Eligiendo una corbata
Nunca pensé que esa tarde conocería más que cómo elegir la corbata adecuada...
Hace aproximadamente una semana que tengo esta invitación... Aún no sé si ir a su matrimonio, pero él me lo ha pedido tanto...
Comienzo a revisar mi guardarropa, tengo trajes, camisas, zapatos, pero no tengo una sola corbata como para la ocasión. ¿Dónde conseguiré una un viernes en la tarde, luego de las 18:00 con la boda el domingo en la mañana?
Fui donde Mauricio, mi mejor amigo, el y yo nos criamos juntos, casi que como hermanos, su padre y mi madre solían salir antes de conocer a sus parejas finales, así que de cierto modo Mauricio y yo podríamos haber sido hermanos. Eso lo mencionábamos siempre que nos juntábamos y hasta pasábamos por hermanos ante muchos, de hecho, decíamos que éramos hijos de padres divorciados. Toco el timbre de la casa, aún cuando tengo llaves, no me gusta entrar sin avisar. Escucho una voz familiar dentro que me dice: ¡Pasa hijo! Estoy en la cocina. Entro, sin contratiempo, y sigo la voz que me dice: Por favor, pasa... Es la voz de Eduardo, el papá de Mauricio, que me invita a su cocina.
Eduardo es un hombre maduro, de unos 60 años casi, ni moreno ni muy blanco, diría que es de ese color que uno agarra siempre que se expone al sol, sea por trabajo o por gusto solamente. Yo le digo "papá Eduardo" ya que a Ricardo, mi padre, le digo sólo Papá, ellos son excelentes amigos, así como mi madre, Gloria, y Alicia, la de Mauricio.
Eduardo cuando me ve me dice: ¡Hombre! ¡Alfonso José! ¡Cuánto gusto verte hijo querido!... pasa, siéntate, quiero que me digas cómo me está quedando esta comidita: Aquí tengo minestrone, salsa bolognesa, para esparcirla sobre unos tortellonis de ricotta con espinaca, y un fondue de queso con vegetales. Quiero que me ayudes a ver qué le falta a esto... agarra una cuchara de madera y me da a probar de la salsa, el minestrone, la pasta, Dios, casi me llena la barriga, con razón Alicia no tiene quejas de su marido. Se queda con expectativa a que termine de degustar y le digo: Excelente papá Eduardo, no esperaba menos de ti, eres el mejor de los chef que conozco. El se rió y me dijo al tiempo que se limpiaba las manos y apagaba todo: Gracias hijo querido, ven y dale a tu papi un abrazo de oso ¿O ya creciste mucho para eso? fui y lo abracé con mucha emoción y ternura, tanto que sin querer, nos rozamos las nalgas con las manos, y un poco tal vez los labios al besarnos las mejillas. Pero no hice escándalo de eso.
Eduardo me tomó entonces de los hombros con sus manos fuertes, y anchas, apretando de una manera que me hizo erizar la espalda y me dijo: Dime, Foncho, así me decían en mi familia por cariño, qué te trae por aquí ¿vas a la boda de Jacobo? Eh.. Si, le respondí. Si, voy a ir a esa boda, y no tengo corbata que sirva para la ocasión. Perfecto, yo tengo varias, ¿cual traje vas a usar? ¿Gris, negro, azul marino, marfil? El azul marino, le respondí. ¿Con camisa marfil? siguió el interrogatorio. Si, con esa misma, la que tu me regalaste. El sonrió muy complacido, y me dijo, vente, dándome una nalgada, vamos a mi cuarto que ahí puedes escoger la que quieras.
Cuando íbamos subiendo las escaleras al segundo nivel oímos que se abrió la puerta de la casa, era Mauricio. Hola Mau, le dije, a lo que él respondió sólo un: ¿Qué tal? Eduardo me dijo: No le prestes atención que anda endemoniado desde que sabe de la boda de Jacobo. ¿En serio? Le pregunté; si, anda como perro con gusanos desde que supo que Jaco se casa, y no es todo, se casa, y no lo invitó. Ahí se me revolvieron sentimientos, yo iba a la boda del Jaco porque es mi amigo, no por el evento como tal, porque ese tema me da alergia, pero Mau y el hasta padrinos decían que serían uno del otro cuando se casaran, y hasta serían los padrinos de sus respectivos críos.
Seguimos hasta la habitación de papá Eduardo y comenzamos a ver las corbatas me sentía mal por mi hermano, pero el show debía seguir. Ya ahí me dijo: Aquí tengo una camisa igual a la que te regalé, vamos a colocarte las corbatas encima a ver cual le combina mejor, ¿te parece bien? Si, perfecto, así no hay equívocos papá. Está bien, pero antes, date una ducha, que la venida a pie, el rato en la cocina, y el calor, te han hecho sudar y no quiero sudar la camisa sin usarla. Ya sabes dónde está el baño, las toallas, y todo lo demás, yo iré seleccionando mientras algunas corbatas.
