Elisa
Me es difícil empezar. Tengo cuarenta y cuatro años, morena clara, buen cuerpo, buenos pechos con dos pezones estupendos; quizás, aunque no sé que digan mis amigas, lo menos notorio es mi trasero; boca con labios carnosos y sensuales; además de todo lo que Dios me dio. Soy lo que queda de Elisa que aún es mucho y de excelente calidad.
Me es difícil empezar. Tengo cuarenta y cuatro años, morena clara, buen cuerpo, buenos pechos con dos pezones estupendos; quizás, aunque no sé que digan mis amigas, lo menos notorio es mi trasero; boca con labios carnosos y sensuales; además de todo lo que Dios me dio. Soy lo que queda de Elisa que aún es mucho y de excelente calidad.
El padre de mi hijo se fue en busca de fortuna a los Estados Unidos desde hace cinco años y no he vuelto a saber de él, salvo alguna postal de vez en cuando en la que me decía que no encontraba trabajo estable y ganaba muy poco. Confiada en que volvería, además de hacerme cargo de la educación y crianza de mi hijo, no quise entablar relación con ningún hombre y me he mantenido a la espera de su regreso. Cuando se fue, mi hijo tenía trece años, hoy ya pasa de los dieciocho.
Hace unos días, personas de nuestra comunidad que también han ido allá y regresado, me dijeron que mi marido se ha establecido hace años, tiene buen trabajo, pero también mujer y dos hijos pequeños. Llegó el momento de decir adiós y así se lo hice saber a mi hijo; sin embargo nunca esperé escuchar lo que me contestó:
Mamá, yo te quiero mucho, pero no soportaría saber que tú y otro hombre hagan el amor. Cuando alguna vez he pensado en ello, siento unos celos que yo mismo me asusto.
Hijo, eso no es justo, me colocas en una situación inhumana, comprende que tengo necesidades afectivas que requieren de un compañero.
¿Y yo que soy? ¿No soy hombre? También puedo ser tu compañero.
No hijo, eso no puede ser, no está bien.
¿Por qué lo dicen el cura o las vecinas?
No puedo negar que en algunas de mis noches de soledad lo he pensado, pero te concebí, creciste en mis entrañas, te amamanté.
Mamá, perdona que difiera de tu manera de ver las cosas. Estoy de acuerdo en todo, menos en que: ahora somos tú y yo, me amas, te amo, no te soy indiferente como hombre, me agradas mucho como mujer, perdona que lo confiese, pero alguna vez que te he podido ver, me atraes mucho, y considero que necesitamos sentirnos; ¿por qué no probar y en lugar de decidir por nuestra naturaleza basándonos en juicios ajenos, dejamos que sea nuestra naturaleza la que nos lleve a una decisión? Necesitamos dejar que fluyan estos sentimientos que tenemos reprimidos. ¿Que dices, aceptas probar?
No descarto la idea, pero déjame pensarlo y mañana domingo hablamos. Que descanses.
Hasta mañana, mamá, que duermas bien.
Sin embargo lo hablado vino a la cama. Al tratar de quedarme dormida, me despertaban las ideas de mi hijo. Llevo días navegando entre el rencor que me produjo saber lo que me supe de mi marido y la idea de hacer lo mismo que él me hizo, ponerle los cuernos y olvidar que existió. Ese mar de pensamientos me tenía intranquila y aumentó el deseo.
Mi hijo tampoco podía dormir, daba vueltas sin conciliar el sueño. Se levantó, fue al baño a orinar, y en lugar de volver a su cuarto se acercó a mi cama y muy bajito, preguntó:
¿Estás dormida, mamá?
De momento no supe que responder, pero pasados unos segundos le dije: - no, no me he podido dormir.
¿Puedo acostarme contigo?
Dudé unos momentos, y, en lugar de decir no, dije sí.
