Ella (1)

Una historia juvenil sobre lo extrañas que pueden ser las primeras experiencias sexuales.

Ella (parte 1)

Vaya, siempre me pasa lo mismo. Pienso durante un largo rato, me llega la inspiración a la cabeza, pero cuando tengo que plasmarla en el papel, la mente se me pone en blanco.

Creo que sólo empezaré diciendo que ahora estoy por cumplir diecinueve, y que todo lo descrito a continuación ocurrió cuando tenía cierta edad que no puedo revelar por miedo a que me censuren si alguien tiene la idea de publicarlo.

A partir de aquí, lo que recuerdo.

En el colegio me iba bien, no era un cerebrito ni mucho menos, pero me defendía como para pasar siempre unas vacaciones tranquilas. Las materias las estudiaba cuando quería, manipulando al máximo mi virtud de la memoria. No reprobaba ninguna, por lo que en más de una ocasión me utilizaban mis compañeros como el chico al que tenían que pedirle las carpetas para completar las suyas. Grandes sorpresas se llevaban cuando se enteraban de lo poco que escribía.

Pero parece que ese año el destino me tenía guardado varios guiños. No sería igual a los demás.

Era Marzo. Nueva aula, nuevos profesores, algún que otro compañero desconocido y los mismos amigos de fútbol y juego de cartas en los recreos. Nada fuera de lo normal: las clases de presentaciones, lo temas monótonos, las bromas a las profesoras con anteojos "culo de botella", los papelitos que volaban de aquí para allá, los nombres mal escritos en la lista; en fin, la conocida y divertida rutina.

Hasta que apareció ella.

¿Quién?

Sólo "ella".

Obviamente no sabía su nombre, pero algo me sucedió al verla. Faltaba poco para que tocara el timbre de cambio de hora, por eso le pidió permiso al profesor de turno y entró con su atuendo formal: un hermoso traje negro de ejecutiva con un escote que pretendía disimular, pero que con sus grandes atributos sólo quedaba en un intento fallido. Era madura de edad, pero con la figura más perfecta que haya visto hasta ese entonces….y creo que todavía hoy sigo opinando lo mismo. Se nos presentó como la flamante coordinadora, llegada de no sé dónde ni me importaba. Recuerdo que ni siquiera escuché cómo se llamaba en ese momento, solamente me concentré en su cuerpo, danzando mi visión entre sus curvas, su boca y sus hipnotizantes ojos verde claro.

Menos mal que nadie me observaba, porque tuve que cruzarme de piernas como las chicas para no tener un minuto embarazoso.

--…por eso llegué tarde. Espero que todos hayan comprendido—fue lo primero que comprendí, justamente--¿Alguna pregunta?

Se me ocurrieron diez en un instante, pero ninguna que pueda formularle sin faltarle el respeto. Una muchacha le preguntó sobre algo que tenía que ver con las inasistencias y qué se yo que otra cosa, no me interesaba. Sólo quería que siguiese hablando, porque encima….además….tenía un tono de voz de locutora. Nada de esas frecuencias chillonas de tontitas.

De repente, una vibración en mi bolsillo me sobresaltó, como despertándome de un trance.

"Cierra la boca, pervertido, se te cae la baba" rezaba el mensaje en mi celular. Era Karen, mi amiga de la infancia, como no podía ser de otro modo. Una piba molesta de aquéllas.

Ni intenté virar mi cabeza a la izquierda para verla, seguramente tenía todo el rostro colorado. Es que nunca me había pasado nada de eso. Las excitaciones que había tenido hasta ese entonces provenían del morbo provocado por películas violentas clase B y videos juegos sádicos que recién estaban comenzando a ser furor. Había visto escenas de sexo, sí, en algunas películas prohibidas, pero todavía no me llamaba demasiado la atención. Muy probablemente porque casi todas las chicas de mi curso eran amigas que las veía desde la primaria y las trataba como hermanas.

Le hice el clásico gesto obsceno del dedo del medio a Karen sin siquiera mirarla y volví a concentrar mi visión en esa muj….¿Dónde mierda se había metido?

--¿Así le enseñaron sus padres a tratar a tus compañeros de clase?

El corazón me dio un respingo.

--¿Qué dije sobre los celulares, además?

Creo que por lo bajo debo haber descubierto nuevas formas de insultar a una puta. Incliné mi cabeza hacia la derecha y allí estaba su rostro ceñudo. Nuestros ojos se encontraron por primera vez, lástima que no fue una linda experiencia para recordar.

