Elisa, voyeur y exhibicionista

Una mujer atraida por las niñas a la que le gusta mirar y que la miren.

ELISA , VOYEUR Y EXHIBICIONISTA

Hola, me presentaré brevemente. Me llamo Elisa (nombre falso, claro) y vivo en Barcelona (falso, también). Tengo 30 años (a partir de ahora es todo real) y soy una mujer muy guapa y sexy, bastante alta y viciosa. Soy lesbiana y nunca me han gustado los hombres. Me gustan las mujeres de todas las edades, pero especialmente las jovencitas. Bueno, hablando más claro, las niñas. No tengo ni idea de por que ocurre esto, pero la verdad es que no me importa y me da mucho morbo. No ha sido siempre así, pero desde que tenía unos 25 años empecé a notar que me atraían las jovencitas. Primero fue las de 16, luego, 15, 14… Hoy me atraen todas las niñas por jóvenes que sean. No bebés, claro. Pero me gustan cuando ya son conscientes de que tienen algo entre las piernas que sirve para algo más que para mear. A algunas les pasa a los 6 y a otras parece que no les pasa ni a los 90.

El caso es que me encanta mirarlas y detectar cual es la que ya se moja de vez en cuando (y su madre sin enterarse) y cual no. He tenido muy pocas experiencias y muy breves. Ya las contaré otro día. Lo que quiero contar hoy es algo que me pasó hace poco y que hace que se me mojen las bragas cuando me acuerdo.

Soy una mirona y me encanta mirar a las crías y, lo que es peor, me encanta de que se den cuenta de que las miro y con que intenciones. Está claro que la mayoría me devuelve la mirada con otra que quiere decir: “Que miras, guarra. A mi no me gustan las tías y menos tan viejas”. Pero de vez en cuando surge la ocasión y encuentro a una nenita con mis gustos y mucho morbo en el cuerpo. Esto me pasó la semana pasada.

Como trato de aprovechar todas las ocasione posibles para alegrarme la vista, suelo comer sola en un centro comercial que tiene muchos restaurantes a los que van crías (autoservicios, hamburgueserías, etc…). De todos ellos, hay uno que me gusta especialmente porque tiene muchos rincones y cuando tengo suerte disfruto de la visión de alguna niñita calentorra.

Pasó, entonces, que estaba yo en mi mesa preferida que está en uno de esos rincones y que tiene otra enfrente. Son mesas en las que caben cuatro personas, dos enfrentadas a las otras dos. Es decir, no son cuadradas, si no alargadas. A mi solamente me puede ver quién esté enfrente de esa mesa y al revés, es decir, estamos como apartadas del resto del restaurante.

Muchas veces se han sentado niñas allí con la madre al lado por lo que cualquier intercambio de miradas intencionadas es imposible. Pero hay veces que tengo suerte y tengo a la niña enfrente y solamente nos vemos ella y yo.

Eso es lo que pasó el otro día. En la mesa, enfrente de mí, se sentó una niña de unos 10 u 11 años y enfrente de ella, o sea, de espaldas a mi, dos mujeres, que debían ser la madre y una amiga. Esta es la situación ideal, porque la niña se aburre y las mujeres están dale que te pego al palique y ni se enteran de lo que pasa alrededor. La niña vestía un uniforme de colegiala con una falda plisada bastante cortita, lo cual me encantó.

En cuanto de acomodaron y empezaron a comer, la niña alzó su vista e, inevitablemente, me vio, porque me tenía enfrente y detrás de mi solamente había una pared vacía. Yo en seguida la miré fijamente a los ojos. Debo poner una cara, que no se como es, pero que enseguida se me nota “de que voy”, lo se por experiencia. La mayoría de las niñas, como digo, apartan la vista rápidamente y otras me devuelven la mirada con bastante desprecio, pero hay algunas que aguantan esa mirada como si dijeran “Vaya, vaya…., vamos a ver que pasa aquí”.

Como digo la niña me aguantó la mirada y después de un rato yo dirigí la mía hacía su entrepierna. Suele pasar que las niñas se sientan despreocupadas y se sientan con las piernas abiertas y se le ven las bragas. Normalmente, a esa edad, no tiene mayor importancia por lo que no está sobre aviso. Efectivamente, la niña tenía las piernas abiertas y se le veían un poco las bragas y esa visión para mi ay es suficiente como para empiece a mojar las mías. La cría hizo un acto reflejo de cerrar un poco las piernas. Siempre lo hacen, pero al cabo de un rato, disimulando ya las tenia más abiertas que antes. Poco a poco, con sutiles movimientos iba abriendo más las piernas y yo ya podía ver con claridad el frente de sus braguitas. Comencé a mojar abundantemente porque la braguitas de la cría no eran de esas que son de algodón muy tupido, si no con algo de lycra que las hace un poco transparentes, por lo que yo podía ver el inicio de su rajita, que no presentaba ningún vello.

