Elixir de Juventud

No pude resistirme a mi deseo de mujer y probé el elixir

Somos una familia tan normal como cualquier otra. Mi marido es encargado en una fabrica y como su sueldo es bastante más que suficiente, yo me dedico a cuidar de la familia y de la casa que no es poco, ya que vivimos en un piso grande. Vamos, que hago una vida de lo más corriente. Nuestro hijo tiene ya 23 años. Estudia en la universidad de la ciudad y vive con nosotros. De trabajo no se le puede hablar porque dice que si trabajara no rendiría en los estudios y la verdad, como sus notas son muy buenas, tanto su padre como yo no insistimos en lo de “trabajar para sus gastos”. En parte los padres somos los culpables de estas situaciones.

En ocasiones, mi marido tiene que trabajar por las noches. Mi hijo suele salir con sus amigos; que yo sepa no tenía ninguna carencia, ni afectiva ni sexual (eso lo sé de lavar su ropa interior). Nos gusta considerarnos unos padres comprensivos, no demasiado tolerantes y nuestra relación es buena. Mi marido y yo llevamos casados muchos años y nunca hemos tenido problemas que hicieran peligrar nuestro matrimonio. Él es una buena persona y creo que soy su complemento ideal.

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Una tarde, mi hijo, llegó a casa con un par de entradas para el teatro que alguien le había regalado en la universidad, con intención de dárnoslas para que saliéramos mi marido y yo a divertirnos, pues según dijo, y es cierto, hacía tiempo que no nos veía hacerlo. Para mi sorpresa y la de mi hijo mi marido dijo tenía que trabajar ese viernes por la noche y que era imposible acudir. Entre resignada y molesta le eché en cara a mi marido que nunca tuviera tiempo para salir conmigo y para mi sorpresa sugirió que ya que él no podía ir que me acompañara nuestro hijo; y si nos apetecía, podíamos ir a cenar después. Bueno, ¿qué más da? me dije, total ¿dónde está el problema?, pero al ver la cara que tenía mi hijo no me parecía tan buena idea, bien es verdad que el pobre mío no protestó pero su cara lo decía todo.

El viernes, mi hijo Rafael y yo fuimos ver el estreno de la comedia y lo cierto es que lo pasamos francamente bien. Nos reímos un montón y disfrutamos mucho con el trabajo de los actores. Salimos del teatro y fuimos a cenar a un restaurante cercano al aparcamiento donde había dejado estacionado el coche.

Durante la cena mi hijo y yo comentamos animadamente la obra. Bebimos y reímos recordando algunos pasajes. Acabada la cena, mi hijo me propuso tomar una copa antes de regresar a casa, antes de contestar, le miré con los ojos entrecerrados como estudiando su proposición y partiéndonos de risa acepté. Me gusta salir no voy a negarlo y la verdad es que mi marido para esto es un poco “soso”. Salimos del restaurante y caminamos hacia el local, me agarré del brazo de mi hijo observando su satisfacción al ver cómo nos miraba la gente, y es que hoy en día podíamos pasar por una pareja más, a pesar de la diferencia de edad.

El lugar al que me llevó mi hijo estaba llenito de gente, parecía tarea imposible pero al final conseguimos encontrar un rincón junto a una pequeña pista de baile, donde tomar tranquilamente un par de whiskies iluminados por una luz tenue y acompañados por una música suave, al amparo de la cual, una pareja a nuestra derecha se entregaba a un frenético juego de besos y tocamientos ignorando cuanto había a su alrededor salvo ellos mismos. Mientras observaba en silencio aquel lugar, pensé cuanto me gustaría ser yo la chica de al lado cuya respiración acelerada no podía evitar escuchar. Eso me excitó momentáneamente y sin pensar miré a mi hijo.

¡Qué hermoso era! A su edad era un muchacho atractivo que vestía con gusto y tenía un cuerpo atlético que seguro haría las delicias de cualquier mujer. Él también me miró. Le sonreí con una sonrisa de aprobación dándole a entender que estaba a gusto en aquel sitio. Yo no dejaba de mirar hacia la pista de baile en la que dos o tres parejas restregaban sus cuerpos al ritmo lento de una balada. Cerré los ojos y me moví despacio, dejándome llevar de manera imaginaria por el ritmo que marcaba la música, como si bailara mentalmente. En un momento dado, el sexto sentido que tenemos las mujeres me alertó de que mi hijo me observaba detenidamente. No me preocupaba porque no creo que pudiera ver nada, la falda que llevaba me llegaba un poco por encima de las rodillas, estaba sentada con mis piernas cruzadas y como mucho me vería un poco los muslos, además, la sombra de la mesa se lo impedía. Pues a pesar de todo eso me sentí halagada de que a mis cincuenta y un años todavía pudiera captar la mirada de un hombre, si encima era un joven, aunque fuese mi hijo mejor. Así que, por un momento me olvidé de todo, hasta de quiénes éramos y recordé mis tiempos de juventud. Si mi hijo quería mirarme las piernas ¿por qué no?, las descrucé despacio y volví a cruzarlas procurando que se me viera más muslo ya comprobaría los resultados más adelante. Por culpa de eso por mi mente cruzó el deseo fugaz de que me hubiera acariciado las piernas. De repente, sentí un ligero escalofrío, le miré y él pareció sorprendido, como si le hubiera adivinado sus inconfesables pensamientos.

― ¿En qué piensas? -Le dije.

― En nada. -respondió sonriendo.

― ¿Quieres que bailemos?

No le di tiempo a responder. Le tomé de la mano y me puse de pie al tiempo que tiraba de él. Nos abrazamos suavemente en el centro de la pista y empezamos a movernos al ritmo de la música. Mis cabellos le acariciaban a la altura del mentón, percibí su perfume y el olor de su cuerpo. Cerré los ojos embriagándome con esos aromas de hombre. Me tenía tomada por la cintura, yo había puesto mis manos sobre sus hombros de forma que mis antebrazos impedían que nuestros pechos entraran en contacto, no obstante sí que noté su sexo contra mi vientre, mis mejillas enrojecieron pero no retrocedí porque la sensación era muy placentera; cuando mi marido me abraza su barriga prominente nos impide un contacto semejante. Lentamente nos dejamos llevar por la música y también muy despacio continuó aquel roce suave, mínimo, de nuestros cuerpos pero lo suficiente para que extrañas sensaciones, muy agradables se apoderaran de mí.

De repente, su erección fue instantánea y bastante perceptible. Un delicioso calor invadió mi vientre descendiendo hasta mi sexo que empezó a lubricar. Mi cuerpo, aletargado por los años de monotonía sexual parecía tener ganas de revivir de nuevo. Tenía que haber parado ahí, lo sé, pero es que era tan delicioso lo que sentía que decidí continuar un poquito más. Seguí moviéndome al ritmo lento de aquella música balanceando mi cintura. El agradable calor del principio dio paso rápidamente al ardor. Me puse un poco nerviosa al comprender que me estaba excitando de verdad, debería haberlo detenido en ese momento, lo reconozco, pero no pude, me dejé llevar por ese estado pegando más mi vientre contra su entrepierna. Casi me rio al ver como mi pobre hijo sufría tratando de evitar que yo notara su miembro creciendo y endureciéndose. Ese contacto duró dos escasos minutos como mucho, no más, pero eran tan deliciosos que casi me hacen perder la cabeza pero al final me sentí incomoda.

