ELIGIENDO UNA CORBATA IV (El reencuentro)

¿Qué cosas traerá esa ida a casa de mi padre?

Anteriormente…

Después nos quedamos los cuatro como si el mundo se hubiera detenido, como si nada pasara fuera de la habitación, vi el reloj y ya pasaba media noche, papá Eduardo propuso una ducha con sus nenés para luego irnos a dormir, fuimos los cuatro a darnos ese duchazo, Josué me enjabonaba la espalda, mientras yo le enjabonaba el pecho y barriga a su padre, y su hermanito jugaba con sus dedos en el camino a la cueva del placer del padre… y luego de tanto juego, vi que papá Eduardo abría las piernas, arqueaba la espalda, todo indicaba… si, efectivamente, Mauricio estaba retribuyéndole amor a papá Eduardo, a lo que Josué se incorporó dándole un beso a su viejo conmigo en medio, dejándome como carne de pincho, ufffff que delicia de empalamiento, no puedo quejarme.

Así nos mantuvimos unos cuarenta minutos más, hasta que tanto uno como otro hermano, liberaron sus simientes, uno dentro de su progenitor, otro, dentro de su hermano de crianza, a quien muchos años fue el primero en penetrarlo, nos volvimos a enjuagar, sacamos bien el jabón, y nos fuimos a dormir, todos en la cama de papá Eduardo, el sábado iríamos a ver a Ricardo, mi padre, seguro se alegrará muchísimo al ver a Josué.

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Una vez en la cama de papá Eduardo, nos acomodamos en una especie de “dos para dos” Chué con su papá, y Mau conmigo. Ya pasaban las dos de la madrugada cuando sentí unas caricias bajar por mi espalda, buscando acariciar mis nalgas, esa sensación me pareció muy agradable, y no puse resistencia, entreabro los ojos y veo a Mauricio que duerme boca arriba con su mano derecha sobre el pecho y la izquierda hacia un el lado de adentro de la cama, yo estaba hacia el borde… ¿De dónde salieron esas caricias?

Me volteo para ver a mis espaldas, y veo a Josué, que estaba acariciándome, con ternura, mientras me contempla. Me guiñe un ojo y hace señas para que lo siga, salimos en silencio del cuarto y fuimos al que era suyo, que ahora lo ocupa Mauricio. Ahí nos lanzamos en la cama y comenzamos a acariciarnos, despacio, como dos amantes que hace años no se disfrutaban uno al otro, sin prisa, con ganas de que ese momento fuera eterno.

Recorrí con mis dedos su pecho, lleno de pelos, su melena hirsuta que caía como bucles color avellana sobre sus hombros cubiertos también por pelos del mismo color sobre unas pecas hermosísimas que moteaban sus hombros, pecho y espalda de una manera espectacular.

Rozó con sus labios los míos dándome un beso breve, pero intensamente dulce, había amor, había un “te extrañé” en ese beso, había emoción, había pasión, había esa sensación de un sentimiento oculto que no podíamos esconder por mucho tiempo, pero que decidimos no revelar, sino dejarlo ver como algo que hacíamos eventualmente, sin hablar de esos eventos que eran tan especiales que hizo que nos enamoráramos el uno del otro sin siquiera proponérnoslo, vi en sus ojos verde esmeralda una luz tan pura, casi inocente, casi angelical y en ese momento dijo: Te amo Alfonso José, en ese momento una lágrima cayó por su mejilla, yo sólo alcancé a abrazarlo fuertemente y decirle: Yo te amo más Josué Alexander.

Nos abrazamos, nos besamos, recorrí su pecho, lamí sus tetillas, las mordí, bajé por su barriga, había algo que me esperaba ansioso, y yo estaba con ganas de ir a su encuentro… Ahí estaba, el falo del primer hombre que estuvo dentro de mi, el primero que me hizo sentir suyo, que me dejó dentro “la crema de su amor” que selló para siempre esos años de inocencia como un capítulo aparte y me abrió las puertas a la sexualidad plenamente disfrutada de manera  consciente y consensuada.

