Elisa pide más.

Después de recibir caricias orales de un hombre 20 años menor, Elisa, de 58, explora nuevas experiencias sexuales con Juan.

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Nota del Autor:

Recomiendo leer primero primero la primera entrega del relato: https://www.todorelatos.com/relato/138121/

A diferencia de la primera parte que, como he contado, fue escrita hace mucho, esta segunda parte del relato es de escritura reciente, dado el pedido de algunos lectores. Mi estilo desde entonces ha cambiado y prefiero no escribir relatos en primera persona.

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Luego de los calientes, interminables e innumerables contactos virtuales entre Juan y Elisa, que desembocaron en el primer encuentro sexual entre ellos, la lujuria entre ellos parecía no tener cota ni límite.

Sin embargo, el juego que había a Elisa a deslizarse por la pista descendente de la infidelidad, seguía intacto y omnipresente: no eran dos amantes cualesquiera, sino que eran dos “amantes-coautores” y necesitaban mantener la colaboración literaria para que su affaire no fuera una corneada más del montón, contra las cuales Elisa aun guardaba, sorprendentemente, ciertos recaudos morales.

La noche del debut, había sido una noche de club literario en casa de Elisa y por lo tanto, los dos amantes consumados guardaron las formas más estrictas en presencia de toda la concurrencia.

Sin embargo, una comunicación telefónica al día siguiente sirvió para rememorar la previa intima del club de lectura.

—No te imaginas, Juan, como estuve toda la noche: durante y después del club de lectura— rompió atropelladamente el hielo la madura Elisa ni bien fue atendida.

—¡Hola, amiga de mis deseos! ¿Cómo estás? A ver, contame un poco—. Bromeó y la azuzó el joven (pero no tanto) amante.

—¡Oh! Que descortesía la mía, voy a parecer una desesperada jajaja—. Festejó y confesó Elisa.

Y la parejita se dedicó a intercambiar recuerdos de todo lo ocurrido.

En un primer momento Elisa le contó a Juan como había tenido que aguantarse para no insinuar nada que diera pista al resto de los presentes de cuanto lo deseaba. Pero rápidamente, el artero profesor desvió la conversación a un detallado recuento de lo ocurrido en los doce minutos fatídicos, desde el momento de su llegada a la casa, hasta el convulsionado orgasmo de Elisa. La conversación en ese terreno tuvo el efecto que el docente esperaba y a medio camino del relato/recuerdo Elisa jadeaba y gritaba de placer, dejaba caer el teléfono y daba todas las pistas que estaba masturbándose mientras hablaban.

Juan la desenmascaró primero y la estimuló a seguir después, no sin antes requerirle que pusiera el teléfono en modo manos libre y que conectara la camarita usando alguna aplicación de video llamadas.

Cuando “se hizo la luz” en la pantalla del teléfono de Juan, apareció Elisa semidesnuda, despatarrada en su cama matrimonial poniendo carita de pudor, por un lado, y acariciándose descaradamente su enrojecida y abultada vulva por el otro. Aquella imagen era el sumun de la hipocresía y eso ponía a Juan caliente como una pipa.

Juan estimuló el lado lujurioso de la madura amante con piropos descarados.

—¡Que pedazo de mujer, por favor! Me volvés loco, Elisa. Sos espectacular y hasta me dan ganas a mí de comenzar a tocarme—. Tanteó el hombre.

—¿Y qué esperas? ¿Acaso yo no tengo derecho a excitarme y tocarme mirándote a tí?— Dijo Elisa, que hasta entonces no había visto a Juan desnudo.

Lo que siguió fue una fenomenal paja en televisación simultánea.

Luego de desnudarse y mostrarse completamente empalmado, Juan retomó el recuerdo de lo ocurrido. Elisa por un lado recordaba cada uno de los lengüetazos y de las penetraciones digitales de Juan, y eso la enloquecía. Y por el otro, el falo erecto de su amante ocupando más de media pantalla, con su glande apareciendo y desapareciendo bajo un prepucio generoso que la mano de aquel hombre 20 años más joven que ella corría hacia arriba y hacia abajo, la trasportó a un infierno de lujuria que hubiera sido la envidia del paraíso (palabras textuales usadas por la profesora de literatura).