--¿Quiere empezar mal el año?

Escuché una risita maligna detrás de mí, indudablemente de quien había sido objeto de mi ofensa.

--No me conoce todavía, pero puedo ser tan buena como mala persona, según como se porte o me trate. ¿Desea conocer mi lado maligno?

Un camión cargado de ratones colisionó de frente contra mi cuerpo. Me imagino que mis mejillas habrán emulado a la bandera de China. Sobre todo porque tuve que cruzarme de piernas nuevamente.

--N..no, profes…digo…coordinadora—bajé la vista.

--Míreme cuando me habla. Yo espero que los alumnos varones que se postulan a ser grandes hombres me vean directo a los ojos.

Hice un gran esfuerzo psicológico y enfrenté su mirada. Después de todo, tenía orgullo.

--Así me gusta. Ahora dígame, ¿por qué le faltó el respeto a su compañera? ¿No escuchó lo que dije sobre…?—hizo un breve silencio, quedándose inmóvil—Mis ojos están más arriba—me susurró.

Por suerte, sólo yo la oí. Obviamente ese era su meta.

Al elevar con vergüenza rápidamente la vista, encontré en su rostro algo que quedará en la repisa de los recuerdos imborrables de mi vida: una curiosa y sorpresiva mueca de picardía que la embellecía en mayor monto.

--Seguro lo escuchó—prosiguió--, así que más vale que no vuelva a cometer ninguna incorrección.

--Perdón…--fue lo único que se me ocurrió decir, para regocijo de varios de mis amigos que respondieron con risas disimuladas a mi sumisión.

--Bien.

Y emprendió el camino de vuelta al pizarrón por el pasillo entre bancos, contoneando el trasero de una manera poco disimulada para mi gusto. Aunque no lo tomen como una protesta.

--Le estaré vigilando—se volvió para decirme con ese gesto bribón nuevamente, pero más solapado.

Ahora intuyo que lo habrá hecho para averiguar si me encontraba espiando su "ida". Pero en ese momento, me estallaron las venas del cerebro. Hubiera dado mi reino en monedas para goma de mascar a cambio de ir al baño.

Menos mal que no lo hice, no hubiese podido caminar derecho.

No esperen que detalle el resto del discurso que nos dio sobre voluntad para estudiar, acatamiento de horarios, cordialidad entre alumnos y remembranzas de que ya no nos encontrábamos en primaria. Fue más aburrido que la derivada de e elevada a la x.

El que no lo entendió, que repase matemática.

Ni bien terminó de intentar dormirnos, nos saludó afectivamente y salió por la puerta. Casi al mismo tiempo tocó el timbre del recreo y todos los orangutanes huimos en manada del aula.

Por mi parte, no estaba con ganas de intercambiar anécdotas tontas de vacaciones familiares en lugares lejanos. Ni de contestar preguntas sobre si tal o cual vestimenta le hacían ver gorda o fácil a alguna de mis compañeras. Mi mente divagaba entre las curvas delanteras de la coordinadora y la silueta de las bragas notándose a través de su pollera formal.

Los baños estaban repletos de pibes como era usual, así que no podía hacer fluir mi imaginación en las casetas de los inodoros sin poner en peligro mi reputación.

¿Cuál reputación?

En fin, no estaba tan loco como para masturbarme en el colegio a centímetros de todos.

Las horas de estudio pasaron y me fui a casa con una sola imagen en la cabeza. Creo que hasta debo haberla odiado cuando un auto casi me atropella al cruzar la calle sin mirar el semáforo. Yo no era así, y por eso me daba bronca. Decidí entonces cortar por lo sano y darle un final a esta primera pequeña obsesión de mi vida. Resolví que había una forma sencilla de encontrarme con ella a solas aunque fuera en la secundaria misma y me dispuse llevarla a cabo.

A la mañana siguiente, tomé el camino largo y cargado de transito para llegar. Obviamente, entre insultos de taxistas y ciudadanos desaforados al volante, caí casi con una hora de retraso a clase. Y por supuesto, el profesor de la primera cátedra me envió con una estampilla pegada en la frente a encontrarme con mi belleza madura.

