Ella a él

Relato real con mujer aleman divorciada contando lo que sentía

Segunda parte, si se quiere llamar así, de una relación exclusivamente sexual, y de inmenso cariño, que tuve con una mujer alemana divorciada en Nürnberg hace 8 años. Lo he titulado Ella a Él. Al igual que en la anterior, él a Ella, cuento la práctica del sexo oral de la forma en que la siente quien la realiza, en este caso tal y como me contó ella que se sentía al hacelo.

ELLA A ÉL

Él estaba tendido en la cama, desnudo como vino al mundo y con una venda sobre los ojos, insistencia de ella. Ella, sin más ropa que un liguero negro se tumbó encima suyo, cubriéndole el rostro de besos y deteniéndose en su boca entreabierta. Se besaron con fuerza, introduciendo sus lenguas en la boca del otro. Ella volvió a besar su nariz y bajó hasta su cuello, que cubrió de besos hasta bajar a sus pezones, que mordisqueó levemente ocasionando en él un gritito mezcla de dolor y placer. Siguió bajando por su estómago algo abultado, aunque a ella no le importaba, y no tardó en llegar hasta su pene. La contempló antes de dedicarle toda su atención. No era muy grande, pero sí bastante grueso, circuncidado, lo que resultaba mucho más cómodo para ambos. Sus testículos tampoco eran muy grandes, pero estaban hinchados de excitación, al igual que su pene, que pese a no haber recibido aún ninguna caricia, se había ido irguiendo poco a poco mientras ella iba bajando sus besos desde su rostro hasta su pene. Besó dulcemente su enrojecido glande y lo rodeó con la lengua en su totalidad, notando un sabor salado que no le disgustaba. Lo sujetó por la base y comenzó a lamer el pene por los lados hasta llegar a sus testículos. Se metió uno en la boca y lo succionó fuertemente, haciendo que él soltara una exclamación de agradable sorpresa. Ella, sabiendo que él deseaba que ella se centrara en su parte más sensible, el glande, lo soltó tan rápido como lo había atrapado y se introdujo lentamente todo el pene en su boca, hasta que casi le roza la campanilla. Lo notó crecer aún más, y tuvo que reprimir las arcadas. Lo mantuvo unos instantes así, en su boca, y a continuación, tan lentamente como se lo había introducido, lo fue sacando hasta que sólo tuvo el glande entre sus labios. Entonces, lo succionó con fuerza, haciendo que él emitiera un largo suspiro de placer y alzara sus caderas, pidiéndole que continuara. Ella no tenía otra intención, y comenzó a mover rítmicamente su boca de arriba hacia abajo mientras succionaba con cada movimiento. Sabía por experiencia que él no aguantaría mucho tiempo, así que se dejó llevar. Cerró los ojos y aceleró sus movimientos metiendo las manos bajo su cuerpo y sujetándolo por las nalgas. Al cabo de menos de un minuto él soltó un largo suspiro y empezó a correrse con violencia. Ella subía y bajaba su boca con tal velocidad que comenzaron a latirle dolorosamente las sienes, pero cuando notó que él comenzaba a correrse, sin apartar su boca iba dando lengüetazos al glande para aumentar el placer de él. Al cabo de unos segundos, ella se sacó el pene de la boca tras haber tragado vorazmente lo que pensaba era todo el fruto de su corrida, pero al ver que este seguía expulsando pequeños chorros de semen, volvió a introducírsela rápidamente para no dejar nada. El semen tenía un sabor curioso para ella. Ni le gustaba ni le repugnaba, pero no sabía como definirlo, y sabía que a él, aunque nunca le forzaba a ello, le gustaba especialmente que ella lo recibiera en su boca, dejando en ella la decisión de tragarlo o escupirlo. Normalmente hacía esto último, pero esta vez no. Además, cuando era él el que le practicaba un cunnilingus, tragaba gustosamente sus fluidos y le decía que realmente le gustaba, cosa que ella creía y agradecía. Volvió a sacar su pene cuando notó que iba perdiendo la erección y lo miró, con su punta brillante de su saliva y amoratada. Lo apretó por la base consiguiendo que apareciera un nuevo hilillo de esperma, que ella hizo desaparecer con un único y rápido lengüetazo.  Después volvió a metérselo, ya casi fláccido en la boca, succionando por última vez mientras ahora sí, él sabía que ya podía quitarse la venda de los ojos. Lamió golosa el esperma que se había escapado hasta los testículos y otro poco que había caído sobre su muslo, y , tras ver que toda la zona había quedado limpia y brillante de su saliva, acercó su cara a la de Alberto, que observó que Brigitte tenía restos de semen en la comisura de sus labios. Trató de limpiárselo con su mano, pero ella, adivinando sus intenciones, se relamió los labios haciendo inútil su movimiento. Él sonrió, y ella le devolvió la sonrisa para a continuación darle un beso, sabiendo que le había hecho feliz.