Cuando finalmente los chorros de semen brotaron potentes y abundantes del miembro de Juan, Elisa apuró sus manos, cuyos dedos se hundían en lo profundo de la vulva a la vez que su palma rozaba el clítoris, y se vino, con gritos aullidos y jadeos que a los lectores les hubieran parecido exagerados, pero que para ella eran totalmente auténticos.

Las risas siguieron a los orgasmos y Elisa volvió a la carga con “el relato” que se suponía debían seguir escribiendo juntos.

—Y bueno, Juan, ¿Cómo sigue ahora el relato de la madura inexperta y el joven experto? Esto no puede quedar así, ¿verdad?— Exigió y apuró Elisa.

—Por supuesto que no queda ahí. Elisa va a seguir experimentando cosas nuevas con Juan— Dijo el coautor descarado, asignando a los personajes el nombre de ellos.

—Jajaja. ¿Y qué va a aprender de nuevo ahora la protagonista?— preguntó con genuina curiosidad Elisa.

—Creo que podría aprender sobre el uso de juguetes. Juguetes sexuales. El protagonista de nuestra historia tiene que tener mucha experiencia usando juguetes para estimular a sus parejas— Hipotetizó con un aire de autoridad Juan.

—¿Juguetes? Emmm… ¿Estás seguro?— dudó Elisa que ahora temía caer en algo para lo cual no estaba preparada.

—Totalmente seguro. Quiero mostrarte el uso que una pareja puede darle a los juguetes sexuales—. Sentenció el joven amante, volviendo a ponerlos a ellos dos en el centro de la escena que debía pertenecer a un relato de ficción. Juan jugaba así el interminable juego de nosotros/ellos debía ocurrir como manera de mantener a Elisa en vilo.

Elisa, con ciertos recaudos, se entregó a la idea. Juan prometió ocuparse del “hardware” y quedaron en encontrarse el fin de semana en casa de Juan, porque el Decano Ross debía viajar a un encuentro académico de viernes a martes, liberando a Elisa de su vigilancia marital.

Los días se hicieron interminables para los amantes secretos. Juan se dedicó a visitar sex shops en la ciudad e incluso a chequear disponibilidad online. Los nuevos sistemas de compras con entregas en 48 horas abrían un mundo enorme de posibilidades.

Durante toda la semana, y para mantener a Elisa motivada y excitada, Juan enviaba todo tipo de fotografías y reviews de juguetes sexuales, a los que Elisa respondía con onomatopeyas de asombro, emoticones sonrojosos y palabras de lujuria.

—Debo confesarme intimidada, Profesor, pero a la vez ansiosa de recibir la lección— Decía el mensaje de Elisa a Juan en respuesta a una foto de un juguetito con forma de mariposa.

—¡Wow! Parece enorme. Pero confío en ti—. Era la respuesta a un mini-video de un dildo con forma de falo amorfo y de interesantes dimensiones.

Para cuando llegó el día del encuentro, el arsenal de Juan incluía sólo dos armas: un vibrador de unos 14 cm con la punta levemente curvada y un masajeador estilo “Magic Wand”. Parecida un soldado de un grupo comando: fusil, pistola y mucha experiencia y decisión. Nada más.

En los correos de los días previos al encuentro Juan le había dado instrucciones específicas a Elisa de ropa que debía vestir: Una calza deportiva, un corpiño deportivo y tacones.

Obviamente una mujer de la elegancia de Elisa no podía salir disfrazada de esa manera a la calle y por lo tanto, le dijo que vestiría “normal” pero que llevaría todo esos atuendos en una bolsa para cambiarse en la casa de Juan. Juan, obviamente, accedió.