Entro al baño y comienzo a desvestirme, recuerdo cuando de pequeños Mauricio y yo jugábamos con nuestros papás al escondite, y ellos terminaban bañándonos a los dos en el baño principal de la casa donde jugáramos, fuera la nuestra, o la de ellos, incluso, había días en que ellos también se bañaban junto con nosotros, de lo más natural. No sé por qué, pero pensar en eso me hizo “correr sangre” y comencé a tener una erección.
Mientras yo estaba entretenido en mis pensamientos entró Mauricio calladamente al cuarto de su padre, lo abrazó y rompió a llorar. Eduardo lo consolaba y le decía: Tranquilo amor, ese nunca supo la amistad que tenían, fíjate en mi, soy amigo de Ricardo, fui novio de Gloria, y Ricardo fue novio de Alicia, cada matrimonio tiene tres hijos guapísimos, y los hemos criado a los seis como una sola familia enorme con cuatro padres. Eso es amistad. Tu hermano Foncho se debe estar bañando, que va a ponerse una ropa mía porque le voy a prestar una corbata para la boda de Jacobo, espero no te moleste. No papá, tranquilo, dijo Mauricio. Quien luego se dirigió a la puerta del baño y golpeó diciendo mi nombre: ¡Foncho! ¡Foncho cornetas! ¿Estás ahí? Y yo le respondí: Si Madizio chicletas, aquí estoy. En ese momento me preguntó: ¿Cabe uno más en la ducha?
Yo andaba medio excitado por los recuerdos de hace rato, pero sin embargo le dije que si, que no había rollo, que ya no iba a ver nada nuevo o que no hubiera visto cerca de un millar de veces, el entró se desvistió, yo estaba bajo el agua de la ducha ya, con algo de vapor. Y él entró, me dio un abrazo de esos que te llegan al alma de una vez y para siempre, como siempre nos hemos abrazado, sólo que ahora, desnudos. El sentir su cuerpo desnudo, su fuerza en ese abrazo, sus pelos que abundan por donde mires, igual que yo, y nuestros papás, hizo que mi sexo se despertara de golpe. Mauricio lo notó y me dijo: ¡Épale! No soy el único feliz de este encuentro por lo que veo… jajajajajajaja… Ambos reímos a carcajadas mientras cada uno contemplaba entre el vapor la erección del otro.
El agarró mi pene y me dijo: ¿En qué piensas picarón que andabas tan calentón? A lo que le respondí: En que sería rico que mi hermano Madizio me diera un lametón… jajajajajajajaja… Él, ni corto ni perezoso se puso de rodillas y comenzó a darme una mamada espectacular, yo me mordía la lengua y tragaba grueso para no decir ni pío, no fuera que papá Eduardo se diera cuenta y nos corriera a los dos por maricones. Pero como que fue peor el remedio que la enfermedad, cuando ya estaba yo a mitad de camino de acabar en la boca de mi hermano, se abrió la puerta de la ducha: Era papá Eduardo, completamente desnudo, y con una erección de campeonato. Los dos nos quedamos asombrados, y él dijo: Escucharlos en silencio me calentó demasiado, comencé a imaginar a lo que podrían estar jugando y no me equivoqué… Ahora, me pregunto, ¿cabe uno más? A lo que dijimos: ¡Claro papá! El entró tímidamente, se ubicó junto a mí, frente a Mauricio, y le dijo: ¿Le darías un poco de esa atención a tu viejo? Y sin decir nada, Mauricio se puso boca a la obra…
Papá Eduardo gemía de placer, mientras su hijo, hijo biológico, le daba una mamada como hacía tiempo no la recibía, al verlo disfrutar tanto me fui detrás de papá y comencé a restregar mi falo contra sus nalgas, abría su raja, lo estrujaba, pero sin penetrarlo, hasta que me puse de rodillas y fui lamiendo su culo de hombre adulto, mayor, duro, velludo, rico, que siempre había sido objeto de mis fantasías desde que era un bebé, mientras Mau degustaba el falo paterno, yo hundía mi lengua en su cueva de macho, como buscando un tesoro, uno muy especial, ya que no dejaba de chupar y lamer, jugaba con su saco de santa, que colgaba pesadamente bajo ese tronco que degustaba mi hermano. Al ver que alcanzaba ya bastante dilatación, me puse de pie y fui empezando a penetrarlo, poco a poco, despacio, con amor…
Papá Eduardo se retorcía de dolor y placer, y me dio una orden directa que acaté al segundo que la emitió: ¡MÉTELO DE UNA VEZ! Así hice, le metí hasta donde no pude más, y le bombeaba durísimo, hasta que dijo: Mau, hijo, ¿quieres leche? Mauricio abrió sus ojos verdes y asintió, en eso papá dijo: Ahí vaaaaaaaa…. Uuuuuuuuuffff… aaaaaaahhh… sentirlo acabar en la boca de mi hermano, y sus contracciones, me hicieron explotar dentro de él, como nunca había acabado. Fue demasiado especial esta primera vez con papá Eduardo… Espero les haya gustado para seguir publicando. Cualquier comentario, pueden escribirme, o agregarme a los medios que salen en mi perfil. Saludos.