Sin pensármelo decidí no prolongar más la situación. Puse mis manos sobre su cuello y le acaricié la nuca abrazándole de manera que mi pecho presionó sobre el suyo. Seguro que mi hijo sintió mis duros pezones porque subió las manos un poco sobre mi espalda y me atrajo hacia sí restregándome ahora su erección suavemente, sin pasarse, solo lo justo para hacerme sentir su vigor, su potencia y sobre todo el tamaño de su virilidad ¡Dios mío!, ¿de quién había heredado ese paquete mi hijo?, desde luego de su padre no.

Rafael bajó su mano hasta mi nalga, ante eso, mi cuerpo respondió con un pequeño estremecimiento, inconscientemente me pegué más. Él se agachó un poco para que su entrepierna encajara en mi ingle. De mi boca escapó un leve suspiro y me estremecí de pies a cabeza. Rafael me apretó la nalga con decisión y al comprobar que yo no me oponía me apretó la otra con más dulzura, enseguida sus dos manos abarcaron mis nalgas acariciando todo mi culo. Después de adivinar el tipo de braguitas que llevaba metió una mano por debajo de mi falda acariciándome el culo directamente. Mis pezones se irguieron un poco más y me dejé ir por la excitación porque era maravilloso sentir sus dedos ardientes palpando la carne de mi trasero. Aún sabiendo que obraba mal, se lo consentí, pero al notar sus dedos buscando mi vulva por encima de las bragas me separé de repente, como movida por un resorte. Le miré y le dije sonriente:

― Ya está, ¡vamos a sentarnos!

Me miró a los ojos unos segundos, pero no dijo nada, me siguió mansamente hasta sentarnos de nuevo.

Mantuvimos una conversación intrascendente mientras apurábamos nuestras copas. Él parecía un tanto ausente mirando principalmente a la pista de baile, en cambio yo le miraba el bulto de los pantalones con disimulo, no podía dejar de pensar en lo que acababa de sentir momentos antes, en lo maravilloso que sería ser joven de nuevo y poder gozar con un hombre como mi hijo ¡Mi hijo!, ¿pero en qué estaba pensando?, ¿cómo podía siquiera imaginarme esas cosas por dios? Me sentí mal. El ardor y la excitación de minutos antes se esfumaron como por encanto.

Eran más de las dos de la madrugada cuando salimos a la calle. Hacía frío. De camino al aparcamiento volví a cogerme a su brazo y fuimos conversando sobre temas diversos, lo que había sucedido dentro del local parecía olvidado ya. Poco acostumbrada a salir de noche me sorprendió ver tanta actividad a aquellas horas, tanto tráfico y sobre todo tanto taxi. Rafa me recordó que era normal que la gente saliera de noche y más siendo viernes, además me explicó que lo de los taxis estaba justificado dado lo severas que estaban siendo las autoridades con los controles de alcoholemia. Al oír eso tomé conciencia del riesgo y actué con la típica seriedad de madre.

― Es verdad. Si nos paran en algún control, con lo que hemos bebido seguro que daremos positivo los dos. Tomemos un taxi y mañana regresas por el coche; es mejor eso que arriesgarse a que nos paren. No quiero ni pensar como se pondría tu padre.

― ¡Bah! -contestó restándole importancia- es un tostón tener que volver mañana a por el coche y pagar dos taxis.

― ¡De ninguna manera! Tú así no conduces y yo tampoco. –dije poniéndome seria.

― ¿Y entonces qué hacemos? –contestó- ¿Nos sentamos en el coche y esperamos un par de horas o tres?

― Bueno –dije haciendo una pausa para pensar-, también podemos ir a un hotel de esos que están junto a las gasolineras, creo que son muy económicos. –repliqué.

En ese momento no fui capaz de adivinar que me traicionaba el subconsciente.

― Mamá, te recuerdo que las gasolineras esas que dices están a las afueras, en el centro solo tenemos hoteles caros o pensiones y francamente, no creo que a estas horas entrar en un sitio de esos sea la mejor opción, se podrían pensar cualquier cosa menos la realidad.

― Que se piensen lo que quieran Rafa. He dicho que así no conduces y no hay más que hablar, o eso o buscamos un taxi para ir a casa. –contesté manteniéndome en mis trece.

― De acuerdo -consintió de mala gana- vamos a buscar un sitio donde discutir y de paso nos calentamos un poco.

La verdad es que hacía un poco de frío. Continuamos andando, pasando de largo algunos edificios en los que se anunciaban pensiones cuyos portales eran oscuros y siniestros; al final entramos en un bar.

― ¿Qué quieres tomar? –me preguntó.

Le miré seria, preguntándome si aquel era el sitio que había decidido para que dejáramos pasar el tiempo en vez de buscar uno adecuado.

― Un café. -respondí sin ocultar mi mal humor.

Pidió un café para mí, un coñac para él y un periódico.

― ¿Me quieres decir que estás haciendo? -Le pregunté mosqueada.

― Espera mujer, espera un momento. -me dijo en un tono conciliador.

Hojeó el diario como buscando no se qué y luego llamó por teléfono varias veces hasta que me pareció que confirmaba algo. Se tomó el coñac de un trago, pagó y salimos. No dije nada. Estaba cabreada. No me gusta que nadie me lleve la contraria teniendo yo la razón y mi hijo tiene la fea costumbre en ocasiones de mostrarse demasiado arrogante.

― No te pongas así -me dijo- a dos calles de aquí hay un hostal de dos estrellas en donde podemos esperar a que se te pase el cabreo ¿Satisfecha?

No contesté, le mire y seguí caminando. Me pasó un brazo por el hombro y me besó en la mejilla, yo le rechacé enfurecida al tiempo que no pude reprimir explotar:

― ¡Eres un imbécil!

― ¡Y tú una gilipollas! –Respondió mosqueado por mi rechazo.

Le di un tortazo, no muy fuerte, pero entre eso y la mirada que le lancé dejé bien a las claras que el insulto no iba a arreglar las cosas. Mi hijo nunca me había faltado al respeto. No hizo falta que dijera nada.

― Perdona mamá no quería ofenderte. –dijo, no me molesté ni en mirarle.

Algunas personas nos miraron con curiosidad seguro que pensaban que éramos una pareja más discutiendo antes o después de echar un polvo. Me quedé parada de repente ¿por qué tenía que pensar eso?, sacudí la cabeza rechazando aquel pensamiento inmediatamente y continué caminando. Llegamos al dichoso hostal en apenas cinco minutos y sin hablar. Me pidió que esperara en el vestíbulo y se dirigió al pequeño mostrador de la recepción para registrarse y de paso recoger la llave de la habitación. Habló un momento con un conserje y aunque no podía oír lo que hablaban, el tío no dejaba de mirarme de manera rara, lamiéndose los labios; me dio asco el muy cerdo. Al poco mi hijo regresó donde yo esperaba con mi cara de cabreo portando las llaves de la habitación.

Después de subir dos pisos en un viejo ascensor que sonaba como una carraca entramos en ella. Era espaciosa y estaba limpia. Nunca había estado en un lugar así. Sin mediar palabra fui al baño. Le oí curiosear en la nevera, manipular los mandos situados sobre el cabezal de la enorme cama que ocupaba gran parte de la estancia. Al parecer, uno era para el volumen de la música de ambiente, el otro actuaba sobre el televisor situado en la pared frontal, un tercero regulaba la intensidad de la iluminación y finalmente había otro para regular el aire acondicionado y la calefacción. Salí del baño. Unas gruesas cortinas tapaban los amplios ventanales que daban al exterior impidiendo que desde fuera pudiera verse lo que allí solía suceder. Aquel lugar era un picadero.