La llegada de Elisa a la casa fue mucho más efusiva que lo imaginable. No habían alcanzado a cerrar la puerta tras de ella y a dejar caer la bolsa “del disfraz” al piso,  y sus lenguas ya estaban enzarzadas en un entrevero salivoso.

Apoyando a Elisa contra la puerta ya cerrada, Juan se dedicó a besarla, a lamerle el cuello, a apretarla, a fregarle las tetas y la entrepierna. Elisa no atinaba a responder. Se dejaba hacer y se sentía humedecer la entrepierna ante los manoseos impúdicos de su amigo y coautor. Los dos gozaban a lo grande con eso.

Después de la intensa escaramuza de lujuria, los académicos se separaron riendo y tomados de la mano se sentaron en el sofá del living de Juan.

Era la hora de la verdad para Elisa que estaba visiblemente nerviosa, y a la vez excitada, y lista para jugar nuevamente. Juan no perdió tiempo y le mostró la caja de zapatos donde guardaba los vibradores. Elisa los observó con curiosidad y se sorprendió, porque ninguno de los dos era de los que le había remitido fotos su amigo.

Antes de hacerlos funcionar Juan le ordenó que se fuera a cambiar a la habitación. A Elisa le encantaba que Juan le diera órdenes porque era muy respetuoso y suave con ella, pero firme. No le preguntaba, no la invitaba, le decía que hacer. Como un maestro formal y fraternal, pero a la vez autoritario.

Elisa desapareció de la vista de Juan moviendo exageradamente su abultada cadera y antes de desaparecer en la habitación se volteó para hacerle un guiño y dejarle volar un beso. Juan la vio pasar y reafirmó su impresión: Elisa tenía casi 60, pero podía ser tan sexy como ella quisiera. Sabía moverse. Sabía provocar. Sabía que aún era atractiva.

Desde dentro de la habitación Elisa gritó a Juan que no se atreviera a entrar hasta que ella lo indicara. El tiempo se le hizo eterno. Cuando finalmente escuchó el —ADELANTEEEEE— de Elisa, Juan tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no correr como un desaforado a su propio dormitorio. Al abrir la puerta se quedó boquiabierto.

Sobre la cama estaba recostada Elisa totalmente producida y maquillada. Enfundada en una calza lo suficientemente ajustada para marcar sus redondeces, pero no tanto como para que pareciera que estuviera embutida dentro de ella. El corpiño deportivo levantaba las dos rotundas tetas y les imprimían una redondez casi-perfecta. Y por si todo fuera poco, Elisa vestía unos tacones enormes, altísimos, que llevaba con la autoridad que las coquetas mujeres Colombianas suelen mostrar al caminar sobre esos verdaderos edificios de calzado.

—Jajaja. ¿El “jovencito” se ha quedado mudo? ¿y ahora, quien enseña a quién?‑ desafió la madurona al cuasi-cuarentón rioplatense.

Las risas de ambos rompieron la tensión y antes de poder darse cuenta, Juan estaba recostado junto a Elisa hablándole al oído.

—Doctora, ¿quiere ver los juguetitos que le traje?—

—Sí Juan. Si. A eso vine. No me hagas esperar más, por favor— Imploró Elisa.

Juan la besó con cuidado, casi con dulzura, y se dispuso a enseñarle los juguetes en detalle.

—Esto que tengo acá es un masajeador, se usa en la cara externa de la vulva, sobre los labios y sobre el clítoris— Le decía meloso al oído de ella mientras la recorría en su pecho y vientre con el masajeador apagado para luego besarla en el cuello.

De inmediato, la respuesta de Elisa fue agitar su respiración y rogar que no la hiciera esperar más. Cuando ella atinó  a tironear de sus propias calzas para desnudarse y entregarse al electrodoméstico con que juan la rozaba en las tetas, Juan la detuvo.

—Shhhh. Shhh. No no no. No te apures, Eli. Hay tiempo. Tu vulva y el masajeador necesitan conocerse primero. El primer contacto, para que vos y ella se acostumbren a él será con la calza de por medio.