Sí, bueno, ya la insinuaba como mía. Déjenme soñar

Recuerdo haber suspirado antes de entrar, como si estuviera a pasos de toparme con los directores de cátedra para un examen final de filosofía. Golpee la puerta de la sala en donde trabajaba—a esta altura me sigo preguntando qué cuernos hacen los coordinadores, preceptores o como quieran llamarlos cuando no toman lista o regulan a los alumnos—y esperé. Parece que alguien le había puesto somnífero o algo a su té porque la señora ni bolilla que me dio. Volví a tocar con más fuerza y ahí sí escuché una voz que me quedó grabada:

--Pase.

¿Qué esperaban? ¿Que iba a gritar una palabra sensual a la puerta? Me quedó grabada porque fue el principio de lo que vendría.

Abrí y entré con todos los nervios a cuesta, pero seguro de lo que quería. Aunque en realidad nunca supe exactamente qué mierda era. Me guiaba por instinto, como todo adolescente.

--Me envían de

La miré y tuve que inconscientemente mover uno de mis talones hacia atrás para no caerme. Estaba mucho más bella y sugestiva que el día anterior, sentada en la mesa principal observando unos escritos con un bolígrafo en la mano derecha, luciendo una camisa roja con volados y una falda bastante corta haciendo juego que me permitían contemplar ese par de hermosas piernas cruzadas a lo Sharon Stone en "Bajos instintos".

Cómo olvidarla.

A Sharon y a ella.

Me echó un vistazo, como buscando en su memoria de corto alcance algo que me diferenciara de entre todos los chicos con guardapolvos del mismo color. Al dibujársele una ínfima sonrisa en su no tan arrugado rostro, comprendí que me había reconocido.

--¿Si?

--¿Qué?

--¿Qué quería decirme?

"Que no puedo dejar de pensar en usted. Que en pocas horas mi vida se complicó de una manera increíble. Que ya ni me acuerdo algo tan importante como los jugadores que incorporó el equipo de fútbol del que soy hincha. Mucho menos las malditas capitales de países que tenía que saber para hoy en la clase de geografía. Que al ducharme, veo mi entrepierna y me imagino su cara observándome con ese gesto particular que me hizo…bueno, más allá de eso, no demasiado…"

--¿Qué?

--Decías que te enviaban

--Ah sí, el profesor de historia…eeh…el profesor

--¿No recuerdas ni su nombre?

--¿El nombre de quien?

Enarcó una ceja.

--¿Todavía sigues dormido?

Esbocé una risita muy falsa.

--Es que su atuendo y su hermosura me impactaron por completo.

¿QUÉ? ¿QUÉ DIJE? ¿Qué pasó? Eso sí que no estaba planeado. Al parecer la pequeña abertura en la falda había provocado un efecto por demás primitivo en mí.

--¿Perdón?—preguntó después de reír brevemente.

Ahora sí que la había hecho en grande. Tenía que urgentemente volver a conectar el cerebro a mi lengua.

--Que…eeh…llegué tarde.

--Eso ya lo sé. Pero creo que no entendí lo que me dijo recién.

--Que me gusta su falda….vestimenta…no me haga caso.

--Niño, tenga cuidado con lo que dice. Está metiéndose en un terreno que no comprende. Espero que no intente faltarme el respeto porque la puede pasar muy mal.

--Perdóneme, coordinadora, no era mi intención…no quería…no sé que decir

--No diga nada, entonces. Sólo limítese a informarme la causa de su tardanza—volvió a prestarle atención a sus papeles en la mesa

--Bueno, porque quería verla a solas…--San Honestidad se apoderó de mi alma y nada pude hacer al respecto.

--Sí, claro, he escuchado esa excusa muchas….¿Qué?

--Tenía ganas de hacerle una pregunta personal, y no podía en medio de todos—ya que había muerto, que me entierren.

--Un momento, alumno, ¿no ve que estamos en un establecimiento escolar?— extrañamente me miró de pies a cabeza—No es lugar para cuestiones personales.

Ahora pienso que cuando me advirtió de esa forma, poniendo ese gesto adusto fingido, una mezcla de confusión y sorpresa se debería haber configurado en su mente. Indudablemente habrá hecho un esfuerzo para no ruborizarse.

Qué mierda…lo que hubiera dado por verla con las mejillas enrojecidas por mis dichos.

--Bueno, póngame amonestaciones si desea, pero yo la haré de todas formas.

No sé si me temblaron las piernas por el miedo o porque ya nada sería igual.

--¿Es soltera?

Dedicado a María Andrea Gutiérrez