Mi hijo apagó la luz y descorrió las cortinas. El resplandor proveniente de la calle iluminó la habitación quedando la estancia con un ambiente de lo más intimo, a continuación se quitó los zapatos y se tumbó en la cama. Al verle allí tumbado en la cama con las piernas ligeramente separadas me centré en su entrepierna donde destacaba el bulto de su miembro. Sentí muchas cosas, pero era deseo la que más. Deseé que aquel joven no fuera mi hijo para poder abalanzarme sobre él, abrazarle y restregarme contra su joven cuerpo para sentir de nuevo el vigor de su virilidad. Pero eso era imposible. Quien allí estaba no era otro que el descuidado de mi hijo Rafael.

Le reproché, como siempre, su falta de cuidado por haberse acostado vestido y me enfurecí más aún al tropezar con sus zapatos abandonados de cualquier manera en medio del paso hacia la cama.

― ¡Está bien! -dijo incorporándose.

Retiró los zapatos que me estorbaban y acto seguido se quitó la chaqueta, los pantalones y la camisa, puso las prendas con cuidado sobre una silla y volvió hacia la cama bajo mi mirada de reprobación.

― ¿Satisfecha? –preguntó.

La claridad que entraba en la habitación confería a su cuerpo un tono grisáceo, casi fantasmal, donde resaltaba el calzoncillo blanco casi resplandeciente en la oscuridad. Aunque seguía mosqueada con él mi mirada recorrió despacio sus largas y fuertes piernas casi carentes de vello hasta detenerme en el bulto de su pene, viendo que le llegaba casi a la cinturilla del calzoncillo traté de imaginar cómo sería de verdad lo que ocultaba la prenda. Me avergoncé inmediatamente por ser capaz de mirar así a mi propio hijo y me enfurecí por el calor ardiente que de nuevo nacía en mi vientre produciéndome un sofoco.

― ¿Por qué has apagado la luz? -repuse.

― Está mejor así, es más íntimo. –contestó de mala gana.

― ¡Enciéndela ahora mismo! -le ordené sofocada.

―  Mira mamá ya está bien, ¡déjame en paz!

―  Te he dicho que ¡enciendas la luz! -grité enfadada y sin saber el por qué de aquella reacción mía.

Estaba frente a mí y yo le miraba con ira. Se levantó rápidamente, me puso las manos en mis hombros y me empujó con fuerza hacia atrás, caí de espaldas sobre la cama tan sorprendida que no dije ni pio. Sin darme tiempo a reaccionar se puso a horcajadas sobre mí y me agarró por las muñecas poniéndolas por encima de mi cabeza inmovilizándome contra el colchón. Más que como una broma me lo tomé como una ofensa. Traté de liberarme inmediatamente, retorciéndome a la vez que hacía fuerza con los brazos, pero me fue imposible dado que él es mucho más fuerte. Paré unos segundos para tomar aliento y en ese mismo momento noté perfectamente la presión del bulto de su pene. Por un momento, contra mi voluntad me noté excitada, terriblemente excitada, hasta el punto de que mi sexo comenzó a lubricar otra vez y sentí miedo al no estar segura de cómo iba a reaccionar.

― ¿Qué haces? -dije con voz entrecortada por el cansancio del esfuerzo por liberarme- ¡Suéltame! –le ordené.

Tenía los cabellos revueltos sobre la cara y forcejeaba tratando de soltarme. Se inclinó como si quisiera besarme en la boca pero aparté la cara bruscamente.

― ¡Suéltame por dios! –exclamé con la cabeza ladeada-, ¡quítate de encima desgraciado o chillo! -le grité asustada mientras trataba en vano de liberarme.

Me soltó un momento una de las muñecas y moví el brazo golpeándole en la cara con la mano abierta. El tortazo sonó como un trueno en plena tormenta. No me lo devolvió como me temía sino que me puso la almohada sobre la cara para amortiguar mis voces sujetándola con los codos y volvió a agarrarme las muñecas con más fuerza. La almohada me ahogaba, moví la cabeza desesperadamente para poder respirar, gracias a eso conseguí liberar los ojos y la nariz por la que inspiraba y espiraba ruidosamente. Mi hijo me miraba con curiosidad. Me besó tiernamente en la frente y en los parpados de ambos ojos pero sus ojos emitían un extraño brillo que no supe interpretar. Pasados unos minutos mi resistencia cedió por el cansancio, entonces le fue fácil sujetarme las muñecas con una sola mano mientras que con la otra se puso a desabotonarme la blusa despacio.

¡Por Dios, que no sea cierto!, imploré, ¡esto no puede estar pasando! De golpe, interpreté el brillo de sus ojos y lo vi todo con claridad. Me entraron nauseas. Nada de lo que sucedía tenía sentido para mí y sin embargo ahí estaba ese maldito sofoco produciéndome un placentero cosquilleo en mi entrepierna.

La luz del exterior iluminó mi sujetador negro en el que mis pechos subiendo y bajando, parecían a punto de explotar debido al ritmo de mi respiración forzada por los desesperados movimientos que hacía por liberarme. Una vez que me desabrochó la blusa metió la mano bajo la prenda. Primero sentí que su mano acariciaba mi piel, apretando con suavidad, pensé que comprobaba si tenía los pechos duros pero no, lo que sus dedos buscaban eran mis pezones.

Me los pellizcó con delicadeza consiguiendo que se me pusieran duros al instante. Me asusté negándome a aceptar aquello: ¿mi propio hijo iba a forzarme?, ¡qué asco! Lo que más me horrorizó fue darme cuenta de que mi voluntad se empezaba a debilitar con las caricias que recibía de mi hijo. De pronto, me subió el sujetador dejando mis pechos libres e indefensos. Ahí sí que sentí miedo.

― Rafa ¡vale ya! Suéltame por favor. –le pedí.

― No, no voy a soltarte. –murmuró en voz baja.

― No se te ocurra tocarme ¡cabrón! –le chillé pero como la almohada me tapaba la boca, mi grito quedó amortiguado.

Me agarró con fuerza un pecho y me miró antes de lanzarse sobre mí como un hambriento. Lamió y mordisqueó el pezón, jugó con él en su boca chupándolo como si fuera la más deliciosa de las golosinas y lo succionó como si quisiera sacarme leche de nuevo. Contrariamente a lo que pensaba enloquecí de placer, pero un momento después seguí resistiéndome, moviendo el cuerpo de un lado a otro lo que podía dadas las circunstancias, ya que ni siquiera podía mover las piernas aprisionadas bajo su peso, además, no conseguía mover el cuerpo de mi hijo ni un milímetro el cual seguía lamiendo y mamando mis pezones como un desesperado. El cansancio empezaba a hacer mella en mí debilitado cuerpo y encima, algo irracional se apoderaba de mí logrando que disminuyera la intensidad de mis esfuerzos. Acabé abandonándome y me limité a contemplar el festín que se estaba dando con mis tetas, aguantando las ganas que tenía de gemir.

Después de deleitarse un buen rato con mis pezones, Rafa deslizó la lengua por mi estomago hasta la cintura de la falda varias veces, parándose alguna que otra en mi ombligo haciéndome sentir deliciosos calambres en esa zona. Cuando intentó meter la mano bajo la falda hinché de aire el abdomen todo lo que pude para detenerle y grité pidiendo socorro. Sucedieron dos cosas: una, es que al gritar solté todo el aire y mi abdomen se encogió; la otra, es que el grito sonó tan apagado que era imposible que alguien lo oyera. Dándome cuenta de la situación intenté de nuevo hinchar el abdomen pero ya era demasiado tarde; las yemas de sus dedos rozaban el vello de mi pubis.