Juan hablaba de Elisa y de su vulva como si fueran dos amigas y del juguete como si fuera un chongo que traía a la relación. Eso le daba, ante Elisa, un aire particularmente novedoso.

—Lo que tú digas. Lo que tú ordenes—. Se entregó Elisa.

Juan primero puso en marcha el masajeador. El aparato comenzó a vibrar con una potencia extraordinaria y sorprendió a Elisa, que de inmediato estalló en carcajadas. Ambos rieron y la risa, como siempre, ayudó a distender la situación.

Luego Juan tomó la mano de Elisa y la puso sobre la cabeza del masajeador, para que sintiera aquellos temblores mecánicos primero en su mano.

Elisá se dejó hacer. No estaba muy segura, e intentó fingir más entusiasmo que el que tenía. Pero sus dudas se hicieron presente.

—Mmm… ¿Tú crees que esto me va a estimular bien?— Preguntó con genuina intriga.

Juan no le dio tregua y se limitó a emitir su veredicto.

—Hay una sola manera de saberlo. Y vos vas a responder esa pregunta enseguida—

Para distenderla la besó con pasión. Invasivamente, con su lengua, le reaseguró que estaban ahí para pasarlo bien. Y Luego, disimuladamente y sin parar de besarla, de lamer sus labios y de besar su cuello, dejó que la cabezota de la vara vibradora rozara los pezones, el vientre y finalmente los muslos de la Señora Elisa.

Elisa se dejó hacer. Primero con cierta tensión y no sin recaudos, pero luego, sin prestar mayor atención al vibrador que cosquilleaba por sus piernas se dedicó a besar a su joven amante y a sentir la mano (la otra mano) estrujando sus enormes tetas por encima del corpiño deportivo.

Los pezones abultados y parados servían de indicadores de placer. Juan los rasguño por encima de la tela de lycra arrancándole suspiros de placer. Poco a poco las “cosquillas” del vibrador fueron resultándole placenteras a Elisa, cuya curiosidad la llevó a abrir levemente las piernas.

Juan no paraba de besarla y de hablarle, y a la vez hacía con el vibrador la misma tarea elusiva que su lengua había hecho durante el glorioso primer cunnilingus de Elisa: se acercaba a la entrepierna sin llegar a rozarla y la esquivaba.

Elisa aminoró el ritmo de sus besos y lamidas a la boca de Juan y comenzó a prestar atención al vibrador que la acariciaba por encima de la licra de su calza.

—Pásamelo más cerca, Juan, por favor, más cerca, quiero sentirlo “ahí”— rogaba ansiosa la Profesora de Literatura.

Juan aprovechó para jugar más con ella. Cuando la cabeza de la vara vibradora se acercaba a la vulva de Eliza, apenas la rozaba, mientras que cuando se alejaba hacia los muslos aumentaba la presión para que su amante sintiera las vibraciones con más intensidad en sus zonas menos sensibles.

Elisa intentaba mover las caderas hacia abajo para aumentar la presión del juguete sobre la vulva. Pero Juan la detenía con su mano libre.

El juego de prohibirle moverse ponía a Elisa como loca. Ahora ella se encontraba recostada boca arriba con varias almohadas en la espalda y el amante estaba arrodillado a su lado. Casi no había más besos ni caricias en otras partes del cuerpo, sino simplemente un potente juguete vibrador rozando las entrepiernas y muslos de Elisa, comandado por la mano derecha de Juan, mientras la izquierda mantenía a la mujer con la espalda firmemente “pegada” al colchón.

Las manos de Elisa se aferraron a las muñecas de Juan. Una mano de ella intentaba, en vano, comandar el movimiento del vibrador. Pero el brazo del amante joven era firme y poderoso y le dejaba claro que la “varita mágica” iba a donde Juan quería, no a donde Elisa intentaba llevarla. La otra mano de Elisa se aferraba a la otra muñeca de juan y le clavaba las uñas en señal de salvaje excitación.