Lo saboreé con deseo, con pasión, acariciaba su escroto cuando agarró mi mano y me la dirigió a su único lugar donde nunca nadie había llegado, comencé a tocar cada uno de los pliegues que cerraban esa puerta que estaba a punto de abrirse para mi, fui entrando poco a poco, a medida que iba lamiendo, para lubricar mejor… Chué gemía y me agarraba el cabello como indicándome que le estaba gustando lo que le hacía. Mi lengua logró abrirse paso, y ya entraba y salía como si eso fuera algo de siempre, mis dedos fueron uno llamando a otro para hacerse compañía, mi saliva fluía desde mi boca, por medio de mi lengua, e iba lubricando su cavidad, al tener tres de mis dedos dentro gimió más intensamente, y se retorció para darle acomodo a lo que tenía dentro.

Instintivamente me puse de rodillas apuntando mi dardo de carne a su diana deseosa de ser penetrada, casi sin pensarlo, pero con mucho cuidado fui introduciendo cada milímetro en él, sus ojos me miraban con alegría, por fin estaba dentro de él, yo me sentía honrado de tener ese privilegio, el fue dilatando cada vez más, hasta que estuve alojado completamente dentro de él, que sensación tan deliciosa.

Poco a poco fui moviéndome, él también, hasta que fuimos acompasándonos, como si de una coreografía se tratara, íbamos a un unísono espectacular, yo salía completamente de él, para volver a entrar hasta donde no pudiera más, rozaba cada parte de su interior, de una manera que me nublaba los sentidos, me mantenía en un éxtasis que nunca hubiera imaginado. Él apretaba mis pezones, suave, con fuerza, bien dosificado el dolor, mis tetillas siempre fueron mi punto débil.

Parece mentira, pero Josué me tenía a su merced, podía hacer conmigo lo que le diera la gana en ese momento, yo apretaba sus tetillas también, retorcía sus pezones como si fuera a arrancarlos, halaba de los pelos de su pecho y el de los del mío, estábamos sincronizados, hasta que me dijo: Hermanito, estoy que acabo… ¿Cómo vas tú? Y yo le dije que ya casi. Él me sonrió, cerró los ojos, colocando las manos detrás de su cabeza, descubriendo sus axilas, yo estaba perdido viendo ese espectáculo cuando sentí como si algo dentro de él me mordiera, una, otra, y otra vez sentí sus contracciones casi incesantes que ahorcaban y liberaban mi sexo de una manera tan placentera que no pude aguantar más las ganas de acabar, y le dejé su cueva de macho llena de mi, como prueba de ese amor que tengo siempre reservado para él.

Después de esa sesión tan rica, nos abrazamos, aún estando yo dentro de él, y nos acomodamos para quedarnos dormidos.

De pronto sentí una mano que me movía para despertarme, era Mauricio… Vamos, nos decía, ya son las diez de la mañana, han pasado casi toda la mañana del sábado durmiendo.

Abrí los ojos y ahí estaba Mau, bien vestido, con unos jeans azules, camisa color crema, cinturón marrón de cuero y botas estilo vaqueras marrones.

¿Dónde vamos? Le dije. Donde Ricardo, vamos a ver a tu papá aprovechando que Chué está aquí. Apúrense, queda poco tiempo y mi papá quiere llegar allá a tiempo para almorzar.

Salimos Josué y yo de la cama, nos peinamos, como pudimos nos vestimos,  y salimos. Mi padre me ha visto en fachas peores, no va a alarmarse por verme con cara de trasnocho. Papá Eduardo estaba muy bien vestido también, con unos jeans, camisa a cuadros, manga larga, y también llevaba botas. Josué cargaba con lo que llegó unos jeans azul claro, franela de algodón y cuello redondo, con sus placas del ejército a la vista, y una especie de botas de campaña negras que iban por fuera del pantalón, yo, un jean azul también, zapatos tipo mocasín negros, y una franela tipo polo negra.