¡Vale!, había llegado a mi pubis pero no podrá bajar más me dije. No podía aceptar aquello así que me concentré en mantener las piernas muy apretadas, sin dejar de resistirme. Él estaba en una posición difícil ya que montado sobre mí y con una sola mano no podía ni quitarme la falda ni subirla. Aquella situación era tan surrealista que por un momento pensé en abandonarme, en dejarme llevar para que todo terminara rápidamente, pero la contradicción en mi mente era aún muy fuerte. Tenía que resistirme a lo que me estaba pasando.

Viendo que no podía alcanzar su objetivo mi hijo volvió de nuevo sobre mi pechos. Apretando primero uno y luego otro, cada vez con más fuerza haciéndome daño. Tomó un pezón entre sus dedos y lo apretó, me hizo tanto daño que grité de dolor. No tuve más remedio que quedarme inmóvil y tomar aire, entonces dejó de apretar y me soltó los brazos. Traté de incorporarme pero de nuevo me inmovilizó y apretó con fuerza mi dolorido pezón. Me quedé quieta otra vez y me volvió a soltar. Esta vez no me moví. Había comprendido lo que pretendía. Sin soltarme el pecho me puso la otra mano sobre el otro y mientras lo acariciaba con suavidad chupó dulcemente el pezón sobre el que se había ensañado notando que me palpitaba en su cálida boca. No me quedó más remedio que permanecer inmóvil. Mientras él se cebaba otra vez con mis pezones. Quise imaginar que aquello no estaba sucediendo, que mi hijo no podía hacerme esto y me encontré con que contrariamente a lo imaginado en situaciones como ésta yo sentía muchas cosas, no como una víctima de una violación, ni como madre, sino como una mujer que estaba gozando, ¿cómo podía excitarme lo que me estaba pasando?, a consecuencia de eso me puse a llorar bajo la almohada. Rafa se dio cuenta pero no se conmovió.

Una vez saciado su apetito en mis doloridos pechos me desmontó y viendo que no me movía me bajó la cremallera de la falda y tiró de ella hacia abajo hasta quitármela por los pies. En ese momento pude haberme movido pero para entonces la excitación era tan grande que preferí quedarme quieta siendo consciente de lo que pasaría después. Me estremecí cuando sus manos abarcaron uno de mis muslos bajándome las medias con suavidad, como si temiera romperlas y finalmente me las quitó dejándome solo con las bragas negras a merced de sus manos impacientes. Yo mantenía apretados los muslos todo lo que podía más que nada por los nervios. Noté su aliento cálido sobre mi vientre, pasó la lengua por la cinturilla de las braguitas y subió lamiendo hasta el ombligo, mi temperatura aumentó muchísimo.

Retiró un poco hacia abajo las bragas y sentí su proximidad. Como he dicho, mantenía las piernas fuertemente apretadas. Empecé sentir sus caricias, primero las rodillas, luego los muslos; de fuera hacia dentro y de dentro hacia fuera todo con mucha delicadeza. Yo no me movía, concentraba toda mi fuerza en la lucha titánica que se estaba librando en mi mente, entre mi deseo de entrega y mi conciencia que me pedía mantener las piernas cerradas. Introdujo la mano bajo las bragas y acarició lentamente el vello de mi pubis mirándome fijamente. El muy desgraciado no tuvo que esperar mucho, logró con sus caricias que yo separar un poco las piernas cediendo a sus pretensiones. Entonces, el muy cerdo se adueñó de mi sexo. Sentí una descarga eléctrica cuando un dedo me rozó alrededor de los labios mayores y otra más fuerte cuando sus dedos empezaron a dividir mi vulva en dos, recorriéndola de abajo a arriba hasta encontrar mi inflamado clítoris, entonces me volví loca de placer.

En medio de aquella vorágine me empeñaba en no aceptar aquel placer que inexorablemente se apoderaba de mí rápidamente y para distraer mi mente me pregunté qué le estaría pasando por la cabeza a aquel muchacho, tan querido y tan desconocido a la vez. ¿Por qué lo hacía? No encontré la respuesta. Cuando sacó la mano de mi entrepierna casi estuve a punto de suplicarle que me tocara un poco más; deseaba con vehemencia sus caricias en mi palpitante sexo. Volvió a masajearme las piernas un ratito, también volvió a acariciarme el sexo pero por encima de la delicada tela de las bragas mientras yo mordía la almohada sin poder reprimir los jadeos placenteros que me provocaba.

Al colocarse otra vez sobre mí ya se había quitado los calzoncillos, lo supe al notar algo duro y caliente sobre mi pubis y vientre. En ese instante perdí los papeles, a mi mente le daba igual de quien se trataba e intenté incorporarme para verle la polla, pero él me lo impidió empujándome suavemente la cabeza contra el colchón. Me quedé quieta. Rafa movió las caderas frotando su duro pene contra mí, haciéndome sentir una agradable sensación desconocida hasta entonces, tan placentera, que mientras duró me relajé para concentrarme únicamente en sentir el tacto de su miembro y sus testículos sobre mis muslos preguntándome cómo la tendría el hombre que me iba a poseer.

Nuevamente retrocedió hacia mis pies y lo que hizo me sorprendió mucho. De repente me cogió de los tobillos y los empujó hacia arriba con fuerza. Fue imposible que me resistiera. El dolor que sentía en las corvas me hizo flexionar la rodillas, al mismo tiempo, me separó las piernas y se abalanzó sobre mí para impedir que las volviera a cerrar. Me apartó las bragas a un lado encajándolas entre mis nalgas y sentí que me restregaba la punta de su pene contra mi coño, recorriéndolo de abajo a arriba, varias veces. ¡Dios mío, iba a suceder!, ¡me lo iba a hacer!, pensé horrorizada y al mismo tiempo ¡qué gusto sentía!, estaba encharcada de excitación. A pesar de la almohada le hablé a mi hijo. Él me miró con curiosidad cómo le pedía que no siguiera.

— Ya es tarde mamá, no seas tonta, en tu vida has sentido lo que vas a sentir conmigo. –dijo sonriendo.

De repente, allí, medio tapada por la almohada percibí claramente como la polla de mi hijo se abría paso a través de mis labios vaginales y con gran facilidad se coló en mis entrañas.

Tenía razón el muy cabrón. Todo lo que sentí no puedo describirlo fácilmente. El grosor de esa polla era mayor del acostumbrado. Se me contrajo la vagina y sentí un gran placer al notarla allí, apresada, mía. Se me escapó un grito mezcla de horror y deseo, aunque pienso que fue más de deseo que otra cosa. Él me tapó la cara con la almohada sin apretar y se quedó quieto por el momento “a lo mejor se arrepiente” me dije, pero no; enseguida empezó a moverse. Primero lentamente hacia atrás, sacándome casi toda la polla para después hundirse en mis entrañas profundamente. Empujaba tan fuerte que movía todo mi cuerpo hacia arriba al tiempo que notaba sus testículos contra el esfínter de mi culo. Durante un rato repitió la misma operación: embestir con delicadeza una y otra vez para torturarme. Sí, el cabrón hacia eso aposta porque sabía que me estaba matando de placer, poco a poco empecé a dejarme llevar. Primero me moví tímidamente buscando acompasarme a sus movimientos aunque sin dejar de apretar mi vagina ¡cómo estaba disfrutando!, sentía mis paredes vaginales contraerse en respuesta al estimulo; minutos después, mi pelvis oscilaba de arriba a abajo tratando de acoplarse al ritmo que me imponía para no perderme la más mínima sensación de placer.