Yo ya estaba mojando, como digo, pero lo que venía a continuación era lo que de verdad me ponía a cien. La parte en la que yo enseñaba. No se lo que me gusta más, si mirar a las crías o que me miren. El caso es que yo iba vestida con una falda bastante corta, como siempre, preparada, y cruce mis piernas para que pudiera ver mis muslos completos y el principio de mis bragas. Esta era la prueba de fuego. Si la niña miraba y volvía a mirar, yo seguía, si no lo dejaba. Esta miró. Su mirada fue como un resorte. De hecho se echó un poco más para atrás para ver un poco mejor. Me miró a la cara y yo la guiñé un ojo. Ella respondió con una sonrisa que duró décimas de segundo. Su madre y la amiga, como siempre, estaban de cháchara y no se enteraban.

Yo di el siguiente paso que era poner una pierna en horizontal sobre la otra, de forma que se pudieran empezar a ver mis bragas. Éstas tenían imán para la niña porque en cuanto las vio no pudo dejar de mirarlas. Ante eso yo abrí mis piernas todo lo que pude para que la cría me viera con total comodidad y amplitud. Ella dio como un pequeño suspiro, miró a su madre para asegurarse de que no se daban cuenta de nada, se echó hacía atrás en su silla y también abrió sus piernas todo lo que pudo para que yo la viera mejor. Ahora si se veía bien la parte que las bragas dejaban transparentar y en el centro de las mismas se empezaba a adivinar una pequeña mancha de flujo. A mi me debía pasar lo mismo, ya que estaba chorreando de gusto.

Así las dos, despatarradas una enfrente de la otra y con miradas furtivas de vez en cuando a los ojos, nos estábamos poniendo más que cachondas. Como a mi no me veía nadie más que ella, llevé mi mano derecha a mis bragas y empecé a tocarme el coño por encima de ellas. La niña empezó a ponerse colorada como un tomate, supongo que del subidón de sexo que le dio, y se quitó una rebeca que llevaba, ya que en el restaurante hacia frío con el aire acondicionado. Está claro que la niña empezaba a sudar, como yo, del calentón que tenía. Yo me iba animando cada vez más y empecé a masturbarme de arriba abajo más claramente. Ella no apartaba los ojos de mis bragas y tenía un gesto que denotaba que estaba muy caliente, con las mejillas ardiendo. Yo, con la mano con la que me estaba masturbando, le hice un gesto señalándola, queriendo decir que ella lo hiciera también.

La niña miró de reojo a la madre y a la amiga y se llevó una mano a las bragas y empezó también a acariciarse. Yo me moría de gusto. Allí estábamos las dos dándonos una sesión de sexo a distancia en medio de un restaurante y nadie podría darse cuenta de aquello.

Las dos estuvimos un buen rato tocándonos. Yo aparte mis bragas y enseñé a la niña mi chocho bien abierto y seguí masturbándome con el coño desnudo. La niña hizo un gesto con la cabeza y soltó un rebufo que me preocupó porque la madre se volvió y le preguntó si le pasaba algo. La verdad es que disimulaba muy bien porque puso cara de que no pasaba nada y, a todo esto, sin parar de masturbarse. Yo le hice otro gesto y la niña me correspondió. También apartó sus braguitas y pude ver su precioso chochito sin un solo pelo. Metió sus dedos en él y siguió masturbándose. Pequeñas gotitas de flujo se veían en sus dedos. Estaba empapada, como yo.

Al cabo de unos diez minutos, y yo preocupación creciente porque la cría empezaba a retorcerse como preludio del orgasmo, yo me corrí c de una forma que se me nubló la vista. Ella me siguió a continuación, y la verdad es que con mucha gracia porque lo hizo canturreando y como si bailara, de tal forma que su madre ni se enteró. Yo me reí de la situación y ella cuando acabó también.

Nos recompusimos como pudimos y yo la lancé un beso amoroso que ella correspondió poniéndose la mano a un lado para taparse la cara.

Aparte de que me estaba meando, quería dar un beso a aquella niña como fuera, así que le hice un gesto de que me siguiera a los servicios.

Yo entré en los servicios y me puse a arreglarme el pelo frente al espejo. Me olí los dedos y olían a sexo, como era lógico. Me lavé las manos. Mientras estaba en ello, la niña entró. Yo inmediatamente me volví y, como no había nadie, le planté un beso con lengua que me supo a gloria. Como me dio miedo que alguien nos viera, la dejé y la dije: “Me gustaría volver a verte”. Ella me respondió que a ella también y se fue. Antes de irse me dio una bolita de papel. Cuando se fue, desenrollé la bolita había escrito un número, sin duda de un móvil y un nombre, Vanesa.

Pienso llamarla muy pronto.