Juan Maniobró y se puso de panza en la cama, pero entre las piernas de Elisa. Ella instintivamente flexionó las rodillas al techo y apoyó los tacones sobre el colchón abriendo generosamente las piernas. Las manos de Juan ahora trabajaban por dentro de la V que formaban esos muslos abiertos: Una mano abría las piernas y la otra comandaba el vibrador que cada vez con más frecuencia y con más presión, horadaba la zona vulvar por encima de la estirada tela de la calza de Elisa.

El espectáculo era magnifico: Esa super-madura jadeaba abierta de piernas, con el centro de su entrepierna totalmente mojado, la calza empapada y resbalosa por los flujos que habían empapado la tela. Y la mancha oscura en la tela de la calza crecía conforme Elisa soltaba sus flujos vaginales.

Más allá, las dos enormes tetas moldeadas por el corpiño elástico se erguían como dos monumentos y el abdomen apenas abultado de Elisa se convulsionaba en estertores de placer que parecían seguir el ritmo de las visitas del vibrador a la zona más húmeda de la mujer.

El cuadro era rematado por la madura luciendo con orgullo esos enormes tacones que le daban a la imagen el cuadro de una película pornográfica.

Ver todo ese espectáculo hizo que la erección de Juan se potenciara hasta el dolor mismo. Pero el hombre sabía que esta sesión era de Elisa y se concentró en la tarea por delante.

La cabeza vibradora jugaba cada vez más con la zona vulvar y Elisa no paraba de gritar.

—¡Mas! ¡Quiero MAS! ¡Así ¡Así!— gemía Elisa.

—¡Me voy a venir, me voy a venir!— intentaba prevenirlo.

Por un lado ella quería seguir disfrutando aquella experiencia. Por el otro moría de ganas de acabar.

¿A quién no le ha pasado eso?

Pues a Elisa le pasaba. Por primera vez en su vida.

Al verla tan convulsionada, Juan decidió desnudarla. De sorpresa se arrojó sobre ella, dejando el vibrador de lado, frotándole la áspera y pétrea bragueta de su pantalón sobre la entrepierna embadurnada de los jugos sexuales de la mujer. Las bocas se fusionaron y Juan la hizo levantar para quitarle el corpiño y luego mientras arrodillado le comía las tetas y los cuadrados pezones, le arrancó la calza.

Rieron ambos porque el pantalón se le quedó enredado en los tacones. Y mientras ella se ocupó de acabar el trámite de desnudarse, él se puso detrás de ella y comenzó a besarle el cuello.

Desnuda. Completamente desnuda, Elisa se dejó caer de espaldas sobre el pecho (vestido) de su hombre que no paraba de mordisquearla. Ella entraba en trance de placer cuando el ruido de una vibración la trajo de nuevo a este mundo.

Juan acababa de encender el vibrador más pequeño, que tenía forma de falo con la punta doblada a unos 45 grados.

Primero recorrió el cuerpo de Elisa con ese aparato que era mucho menos potente que el otro y mientras la besaba se lo pasó varias veces por los labios enrojecidos y embadurnados de flujos de la vulva. Cuando el aparatito estuvo lubricado se lo fue afirmando en el clítoris desnudo.

Nuevamente Elisa se dejó caer recostada, semi-sentada, de espaldas sobre varias almohadas y Juan ubicado entre sus piernas abiertas y flexionadas en la rodilla exploró alternativamente el clítoris y la entrada de la vulva de Elisa.

Ella en un principio se sintió defraudada por la vibración menos potente del “chiquitito” como terminó bautizando al vibrador menor. Porque dicha vibración era claramente menor que la del “Magic Wand”. Pero en poco tiempo estaba Elisa jadeando nuevamente.

El detalle era que “el chiquitito” no solo la masajeaba exteriormente, sino que también la iba penetrando.

Por iniciativa de Juan, con cada pasada del clítoris a la entrada vulvar, el pequeño falo electromecánico se metía un poquito más. Un cuarto de pulgada, como mucho. Y luego salía encharcado de jugos presto para visitar el clítoris sin irritarlo demasiado.