Abrió las sábanas y se acostó. En la penumbra, ambos sentimos la mirada profunda e interrogante del otro. Se acercó a mí, besando mis labios y abrazando mi cuerpo. Lo estreché fuerte, como nunca antes nos habíamos abrazado, que yo recuerde. Abrimos nuestras bocas y nos besamos. ¡Qué beso más hermoso, no recuerdo otro igual! ¿O fue la cantidad acumulada de años sin hombre? No sé, pero me produjo una revolución de sentimientos. Con todo mi ser sentí un amor hacia mi hijo muy distinto del amor de una madre; sentí deseo de poseerlo, de acariciarlo, de besarlo como hombre.
Su verga creció de inmediato, y me humedecí como si mi vagina tuviera una cascada.
Se incorporó, sacó de su ropa de dormir. Sacó por mi cabeza el camisón, quedando ambos desnudos, mirándonos profundamente.
Besó mis labios y tomó los pezones con suavidad. ¡Qué sensaciones más placenteras! Dejé que su pasión nos saciara. Pasados unos minutos, puso cada una de sus piernas a un lado de mi cuerpo acercando a mis labios su verga y testículos. Yo quería sentirlo mucho tiempo, así que saboree uno de sus testículos e hice lo mismo con el otro, empecé a turnarlos y dejé a él que me acariciara. De inmediato sentí sus labios en los míos; ¡como los recorría de la entrada al clítoris y de regreso, una y otra y otra vez! ¡Nunca había sentido unos labios besarme con esa ternura, con esa delicadeza! ¡Qué agradable sensación! Tomó con sus dedos mis labios y los separó suavemente y sentí su lengua acariciando, con entrega tal, que me estremecí y mi pasión aumentó hasta el infinito. Solté su testículo y lamí de arriba abajo su hermosa verga; me detuve en su puntita y la besé hasta saciarme, la tomé entre mis labios y empecé a introducirla pausadamente, sintiéndola, gustándola, amándola. ¡Qué ricura, simplemente estaba encantada con el tacto de mis labios rodeando su verga! Tomó el clítoris y lo estrujó entre su labios, como chupándolo y besándolo y al mismo tiempo dando ligeros toque con la punta de su lengua; no pude aguantar más y en unos segundos, toda la energía reprimida por años e infinidad de pensamientos, explotó en el orgasmo más placenteros que he sentido; me tensé mucho, suspendió sus caricias y recibió mis fluidos. Cuando recuperé la cordura, sentí como colocó mis piernas detrás de sus brazos y levantó mi cadera, logrando mayor profundidad a sus caricias dentro de la vagina con su lengua y además extendió su labio superior hasta acariciar mi ano; ¡me volvió loca, daba movimiento a la lengua y al mismo tiempo me acariciaba el ano con su labio superior! ¡Lo quería dentro! ¡Lo necesitaba dentro!
Se volteó, colocó su verga y lentamente, sintiéndonos ambos, la fue metiendo. ¡Qué dulzura! ¡Qué sensación ya olvidada volvió a mi recuerdo! ¡Qué hombre es mi hijo! Cuando ya no había posibilidad de meterme más, tomó mis piernas y las levantó, metiendo su verga otro cachito; lo dejó dentro, presionándome y moviéndose ligeramente hacia uno y otro lado, como esbozando un círculo rozándome el clítoris; entregándose, disfrutándome y regalándome su virilidad de hombre joven. Empezó a sacar su verga y volverla a meter lentamente acelerando poco a poco: ¡lo sentí, lo disfruté, no recuerdo cuanto, pero fue delicioso, exquisitamente sensual! Se tensó, me penetró hasta con las pelotas alcanzando orgasmos de órdago. ¡Qué delicia de sensaciones, tenerlo dentro y sentir su semilla derramarse en mí! ¡No puedo describirlo con palabras, pero fue muy hermoso!
Sin sacarla, me volteó de costado y nos besamos con infinita dulzura, mucho, mucho, mucho. ¡Qué sentimientos tan profundos se generan cuando se hace el amor, pero cuando la pareja es tu hijo, esos sentimientos se multiplican de manera impresionante!
Unidos y abrazados nos quedamos dormidos.