Seguro de que no chillaría, mi hijo retiró la almohada de mi cara. Mi aspecto debía ser horrible. Inspiré profundamente como si quisiera tragarme todo el aire de la habitación. Le miré a la cara un momento, él sonriendo pasó sus manos bajo mis muslos y me agarró las nalgas tirando de ellas hacia arriba al tiempo que no paraba de moverse rítmicamente incrustándome su miembro hasta el fondo. Yo no podía hacer nada por detener esta locura, es verdad que ni siquiera lo intenté, pero es que ni mi mente ni mi cuerpo entendían de parentescos, sólo de placer. Así que, empujaba mis caderas buscando su polla, con la cabeza vuelta hacia un lado sin poder reprimir los gemidos del placer que estaba experimentando. Puse mis manos sobre su pecho y le acaricié los pezones sin dejar de moverme cada vez a ritmo más frenético gimiendo ya sin disimular: “vamos hijoputa métemela hasta el fondo”, “qué gorda la tienes”, “así cabrón, mátame de gusto”. Continué diciendo barbaridades hasta que me corrí de manera irrefrenable en medio de una explosión de increíbles sensaciones que de repente parecieron iluminar aquel lugar. Me quedé quieta, extenuada y sudorosa, casi seguidamente le llegó a él el clímax. Yo que jamás he sentido cuando se corría mi marido a no ser por sus bufidos, de repente creí volverme loca, porque no solo sentía las poderosas convulsiones de su polla al correrse sino que también notaba perfectamente su leche caliente regándome las entrañas. Y mientras mi hijo se vaciaba dentro de mi coño jadeando roncamente tuve otro orgasmo tan potente que no pude reprimir un estremecedor grito de placer que él amortiguó tapándome la boca con su mano. Durante unos minutos mi coño acompañó las convulsiones de su polla. Más tarde, cuando su pene comenzaba a perder consistencia se retiró y quedó recostado a mi lado respirando con fuerza. Yo cerré los ojos disfrutando del gozo que empezaba a esfumarse lentamente hasta desaparecer.

Pasados varios minutos la mente se me aclaró. Sólo entonces recuperé la conciencia y empecé a darme cuenta de lo que acababa de suceder. ¡Mi hijo me había violado!, con todo la atrocidad que ello significaba. Al girar la cabeza y mirarle vi que también se le habían pasado los efectos del clímax y le noté apesadumbrado. Conociéndole, seguro que era consciente de la enorme barbaridad que acababa de cometer. Seguro que por su mente pasaban a gran velocidad escenas horribles, y peores presagios. Era un buen muchacho y a pesar de todo el horror de su acto me había hecho vibrar como nunca.

Me levanté de la cama sollozando. Cogí mi ropa, los zapatos y sin mirarle me fui al baño donde rompí a llorar amargamente tapándome la cara con la toalla para que no me oyera. Las nauseas me amenazaban tan ferozmente que noté el vómito en mi garganta pero aguanté. Me sentía así me dije, porque en el fondo yo había provocado aquello, ¿cómo no iba a ser yo la culpable?, si encima lo había disfrutado como nunca imaginé. Ahora mi hijo a quien tanto amo lo estaba pasando mal, seguramente mucho peor que yo.

Me metí bajo la ducha y traté de serenarme bajo el cálido chorro de agua, pero al notar que el semen me escurría muslos abajo me volvieron las arcadas y vomité dos veces. Tras reponerme me enjaboné el sexo y me lo froté con la esponja con fuerza, pretendiendo eliminar todo lo que había sucedido.

Al rato, salí del baño envuelta en una toalla que me cubría del pecho a los pies. Me fui directa hacia las cortinas y las cerré dejando por un momento aquel espacio en total penumbra antes de encender la luz del techo que nos cegó un instante. Me quedé en pie frente a la cama mirándole mientras él permanecía en ella a medio incorporar. No se me fueron los ojos a su sexo como creía, el pobre tenía una expresión tan abatida que solo me inspiró ternura.

― ¿Rafa qué has hecho? –le pregunté y seguidamente le solté un bofetada con todas mis fuerzas.

― Lo siento mamá perdóname -dijo él llorando- no sé qué me ha pasado. Cuando bailábamos me excité, pero es que de repente me he excitado de tal forma que no pude contenerme. Jamás me ha ocurrido una cosa así con una mujer. Eres tan hermosa y tu cuerpo tan deseable que… Te pido perdón. Haré lo que me pidas pero por favor olvida esto mamá, yo te quiero y por nada del mundo quisiera alejarme de ti y de papá, no imaginas cómo me arrepiento de lo que ha pasado.

― ¿Arrepentido?, ¡y una mierda cerdo! –le grité enfurecida.

― ¡Nunca debió suceder!, por favor perdóname y si no puedes no se lo digas a papá. Te juro que desearía morirme ahora mismo. –contestó verdaderamente arrepentido.

― Morirte –musité- ¡Vamos levanta de ahí y ve a ducharte! -le ordené con energía, lanzándole una mirada gélida.

Se puso de pie. Al pasar por mi lado sí que me fijé en su pene. No quedaba ni un solo vestigio de su potencia, su capullo se había escondido como un cobarde dentro de la piel del prepucio, y a pesar de todo eso, el pene de mi hijo era más gordo que el de su padre y bastante más largo. Juro que no sabía que los hombres pudieran tener eso así de grande. Me mordí el labio inferior mientras le miraba el culo camino del baño. Me senté en la cama y di un suspiro prolongado, me levanté, fui hasta mi bolso y saqué la cajetilla de tabaco encendiéndome un cigarrillo para aclarar mis ideas. Ya no había vuelta atrás. Había sucedido de verdad. Dejé que Rafael permaneciera bajo la ducha unos minutos pues tenía que serenarme antes de verle de nuevo.

A través del silencio le oí llorar.

― Llora cobarde, lava tu culpa si puedes. -dije murmurando en voz baja t aspiré una calada del cigarro.

Unos tres minutos más tarde salió de la ducha envuelto también en una toalla grande y que a pesar de su grosor no lograba disimular el bulto de su pene. Se sentó a los pies de la cama, a mi lado y empezó a decir perdóname mamá como una letanía. Cuando me harté de escucharle le ordené callar.

― Me has violado ¿te das cuenta? –le dije bruscamente.

― Mamá perdóname por favor, te lo suplico. –me contestó sollozando.

― Verás cuando se entere tu padre, la que te va a armar. –le amenacé disfrutando de su congoja.

― Si se lo dices, nuestra familia se irá a la mierda. –dijo mirándome con ojos suplicantes.

― Eso haberlo pensado antes ¡cerdo! –acompañando el insulto le crucé la cara de una bofetada.

― Pégame todo lo que quieras y desahógate estás en tu derecho. –murmuró resignado.

Al oír aquello me abalancé sobre él, le agarré por los pelos y se los estiré. Le abofeteé la cara dos veces pero el se cubrió con los brazos y al final las manos me dolieron de tanto chocar en ellos. Cansada me senté a su lado.

― ¿Por qué Rafa?

― Porque me gustas mamá

― Eso es imposible, soy tu madre, no puedes verme como a una mujer, te saco 28 años que son demasiados ¿cómo vas a fijarte en una vieja como yo?

― No lo sé, me mandan los sentimientos, solo sé que me atraes mucho y que llevo tiempo deseándote, no he podido evitarlo. Además te veo tan infeliz como mujer.

― ¿Infeliz yo?

― Sí.

― ¿Tú que sabrás?

― Cuando estás con papá nunca os dais un beso, o un simple roce y cuando os vais a la cama tú pones cara de ir al matadero.

― Pero ¿cómo puedes decir esas cosas? No me conoces y no sabes nada de nada.

― Sexualmente no eres feliz con papá, si me equivoco niégalo. –dijo mirándome a los ojos, pero no pude negarlo.

