, sus besos, sus manos en mi cuerpo y las ganas que tenía de sentirla…

Le quité a blusa y me detuve un segundo para admirar su cuerpo, su piel blanca me llamaba a besarla, me acerqué a su hombro y lo besé; su olor me embriagaba siempre. Seguí besando y tracé un camino hacia su cuello, intercambiando besos por mordiscos y acariciando su piel con mi lengua; mientras mis manos seguían tocándola, acariciando el otro lado de su cuello y su cabello. Escuchaba cómo su respiración iba acelerándose y sentía su piel ardiendo, estaba cada vez más excitada y eso me enloquecía. Me separé un poco y volví a besarla, me tomó con fuerza, en un arrebato casi violento que elevó mi temperatura aún más; sentí la cama en la parte trasera de mis piernas y fui acostándome sin separarme de su boca, moviéndome hacia atrás hasta quedar en medio de la cama. Tomó mi blusa y me la quitó, lanzándola hacia el piso y volviendo a besarme. Me desabotonó el pantalón y arrodillándose en la cama, me lo quitó… ese era uno de mis momentos favoritos, cuando descubría mi lencería coordinada, casi siempre de encaje, que provocaba en ella una mirada encendida y la sonrisa de lado que me ponía a temblar las piernas. Me encanta vestirme para ella, provocarla, excitarla y ver su expresión cambiar cuando le gusta lo que llevo puesto. Pero no dejé que me desvistiera por completo, la tomé de la mano, la recosté en la cama y me monté sobre ella, verla así era toda una experiencia; su piel sonrojada y la mirada entornada por el deseo era todo lo que necesitaba para perder la razón. Me acerqué a ella y le mordí el labio inferior, sin besarla, solo provocándola… giré su cara y me acerqué más, para susurrarle despacio un “te deseo tanto, me vuelves loca” y acariciar su lóbulo con mi lengua. La besé hasta el hombro y bajé el tirante que se interponía en mi camino, imité el movimiento del otro lado y me levanté para poder meter mis manos bajo su espalda y deshacerme de su sotén. Tomé sus pechos entre mis manos y los acaricié, sintiendo cómo se erizaba su piel y se endurecían sus pezones; me incliné y tomé uno entre mis labios, lamiendo y succionando, mientras con la mano que tenía libre, imitaba los movimientos de mi lengua en el otro pezón. Escucharla jadeando me tenía a mil.

Seguí bajando sobre su cuerpo hasta encontrarme con su pantalón, que desabroché y empecé  quitarle. Estaba hincada entre sus piernas y las acaricié desde la pantorrilla a la rodilla, tomé una y la levanté sobre mis hombros, acerqué mis labios y la besé… me sentía totalmente mojada, excitada y ansiosa por seguir disfrutando de ella, de su calor, de su piel y de probar su humedad. En algún momento fue algo que me había puesto muy nerviosa y no me atrevía a hacerlo por temor a ser un total fracaso, pero con ella todo era sencillo, todo fluía natural y sin esfuerzo. Además de ser una experiencia deliciosamente sensual, me encantaba hacerla terminar de cualquier forma posible. Acaricié sus muslos hasta llegar al borde de su ropa, metí los dedos bajo el elástico y terminé de desnudarla. Ahí estaba frente a mis ojos, la visión más erótica que para mí existía; ella, desnuda, con su mirada excitada y sus mejillas sonrojadas. Bajé besando la piel de sus muslos, sintiendo cómo contraía los músculos cuando le daban cosquillas y anticipando mi roce.

La toqué lentamente, recorriendo su piel con mis dedos, sintiendo su humedad derramándose; el deseo corría con mis venas, espeso y caliente como lava, consumiéndome poco a poco, llevándome al límite de la razón. Acaricié su clítoris con la punta de mi dedo medio y la escuché gemir bajito, sonido fascinante para mí, adictivo e hipnótico. Lo único que quería era que ella gozara, sentirla estremecerme bajo mis manos, escucharla gemir y verla retorcerse de placer. Acerqué mi boca a sus labios y la recorrí completa con la lengua, probándola, saboreándola; deleitándome con el sabor y el calor de su piel. Lamí su clítoris y la sentí estremecerse, me encantaba eso; seguí lamiendo, succionando y jugando con mi boca; sentí su cuerpo tensarse y supe que estaba cerca, sentí su mano en mi cabello y aceleré mi lengua, busqué con mis dedos su vagina y la penetré despacio; sentía mi propia excitación escurrirse por mis muslos mientras la escuchaba gemir. Metí uno y luego dos dedos, mientras aprisionaba su clítoris con mis labios y succionaba, ella estaba al borde, ya no controlaba sus caderas y las movía en círculos, dejándome saber que estaba cerca… metí un dedo más y entonces pasó; su espalda se arqueó, sus piernas se tensaron, sus manos empuñaron las sábanas y de su boca escapó el más sensual de los sonidos en el mundo; sus gemidos que enmarcaban las contracciones de su cuerpo mientras se corría, mojando mi mano y llevándome a mí al borde de mi propio orgasmo. No me detuve hasta que dejó de estremecerse, entonces recorrí mi camino hacia su boca, besando de nuevo su piel, hasta encontrarme con su mirada, su sonrisa de satisfacción y el rubor postorgásmico que tanto me gustaban. Nos besamos despacio y recargué mi cabeza en su frente, gozando el momento, disfrutándonos… se giró sobre mí, se recostó entre mis piernas y buscó, mientras me besaba, buscó con sus dedos mi clítoris y sonrió contra mi boca cuando sintió lo mojada que estaba. Empezó a acariciarme, como solo ella sabía hacerlo, acelerándome la respiración y el pulso, levanté mi pierna para que se frotara en mi muslo mientras me tocaba, me encantaba sentirla mojada contra mi piel, me ponía mucho; estaba tan excitada que empecé a temblar enseguida, abrazándome a su espalda y gimiendo en su oído, sentía mi cuerpo tensarse, el placer era indescriptible, mis pezones se erizaron y sin poder anticiparlo, exploté… se me nubló la vista, mis piernas temblaban descontroladamente y un gemido desgarró mi garganta convirtiéndose en un grito de placer, mientras un escalofrío recorría mi espalda. Se acostó a mi lado y me giré para abrazarla, estábamos jadeando, aceleradas; yo no era capaz de hilar las ideas, sentía el cuerpo adormecido y la mente nublada. Nos dijimos “Te amo”, besé su hombro y me giré, me abrazó por la espalda y, sin darnos cuenta, nos quedamos dormidas.

Teníamos todo el día y el fin de semana por delante… y había empezado de la mejor manera, haciéndole el amor a la dueña de mi corazón.