Ella
Hipnos nos cuenta en el Ejercicio la historia de una relación amorosa que renace.
Con quince años la vi por primera vez. Aún su cuerpo no estaba definido como ahora. Éramos sólo dos jóvenes que se divertían jugando a ser novios. Nuestros pensamientos no albergaban anhelos a la pasión o al sexo, sencillamente nos eran desconocidos. Nos bastaban nuestras caricias, nuestros besos inocentes, nuestra compañía, nos bastábamos ambos.
El destino me la arrebató, quiso la fortuna que se cruzará en nuestra senda un obstáculo, una piedra que nos alejó. Nuestras manos se separaron mas nuestras miradas al cruzarse esporádicas ansiaban el reflejo del otro en sus iris. Hasta que supe un día que ya mi reflejo tardaría en regresar a sus ojos.
En su ausencia aprendí a valorar la valía de ella. La nostalgia a su lejanía la suplí con impostoras, de unas me encariñé, a otras sencillamente solo las disfruté. Esa nostalgia fue transformándose lentamente en frustración. Frustración de verla acompañada, frustración por verla ir olvidando su sonrisa, frustración que acabó en odio, porque realmente llegue a odiarla. Maldije el día que sus labios pronunciaron mi nombre, ese día que sonrió ruborizada cuando comencé a expresarle mis sentimientos, ese día que sentí su cuerpo unirse al mío fundiéndonos en un abrazo interminable. Odié realmente el momento que nos conocimos, y peor aún la odié a ella.
Sin recordar el cuando y el porqué el odio fue desapareciendo, los recuerdos se iban desempolvando, el cariño iba floreciendo lentamente hasta que de nuevo resurgió el amor. Tiempo me costó aguardar el momento justo, tiempo me costó ganarme de nuevo su confianza y tiempo fue lo que realmente hube de esperar para hacerle olvidar antiguos tropiezos.
Un día sin entender como aprecié que algo había cambiado, ya en su mirada tornaba mi reflejo al verla sonreír. Ese día comprendí que quizás había valido la pena lo pasado, que a veces dos personas han de pasar adversidades para conocer que realmente su compañero estará para apoyarlo. Nunca hablamos del pasado, fue mejor dejarlo aparte, no olvidado, pero si encerrado con llave en el fondo de nuestro ser. Lo importante fue que aprendimos. Y aquel día ese 21 de julio que recuerdan nuestros anillos, nos fundimos de nuevo un profundo beso, un beso de sabores desconocidos, añorados, soñados. Un beso diferente a los recordados, pero lo que más importa, un beso que selló nuestra vuelta, y gracias a eso hoy ese beso me la devolvió, sí a ella.