― Aunque fuera verdad eso que dices, tú no eres quien para inmiscuirte, son cosas entre tu padre y yo, nadie más tiene derecho a meterse en nuestros asuntos íntimos.

― Tienes razón pero yo no mando en mis sentimientos, ellos y sobretodo el deseo mandan en mí. Soy culpable de haberte follado pero no de violarte.

― Pero cómo puedes ser tan cínico.

― Porque has disfrutado como nunca en tu vida, y si no, mírame a los ojos y di que me equivoco –le miré como él quería pero tampoco pude decir nada porque en el fondo tenía razón en todo lo que me decía- esta noche en la sala de baile –prosiguió- he podido comprobar cómo aceptabas mi contacto y después mis roces, te gustaba, no lo niegues. Luego, al llegar a esta habitación y después de obligarme a quitarme la ropa para que no se arrugara me he dado cuenta de cómo me comías con los ojos.

― ¡Eso es mentira!

― Osea que miento cuando digo que no parabas de mirarme el paquete cuando estaba tumbado en calzoncillos sobre la cama.

― Te miraba sí, pero como una madre orgullosa. –traté de excusarme.

― Una madre orgullosa no le mira el paquete a su hijo como lo hacías tú.

― ¿Y cómo lo hacía listo?

― Como si trataras de adivinar el tamaño de mi polla.

― No seas engreído Rafael, no te pega.

― No lo soy, es la verdad y lo sabes, lo que pasa es que te asusta reconocerlo.

― ¿Qué me asusta? ¡vete a la mierda!, lo que me asusta es lo que me has hecho pasar, eso sí da miedo.

― Al principio tendrías miedo pero después se te ha pasado y has gozado más que nunca en tu vida.

― ¡esto es el colmo!, me violas y ahora parece que me has hecho un favor. –dije poniéndome de pie frente a él.

― Puede que así haya sido. –dijo con una sonrisa cínica que me cabreó.

Apoyé la rodilla izquierda sobre la cama, metí la mano por dentro del albornoz y le agarré el pene con fuerza. Mi movimiento había sido tan rápido que le pillé desprevenido, sólo pudo encogerse.

— ¿Pero tú te crees que un hijo puede violar a su madre y encima decirle a la cara que le ha hecho un favor porque no está satisfecha con su marido?, ¿hasta dónde llegará tu cinismo Rafael?

Mientras le decía todo eso, al mismo tiempo le estiraba del pene pensando que así le hacía daño, pero me equivocaba, pues notaba cómo su polla engordaba y crecía en mi mano, me quedé tan cortada que ni siquiera me atreví a mirar. Rafael se levantó de improviso, me agarró por los hombros y de nuevo me empujó sobre la cama, la toalla se abrió con la caída y mi cuerpo desnudo quedó expuesto. Él volvió a subirse a horcajadas encima de mí. Le golpeé con los puños en el pecho ordenándole que se quitara de encima. Como respuesta, mi hijo se abrió la toalla mostrándome su polla completamente erecta. Me quedé muda mirando la hermosura de su miembro.

— Si quieres que me baje pídemelo, sino, chúpame la polla. –me dijo.

— Ni dormida pienso hacer eso. –le dije sintiendo que empezaba a mojarme de nuevo.

— Entonces pídeme que me quite de encima. –me retó.

No me salían las palabras, mis ojos estaban pendientes de su polla que daba saltos hacia arriba al estar excitada.

— Sé que lo deseas mamá, abre la boca de una vez y chúpamela. –me ordenó.

Esa orden me dejó cortada, le miraba la polla que me señalaba desafiante sin saber qué hacer y al final me dejé ir. Impulsada por la excitación le agarré la polla con una mano calibrando todo su grosor y longitud. Rafa se aproximó más a mi cara. Me la acerqué a la boca y comencé a lamerla, con cortos lengüetazos. El deseo creciente que sentía me llevó a darle pequeños mordiscos en el pene y en el escroto. Le lamí los huevos un poco y me metí su pene por completo en la boca aguantando las arcadas cuando traspasaba mi campanilla. Chupé y succioné con gran avidez, no sé, pensaba que a lo mejor le salía más leche si le hacía eso. Poco después me tomó la cabeza con cuidado y acariciando mi mentón con dulzura hizo que me levantara con total sumisión. No me importó ya que había logrado lo que deseaba. Su polla de nuevo estaba dura, erguida majestuosamente y dispuesta a dar mucho placer. Nos miramos. Ahora en sus ojos solo había deseo y no lo detuve.

Me agarró la cabeza con ambas manos y me besó en la boca, le rocé la lengua con la mía tímidamente y enseguida consentí que nuestras lenguas se entregaran a un baile frenético. Saboreé y me bebí su saliva y él la mía. Por primera vez mi hijo me veía completamente desnuda. Apenas me miró unos segundos porque enseguida tomó mi pecho dolorido y ligeramente amoratado para acariciarlo y besarlo pidiendo perdón por el daño infligido, luego me miró de pies a cabeza sin pararse si quiera dos segundos en un mismo sitio, aún así tuve temblores de la excitación que me invadía. Finalmente me abrazó pegando su cuerpo al mío y danzamos como en la pista de baile pero con música imaginaria. Mi hijo se frotaba conmigo haciéndome sentir su dura polla en mi vulva. Me besó en la boca, me lamió los labios y descendió por el pecho, por el abdomen, besando y lamiendo toda la piel hasta arrodillarse, yo no podía parar de gemir, entonces me giró hasta darle la espalda y empezó a besar y lamer mi zona lumbar por lo que tuve estremecimientos. Descendió muy despacio hasta mis nalgas y mi cuerpo se llenó de descargas eléctricas y escalofríos y me dije “Dios mío, mi hijo va a descubrir todos mis rincones íntimos”. La piel se me erizaba y el sexo se me humedecía proporcionándome mucho placer. Y no me equivocaba. De pronto sentí que me doblaba por la cintura y separaba mis nalgas para descubrir el tesoro que ocultaban.

Me parecía una cochinada que me oliera el esfínter del culo, pero cuando me lo besó gemí de gusto. Ya no me parecía eso un acto tan guarro. Lo más sublime vino cuando noté su lengua lamiendo la zona primero y más tarde metiéndose la punta en mi ano. Entonces enloquecí de placer y me entregué a la lujuria.

― Así cariño, chúpame el culo todo lo que quieras; me matas de gusto. –atiné a decir entre jadeos.

Estuvo un ratito entretenido con mi culo, transportándome a un mundo de placeres desconocidos para mí hasta entonces, más tarde, me separó más las piernas y en la misma postura en que estaba, metió la cabeza hasta llegar con su lengua a mi vulva encharcada rozándome el clítoris con la punta. Aguanté esa tortura todo lo que pude y cuando la excitación dejó paso a la desesperación, se puso de pie y me hizo arrodillarme arrimando mi cara a su polla. Me la metí en la boca poniéndome a chupar y chupar con deleite, tragando saliva sin dejar de acariciarle los huevos para hacer que su excitación creciera. Y su excitación creció ¡Madre mía cómo se le puso la polla!, nunca había visto una tan grande ni tan gorda. Rafa me separaba de ella a veces y me arrimaba sus testículos para que les dedicara el mismo trato. Un rato después me sujetó la cabeza y sumisamente dejé que me arrastrara entre sus muslos hasta llegar con mi lengua al esfínter de su culo. Él jadeó cuando se lo lamí pero enseguida me quejé por la incómoda postura, entonces él se giró dándome la espalda, de esa forma le abrí las nalgas y yo también tuve libre acceso al tesoro que guardaban. Besé la zona, la lamí y al doblarse él también por la cintura me entró tal calentón que agarrada a sus caderas le metí la lengua todo lo que pude en el ano. Le follé el culo a mi hijo con mi lengua gozando lo indecible al escuchar sus jadeos

Más tarde, hizo que me incorporara y nos abrazamos, el se agachó un poco y metió su polla entre mis muslos rozándome la vulva otra vez.