Entramos todos en el carro de papá Eduardo, Josué manejaba, Mau pidió ir delante, quedamos papá Eduardo y yo en el asiento de atrás. No habíamos terminado de arrancar cuando papá Eduardo se me aproximó y me dijo al oído: Que rico lo pasaron anoche, me corrí tres veces viéndolos hacer el amor, gracias por ese espectáculo tan rico… eso me hizo sonreír, por un lado de pena, por otro de complicidad.

Paramos a poner combustible y comprar algo para el camino, Mauricio y yo nos bajamos, y dejamos a “los mayores” solos. Al entrar en la tienda de la gasolinera vi un joven de unos veintitantos, delgado, con bermudas estampados, sandalias de goma, y camiseta sin mangas, era Edgardo, un viejo amigo de la infancia, con quien Mauricio y yo jugábamos muchísimo y que más de una vez jugó conmigo y con Josué.

Nos abrazamos con cariño, como se saludan los viejos amigos que guardan buenos recuerdos en común, intercambiamos números de teléfonos y pines. Salimos de la tienda y fuimos al carro, ya habían llenado el tanque, y partimos. Fuimos conversando de Edgardo, Josué lo recordaba con más detalle que yo, le dice: “Culito pretencioso” porque según él, se hace casi inaccesible hasta que logran llevarle el juego como es.

Ya estábamos a medio camino de la casa de mi papá, las emociones se me estaban revolviendo, la declaración de amor de Josué, Edgardo, que Mauricio nos viera durmiendo juntos, los celos de Mauricio por haber estado antes con Josué que con él, el que papá Eduardo me dijera que estuvo observándonos, y pensar que yo solo iba por una corbata… Así estaba de absorto en mis pensamientos cuando de pronto me di cuenta de que habíamos llegado… mi padre se acercó al carro, sólo vistiendo unos jeans, sin camisa, con la toalla al cuello, como si estuviera a punto de entrar en la ducha. Abrazó a su amigo del alma, su hermano querido, papá Eduardo, abrazó a Mauricio e hizo como si lo fuera a cargar, abrazó a Josué como si no quisiera soltarlo nunca, lo besó en la mejilla y lo apretó contra su cuerpo como si hace millones de años no se veían, me vio y me abrazó fuertemente también, y me dijo al oído: “No sabes lo feliz que me pone que estés aquí mi príncipe bello”.

Entramos a la casa, dejamos algunas cosas en la mesa de la cocina, y papá le dijo a papá Eduardo, iba a darme un baño en la piscina, ¿se vienen todos conmigo? Ya la comida está andando, sólo será un rato, para que nos quitemos el calor. Nos fuimos los cinco al patio trasero de la casa, ahí estaba la piscina, esperando por nosotros. Nos quitamos la ropa, sin reparo, ya que estábamos puros hombres y estábamos en familia. Nos metimos al agua, que para la hora estaba un poco fría, lo cual a mi no me gustaba mucho, pero mi padre me dijo: Tranquilo, mejor así, fría, para que se apacigüe el calor. Al cabo de un ralo salí a la orilla, cuando oí la voz de mi padre que me decía: Príncipe, dale un ojo a la comida, y si puedes, trae la cava con cervezas para que esté más cerca.

Fui a revisar la comida, ya estaba todo listo apagué y acerqué la cava con las cervezas.

Mauricio salió de primero a servirse una oyendo un: ¿Dónde vas pájaro? ¿Quién dijo que los niños beben cerveza? Al voltearse vio que era mi padre, quien le sonrió y le dijo: Saca una para cada uno y tráetelas para acá, que estamos más cómodos… mi padre estaba al lado derecho de Eduardo, yo a la derecha de él, Josué a la derecha de Eduardo y Mauricio al lado mío, estábamos los cinco, de la cintura para arriba fuera del agua, bebiendo cerveza. En eso mi padre, cuando vio que Mau se acababa la cerveza, lo hundió bajo el agua, con el movimiento, se desplazó un poco hacia delante, quedando muy cerca de la cara de Mauricio, y por su cara, pasó algo que le agradó…

Espero les haya gustado, para seguir publicando. Cualquier comentario, pueden escribirme, o agregarme a los medios que salen en mi perfil. Saludos.