El juego volvió loca a Elisa que empezó a pedir lo obvio.

—¡Los dos, Juan, dame los dos!—

Juan besaba ruidosamente los muslos de la madurona e insistía en el uso exclusivo del vibrador curvo.

Cuando Elisa parecía resignada, el sonido de una vibración familiar le arrancó una sonrisa de lujuria enorme.

Juan acaba de encender el otro vibrador y le daba una orden

—Alcanzame ese frasquito de lubricante, Elisa— le ordenó usando de puntero el autoritario masajeador y señalando un frasquito de jalea lubricante que estaba sobre la mesita de noche y que Elisa no había notado.

Elisa no solo se lo alcanzó sino que con ansiedad embadurnó de lubricante la cabezota vibradora del masajeador.

—Es para que al ponerlo en contacto directo con tu clítoris no te irrite— Dictó catedra el profesor de matemáticas.

Al escuchar esto la excitación de Elisa tomó límites insospechados y se apuró.

—Ya está. Ya está, dale, dale, no me hagas esperar más—. Comandaba ella ahora con desesperación.

El primer contacto del Hitachi con el clítoris le provocó a Elisa una aspiración de aire que podría haber hecho reventar sus pulmones. Al soltar el aire gritó.

—¡SIIIIIIIII!—

Antes que ella pudiera darse cuenta la potente cabeza vibradora del masajeador presionaba el clítoris y recorría sus inmediaciones con movimientos circulares que la experta muñeca de Juan le imponía.

Simultáneamente el “chiquitito” comenzó a adentrarse más y más en la vulva de Elisa. Entraba media pulgada y salía un cuarto. Otra media para adentro, otro poquito para afuera. El balance de profundidad era siempre positivo y cada vez el falo curvo se incrustaba más adentro de la vulva de Elisa.

Juan hacia todo metódicamente. Los movimientos circulares del masajeador sobre el clítoris no paraban y el falo curvo entraba y salía manteniendo la curvatura hacia abajo. Cuando Elisa parecía desfallecer de placer, Juan hizo girar el vibrador dentro de Elisa hasta que la punta curva quedó tocando el techo de su vulva y en ese momento desde afuera aumentó la presión del masajeador.

Elisa sintió su clítoris atacado desde adentro y desde afuera y supo que el orgasmo la iba a noquear.

—ME VENGOOOOOOO….. SIIIIIIII—gritó la “inexperta profesora al tiempo que clavaba sus uñas en las venas de las muñecas de su amante.

Juan no se inmutó y resistió el dolor de las afiladas uñas con el mismo estoicismo con que venía resistiendo la urgencia de eyacular. Aumentó la presión y vio la espalda de su amante arquearse, todos sus músculos tensarse y el cuerpo todo de la Señora madura convulsionarse en tremendos espasmos orgásmicos.

Para Elisa fueron varias oleadas orgásmicas. Una más fuerte que la otra y para Juan fue un espectáculo único. Una “gran finale” como nunca había visto.

Las manos de Elisa aferradas a las muñecas del joven amante indicaron cuando era el momento de una retirada. Y entonces Juan terminó el asedio electromecánico a la vulva de su amiga.

Los dos rieron como chicos. A carcajadas se abrazaron y se besaron. Se miraron a los ojos y Elisa tenía el rímel corrido por el sudor y las lágrimas de alegría, placer y emoción.

Se volvieron a besar y repitieron el ejercicio de besarse y mirarse varias veces. Luego Elisa cayó rendida de cansancio. Juan la abrazó e intentando olvidar que tenía una erección de caballo y picazón de adolescente que mira porno, la invitó a dormirse.

No hizo falta repetir la invitación. Elisa, agotada, cerró los ojos balbuceando como una autómata una palabra una y otra vez.

—Que espectacular. Que espectacular. Que espec…—

Cuando Elisa sucumbió al sopor post-sexo, Juan supo que se imponía un descanso para ambos.