Sentir nuestros cuerpos desnudos y su sabor era una sensación indescriptible. Me pasó la mano por el coño húmedo ya por los flujos que estaba segregando, esta vez no me iba a oponer, me apreté contra él al tiempo que me movía para que sus dedos fueran más allá. Me besó en el cuello, en los hombros, acarició de nuevo mis pechos e hizo que me recostara en la cama con las piernas bien abiertas. Mi hijo se deleitó unos segundos mirándome el chocho, no se conformó con contemplarlo, recorrió la raja con sus dedos, abrió los labios con sus manos y jugó con la protuberancia de mi uretra abriéndola con los dedos hasta que noté que escapaban algunas gotas de pis que se mezclaban con mis jugos. No pude aguantar más y empecé a correrme. Yo misma le cogí por la cabeza pegándole la boca contra mi sexo para que su lengua pudiera saborear el jugo que manaba de mi vagina. Mientras me comía el coño yo lo disfrutaba haciendo que él fuera consciente de ello.

― ¡Oh dios mío qué gusto!, ¡sigue así hijo, me estoy corriendo!, ¡qué placer! –gemí mientras él se bebía a lametazos mis jugos.

Pero mi desesperada excitación me obligaba a pedir más y más.

― ¡Méteme la polla hijo, primero en el coño y luego en la boca!

Así lo hizo, una vez y otra y muchas más mientras yo me iba volviendo loca. Más tarde, tras ponerme a cuatro patas sobre el lecho supe que me la iba meter por detrás. Sentí pasear la polla caliente y lubricada por el canal de las nalgas mientras me esforzaba en separar las piernas ofreciéndole mi ano virgen. Me puso el dedo húmedo en el ano y lo traté de succionar, yo nunca había follado por ahí, si ahora estaba dispuesta era porque estaba entregada como nunca lo había estado a un hombre, solo quería sentir y dar placer. Siguió insistiendo con el dedo, me gustaba pero resultaba algo molesto. Noté que me besaba el culo y como después deslizaba los brazos por encima de la espalda y me tomaba las tetas por debajo. No comprendí lo que pretendía hasta que comenzó a penetrarme la vagina por detrás. Yo gemía de gusto a medida que su polla se hundía dentro de mí. Aquella monta se prolongó en el tiempo hasta que me corrí en medio de fuertes gemidos.

Quedé tan agotada que era incapaz de moverme, Rafael me giró, me tumbó de espaldas sobre la cama y se lanzó otra vez a lamer mi coño chorreante y mi ano. Yo le apretaba con mis manos su cabeza llevada por un frenesí que me cegaba. Me iba a correr de nuevo y por los estremecimientos continuados que tenía él también lo notó. Se apresuró a colocarse encima de mí, de manera que pudiera disfrutar de su polla en mi boca en el momento cumbre. Nos acoplamos enseguida y devorando nuestros sexos mutuamente nos dejamos llevar.

Jamás me he corrido como en aquella ocasión, y a juzgar por los chorros de lefa con que mi hijo me llenó la boca, él también disfrutó de lo lindo. Saboreé su espeso néctar fresco y joven y me lo tragué, le lamí aquella magnifica polla temblorosa aún por las convulsiones de la que manaban borbotones de lefa hasta que quedé exhausta. Esta vez permanecimos abrazados un rato largo sin decirnos nada, el silencio era total y solo se oían nuestras respiraciones.

Estábamos sudorosos. Se incorporó y regresó enseguida con dos refrescos. Me dio de beber y yo a él. Nos besamos y permanecimos abrazados entre caricias, estremecimientos y suspiros de satisfacción. Las sensaciones y sentimientos que se agolpaban en mi cerebro eran tan grandes que temí que me estallara la cabeza. Soy romántica por naturaleza y por la experiencia que tengo sé que después de hacer el amor con aquella intensidad inevitablemente los sentimientos me llevan a enamorarme de la persona que me ha poseído, no sé si a mi hijo le ocurría lo que a mí. Es lo mismo que me sucedió con su padre cuando lo hice con él por primera vez. Desde aquella vez, no he follado con nadie más que con mi marido y ahora con mi hijo.

Volvimos a la ducha de la mano y nos pusimos bajo el agua tibia enjabonándonos el uno al otro, acariciándonos sin parar ya que ahora conocíamos todos los recovecos de nuestros cuerpos. Allí, bajo el agua que caía incesante mi hijo dijo que me iba a echar otro polvo.

― Rafa cariño no me apetece más, estoy agotada, creo que ya he tenido suficiente. –le dije.

― No digas eso mamá, las mujeres os recuperáis antes que los hombres, tú déjame a mí. –dijo muy seguro de lo que tenía que hacer.

― Escucha Rafa de verdad, con tu padre me corro una vez y me siento muy feliz, ya no soy una jovencita cariño.

― Hagamos una cosa, yo te follo otra vez y si no sientes nada lo dejo pero si veo que te animas tendrás que dejarte follar hasta que yo quiera. –me propuso.

― Tú estás loco. –contesté riéndome.

― ¿De acuerdo? –insistió él.

― Vale de acuerdo. –contesté convencida de su fracaso.

Rafael me apoyó contra la pared. Me besó y acarició todo el cuerpo. Me lamió los pezones haciéndome enloquecer y como yo no paraba de gemir de gusto, me poseyó nuevamente, con fuerza, haciéndome temblar de placer hasta que nos corrimos. ¡Dios! Qué sensación más placentera y maravillosa era notar cómo me bombeaba su lefa ardiente en mis entrañas. Jamás he sentido algo así con mi marido.

Después del clímax nos besamos apasionadamente. Yo quería bajarme, pues al estar en vilo con mi espalda apoyada en la pared, con las piernas enroscadas en su cintura y él sujetándome por el culo temía que podía resbalar y caerme en cualquier momento.

— Rafa por Dios me voy a caer. –le dije riendo.

— No te preocupes mamá –contestó. No estaba dispuesto a soltarme- Ahora eres mía y no te voy a dejar escapar. –me dijo.

Efectivamente ya me tenía, ya era suya, me clavó los dedos en las nalgas con fuerza y sin sacármela del coño continuó embistiéndome con un vigor que ni siquiera su padre tuvo a su misma edad. Me encontraba tan agotada que le supliqué que parara, pero gracias a Dios no se detuvo y eso me permitió alcanzar un maravilloso y placentero orgasmo. Entonces me dio un fuerte empujón enterrándome su polla profundamente y casi un segundo después noté las convulsiones de su corrida y su lefa caliente regando las profundidades de mi vagina. Creí que después de eso acabaría todo pero no conocía a mi hijo, en aquel desenfreno todavía estaba duro y minutos después volvió a reanudar el polvo; copulamos hasta que de nuevo volvimos a corrernos. Fue entonces cuando se detuvo resollando como un caballo, observando como de mi coño salían los orines que no pude reprimir por más tiempo. Le acaricie la cara sintiendo que su polla menguaba dentro de mí, al salirse, noté su meada caliente contra mi culo; él tampoco aguantaba más. Los dos nos partimos de risa.

— Anda vamos a la cama un poco, necesito descansar. –le dije.

Le agarré el pene con una mano y tirando de él le conduje hasta la cama. No acostamos, yo acurrucada en su regazo y él abrazándome. No hablamos, sólo besos, caricias y roces hasta que nos dormimos.

Eran casi las siete de la mañana cuando salimos en dirección al aparcamiento. Íbamos cogidos de la mano y seguro que mi cara reflejaba una indescriptible satisfacción. Montamos en nuestro coche y al ir a arrancar el motor mi hijo se inclinó sobre mí besándome en la boca. Protesté un poco diciéndole que se nos iba a hacer tarde pero acepté sus cálidos y deliciosos besos, al sentir su mano metiéndose por dentro de mi blusa di un respingo y separamos las bocas. Nos miramos a la cara unos instantes y yo misma conduje la mano de mi hijo directamente a mi coño libre de las braguitas y su cara a mis pechos también libres porque no me había puesto ropa interior al vestirme, mientras Rafa se daba el lote conmigo me asombré al darme cuenta que había metido mi mano dentro de la bragueta y jugaba con la polla de mi hijo. Estuvimos un rato tocándonos y finalmente partimos hacia nuestra casa.

Llegamos a casa cuarenta minutos más tarde, mi marido aún no había regresado del trabajo, mejor, así evitábamos incomodas explicaciones. Subimos a mi habitación y delante de mi hijo me desnudé y me por pijama una camiseta fina que me tapaba hasta medio muslo, nada más. Aunque estábamos cansados, decidimos esperar a que llegara su padre preparando el desayuno y dar la impresión de que acabábamos de levantarnos. Mientras yo preparaba café Rafael fue a comprar la prensa y algo de bollería para cuando llegara su padre.

Mi marido llegó cansado como siempre que tenía turno de noche, pero se animó enseguida al ver que le esperábamos, que yo estaba de muy buen humor y mucho mas solícita que lo que en mí era habitual por las mañanas. Nos preguntó por la función que habíamos visto, por la cena y por la hora en que habíamos regresado. Le mentimos un poco y él se alegró de que lo hubiéramos pasado bien.

Desde la cocina oí a mi marido preguntar a nuestro hijo qué había probado la noche anterior, Rafael le contestó mirándome de reojo que era una nueva bebida: Elixir de juventud. Mi marido riendo la broma le recomendó a su hijo que me llevara más a menudo por ahí y bebiera más elixir de ese, si con ello conseguía que estuviera tan simpática y agradable como aquella mañana. Rafa se apresuró a responder que siempre que yo quisiera estaría dispuesto y me lanzó un guiño que su padre no notó. Yo me limité a añadir con desgana que de acuerdo, pero que las posibilidades económicas de nuestro hijo eran bastante exiguas a lo que mi marido contestó mirándome:

-Eso podemos arreglarlo ¿no?

-¡Y tanto! -Respondí yo encantada.

-Todos reímos felices.

Le doy a mi marido una pastilla para dormir, lo hago siempre que tiene turno de noche para que descanse y nada le perturbe el sueño, confieso que esta vez también le había disuelto otra más en el café. Diez minutos más tarde, mi marido se despidió de nosotros visiblemente cansado y con síntomas de sueño.

Veinte minutos después ambos subimos a la habitación para comprobar que mi marido dormía profundamente. Le murmure bajito a Rafa que su padre estaba fuera de combate. Como él estaba detrás de mí, me abrazó y comenzó a acariciarme, le sugerí que fuéramos a su habitación pero él insistió en meterme mano allí mismo, delante de su padre dormido, al principio me negué pero el morbo y la excitación me pudieron. Me hizo caminar unos pasos hasta ponerme casi delante de la cara de mi marido. Rafa me separó las piernas, me separó la pierna y empezó a tocarme el coño, luego a frotarme el clítoris. Me hallaba angustiada por si mi marido abría los ojos de repente y se encontraba semejante escena pero también estaba cachonda perdida, Rafael no quería que me corriera así que dejó de meterme mano pero me hizo arrodillarme y delante de mi marido que dormía a escasos centímetros se la tuve que chupar hasta ponérsela dura. De pronto mi marido dio un ronquido fuerte, nos asustamos y salimos de la habitación cerrando la puerta asustados. Nos paramos en la cocina riendo. Mi hijo me abrazó y me besó en los labios, yo le devolví el beso.

— Ha sido una locura lo que hemos hecho. –le recriminé.

— Sí pero ¿te ha excitado?

— Muchísimo. –contesté mordiéndole el labio inferior.

Rafael me aupó en vilo sentándome en la encimera.

— ¿Y ahora qué pretendes chico malo? –le pregunté divertida.

— Echarte un polvo de antología. –dijo bajándome los pantalones cortos hasta quitármelos.

— Por Dios hijo, no me digas que todavía tienes ganas, no me lo puedo creer.

No me contestó. Me abrazó contra él y me enterró su polla profundamente, solté un largo gemido de gusto y segundos después follábamos como salvajes. En un momento dado le dije que me iba a dejar el coño en carne viva, Rafa me miró y se rió, a continuación me la sacó del coño y de un empujón me la metió por el culo con suma facilidad. Di un gritito por la sorpresa pero enseguida comencé a gemir bajo sus embestidas.

— ¡Qué bien follas hijo!, me matas de gusto. –jadeaba en su cuello.

Él no dijo nada, seguía embistiendo sin prisas, metiéndola y sacándola casi entera para enterrármela de golpe de nuevo. A punto de alcanzar el clímax me desaté la melena como se suele decir y le dije cosas que si no es por ese momento me hubiera avergonzado.

— ¡Vamos hijo puta!, ¡dame por culo con fuerza que me corro!, ¡así cabrón, clávamela hasta los huevos! –le murmuraba.

— ¡Toma polla zorra! –me decía él embistiendo como un toro.

Así hasta que finalmente nos corrimos como bestias.

Media hora después y terriblemente cansada me encerré con mi hijo en su habitación, dejé que me desnudara y luego le desnudé yo a él poniéndole cachondo a posta con mis caricias y mamadas. Lógicamente mi hijo me volvió a follar y más tarde, entre abrazos, besos y caricias nos quedamos también dormidos. Teníamos cinco horas para descansar pues había puesto la alarma en mi teléfono móvil para que me despertara.

Como con mi hijo a mediodía ya que mi marido lo hace en la fabrica. Después de comer nos apetece follar y Rafa quiere hacerlo en mi cama, le dije que no me apetecía hacerlo donde dormía con su padre pero él me aclaró que yo era suya a hora y tenía derecho a follarme donde quisiera y cuando quisiera. Cuando le oigo decir eso me mojo una barbaridad y no soy capaz de llevarle la contraria, me dejo llevar mansamente hasta la cama de matrimonio y allí copulamos hasta caer agotados.

Tres semanas después, Mi marido me comentó que el viernes tenía otro turno de noche. Se lo dije a Rafa y éste ideó el plan: en el cine estrenaban una película que me gustaba. Fuimos al cine y nada más terminar la película nos dirigimos a casa sin cenar, allí nos abrazamos y nos desnudamos mutuamente. En el sofá del salón mi hijo me hizo el amor con potencia y al terminar, me ayudó a preparar algo de cenar sin dejar de acariciarme. Más tarde, me poseyó tres veces en la misma cama donde su padre duerme haciéndome reventar de placer y felicidad.

Dos años después mi pobre marido sufrió un infarto mientras dormía y murió. De aquello han pasado ya unos años. En la actualidad, mi hijo tiene un excelente trabajo y una buena posición económica que junto con mi pensión de viuda nos permite vivir muy holgados. Hemos hecho varios viajes paradisiacos y nos hemos amado en sitios maravillosos. Rafael y yo somos pareja oficial y madre e hijo cuando nos conviene de cara a la sociedad y nuestro amor no ha hecho mas que aumentar.